domingo, 18 de diciembre de 2022

DOMINGO IV DE ADVIENTO (A)

 

-Textos:

            --Is 7, 10 -14

            -Sal 23, 1b-4b. 5-6

            -Ro 1, 1-7

            -Mt 1, 18-24

“Mirad: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le podrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos a una semana de Navidad: ¿Cómo nos estamos preparando? Depende de cómo nos preparemos el beneficio espiritual y humano que saquemos.

Para ello, la liturgia de la misa nos propone las figuras de San Jose y de la Virgen.

Es muy fácil para nosotros imaginarnos a la Santísima Virgen  María, embarazada y a pocos días para dar a luz. La fe nos dice que el niño que va a nacer es Hijo de Dios, hombre verdadero, porque nace de María, pero, además, hijo de Dios, como nos dice San Pablo en la segunda lectura.

María guarda silencio, mira a San José, no dice nada. Está recogida en sí misma, en oración. En  oración íntima y profunda, no se contempla a sí misma; entra dentro de sí y repara en el niño que tiene en su seno; este niño es Dios, es Hijo de Dios.

María así, nos da ejemplo de oración, de la verdadera oración: recogernos en silencio en nuestro interior y reposar la vista, la mente y el corazón, todo nuestro ser, en Dios, no ensimismados o distraídos con la mente en los quehaceres y las cosas de fuera, sino en Dios, en ese niño a punto de nacer que es hombre, niño, hijo de una mujer que se llama María.

Esta semana una vez, por lo menos, y muchas más, pedimos a María la gracia para orar, y rezamos con ella.-

Pero junto a María está San José. Terriblemente inquieto, no sabe qué pensar, no sabe qué decir, no entiende nada de lo que está pasando. No le cabe en  la cabeza, no es capaz de dar  pie a dudar de María. Cree en Dios, y no quiere hacer nada contrario a la voluntad de Dios, Tampoco quiere hacer daño a María. No ve otra salida, y decide separarse en secreto, sin ruido, evitando todo lo posible el escándalo. No duda, no puede dudar de su esposa, San José empieza a ver un misterio, un misterio que lo envuelve y lo sobrepasa, es un  hombre justo, fiel a Dios. San José cree y reza; invoca a Dios y se confía a Dios.

Y Dios no le defrauda, viene en su ayuda. Le  habla  en la voz de un ángel: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.

San José se despierta en paz y recuperado. Se fía de Dios y obedece.

Dentro de siete días ocurrirá el acontecimiento más grande y beneficioso para los hombres y mujeres, no solo de Israel, sino del mundo entero, y para todos los hombres de todos los tiempos.

El niño que va a nacer será el Mesías prometido por Dios, en boca de Isaías. Será no solo Salvador de Israel, sino de todos los hombres y mujeres de la tierra y del cosmos entero. Vencerá al pecado y a la muerte.

Nace una esperanza cierta y segura para la humanidad y para la creación entera.

Dentro de siete días, de María, al amparo de San José, nacerá un Niño, que es el Hijo de Dios, y se llamará Enmanuel. Dios con nosotros.


domingo, 11 de diciembre de 2022

D0MINGO III DE DVIENTO (A)

-Textos:

            -Is 35, 1-6ª. 10

            -Sal 145, 6c-10

            -Sant 5, 7-10

            -Mt 11, 2-11

Hermanos: esperad con paciencia hasta la venida del Señor… Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Paciencia, ¡qué importante es la virtud de la paciencia! Y no hablo solo de la paciencia que necesitamos para vivir en paz en casa con los hijos o con el esposo o la esposa. Hablo de la paciencia para esperar a que llegue el momento en el que se cumplan aquellas palabras: “Entonces verá venir al Hijo del Hombre venir con gran poder y majestad…”.

Ya en las primeras comunidades cristianas hubo cristianos que llegaron a creer que Jesucristo, que subió a los cielos volvería muy pronto como Señor triunfante y glorioso. Y quedaron  confundidos al ver que  pasaba el tiempo y el Señor resucitado no volvía. San Pedro en  una carta dirigida a sus cristianos dice: “El Señor no retrasa su promesa, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión” (2 Pe 3, 9).

Dios es fiel y cumple sus promesas, pero ha querido que nosotros libremente abramos el corazón a la fe y nos convirtamos. Por eso, el tiempo de adviento es un tiempo de gracia de Dios, para que nos curtamos en la fe y en la paciencia.

¿Qué podemos hacer para crecer en la paciencia y en la esperanza? Todo empieza por despertar al amor a Jesucristo y a los hermanos: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Descubrir cuánto nos amó y nos sigue amando Jesucristo; dejarnos ganar por ese amor y nuestro corazón  dejará de dudar y de vacilar y tendrá firmeza para no impacientarse y desistir de esperar a Jesús y a que se cumpla la promesa de un mundo nuevo. Mirad cuánto es capaz de aguantar una madre los lloros y las impertinencias de su hijo, por más  que no le deje dormir. Pero quiere a su hijo y es capaz de aguantar hasta que se tranquiliza y sonríe.      

La impaciencia, sin embargo, en la vida espiritual, e incluso en toda ocasión es peligrosa. Porque la impaciencia puede generar desaliento, y el desaliento tristeza, y la tristeza desfallecimiento y, al final, abandono de la fe.

Sin duda muchos de nosotros conocemos la excusa que nos dicen algunos amigos, compañeros o incluso parientes, para explicarnos por qué han abandonado las prácticas religiosas y dicen que ya no creen. Se justifican diciendo que todo lo que predican los curas son solo palabras que no se verifican ni se cumplen. Y desertan de acudir a la iglesia, reunirse  como pueblo de Dios, y practicar la oración y los sacramentos. El dinero, la ciencia, la medicina hacen milagros. Con eso basta.

