domingo, 11 de diciembre de 2022

D0MINGO III DE DVIENTO (A)

-Textos:

            -Is 35, 1-6ª. 10

            -Sal 145, 6c-10

            -Sant 5, 7-10

            -Mt 11, 2-11

Hermanos: esperad con paciencia hasta la venida del Señor… Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Paciencia, ¡qué importante es la virtud de la paciencia! Y no hablo solo de la paciencia que necesitamos para vivir en paz en casa con los hijos o con el esposo o la esposa. Hablo de la paciencia para esperar a que llegue el momento en el que se cumplan aquellas palabras: “Entonces verá venir al Hijo del Hombre venir con gran poder y majestad…”.

Ya en las primeras comunidades cristianas hubo cristianos que llegaron a creer que Jesucristo, que subió a los cielos volvería muy pronto como Señor triunfante y glorioso. Y quedaron  confundidos al ver que  pasaba el tiempo y el Señor resucitado no volvía. San Pedro en  una carta dirigida a sus cristianos dice: “El Señor no retrasa su promesa, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión” (2 Pe 3, 9).

Dios es fiel y cumple sus promesas, pero ha querido que nosotros libremente abramos el corazón a la fe y nos convirtamos. Por eso, el tiempo de adviento es un tiempo de gracia de Dios, para que nos curtamos en la fe y en la paciencia.

¿Qué podemos hacer para crecer en la paciencia y en la esperanza? Todo empieza por despertar al amor a Jesucristo y a los hermanos: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Descubrir cuánto nos amó y nos sigue amando Jesucristo; dejarnos ganar por ese amor y nuestro corazón  dejará de dudar y de vacilar y tendrá firmeza para no impacientarse y desistir de esperar a Jesús y a que se cumpla la promesa de un mundo nuevo. Mirad cuánto es capaz de aguantar una madre los lloros y las impertinencias de su hijo, por más  que no le deje dormir. Pero quiere a su hijo y es capaz de aguantar hasta que se tranquiliza y sonríe.      

La impaciencia, sin embargo, en la vida espiritual, e incluso en toda ocasión es peligrosa. Porque la impaciencia puede generar desaliento, y el desaliento tristeza, y la tristeza desfallecimiento y, al final, abandono de la fe.

Sin duda muchos de nosotros conocemos la excusa que nos dicen algunos amigos, compañeros o incluso parientes, para explicarnos por qué han abandonado las prácticas religiosas y dicen que ya no creen. Se justifican diciendo que todo lo que predican los curas son solo palabras que no se verifican ni se cumplen. Y desertan de acudir a la iglesia, reunirse  como pueblo de Dios, y practicar la oración y los sacramentos. El dinero, la ciencia, la medicina hacen milagros. Con eso basta.

¿De verdad que con eso basta? No pensáis, hermanas y hermanos, que es más fácil creer en los hechos y los dichos de Jesús que se mueve entre pobres, enfermos, y pecadores, y acaba dando la vida por salvarnos a nosotros que somos pecadores, olvidadizos y desagradecidos? ¿No pensáis que es más razonable creer en Jesús, que retorcer nuestro pensamiento y hacerlo callar para que  no nos atormente con preguntas como  estas: ¿De dónde venimos, a dónde vamos, de dónde saco fuerzas para  amar a mi mujer, a mi hermana, a mi vecino? ¿Para hacer un mundo mejor y una ecología más habitable? En definitiva, para amar a los demás como a mí mismo, o como me ama Jesucristo.

La segunda Carta de Santiago nos ha dicho esta mañana: “Esperad con paciencia hasta la venida del Señor… Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca”.