domingo, 26 de marzo de 2017

DOMINGO IV CUARESMA (A)

-Textos:

-Sam 36, 1b. 6-7. 10-13a
-Sal 22, 1-6
-Ef 5, 8-14
-Jn 9, 1-41

Monición al Evangelio

Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Nuestra Madre Iglesia, para prepararnos a las fiestas de Pascua, nos habla de nuestro bautismo. ¿Somos conscientes del gran regalo que nos hicieron el día que nos llevaron a bautizar a la parroquia?

De todas maneras, el evangelio del ciego de nacimiento es una preciosa catequesis que nos habla de la gracia y el regalo tan grande que es el bautismo y los beneficios grandes que nos aporta la fe en Jesucristo.

Jesucristo es la luz del mundo. Esta es la enseñanza central. La fe en Jesucristo nos transmite la vida de Cristo, nos da criterios para saber distinguir el bien del mal, y nos propone un camino para transmitir a nuestros hijos y a las generaciones jóvenes razones para vivir, luchar y hacer un mundo mejor.

Además de Jesús, en el evangelio de hoy encontramos dos protagonistas: el ciego de nacimiento y los fariseos.

El ciego se muestra humilde, obedece a Jesús y es sincero: en un primer momento habla de Jesús y piensa que es un hombre que le ha curado; luego, ya dice delante de todos que es un profeta, al final del relato, conversando con Jesús lo llama Señor, y dice rotundamente: “Sí, creo Señor”.

Los otros protagonistas son los fariseos: La preocupación de ellos es descubrir si el ciego ha sido curado en sábado y si Jesucristo ha quebrantado la ley. Dicen primero que Jesús no viene de Dios, luego dicen que es un pecador; además dan muestras de estar seguros y saber la verdad, terminan insultando al ciego que ha sido curado y expulsándolo de la sinagoga. Acaban sin creer en Jesús y maltratando al prójimo.

Saquemos alguna consecuencia: El ciego, sencillo y sincero, recupera la vista y recibe la luz de la fe en Jesucristo. Los fariseos, que creen que tienen la luz de la verdad, acaban ciegos: no ven en Jesús al Salvador del mundo, y tratan con desprecio al prójimo.


La conclusión es clara: Para descubrir toda la riqueza que nos proporciona el bautismo y tener fe firme y clara, hemos de ser humildes. Y que si somos orgullosos y nos creemos que no necesitamos ni de Jesús ni de Dios para andar por la vida, nos tropezaremos una y otra vez y acabaremos sin fe en Dios y maltratando al prójimo. 

domingo, 19 de marzo de 2017

DOMINGO III CUARESMA (A)

-Textos:

       -Ex 37, 3-7
       -Sal 94, 1-2.6-9
       -Ro 5, 1-2.5-8
       -Jn 4, 5-42

Soy yo: el que habla contigo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Vivimos con alegría nuestro bautismo? ¿Somos conscientes del regalo tan inmenso que nos hicieron el día que nos llevaron a bautizar? Otro aspecto: ¿Respondemos a nuestra vocación y cumplimos la misión y los compromisos que entraña nuestro bautismo? Conviene que nos hagamos estas preguntas en este domingo de cuaresma, que además celebramos el “Día del seminario”.

Porque el evangelio del “Diálogo de Jesús con la Samaritana” que hemos escuchado, es una preciosa catequesis bautismal. El dialogo de Jesús con la Samaritana es un retrato magistral de Jesús como evangelizador, que trata de despertar la fe en esta mujer de Samaría.

Todos necesitamos despertar nuestra fe, o al menos avivarla, hacerla militante, dar testimonio en casa, en la calle en el trabajo. Ahora más que nunca. Cuando vemos cada vez con mayor frecuencia y tratamos con personas que tienen otra fe y otra manera de vivirla; con personas que han abandonado la fe cristiana, que no creen o que incluso combaten la fe católica.

Hoy más que nunca necesitamos testigos de la fe y evangelizadores:

Evangelizadoras sois vosotras queridas hermanas benedictinas: Con vuestros cantos y vuestra vida vosotras nos descubrís que todos tenemos sed de Dios. Y nos invitáis a acudir a tomar el agua de la gracia en la oración y los sacramentos.