¿De verdad que con eso basta? No pensáis, hermanas y hermanos, que es más fácil creer en los hechos y los dichos de Jesús que se mueve entre pobres, enfermos, y pecadores, y acaba dando la vida por salvarnos a nosotros que somos pecadores, olvidadizos y desagradecidos? ¿No pensáis que es más razonable creer en Jesús, que retorcer nuestro pensamiento y hacerlo callar para que  no nos atormente con preguntas como  estas: ¿De dónde venimos, a dónde vamos, de dónde saco fuerzas para  amar a mi mujer, a mi hermana, a mi vecino? ¿Para hacer un mundo mejor y una ecología más habitable? En definitiva, para amar a los demás como a mí mismo, o como me ama Jesucristo.

La segunda Carta de Santiago nos ha dicho esta mañana: “Esperad con paciencia hasta la venida del Señor… Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca”.

 

jueves, 8 de diciembre de 2022

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Textos:

-Gén. 3, 9-15.20

-Sal. 97, 1-4

-Ef. 1, 3-6.11-12

-Lu. 1, 26-38

 

1º: El momento decisivo en el que Dios se hizo hombre está envuelto en un gran silencio. Es un acontecimiento que si sucediera en nuestro tiempo no dejaría rastro en los periódicos.

Grandes acontecimientos a menudo ocurren en un silencio que resulta mucho más fecundo que la agitación frenética que se vive en muchas ciudades.  Ese activismo impide escuchar a Dios, escuchar su Palabra.

A María, vemos en la escena de la Anunciación en silencio, un silencio que da pie a orar y escuchar la Palabra de Dios. Y María la escuchó, porque estaba en un silencio, contemplativo. Maria  en silencio escucha a Dios dentro de sí misma.

Y Dios, a través del ángel le habló y ella, en su silencio la escucho. Y en estas condiciones ocurrió el misterio salvador de la humanidad y del universo entero: el Verbo de Dios se hizo carne.

Cuantas veces nos dejamos ganar por la tentación del ruido, de vivir hacia afuera distraída por tantos quehaceres, preocupaciones y problemas. Pensamos que dando vueltas a esas preocupaciones los solucionaremos mejor. No confiamos en la fecundidad de un silencio que nos ayuda a entrar dentro de nosotros, a disponernos a la escucha de Dios en la oración, la meditación fecunda en ideas y luces que nos sitúan mejor ante los problemas, y sobre todo, nos disponen a oír la voz de Dios, de los hermanos y de nuestra conciencia.

2.-La salvación del mundo no es obra del hombre sino de la gracia de Dios. Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios. Alcanzar al Dios infinito no está en nuestras manos  pobres, finitas y débiles.

La gracia de Dios hacia los hombres es su amor infinito y puro, divino y misericordioso, la gracia de Dios es el Hijo de Dios hecho hombre en el misterio de la encarnación.

Es muy importante pensar en esto: Dios salva mediante el amor, no cualquier amor, sino el suyo, un amor  infinito que es Cristo. Dios cree en el amor y por eso, para salvarnos, manda al Amor que es su Hijo.

Pero muchos de nosotros no creemos suficientemente en el amor que Dios nos ofrece y vamos buscando la plena felicidad en las cosas del mundo, que nos ofuscan y atraen. Pero las cosas no nos sacian, nos crean vacío que nos inclinan a las cosas que aumentan más aún el vacío. Por ejemplo, todos somos testigos de los efectos de la drogas. No creemos suficientemente en el amor. Nos dejamos engañas, pensamos que nos salva la ciencia, la técnica, las mil ofertas que la sociedad de consumo tan sugestivamente ofrece.

Dios quiere salvar al hombre por la gracia del amor. Envió a su Hijo que es la gracia infinita y pura, la gracia de las gracias. Y creyó conveniente llenar de gracia plena a María, haciéndola Madre de la gracia, encarnando a su Hijo en ella.

María, llena de amor, y con el Amor, que es Cristo, en su vientre nos está diciendo, que vivamos como Dios nos ama, para que podamos amar con un amor que desintoxican nuestros pulmones de amores que no sacian y aumentan el vacío en nuestra vida.

Podemos todos amar con el amor de Maria, con el amor de Cristo y que es Cristo mismo. Y sembrar el mundo de esperanza. Por bajo que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para Dios. Dios es siempre mayor que nuestro corazón. A Dios no le vencen nuestros pecados.

Celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María es despertar a la esperanza de un mundo cada vez mejor y a comprometernos a dar un testimonio de Amor que muestre a los hombres a una manera nueva de vivir  y de ir creando un mundo mejor y más habitable.

domingo, 4 de diciembre de 2022

DOMINGO II DE ADVIENTO (A)

-Textos:

            -Is 11, 1-10

            -Sal 71, 1-2. 7-8.12-13. 17

            -Ro 15, 4-9

            -Mt 3, 1-12

 Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Convertíos: El evangelio de este domingo de adviento nos llama de manera apremiante a la conversión. Permitidme la pregunta, ¿estamos dispuestos a convertirnos? ¿Sentimos necesidad de convertirnos? ¿De qué o a qué tenemos que convertirnos en estos días de adviento previos a la Navidad?

San Juan bautista nos da el motivo: Porque el Reino de Dios está cerca.  ¿Qué  es el Reino de Dios? El Reino de Dios quiere decir que Dios está decidido a intervenir en este mundo, Dios va a pasar a los hechos. Reino de Dios quiere decir Dios que viene a reordenar la marcha de este mundo.

 

En la primera lectura el profeta Isaías ya adelanta que Dios enviara a un Mesías. La situación de Israel en tiempos de Isaías era de extrema pobreza y de debilidad, pero Dios es capaz y quiere que surja del tronco seco de Jesé un brote nuevo y vigoroso.

