domingo, 28 de febrero de 2021

DOMINGO II DE CUARESMA (B)


-Textos:

       -Gn 22, 1-2. 9ª. 10-13. 15-18

       -Sal 115, 10. 15-19

       -Ro 8, 31b-34

       -Mc 9, 22-10

Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto y se transfiguró delante de ellos”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús subió a la montaña con tres de sus discípulos, hoy, por medio de la Iglesia, somos invitados todos nosotros a subir a la montaña. La montaña ha sido siempre, y es hoy también, un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. La montaña es una metáfora de la Cuaresma. La cuaresma es un tiempo de gracia que nos prepara para la Pascua, allí, en Pascua, veremos la gloria del Señor, cómo entregó su vida por nosotros y cómo su Padre Dios lo resucita para que nosotros por la fe podamos alcanzar también la salvación y la vida eterna.

Subir una montaña supone ganas, ilusión de alcanzar la cumbre, y también esfuerzo y trabajo. La montaña de la cuaresma nos está pidiendo a todos nosotros ilusión de llegar a la pascua convertidos, renovados, y más decididos a seguir a Jesucristo. Pero, ¿estamos ya en marcha? ¿Estamos ya poniendo en práctica un plan de cuaresma, que no interrumpe las obligaciones diarias, pero sí me supone un esfuerzo y alguna práctica que se sale de lo ordinario, y me ayuda a mantener viva la esperanza de experimentar el gozo de la Pascua de 2021?

El evangelio dice que “Jesús se transfiguró ante ellos”; a nosotros es la Palabra de Dios la que nos ilumina y nos permite experimentar por la fe los frutos y las enseñanzas que se desprenden del misterio de la transfiguración del Señor.

Dice el prefacio de la misa de hoy: “Para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. La aplicación es clara: Es preciso vivir bien y seriamente la cuaresma, para experimentar toda la alegría y todos los frutos de gracia que nos ofrece la pascua.

Pero el evangelio de hoy todavía nos guarda el mensaje más importante: “Este es mi Hijo, el amado: ¡Escuchadle!

No es un cualquiera quien nos comunica este mensaje: Es la voz que sale de la nube de la divinidad, es la voz misma de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo: “Este es mi Hijo, el amado: ¿Escuchadle!”: Creamos en Jesucristo, como creyó Abrahán, que creyó que Dios tenía poder de resucitar a los muertos (Heb 11, 16); amemos a Jesucristo con el amor que nos recomienda San Pablo en la epístola: “Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y… además intercede por nosotros”.

Puestos los ojos en Jesucristo, seremos capaces de afrontar todas las pruebas, contrariedades y sufrimientos que nos trae la vida y el esfuerzo sincero de cumplir la voluntad de Dios.

Y, por supuesto, poner los ojos en Jesús, nos permite llevar un plan de vida de cuaresma que nos dispone para una pascua renovadora que tanto necesitamos.


domingo, 21 de febrero de 2021

DOMINGO I DE CUARESMA (B)

-Textos:

       -Gen 9, 8-15

       -Sal 24, 4-5a. 6. 7cd. 8-9

       -1 Pe 3, 18-22

       -Mc 1, 12-15

Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Se ha cumplido el tiempo, ha llegado la cuaresma. La pandemia y sus penosas consecuencias atraen toda la atención y desplazan cualquier otro pensamiento. Pero, gracias a Dios, no somos solo cuerpo y materia, tenemos un espíritu abierto siempre a la posibilidad de crecer, de superarnos, de mejorar nuestras condiciones de vida física, espiritual y social. Y nosotros, además, hemos tenido la gracia de la fe.

Hoy, para nosotros cristianos, comienza un tiempo muy especial, la cuaresma. Volvamos nuestra atención a las palabras finales del evangelio: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”.

La pandemia no puede obsesionarnos y cerrarnos a otras posibilidades como es la llamada de Dios para atender la voz de nuestra conciencia, cómo van nuestras relaciones con Dios y con el prójimo.

La cuaresma es una oportunidad, un tiempo de gracia. Dios tiene prevista una gracia particular y específica para cada uno de nosotros, en estos cuarenta días hasta la Pascua. No desperdiciemos esta gracia. “Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.

¿Qué podemos hacer?

Lo que tenemos que hacer en todo momento los cristianos: poner los ojos en Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo se encuentra en un momento decisivo de su vida. En el momento de su bautismo en el Jordán su Padre Dios le ha enviado a salir a la vida pública y a predicar el evangelio; después él ha tenido la noticia de que su predecesor, Juan el Bautista, ha sido apresado y muerto por Herodes. Jesús sabe que la misión que va a empezar tiene muchos riesgos. Jesús, no duda, pero piensa y escucha la voz de Dios; y primero de todo, va al desierto, llevado del Espíritu Santo.