Evangelizadores somos los sacerdotes. Jesús nos da su Espíritu para que seamos hábiles predicadores de la palabra de Dios. Aquí y en Europa, cada día somos menos los sacerdotes. Son pocos los jóvenes que optan por una vocación tan excelente como es despertar en el corazón del hombre la sed de Dios, y proponer el encuentro con Jesucristo. Pidamos por las vocaciones al sacerdocio; creamos un ambiente en la familia, en las parroquias, en los colegios, donde pueda surgir una vocación.

Pero catequistas sois todos los seglares bautizados. Con los hijos, con los nietos, en el trabajo, con los amigos. También colaborando en instituciones que influyen en la opinión pública. Son muchos los seglares bautizados. Pero no son tantos los bautizados seglares comprometidos en trasmitir la fe y el evangelio.


Que todos podamos decir como aquellos samaritanos: “Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es en verdad el Salvador del mundo.”

domingo, 12 de marzo de 2017

DOMINGO II CUARESMA (A)

-Textos:

       -Gn 12, 1-4ª
       -Sal 32, 4-5.18-22
       -2 Tim 1, 8b-10
       -Mt 17, 1-9

Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta”.

También los peregrinos a Javier subieron ayer y el domingo anterior a la colina del castillo de Javier; también nosotros, hoy, somos invitados en esta eucaristía a subir por el camino cuaresmal hacia la Pascua.

Es importante tomar nota de la situación y estado de ánimo de los discípulos, cuando Jesús invita a los tres más representativos a subir a la montaña.

Acababan de escuchar de labios de Jesús: “Tengo que subir a Jerusalén y allí sufrir mucho y ser ejecutado…” Y a continuación: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a así mismo, que cargue con su cruz y me siga”. No son palabras halagüeñas las que salen de labios del Maestro. Pedro y los discípulos están desconcertados y preocupados.

A veces, el ambiente de la calle, los medios de comunicación, las noticias que salen en los periódicos nos transmiten un ambiente de indiferencia, y de hostilidad para la fe cristiana, y los valores que propone Jesús en el evangelio. En este ambiente, no es fácil expresar la fe y dar testimonio de ella. En el fondo nos pasa que queremos quedar bien y triunfar, como los apóstoles.

Jesús, sin embargo, hoy, como, ayer, parece que prefiere obedecer al Padre, callar, soportar el dolor de los que sufren, cargar con el pecado de los pecadores; esperar que se conviertan los que adoran el dinero, los que trafican con seres humanos…; esperar y amar, hasta dar la vida… Es su método. No lo acabamos de entender.
Jesús, en esta celebración, se transfigura y se revela, anticipándonos así el final de su historia y de la nuestra. Jesús, el crucificado, se nos revela resucitado.

Lo vemos con el rostro resplandeciente de gloria de Dios, sus vestiduras blancas traslucen su divinidad.

Vemos, además, presentes a los dos testigos más cualificados del pueblo de Israel: Moisés y Elías, la Ley y los Profetas.

Y vemos, sobre todo, el testimonio supremo, el testimonio de Dios. Dios aparece como nube luminosa, no se le ve cara a cara, pero se deja oír.

Hermanos todos, es la voz de Dios. ¿Qué dice? Oigamos bien, para que no dudemos: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Creamos, contemplemos y gocemos.

Sí, es Jesús, el ridiculizado por la sociedad olvidadiza, opulenta y secularizada. Pero es Jesús, glorioso, triunfante, divino. Preludio del mundo salvado, del Reino de Dios logrado. Creamos ahora que nos sentimos en minoría, creamos ante quienes piensan que el futuro es de la ciencia y de la técnica, de la razón y sólo de la razón. Creamos: Jesús el crucificado, vencedor de la muerte y del pecado, resplandeciente de gloria, preludio del mundo nuevo.

Pero no nos quedemos extasiados. Sigamos atentos. Dios no ha terminado de hablar, continúa y dice: “¡Escuchadle!

Escuchadle: escuchadle durante este tiempo de cuaresma; es un tiempo de entrenamiento, para poner en práctica su evangelio. Viene la Pascua, también nosotros podemos quedar transfigurados por su gracia, con una fe viva, una esperanza cierta, un amor que contagia y atrae.

Ojalá, queridas hermanas y queridos hermanos: Todos los que han peregrinado a Javier estos días, sobre todo los jóvenes y las jóvenes, hayan visto en el rostro sonriente del Cristo crucificado de Javier, la gloria del Cristo victorioso, que trae un mundo nuevo. Pero ojalá que hayan tenido la gracia de quedar impresionados por el mensaje de Dios Padre: “Escuchadle”, y sigan sin escandalizarse y sin miedo al Cristo sonriente y crucificado.