Este enviado de Dios tiene una misión: Atenderá a los pobres, la justicia y la lealtad serán los objetivos prioritarios de su actuación. Pero, sobre todo, el fruto de su buen hacer será la paz. Lo dice con metáforas sumamente ilustrativas: Habitará el lobo con el cordero, el ternero y el león pacerán juntos, el niño de pecho retozará junto al escondrijo de la serpiente, nadie causará daño ni estrago. Aquel día la raíz de Jesé, éste enviado de Dios,  será elevado como enseña de los pueblos.

El profeta Isaías muestra con las características más  atractivas lo que va a ser el Reino que Dios quiere implantar en este mundo, para que aceptemos la invitación a entrar en él.

Juan el bautista, sin embargo, usa unos tonos mucho más amenazantes y agresivos, para disponer a los hombres a entrar en el Reino, es decir, a creer en el Mesías. Sin duda, porque tiene en la mente nuestra dureza de corazón y lo fríos que están nuestros corazones.

Juan el Bautista, el Precursor, nos dice hoy a todos nosotros frases como estas: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado  a escapar del castigo inminente?... Todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego”. “Dad el fruto que pide la conversión  y no os hagáis ilusiones”. “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

S. Pablo, en la segunda lectura, propone el programa para el adviento, y si queréis, el programa del Reino de Dios de  manera más positiva y  amable. Él piensa en las comunidades cristinas concretas que él ha fundado, y que nosotros podemos muy bien tener en cuenta en las comunidades actuales en las que vivimos:

“Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros estos mismos sentimientos”. Es decir, que en esta vida, tengamos  paciencia y seamos consoladores de nuestros hermanos y de nuestros prójimos.

Pero San Pablo nos propone dos consignas muy importantes para convertirnos al Reino de Dios y recibir en Navidad al Mesías enviado, a Jesús: Que os acerquéis al consuelo que dan las Escrituras, y que vuestros sentimientos sean los sentimientos de Cristo Jesús.

 

 

sábado, 3 de diciembre de 2022

FIESTA DE SAN FRANCISCO JAVIER

-Textos:

            -Is 5, 7-10

            -Sal 95

            -1 Co 9, 16-19. 22-23

            -Mt 28, 16-20

 “Id y haced discípulos de todos los pueblos”.

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

 

Celebramos la fiesta de nuestro paisano navarro San Francisco Javier, patrón de las misiones de la Iglesia Católica, Junto con Santa Teresa del Niño Jesús, patrón también de Navarra.

Sería provechoso para nosotros preguntarnos  por qué tenemos devoción a San Francisco Javier. Quizás hay alguno entre nosotros que ha estado en las misiones o tentado a ir a las misiones. En este caso, sin duda, habrá rezado a nuestro santo y habrá meditado muchas veces el ejemplo de vida que para ser buen misionero le ofrece San Francisco Javier.

No me cabe duda de que también algunas de vosotras, hermanas benedictinas, desde vuestra vocación contemplativa habréis sentido la llamada a orar por las misiones y por los misioneros y misioneras, urgidas por el ejemplo y las cartas que conocemos de San Francisco Javier, que tanto han contribuido a despertar el espíritu misionero que todos tenemos que ejercitar desde nuestra vocación de bautizados cristianos.

Pero aún aceptado estos casos, creo que tiene sentido que todos nos hagamos esta pregunta: ¿Por qué tenemos devoción a San Francisco Javier? Sin duda, encontraremos en nosotros motivos limpios, como por ejemplo, porque nos despierta y estimula el acordarnos de las misiones y de los que están trabajando en esos territorios. Pero sin duda, también que encontraremos en nuestro interior motivos menos limpios, mezclados con el orgullo y la autosatisfacción de tener un navarro tan famoso y universal, tan apasionadamente entregado a la causa de Cristo y de su evangelio, en la que él creía, y tan valiente y esforzado para recorrer con tantos riesgo puertos y mares desconocidos y desconocedores de Dios y de la fe católica.

Estos motivos acertados y justificados pueden dar lugar  a que admiremos a san  Francisco Javier, pero que no nos sintamos  comprometidos a imitarlo. San Francisco Javier admirado pero no imitado.

Conviene, por eso, que estas mañana y ante la palabra de Dios que hemos escuchado ahondemos en nuestras peguntas. Por ejemplo: San Pablo nos dice en  la segunda lectura: ”El hacho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! San Francisco Javier no puede pasar  sin anunciar el evangelio,… y nosotros quizás callamos nuestra fe, por no desentonar de lo que se está hablando u opinando en la conversación en la que participo. En la primer lectura, el profeta Isaías grita: “! Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz y trae la buena noticia (el evangelio)! Y muchos de nosotros callando en la calle, en el trabajo o entre amigos callando mi parecer cristiano o lo que enseña la fe católica por no “desentonar”, pecando de omisión.

Y vamos al evangelio: “Id y haced  discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu  Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que  os he mandado”.

Este mandato de Jesús, sin duda alguna explica las razones profundas y verdaderas que explican las hazañas y la grandeza de la personalidad de nuestro santo San Francisco Javier. Pero advirtamos que estas palabras no se las dijo Jesús solo a San Francisco de Javier, sino a todos nosotros y a cada uno de los bautizados.