Jesús sabía que en el desierto el Padre Dios hablaba al corazón palabras de amor y de consuelo; sabía que también probaba a sus elegidos para saber qué había en sus corazones. Y Jesús, antes de lanzarse a la gran misión de anunciar el Reino de Dios, va al desierto.

El desierto ofrece muchas posibilidades: Vida austera, oración, mirada hacia el interior de sí mismo, liberar el corazón de miedos, de apegos y dependencias, y así disponer el espíritu para escuchar la voz de Dios y llevarla a la práctica. Jesús, en este momento crucial de su vida, fue al desierto y estuvo cuarenta días.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos: Vida austera, silencio, oración y reflexión. La pandemia nos preocupa, nos está condicionando todos los aspectos de nuestra vida; los medios de comunicación anuncian mucho más problemas que buenas noticias.

La Iglesia hoy nos invita a una experiencia espiritual y de fe, que promete ser una experiencia enormemente saludable y benéfica para nuestro espíritu y para nuestra vida en general. Y quizás un experiencia absolutamente necesaria para rectificar y corregir conductas que Dios no aprueba, y que hacen daño a nuestros prójimos.

Hagamos un plan para esta cuaresma. Dios nos promete una gracia especial, es una oportunidad para nuestra alma.

Entremos en la cuaresma. Y ahora vengamos a la eucaristía; que Jesús nos dé fuerzas para llevar a efecto estas propuestas que nos hace.


domingo, 14 de febrero de 2021

DOMINGO VI T.O. (B) CAMPAÑA CONTRA EL HOMBRE - MANOS UNIDAS

-Textos:

       -Lev 13, 1-2. 44-46

       -Sal 31, 1b-2. 5. 11

       -1Co 10, 31-11,1

       -Mc 1, 40-45

Compadecido, extendió la mano y lo tocó”. “Contagiar solidaridad para acabar con el hambre”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, junto a la frase evangélica, que muestra el tema central de la homilía, hemos puesto otra frase de la “Campaña de Manos Unidas”, que no es literalmente evangélica, pero que señala el punto donde debemos aplicar el mensaje de Jesús.

Observemos con detalle el comportamiento de Jesús, nuestro Señor, con este hombre, que es una persona, que padece una enfermedad contagiosa, la lepra.

Actualmente nosotros podemos entender mejor, a causa de la pandemia que nos azota, la situación lastimosa y trágica que este hombre leproso está soportando, en aquellos tiempos.

En aquel entonces, la primera y única medida para evitar el contagio de la lepra, -enfermedad entonces infecciosa e incurable-, era establecer distancia frente al enfermo que la padecía. Para eso obligaban al leproso a vivir alejado de la gente, y él mismo tenía obligación de avisar y dar voces, para que las gentes advirtiesen que estaban cerca y huyeran de él. Por supuesto, otra medida era que, si alguien tocaba al leproso, quedaba declarado impuro como el mismo leproso.

En estas circunstancias, un leproso, faltando a las normas, se acerca a Jesús. Jesús ¿Cómo reacciona? ¿Lo despacha? ¿Huye de él, como estaba mandado? Ya habéis escuchado: Jesús siente compasión, -compadecido, dice el texto- y, lejos de establecer distancia, extendió la mano, ¡extendió la mano! y ¡lo tocó! Lo tocó contraviniendo las normas legales.

En ese momento, Jesús ante una persona tan marginada, enferma y menospreciada, antepuso la persona a la ley; como si le quisiera decir al enfermo: -“Tú, hermano, para mí, por más que tengas esa enfermedad, eres más que tu enfermedad, eres un ser humano, eres una criatura de Dios, imagen y semejanza de mi Padre Dios. Con el trato que le da, Jesús, antes de curarle la enfermedad, le devuelve la dignidad. Y por supuesto, luego lo cura.

Y no por legalismo, sino por conveniencia de seguridad para el mismo que acaba de ser sanado, y para las personas que van a encontrarse con él, le manda a que le den el certificado de que ya no es persona contagiosa.

Todo esto nos dice la palabra de Dios en este domingo de la Campaña contra el hambre en el mundo. La campaña nos lanza el mensaje: “Contagia solidaridad para acabar con el hambre en el mundo”. Todos entendemos que hay contagios y contagios; contagios que hay que evitar a toda costa y contagios que a toda costa hay que procurar.

