domingo, 25 de octubre de 2020

DOMINGO XXX T.O. (A)

 

-Textos:

       -Ex 22, 20-26

       -Sal 27, 2-4. 47-51ab

       -Tes 1, 5c-10

       -Mt 22, 34-40

Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo nuestra Madre la Iglesia nos presenta ante todo el santo y seña de nuestra fe cristiana, la síntesis de nuestra fe, y el motivo que da sentido a nuestra vida de creyentes seguidores de Jesús: El amor.

Dios es amor, nosotros somos imagen de Dios, el amor es nuestra vocación, son palabras de san Juan Pablo segundo.

En la experiencia humana del amor es preciso contar con un contrapunto inevitable: el egoísmo. El amor pide que salgamos de nosotros mismos, y el egoísmo tiende a centrar toda nuestra vida en buscarnos a nosotros mismos.

Por eso, la vida humana es tarea de amor.

En esta tarea esencial de nuestra vida, nosotros cristianos creemos y sabemos que Jesucristo, que tuvo como lema de toda su vida: cumplir la voluntad de Dios, y amar y servir a los hombres hasta el extremo de dar la vida, es el modelo supremo y, perfecto del amor: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.

Por eso Jesucristo hoy nos enseña el secreto para el éxito de nuestra vida y nos propone el amor como mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda alama, con toda tu mente”. “Este es el mandamiento principal y primero”.

Hermanos y hermanas, ¿creemos de verdad que en amar a Dios sobre todas las cosas consiste el fin de nuestra vida, y nuestra felicidad? S. Agustín nos saca de dudas con un pensamiento que muchas veces hemos oído: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Pero Jesucristo, no solo enseña que amemos a Dios, Él nos dice: “Y el segundo mandamiento es semejante al primero, “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.

La fuente del amor es Dios, pero el amor de Dios lleva por su propia naturaleza al amor al prójimo; el amor de Dios se verifica, se acredita en el amor al prójimo. “Si alguno dice: “Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.

Al llegar a este punto, la liturgia de hoy nos pone frente un amor al prójimo muy concreto y realista: Dice la primera lectura: “No matarás ni explotarás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros… Y sigue: No explotaras a las viudas ni a huérfanos… Si prestas dinero… a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses… Porque yo soy compasivo”. Amor a Dios y amor al prójimo concreto y efectivo.

Dejadme terminar. Llamando la atención a esta frase: “Porque yo soy compasivo”. “Dios es compasivo”.

Dios ha sido compasivo con nosotros muchas veces en la vida.

Si podemos amar a Dios es porque Dios nos ama primero, muchas veces y de muchas maneras: la vida, la salud, los padres, la familia los amigos, la fe, el sentido de nuestra vida, el perdón cuando pecamos, la esperanza… Todos tenemos una historia, que analizada desde la fe es historia del amor de Dios para con nosotros. Si queremos poder y saber amar, a Dios y al prójimo, vayamos a la fuente del amor de Dios, que mana en la historia de nuestra vida.

Sobre todo, vengamos a la eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana, manifestación suprema del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.


domingo, 18 de octubre de 2020

DOMINGO XXIX T.O. (A) DOMUND

-Textos:

       -Is 45, 1. 4-6

       -Sal 95, 1. 3-5. 7-10ac

       -Tes 1, 1-5b

       -Mt 22, 15-21


Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos en la Iglesia un domingo especial, el DOMUND. Por eso, me ha parecido mejor dejar a un lado el tema del evangelio comentado tantas veces, “Dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios”, para hablar del DOMUND.

Se trata este año de un Domund del todo especial debido a la pandemia de Covid-19. El papa Francisco ante la asamblea de las Naciones Unidas dijo: “La pandemia nos ha demostrado que no podemos vivir sin el otro y menos aún, el uno contra el otro”. Si en nuestros países desarrollados la pandemia está produciendo efectos catastróficos en la salud y en la economía, en los países menos desarrollados los perjuicios de Covid-19, se suman a calamidades como la malaria, el dengue y el hambre.

Y en eso países está la Iglesia y están nuestros misioneros.