Pero, para poder quedar bien dispuestos y en paz, oigamos también las últimas palabra que Jesús dijo  a San Francisco Javier y a todos nosotros: “Sabed que yo estoy con  vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo”.

domingo, 27 de noviembre de 2022

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)

-Textos:

            -IS.2, 1-5

            -Sal.121, 1bc-2.4-9

            -Rom.13, 11-14a

            -Mt.24, 37-44

Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño. Estad en vela… y preparados”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La primera consideración que me parece importante comunicaros es que hoy comenzamos un tiempo especial de gracia de Dios. Desde el punto de vista litúrgico y en orden a vivir y acrecentar nuestra vida de fe, tenemos que decir que no todos los tiempos litúrgicos tiene la misma calidad y la misma densidad de gracia de Dios. Tenemos tiempos  ordinarios y los tiempos fuertes, más ricos en gracia de Dios, debido a las fiestas importantes y significativas que conmemoramos.

Tiempos fuerte decimos a la Navidad, tiempo del Nacimiento del Hijo de Dios, tiempo de cuaresma, que nos  ofrece especialmente la gracia de la conversión, tiempo de pascua, que invita  a recibir o a fortalecer la gracia del bautismo, y tiempo de adviento, que podemos definir como tiempo de esperanza y tiempo que nos prepara la Navidad.

Hoy, pues, comenzamos el tiempo de adviento, que nos prepara para la navidad y  aviva nuestra esperanza.

¿Cómo pensamos vivir la Navidad? ¿Cómo  la estamos preparando?

Estamos bajo los avisos constantes que suben los precios del mercado, pero no  los sueldos del trabajo. Habrá que limitar los gastos, decimos.  Pero la Navidad, no se prepara principalmente desde las comidas extraordinarias y los regalos posibles. Debería ser este un criterio de segundo orden. El criterio primero y principal para un cristiano a la hora de preparar la Navidad debe ser, sin duda alguna: la Palabra de Dios y el significado de las celebraciones litúrgicas tan ricas e importantes a las que la Iglesia nos  invita a participar.

Escuchemos palabras de Dios, que nos disponen para vivir la Navidad con espíritu religioso y con fe: El primero san Pablo nos dice: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertar del sueño… “Porque  ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando vinimos a la fe”. La salvación, la vida según la voluntad de Dios y con Dios. Vivir en paz con Dios y con los hombres nuestros hermanos, la vida eterna. Ese es el principal negocio que nos jugamos. Y para eso, una consigna repetida de un modo u otro en este domingo: “Comportaos reconociendo el momento en que vivís, dice San Pablo”. “Estad vosotros también preparados”, dice Jesús.

El evangelio con ejemplos y comparaciones, repica con fuerza a las puertas de nuestra conciencia cristiana y nos dice con seriedad:

Por eso estad vosotros también preparados porque  a la hora que menos pensáis  viene el Hijo del Hombre” (dice Jesús).

Y esta venida no tenemos por qué esperarla con miedo y temor, sino todo lo contrario: Es Jesucristo quien vendrá a Juzgar. ¿Recordáis lo que nos dijo?: “Que no tiemble vuestro corazón, creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias… ¿os he dicho que voy a prepararos sitio?... Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo”.

También San Pablo nos dice hoy que nos preparemos:

S. Pablo, que escribió sus cartas hace casi dos mil años, parece que conocía perfectamente las navidades de algunos, o muchos, de este siglo veintiuno: “La noche está avanzada, el día  está cerca (dice): Andemos como en  pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas ni envidias. Y por fin la consigna final: “Revestíos de Señor Jesucristo”.

domingo, 20 de noviembre de 2022

FIESTA DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:

            -2 Sam 5, 1-3

            -Sal 121, 1b-2. 4-5

            -Col 1, 12-20

            -Lc 23, 35-43

“Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud…haciendo la paz por la sangre de su cruz”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo que celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo terminamos y coronamos el año litúrgico. El próximo domingo celebraremos ya el primer domingo de Adviento. Estamos muy cerca de la Navidad, a pesar de que hasta hace tres día hemos disfrutado de temperatura primaverales.

Pero, ¿Qué entendemos o qué queremos decir cuando invocamos a Jesucristo como Rey del universo y rey de mi vida?

La paradoja de la fe cristiana es que creemos y seguimos a un Rey que reina desde la cruz. No se impone como rey entrando al frente de un ejército triunfante, que impone el orden, y los impuestos por la fuerza. Jesús, el Mesías, el Salvador del mundo, murió como un malhechor, condenado a muerte, crucificado en una cruz. Pero Jesús murió obedeciendo a su Padre Dios. Recordemos la escena de la oración del Huerto: “Padre, si es posible pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y murió dando su vida por nosotros. El evangelista san Juan comienza el relato de la pasión contando: “Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.  Jesús murió en apariencia derrotado y fracasado, pero en el fondo murió en acto de obediencia suprema  y querida a su Padre, Dios, y en acto de amor entregado y total a los hombres. San Pablo escribiendo a los Filipenses dice muy claramente: “Cristo Jesús… siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo nombre; de modo que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre”.

En una palabra, Jesucristo, queridos todos, murió por amor, por amor extremo e incondicional a Dios, su Padre, y a los hombres y mujeres y a la creación entera.

Jesucristo creyó y cree  en el amor. No en el poder, ni en las armas ni en el dinero, ni en la fama. Predicó las bienaventuranzas, se identificó  con  los pobres y marginados, y se dedicó a  amar a todos, a curar a todos, a perdonar a todos que acuden a pedir perdón. Murió en la cruz, pero en el fondo el amor le llevó a la cruz.