Nosotros, ahora, en el altar tenemos la misma llamada y el mismo reto: seguir a Cristo crucificado, viéndolo resucitado en la eucaristía.

domingo, 5 de marzo de 2017

DOMINGO I CUARESMA (A)

-Textos:

-Gn 2, 7-9. 3, 1-7
-Sal 50, 3-6.12-14.17
-Ro 5, 12-19
-Mt 4, 1-11

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este primero y solemne domingo de cuaresma, punto de salida para la gran marcha hacia la Pascua, me voy a permitir presentaros un drama en tres actos: el drama de la vida humana y del mundo.

El primer acto se titula “La creación”, el protagonista es Dios Padre: “El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo… El Señor Dios plantó un jardín en Edén…”.

Dios ha creado el mundo y ha creado al hombre. Y nos hizo a su imagen y semejanza, racionales y libres. Nos puso en el centro de la creación como colaboradores suyos, para que cultivemos y cuidemos la creación y la vayamos perfeccionando. Para eso Dios puso sus leyes en la creación y nos dio sus mandamientos. Los mandamientos del Señor son caminos de vida, de prosperidad y de paz, para los hombres y para el mundo entero.

Este fue el proyecto de Dios, el jardín del Edén y el hombre en medio de él. Es el primer acto del drama de la vida.

El segundo acto se titula “El pecado”. Y los protagonistas somos los hombres. “Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres…” Son palabras de san Pablo en la segunda lectura.

Nosotros, los seres humanos, no somos dioses, somos criaturas limitadas, pero libres y racionales y nos vemos ante el mundo y la historia en un dilema: aceptar nuestra condición de criaturas, reconocer al Creador y obedecer sus mandatos, o por el contrario, dejar a un lado al Creador, desobedecer sus mandamientos e intentar ser dioses.

En esto consiste el pecado original: renegar de nuestra condición de criaturas y pretender ser dioses. Con el pecado original se despiertan en nosotros las tendencias más perjudiciales para el ser humano: la negación del hombre como imagen de Dios, la soberbia, la avaricia, el desenfreno, la envida, el afán desmedido de poder.

En este segundo acto hay un segundo protagonista, que no podemos descuidar: el demonio que desempeña dos papeles: Es tentador, que incentiva todas las pasiones y tendencias del corazón humano contrarias a Dios y destructoras de nuestra felicidad; y en segundo lugar, es mentiroso por naturaleza e intenta hacernos creer, que siguiendo esas pasiones tentadoras, pero destructoras, seremos felices, mientras que si obedecemos a Dios y a sus mandamientos sólo encontraremos tristeza y sufrimientos.

El resultado de este segundo acto ya lo vemos: Dios diseñó el jardín del Edén, y el pecado ha desencadenado esta historia humana que estamos llorando y sufriendo.

Y llegamos al tercer acto de este drama de la vida: El protagonista es Jesucristo. Dios Padre es fiel, y siguen su propósito de dar lugar a que su obra creadora llegue a ser un jardín, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y tanto nos ama que envía a su Hijo al mundo. Jesucristo asume nuestra condición de criatura: pasa por las tentaciones de riquezas y bienes materiales, de utilizar a Dios, en vez de obedecerle, de confiar en el poder y prescindir de Dios. Pero “se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios los exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”. Y “donde abundó el pecado sobre abundó la gracia”.

En la segunda lectura, san Pablo grita con fuerza y lleno de gozo: “No hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don desbordaron sobre todos.

Queridos hermanos todos: Cristo ha vencido la muerte, el pecado y todas las tentaciones. En Cristo nosotros podemos vencer todas las tentaciones, sentirnos felices de ser criaturas amadas de Dios e hijos de Dios; podemos soñar y esperar con fundamento que este mundo llegará a ser un jardín y viviremos felices en él con Dios y los santos; un cielo nuevo y una tierra nueva; una pascua eterna.


Y permitidme, todavía, un epílogo a este drama: El Espíritu llevó a Jesús al desierto, el Espíritu y la Iglesia nos invitan hoy a entrar en la cuaresma, para tomar conciencia de cuáles son nuestras tentaciones, para saber dónde está nuestro corazón. Y sobre todo para convertirnos a Jesucristo y reafirmar nuestra adhesión a él.