Lejos de dejarse amedrentar por el coronavirus, han continuado en sus puestos, y en su misión de anunciar a Jesucristo: curando las enfermedades, llamando a la fe y dando testimonio de caridad extrema.

El apóstol san Pablo, hoy en la segunda lectura dice de la joven comunidad cristiana de Tesalónica que él había fundado pocos años antes: -“Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”.

¿Se puede decir de nosotros cristianos y católicos, de nuestras familias, de nuestras parroquias, de nuestra diócesis esta preciosa frase, síntesis perfecta de lo que es y de lo que debe ser fe cristiana real y coherentemente vivida?: -“Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”.

Porque tengamos muy en cuenta el lema que el papa Francisco ha querido proponer para la jornada de este año: “Aquí estoy, envíame”.

El lema va directo a todos y a cada uno de los cristianos. Es un lema, ciertamente que de manera especial harán bien los jóvenes y las jóvenes en planteárselo en serio ante Jesús que sale al encuentro y dice: “Ven y sígueme”, para responderle: “Aquí estoy, envíame”.

Pero no es solo para los jóvenes, el lema del DOMUND de este años: “Aquí estoy, mándame”, está dirigido a jóvenes y mayores, y a todas las familias y a comunidades parroquiales cristianas.

Los misioneros y misioneras que están firmes en la línea de batalla curando el coronavirus y mil enfermedades, y dando testimonio de Jesús que habla de Dios, Padre de perdón y de misericordia, que se compadece del pobre, del huérfano y de la viuda, los misioneros, nos sacarán los colores de la cara si no tomamos en serio el grito del Domund de este año: “Aquí estoy, envíame”.

Recordad lo que S. Pablo dice de una verdadera comunidad cristiana: “La actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”. Seamos coherentes con lo que somos y respondamos a la llamada del DOMUND de este año.




domingo, 11 de octubre de 2020

DOMINGO XXVIII T.O. (A)

-Textos:

       -Is 25, 6-10ª

       -Sal 22, 1b-6

       -Fil 4,12-14. 19-20

       -Mt 22, 1-14

Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de bodas?”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Sin duda seguimos preocupados por la amenaza y sufrimientos de la pandemia. Pero, hemos venido a la eucaristía, queremos celebrar el domingo. La Palabra de Dios nos abre horizontes nuevos, nos llena de esperanza y nos da la paz.

Permitidme que deje, lo que puede parecer el tema central del evangelio para centrarnos en su mensaje final.

En la primera lectura el profeta Isaías con una metáfora muy atractiva nos anuncia una buena noticia: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín, de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. 

La noticia de Isaías, Jesucristo la actualiza y la hace realidad: el festín anunciado por Isaías es el Reino de Dios que Jesús anuncia y comienza a poner en marcha.

¿Qué es el Reino de Dios? Siguiendo la metáfora, el Reino de Dios es un banquete que alegra el cuerpo y el alma, que nos ofrece una felicidad completa. En ese banquete reina el amor y la amistad. Un banquete en el que todos participamos de la plenitud de vida que nos comunica Jesucristo resucitado, de la amistad y el amor infinitos que derrama sobre nosotros Dios, nuestro Padre, y la alegría y la paz que nos infunde el Espíritu Santo. Esta es la felicidad que Dios ofrece, y la que sacia de verdad la sed del hombre.

A estos bienes nos invita el Señor, cuando anuncia un festín de manjares suculentos o al Reino de Dios. Y Dios sale a todos los caminos del mundo para dar las invitaciones. Invita no solo a los judíos, no solo a los cristianos, a todo el mundo, hombres y mujeres; es una llamada, una invitación universal.

La fe y el bautismo, que nos regalaron nuestros padres, vienen a ser como la tarjeta de crédito que nos permite entrar en la sala para participar en el banquete.

Pero no basta con esto, ya lo hemos oído: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de bodas?”. ¿Qué quiere decir Jesús cuando dice que es preciso entrar con traje de boda?