 De esta manera, aporta una luz nueva sobre el dolor y el sufrimiento y desgracias que ocurren en este mundo. Dios creó el mundo por amor, y el amor cambia el mundo. Jesucristo es Rey ahora para que todos aprendamos, cuál es el verdadero valor de la vida, dónde está y como se consigue la verdadera felicidad. El amor  es el secreto que da sentido al dolor; nuestro dolor, la cruz, ofrecidos, como Jesucristo, por amor es fecundo  y salvador, y da fuerza para superar las desgracias. El amor da valor para dar la vida, y para que la vida libremente entregada alcance la vida eterna.


domingo, 13 de noviembre de 2022

DOMINGO XXXIII T.O. (C)

-Textos

    -Mal. 3, 19-20a

    -Sal. 97, 5-9

    -2Tes. 3, 7-12

    -Luc. 21, 5-19

“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos acercamos al final del año litúrgico y la Palabra de Dios en estos domingos nos sitúa ante cuestiones importantes, pero que nos dan cierta pereza plantearlas: Son cuestiones relativas al fin del mundo, al fin de la historia de la humanidad y de nuestra propia historia personal.

La Biblia comienza con palabras de admiración: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra y vio Dios que era bueno”; y termina  con unas palabras de esperanza: “Sí, vengo pronto. ¡Ven Señor, Jesús”.

El Señor Jesús ciertamente vendrá. Lo prometió Él, que resucitó, subió a los cielos y venció a la muerte y al pecado. Por la tanto, el sentido de nuestra vida, el sentido de la historia, y de la creación entera, es que vamos hacia el encuentro con el Señor, vencedor de la muerte y del pecado, y dador de vida divina y felicidad eterna. No vamos hacia el vació o a la nada. Caminamos hacia un acontecimiento salvador y de felicidad plena que afectará a toda la humanidad y al cosmos entero.

En este contexto de deseos de felicidad y de deseos de encuentro con Cristo y con Dios podemos entender mejor el lenguaje de san Lucas y el mensaje que quiere transmitirnos.

Lucas comienza hablando de la caída y ruina de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, pero pasa, sin avisarnos, a contarnos las enseñanzas de Jesús  sobre  cómo tenemos que prepararnos para el fin del mundo.

A nosotros, como a los discípulos contemporáneos de Jesús, nos surge la pregunta: “¿Cuándo va a ser eso?” Jesús no responde exactamente a la pregunta, pero dice algo muy importante: “El final no vendrá enseguida”.

Por lo tanto, hay un tiempo entre el momento de la destrucción de Jerusalén, y el momento de la venida definitiva de Cristo. Un tiempo que se prevé largo, tiempo azaroso para nosotros los cristianos, de conflictos, persecuciones, contradicciones, apostasías y martirios. Es el tiempo de la  Iglesia, de la Iglesia y de su historia, tal como la vivimos y la conocemos.

Es el tiempo de dar testimonio de la fe en medio de un mundo que necesita del evangelio y que en muchos casos se resiste a aceptarlo, y lo rechaza incluso con violencia. Esto, para nosotros los cristianos, supone casi siempre ir contra corriente y, en muchos casos, aun sin querer, molestar, incomodar, a otras personas que piensan y viven de manera muy distinta a la nuestra. Pensemos en el dolor de muchos padres y abuelos que al proponer la práctica de la fe a sus descendientes se sienten mirados con un deje de  compasión o de ironía, que parece decir: “Mi pobre abuelo, mis padres no saben que eso ya no se lleva y está muy superado, estamos en una nueva etapa pos-religiosa”. Pensemos en algunos medios de comunicación haciendo chirigota de prácticas y creencias religiosas, muy  sagradas para nosotros los creyentes…

Dos consignas breves, firmes y enormemente consoladoras nos da el Señor para este tiempo difícil que vivimos: Primera: Confiad en mí, “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Dios fiel, prometió enviar un Salvador, el Salvador llegó, y dio la vida por nosotros, para llenarnos de esperanza. Segunda: Perseverad, “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Perseverar es permanecer firmes en la fe en medio de dificultades, de sentirnos solos, mal vistos o perseguidos. Y a perseverar nos ayuda vivir en Iglesia, orar y amar, amar sobre todo al prójimo necesitado.

Queridos hermanos: Inmediatamente después de la consagración vamos a cantar “Anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección. Ven, Señor, Jesús”. No nos da miedo pensar en el final de la humanidad y del mundo. El final es un encuentro con Cristo Resucitado. Por eso, cantaremos con entusiasmo: “Ven, Señor, Jesús”.

domingo, 6 de noviembre de 2022

DOMINGO XXXII T.O. (c)

 

-Textos:

            -Mac 7, 1-2. 9-14

            -Sal 16, 1bcde. 5-6. 8.15

            -2 Tes 2, 16. 3-5

            -Lc 20, 27-38

 

 “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

De nuevo la liturgia dominical nos ofrece en la eucaristía dos motivos dignos de consideración: el primero es la vida eterna y el segundo el “Día de la Iglesia diocesana”.

Comencemos por el primero: ¿Pensamos en la vida eterna? ¿Pensamos en el cielo? ¿Qué sentimientos nos despierta? Hay muchos que no quieren pensar. Unos porque consideran que lo importante es lo que nos enseñó Jesucristo: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”. Esto es lo que cuenta. Si hacemos bien este mandamiento fundamental, Dios hará lo demás. Esta mentalidad de muchos, ¿es suficiente? Nos ayuda a vivir bien con los demás y también con Dios. Pero pensar  así, sin plantearnos si es verdad que hay cielo y que hay vida  después de la muerte, ¿nos  da  fuerzas  suficientes  para cumplir los mandamientos, vencer tantas tentaciones, sobre el dinero, la castidad, la fidelidad matrimonial: o cuando nos sobreviene una enfermedad dolorosa o nos ocurre un acontecimiento grave, imprevisto y que nos parece injusto?

Hay muchos que del cielo piensan poco o nada, o simplemente no creen. “Nadie ha vuelto de allí, dicen”. Vamos a trabajar, procurar  un nivel de vida  que nos permita vivir desahogados, respetar a los demás, y después, como todos, morir. Lo del cielo, lo de Dios  y la religión son cosas ya pasadas, que no se pueden demostrar; estamos en otro mundo y en otra sociedad; respetar a los demás, si no nos molestan demasiado, y a vivir mientras tenemos vida.