Agradecemos a “Manos Unidas” que en esta sociedad nuestra, en la que el individualismos se deja ver más que la solidaridad, nos invite a contagiarnos, sí, a contagiarnos de solidaridad, ante una epidemia, la del hambre en el mundo, tan perniciosa como la covid-19.

El papa Francisco abre el camino a la llamada de “Manos unidas”, cuando en la “Fratelli tutti” nos dice: “El bien común sólo lo construiremos al sentir al otro tan importante como nosotros mismos”.

Y ciertamente, en la eucaristía vemos palpablemente que Jesucristo a todos nos considera sumamente importantes, como diremos en el prefacio de esta misa: “Con este sacramento alimentas y santificas a tus fieles, para que una misma fe ilumine y un mismo amor congregue a todos los hombres que habitan un mismo mundo”.- Así sea.


domingo, 7 de febrero de 2021

DOMINGO V T.O.(B)

-Textos:

       -Job 7, 1-4. 6-7

       -Sal 146, 1b-6

       -1 Co 9, 16-19. 22-23

       -Mc 1, 29-39

Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús curando a una mujer enferma, a la suegra de Simón Pedro, su amigo y discípulo incondicional.

En la primera lectura hemos escuchado los lamentos de Job, un hombre, hasta ese momento rico, poderoso y feliz, que de repente se ve pobre, enfermo, atacado por la lepra, y desposeído de todos sus bienes. “Corren mis días más que una lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza”.

Nosotros, lo que hemos venido a esta eucaristía dominical, no nos encontramos envueltos en una pandemia, que si no nos ha atacado ya personalmente debilitando nuestra salud, sí nos tiene apesadumbrados por las nuevas situaciones molestas, y a veces dolorosas y trágicas, a las que nos está sometiendo en todos los órdenes de vida, especialmente en las relaciones personales.

Jesús venía de la sinagoga de predicar el evangelio, expulsar demonios y curar enfermos, entra en casa de su amigo y discípulo, Simón Pedro, y encuentra a la suegra de éste enferma y postrada en la cama.

Pongamos atención en los detalles, cómo actúa Jesús ante esta situación inesperada: Se acerca, se acerca a la enferma; y no sólo se acerca, la toma de la mano, la toca, (ahora, con la historia de la distancia social, apreciamos mejor todo lo que significa tocar y apretar la mano), y la levanta. El evangelista Marcos para contarnos que le ayuda a ponerse en pie, emplea el verbo levantar, que significa también resucitar: la levanta, la resucita, la devuelve a la vida.

Nos vamos a quedar aquí, sin más, mirando a Jesús, cómo trata a la enferma, qué hace para sanarla: cercanía, amistad entrañable, tenderle la mano y ayudarla.

Y después, vamos a traer a nuestro pensamiento, lo que tenemos a nuestro alrededor a causa de la perniciosa pandemia, y de otras circunstancias igualmente penosas: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué estamos haciendo?

En estas circunstancias difíciles, y para muchos angustiosas, somos testigos de gestos de personas e instituciones muy en la línea de nuestro Señor Jesucristo: Sanitarios, ayudantes de sanitarios, científicos de laboratorios, autoridades públicas actuando lo mejor que saben y pueden, voluntarios arriesgados y generosos…, y la sociedad que en general se esfuerza por actuar responsablemente cumpliendo las normas.

¿Pero que pasa dentro de cada uno de nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestro estado de ánimo, en los interrogantes que nos asaltan? Porque muchos se interrogan, nosotros mismos damos opiniones…

Dos gestos de Jesús podemos anotar desde lo escuchado en el evangelio de hoy:

En medio de toda la actividad de Jesús, de los amigos que le piden ayuda, de la gente que lo busca, Jesús saca tiempo, deja todo y se retira a orar. Cuenta con Dios, su Padre.

Nosotros contamos con los científicos y con los sanitarios, lloramos y exigimos, pero ¿Invocamos a Dios? En Dios vivimos, nos movemos y existimos, Él es Dios de vivos, y no de muertos, dice Jesús mismo. Él sostiene el esfuerzo de los sanitarios, alienta la inteligencia de los científicos, y la libertad y responsabilidad de cada uno de nosotros, ¿contamos con él? Pedimos su ayuda?

Y, un segundo gesto, tomado del ejemplo de Jesús: implicación personal y ayuda, imaginación para encontrar las maneras de demostrar amor real y voluntad de presencia, calor humano. Y supuesto que no se nos permite el abrazo ni el apretón de manos, podemos suplir la cercanía con la responsabilidad. Desde Dios y desde Jesús, en estas circunstancias, amor quiere decir responsabilidad.