San Pablo va al fondo y dice: “Hay que revestirse de Cristo”. Revestirse de Cristo, es participar de la vida de Cristo y practicar lo que Cristo dice y enseña. No basta pensar: “Soy cristiano, recibí el bautismo, me siento invitado por Cristo al banquete”. Sí, pero no basta es preciso desarrollar la vida bautismal y practicar lo que corresponde a un bautizado: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; las bienaventuranzas, el Sermón de la montaña; y lo que dice en otro lugar: “Tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, estuve enfermo y en la cárcel y me visitasteis…”.

Esta manera de ser, de sentir y de vivir en Cristo es el traje de bodas que nos permite entrar al festín de majares suculentos y vinos de solera, al banquete de la felicidad verdadera, al Reino de Dios, al cielo.

La eucaristía, es una degustación previa, el anticipo del banquete del Reino ya plenamente realizado que degustaremos en el cielo. Es además, el mejor alimento que permite llevar bien limpio el traje adecuado que ya en esta vida nos reviste de Cristo.


domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVII T.O. (A)

-Textos:

       -Is 5, 1-7

       -Sal 79, 9-12. 16. 19-20

       -Fil 4, 6-9

       -Mt 21, 33-4

Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dos lecturas y dos consideraciones, una de cada una:

La primera: ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? La gratitud, la acción de gracias. Ser agradecidos a Dios en todo y por todo. La madurez de nuestra fe se mide por la intensidad de nuestra gratitud. Mirad, como a la acción litúrgica de la Iglesia le llamamos eucaristía, acción de gracias”. Si tenemos fe de verdad, encontraremos motivos para dar gracias a Dios en todo momento y en toda ocasión, en las alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad, cuando las cosas nos van bien y en las adversidades. Pero para ser agradecidos es preciso ser humildes y reconocer que todo lo bueno que tenemos y somos se lo debemos a Dios.

Segunda consideración: Es continuación de la primera: “Se os quitará a vosotros el Reino de dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” .

¿Os habéis parado a pensar por qué el pueblo de Israel, el heredero de las promesas, tantos años y siglos esperando al Mesías, y cuando llega el Mesías no lo reconocen, lo rechazan y lo matan? ¿Qué le pasó a este pueblo?

Que se apropió de los dones de Dios. Era el pueblo elegido, Dios había hecho con ellos una alianza especial, habían recibido la ley de Dios mismo, se sentía el depositario de las promesas de Dios. Dios les había hecho administradores de todos estos bienes, es decir, de su viña preferida. Pero los sacerdotes y los representantes del pueblo no quisieron ser ser solo administradores, quisieron ser dueños de la viña. Se pagaron de sus prendas, y quisieron disponer de los dones de Dios como bienes suyos. En el fondo pensaron: si nos adueñamos de la viña, no tendremos que contar con Dios. Nosotros ya sabemos bien lo que es la ley, lo que es el bien y el mal. Seremos dioses de nosotros mismos.

Queridos hermanos y queridas hermanas: No pensemos que este espíritu de soberbia y de rebelión es solo de los sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel de aquel tiempo. Este espíritu es un virus que nos viene de Adán y Eva y del pecado original: Ser dioses y pretender ser conocedores del bien y del mal; no administradores de la creación, sino dueños, dominadores y manipuladores de la misma.

De Dios nos viene la vida, la salud, la inteligencia, la libertad, la capacidad de amar y el regalo de ser amados. A nosotros, creyentes y cristianos, Dios da a Jesucristo, nos ha hecho hijos de Dios por el bautismo y los somos de verdad, nos da su Espíritu, el Espíritu Santo que nos da la fuerza para amar y perdonar como Jesucristo nos ama y perdona, nos regala la esperanza firme de alcanzar la vida eterna.

Pero no olvidemos, son dones de Dios. Son tan grandes, que solo Dios nos los puede dar. No son prendas nuestras.

Dos virtudes harán posible que no nos creamos dueños de la viña y que aceptemos con gozo se administradores y propagadores de Reino de Dios en el mundo: La primera la humildad, la segunda la gratitud y la acción de gracias.

En la eucaristía, comenzamos reconociéndonos pecadores, terminamos dando gracias a Dios por Cristo con él y en El, al Padre por el Espíritu Santo.