Pero, yo os pido pensar un poco: ¿se puede vivir así? ¿Podemos olvidar  durante toda la vida, y acallar el pensamiento, cuando nos asaltan preguntas como estás: ¿Habrá algo después de la muerte? El espíritu de entrega, de trabajo y sacrificio que tuvo nuestra madre toda su vida con nosotros, los hijos, ¿ha quedado en nada? ¿Hay justicia o no hay justicia? ¿Es lo mismo amar al prójimo  y respetarlo, que mirarlo para ver cómo me aprovecho de él? En definitiva ¿Qué es más cómodo y más razonable? ¿acallar todas estas preguntas y echarlas afuera cuando me asaltan, o pensar en ellas y organizar la vida como Dios manda?

     A Jesús, para demostrarle que no puede haber resurrección de muertos. Y para reírse de él le propusieron una cuestión absurda.

Jesús respondió rotundamente: los muertos resucitan, y en el cielo no va a haber problemas de confinamiento, porque vivirán como ángeles, sin espacio ni tiempo, con  sus cuerpos y almas, gozando infinitamente de Dios, un cielo nuevo y una tierra nueva.

El Señor Jesús ciertamente vendrá. El sentido de nuestra vida, el sentido de la historia y de la creación entera es, que vamos hacia el encuentro con el Señor, vencedor de la muerte y del pecado, y dador de vida divina y felicidad eterna. No vamos hacia el vació o la nada. Caminamos hacia un acontecimiento salvador que afectará a la humanidad y al mundo.

Esto supone casi siempre ir contra corriente y, en muchos casos, dar en el rostro a otras personas que piensan y viven de manera muy distinta a la nuestra. Dos consigna breves, firmes y enormemente consoladoras nos da el Señor para este tiempo difícil que vivimos: Primera: Confiad en mí, “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Segunda: Perseverad, “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

  


martes, 1 de noviembre de 2022

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

-Textos:

            -Ap 7,2-4. 9-14

            -Sal 23, 1b-4b. 5-6

            -1 Jn 3, 1-3

            -Mt 5, 2-12ª

“Después de esto vi una muchedumbre  inmensa que nadie podía contar…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Celebramos hoy la festividad de Todos los Santos:

Todos los santos, es decir, todos los que, después de pasar por este mundo y morir, gozan de la vida eterna en el cielo.

En el evangelio hemos escuchado el texto de la Bienaventuranzas según san Mateo. “Bienaventurados los pobres… otros traducen “felices los pobres”.

Esta es la primera consideración que os expongo: Una de las maneras de explicar la fe cristiana es  creer, estar convencido, de que cumplir la voluntad de Dios es nuestra felicidad. La felicidad del hombre consiste en cumplir la voluntad de Dios. Dios no manda, no propone los mandamientos a nosotros los hombres por capricho, para demostrar que es el poderoso y que nos tiene bajo su dominio, Dios nos manda lo que nos conviene para que seamos felices. Él sabe que somos criaturas limitadas, y además heridas por el pecado original, y que no tenemos plena claridad sobre lo que es más conveniente  hacer para que vivamos felices, y se adelanta en el camino de nuestra vida para decirnos qué es lo más acertado que podemos hacer para que en la vida vayamos bien, progresemos y acertemos con lo más conveniente para nuestra felicidad. Por eso,  tratar de descubrir cuál es la voluntad de Dios y cumplirla es caminar en la vida por el camino de nuestra felicidad.

Una segunda consideración que nos sugiere la celebración de la fiesta de Todos los Santos es que esta fiesta nos invita a pensar en el cielo, en la meta de nuestra vida, en el cielo, en la vida eterna.

Permitidme una opinión personal: a mi parecer, hoy en día son muchas las personas que piensan: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, primero yo y vivir lo mejor posible. Los demás que se apañen como yo”. Otros tienen un criterio menos egoísta y más razonable: “Lo importante para mí y para mis hijos, y para todos, es vivir bien, lo importante, es ser buena persona, trabajar honradamente, respetar a las personas, ayudar en la medida de lo posible a los necesitados, vivir en armonía con los familiares y disfrutar con los amigos. Después morir. ¿Hay algo después? ¿Qué sabemos? Nadie ha vuelto de allá. Pero, si hay algo, yo ya vivo de acuerdo con mi conciencia.

El problema de buena voluntad es si esta manera de pensar les basta para poder cumplir lo que piensan. Y cómo pueden encontrar razones y explicar, cuando les ocurre un contratiempo grave, una desgracia, una enfermedad, o desde otro punto de vista: una tentación de ganar dinero de mala manera, o disputar con la familia una herencia o de resistir una tentación de infidelidad al marido o a la esposa. ¿Merece la pena vivir aguantando tanto sufrimiento? ¿Para qué perder la ocasión de una oportunidad tan fácil de disfrutar de una ocasión tan agradable? Sería tonto si pierdo esta oportunidad.

En el fondo de todo esto, este pensar que lo que importa es esta tierra, y esta vida en este mundo en el que estamos viviendo. El cielo, la vida eterna si existe no cuenta nada o muy poco a la hora de plantear la vida. Cuenta hacer frente con éxito lo que estoy viviendo aquí y ahora. Lo del  cielo y la vida eterna no está muy claro, e influye poco o nada.

Hay mucha gente que piensa y vive así.

Pero hoy, en la fiesta de todos los Santos tenemos que decir, que los santos que están en el cielo, no pensaban así. Para ellos lo más importante no era la vida que vivimos en este mundo, sino la vida eterna. El cielo y la felicidad que Dios, que  es felicidad infinita y total que Dios solo sabe y quiere dar. Lo importante es que Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que nos ha dicho que hay que amar a Dios sobre todas las cosa, que vendrá a juzgar a vivos muertos y a cada uno según su obras, y que es digno de que le creamos porque nos ama hasta dar la vida por nosotros, por cada una de nosotros.

En una palabra, que merece la pena vivir la vida de la tierra pensando en la vida eterna del cielo. Y que la mejor manera de vivir en este mundo  es proponernos garantizar la vida eterna feliz, y luchar en este mundo creyéndole a Jesucristo, contando con Él, y cumpliendo lo mejor posible en todo y con los demás.-

domingo, 23 de octubre de 2022

DOMINGO XXX T.O. (DOMUND)

-Textos:

            -Eclo 35, 12-24. 16-19ª

            -Sal 33, 2-3. 17-19. 23

            -2Ti 4, 6-8. 16-18

            -Lc 18, 9-14.

Seréis mis testigos”. “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres…”. “Oh Dios, te compasión de este pecador”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:

En este domingo tenemos dos mensajes, muy importantes los dos. La homilía, espero no sea larga, pero tiene dos partes muy diferentes.

En primer lugar, hoy celebramos el DOMUND, la Jornada mundial en favor de las misiones. El lema de este año y para este domingo: “Seréis mis testigos”.

“El Domund es una fecha, dice nuestro señor Arzobispo, para pensar, orar, agradecer y ayudar a nuestros misioneros. Ellos son la cara más amable de la Iglesia”. También vosotras queridas hermanas, contemplativa y en clausura, junto con los monjes, sois  respetados y admirados. Pero, los misioneros y las misioneras: Sacerdotes, religiosos, religiosas y también seglares, son hoy la avanzadilla de la misión esencial, y constituyen, en medio de esta sociedad secularizada, el  estamento de la Iglesia cuya ejemplaridad nadie discute;  creyentes y no creyentes, los reconocemos con respeto y  los admiramos.

Ellos, comenta nuestro Arzobispo, “Sacerdotes, religiosos, religiosas, seglares, han dejado familia, comodidad, país, el modo de vida del mundo occidental. Su misión es, sobre todo, anunciar la Buena noticia de Jesucristo, contribuyen al desarrollo con proyectos educativos, sanitarios y sociales, y muestran así que la evangelización transforma y  engrandece al ser humano.

Pero en este domingo del DOMUND tenemos que tener muy en cuenta que todos los bautizados cristianos tenemos el encargo y la responsabilidad de ser también misioneros y de evangelizar: El papa Francisco dice: “La actividad misionera representa hoy el mayor desafío para la Iglesia, y la causa misionera debe ser la primera… La Iglesia, comunidad de los discípulos de Cristo, no tiene otra misión  sino evangelizar el  mundo”.

Y ahora, permitidme dos palabras sobre la “Parábola del fariseo y el publicano”: Os invito a fijarnos en las miradas de uno y otro personaje, tal como los presenta Jesús: El publicano, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pobre pecador”. La mirada del fariseo es todo lo contrario mira con autosatisfacción hacia afuera, a los demás, y dice: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros…”. 

El fariseo mira hacia afuera, hacia los demás, y se considera bueno, hasta el punto de que solo da gracias, porque es mejor que muchos. Orgulloso, se  cree bueno, y solo piensa en presentarse como bueno ante Dios; el  publicano se mira hacia adentro de sí mismo,  y con humildad reconoce ante Dios que es un  pecador, y le pide perdón.

Y habla Jesús: “Os digo que el publicano bajó a su casa justificado, y aquel, el fariseo, no. Porque  todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla, será enaltecido”.

¡Qué gran lección para los que hacemos oración! Y para todos: ¡Qué fácilmente  nos atrevemos a decir que Dios no nos escucha. Si en vez de mirar hacia fuera y compararnos con los demás, nos miráramos hacia adentro en oración y nos viéramos ante el espejo de Dios…,¿Quién puede considerarse puro y santo ante la santidad, la bondad y la pureza de Dios? Todos, como el publicano deberíamos bajar los ojos y orar con él y como él. Así podemos sentir la experiencia cierta del amor y la misericordia de Dios.

La Carta de Santiago dice muy claramente: “Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes” (Sant. 4, 6).

 

domingo, 9 de octubre de 2022

DOMINGO XXVIII T.O. (C)

-Textos:

            -2 Re 5, 14-17

            -Sal 97, 1b-4

            -2 Ti 2, 8-13

            -Lc 17, 11-19

- “Yendo Jesús, camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea…

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Queremos ser de Jesús, pero, además, queremos ser como Jesús. ¿Cómo es Jesús? ¿Qué hace Jesús? ¿Cómo se manifiesta Jesús?

En el evangelio de hoy encontramos a Jesús en la periferia, en la frontera; entre Galilea y Samaría. Los israelitas de Judea y Galilea consideraban a los samaritanos como gente mal vista, eran como paganos. Jesús está ahí, en la periferia de los creyentes y en contacto con los paganos.

Otro dato a tener en cuenta: Jesús entabla conversación con diez leprosos. Los leprosos tenían obligación de estar lejos de las personas sanas. A su vez las personas sanas tenían prohibido acercarse a los leprosos. Eran leyes sanitarias para evitar el contagio. Jesús no tiene reparo en  establecer conversación con estos diez leprosos; traspasa los límites, va más allá del  puramente legal, habla con ellos y los cura.

Y  hay más, todavía: entre los diez leprosos hay nueve, que forman parte del pueblo de Dios, y hay uno que no, que es samaritano y está considerado como pagano.  Jesús, de nuevo, traspasando límites y  en la frontera, cura a los diez, a los israelitas y a los paganos.

Más allá de la religión y de la raza, para él son personas, están enfermos, son necesitados, y los cura.

Así es Jesucristo.

Él cura a los que están físicamente enfermos, para que todos quedemos curados  de prejuicios, de diferencias y de límites que nos ponemos los humanos, pero que no humanizan, y que no son conformes a la voluntad de Dios. 

Jesucristo en este milagro nos muestra su corazón compasivo y perspectiva universalista. Para él lo que importa, sobre todo, es la persona; somos criaturas de Dios, somos hijos de Dios. Todos merecemos respeto, cuidado y salvación.

El Reinado de Dios, que él ha venido a implantar, es para todos. Él va a las periferias, se sitúa en la frontera, para traspasar las fronteras y mostrarnos un amor universal.

Jesucristo, en este evangelio, nos revela el rasgo más característico de Dios. Dios es misericordioso, Dios es misericordia. La primera manifestación de Dios en su relación con el mundo y con los hombres es el amor; y cuando los hombres  nos revelamos contra él y pecamos, él se deja llevar del corazón y nos trata con misericordia, para llamarnos a conversión.

Nosotros nos confesamos cristianos, queremos ser de Jesús y ser como Jesús. Por eso, nosotros tenemos que superar prejuicios, ir a las periferias, a los que no frecuentan la iglesia y las prácticas religiosas, a los que tienen ideas sobre la moral contrarias a las nuestras, a los  que practican otra religión, a los que nos miran mal y con reservas.

Como cristianos hemos de pedir la gracia y el carisma y el valor de estar ahí, cerca de ellos. Para dar testimonio de Jesús, de sus gestos y de sus enseñanzas y mostrarles el verdadero rostro de Dios. “Sed misericordiosos, nos dice Jesús, como vuestro Padre celestial es misericordioso”.

También vosotras, queridas hermanas benedictinas, sois invitadas a estar en la periferia, a superar los límites y prejuicios que separan y deshumanizan. Vosotras habéis sido llamadas  con vocación especial a buscar sobre todo el rostro de Dios y contemplar al Dios Padre de la misericordia. Vosotras, por eso mismo,  habéis de mostrar la misericordia de Dios en vuestra comunidad, y con todos, poniendo en práctica la consigna de san Benito: “Recibir al hermano y al huésped como a Cristo”.-

domingo, 2 de octubre de 2022

DOMINGO XXVII T.O. (C)

-Textos:

            -Hab 1, 2-3; 2, 2-4

            -Sal 94, 1-2. 6-9

            -2 Tim 1, 6-8. 13-14

            -Lc 17, 5-10

 “Auméntanos la fe”.

 “Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos”:

La fe, queridos hermanos crece o decrece, aumenta o disminuye y se agota. La fe es un don de Dios, una gracia, una energía, que se desarrolla, da sentido a la vida, e ilumina. 

La fe en Dios, en Jesucristo, en las verdades que emanan de lo que Jesucristo nos enseñó con sus palabras, su ejemplo de vida, y que ahora recibimos en la Iglesia, es un don de  Dios y la más preciosa herencia que recibimos y podemos transmitir. Por eso, tenemos que cuidarla, cultivarla y acrecentarla. Si no, el tesoro precioso de la fe se debilita y acaba perdiéndose.

No sé si apreciamos debidamente el gran tesoro de la fe: la fe cambia la manera de vivir, de pensar y de reaccionar ante las circunstancias de la vida: a la hora de tomar unas decisiones u otras sobre la profesión, el trabajo, el dinero, la salud. No es lo mismo  pensar que vivimos para siempre y que, como criaturas humanas, somos seres para la eternidad, que pensar que todo se acaba, cuando, más tarde o más temprano, nos morimos.

La fe cristiana, cuando es viva, activa, cuando cuenta de verdad en nuestra vida, nos hacer reaccionar de manera muy distinta ante el dolor, la enfermedad o la desgracia imprevista. Pero, sobre todo, la fe nos ayuda a vivir en una relación personal  de amistad con Dios, con Jesucristo, con  la Virgen y los santos. La fe nos enriquece nuestra vida afectiva, nos descubre y nos hace sentir la amistad con Dios.

La fe en Dios fomenta y potencia el amor al prójimo. Fomenta la caridad y la solidaridad. Mi prójimo no es mi rival, sino mi hermano. Para crecer en el amor es sumamente conveniente, incluso necesaria, la fe. Y para crecer en la fe es, necesario practicar la caridad, la misericordia, la solidaridad, la justicia y todas las virtudes.

Este impulso que da la fe hacia la caridad y hacia la práctica del deber y del bien no nace primeramente de nuestros buenos sentimientos, sino del corazón de Dios. Dios es amor y es el sembrador del amor en el campo de nuestro corazón. Pero además, sí, nuestra fe tiene que ser activa. Pide y mueve la voluntad para practicar, la verdad, la justicia, la piedad y la oración. Nos da serenidad y firmeza para manifestar, cuando es oportuno o necesario que somos creyentes y queremos cumplir en  todo la voluntad de Dios.

Los cristianos, verdaderamente creyentes somos todos llamados y urgidos por Jesucristo a trasmitir la fe que hemos recibido. Debemos pensar que  trasmitir la fe a nuestros hijos y a las generaciones jóvenes merece mayor empeño y más dedicación que tratar de darles unos estudios y prepararlos profesionalmente. Todo es importante, pero los estudios son solo para esta vida, la fe es para saber vivir en esta vida y para alcanzar la vida eterna.

La Iglesia nos enseña que la fe es don de Dios, y que hay que pedirla en la oración, en la práctica de los sacramentos, sobre todo, en la eucaristía de cada domingo o diaria.