domingo, 27 de junio de 2021

DOMINGO XIII T.O. (B)

-Textos:

            -Sab 1, 3-15; 2-23-24

            -Sal 29, 2. 4-6. 11-13b

            -2 Co 8, 7.9. 13-15

            -Mc 5, 21-43

 Dios no hizo la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos… Dios creó al hombre incorruptible”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dios es un Dios de vivos y Dios es el creador de la vida, de toda la vida. Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, y nos ha creado para la inmortalidad. Jesús se manifiesta hoy en el evangelio dando vida y salud, a una mujer con una enfermedad incurable y a una niña ya  muerta.

Y nosotros llegamos a la eucaristía bombardeados por las noticias de los periódicos que hablan de la eutanasia como proyecto a discutir por los políticos como derecho a quitarnos la vida o a que otros, criaturas humanas como nosotros, nos la puedan quitar.

Es un proyecto que solo se puede concebir en un contexto donde Dios no existe o no cuenta para nada. ¡A dónde está llegando esta sociedad!!!

Nosotros creemos en Dios, y creemos en Jesucristo, que ha dado la vida por amor a los hombres,  y ha vencido a la muerte,  ha  resucitado, y nos ofrece la posibilidad de participar de esa vida eterna que vence a la muerte.

Dios ni crea la muerte, ni se “goza” con la muerte. Dios crea la vida, está por la vida. Él mismo es la vida. Una vida que no se cierra en los límites terrenos sino que se abre a la vida eterna. Pasamos por la muerte natural, pero es un paso. Somos seres para la eternidad. Y en el proyecto de Dios está hacernos a cada uno partícipes de su vida divina, de su felicidad infinita.

Esta es nuestra fe, la fe que da sentido a nuestra vida, y puede dar sentido a la vida de todo ser humano.

Esta es la fe que nos permite enmarcar el dolor y la muerte natural  en una esperanza de vida inmortal y feliz con Dios.

En el evangelio vemos a Jesús curando y dando vida. Nosotros eso es lo que tenemos que ser en medio de esta sociedad desnortada: Acompañar, curar a los enfermos, luchar por la vida. Como lo hacen, gracias a Dios, tantos creyentes y no creyentes, que cumplen las palabras de Jesús: “Estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Hermanas y hermanos: Jesús hoy pide en el evangelio que tengamos fe, para que  él haga el milagro. En medio de una sociedad que está siendo invadida por una cultura de la muerte, Jesús nos pide una fe firme y militante a favor de la cultura de la vida.

 Dios no hizo la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos… Dios creó al hombre incorruptible”.

Gritemos al mundo esta gran noticia.

 

 

domingo, 20 de junio de 2021

DOMINGO XII T.O. (B)


-Textos:

            -Job 38, 1. 8-11

            -Sal 106. 23-26. 28-31

            -2Co 5, 14-17

            -Mc 4, 35-41

 “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿No tenemos la impresión de que una fuerte tempestad azota a la Iglesia y que las olas rompen contra la barca  hasta casi llenarla de agua?

Los datos son muchos: muchos bautizados han dejado de venir a misa y cumplir el precepto dominical, muchos hijos de padres cristianos se desentiende de la fe que les han enseñado y dicen que ya no creen, parece que mucha gente ha perdido el sentido de lo sagrado, de la trascendencia; es claro que la presencia de la Iglesia y de la vida y las tradiciones cristianas no tienen la relevancia social que tenía hace pocos años…

Comprendemos muy bien el grito de los discípulos a Jesús: “¿No te importa que perezcamos?

Claro que a Jesús le importa nuestra fe y el rumbo de la Iglesia, pero está tranquilo, porque está seguro de que él es capaz de poner límites al mar  y calmar los huracanes y las tormentas.

“Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma”.

Queridos hermanos todos: contemplemos detenidamente a Jesús, escuchemos atentamente lo que dice; él está en la barca, en la Iglesia, en  medio de nosotros creyentes: Jesucristo calma los huracanes, domina las  tempestades. Miremos a Jesús, vengamos cerca de él, le oímos decir y hacer: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma”.

Jesucristo murió víctima del pecado, de la mentira, de la injusticia, de la traición y del abandono de muchos, pero “el viento cesó y vino una gran calma”. Jesucristo resucitó, venció a la muerte y al pecado. Y como Señor del cielo y de la tierra, ahora está con nosotros, en la barca, en la Iglesia.

Y nos dice hoy a nosotros: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Conocemos todos aquel diálogo con Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Hoy Jesús nos hace una llamada imperiosa, apremiante a creer en él: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? A mayores dificultades, más fe; que nos sentimos minoría, más motivo para declararnos abiertamente cristianos; que sois jóvenes y os sentís solos en medio de un ambiente hostil y paganizado, más motivo para frecuentar a Jesús, escucharle y sentirlo cerca en medio de la tempestad, y oírle decir: ¡Silencio, enmudece!

Esta mañana, todos: jóvenes y mayores, seglares, vosotras contemplativas, yo indigno sacerdote, escuchemos a Jesús y aceptemos este suave reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Y vengamos a la eucaristía, al altar, hasta que en nuestro ánimo surja la admiración: “Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen! 

domingo, 13 de junio de 2021

DOMINGO XI T.O.

-Textos:

            -Ez 17, 22-24

            -Sal 91.2-3. 13-16

            -2 Co 5, 6-10

            -Mc 4, 26-34

 “La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En los tiempos actuales, en la sociedad occidental en la que vivimos, estamos viendo que la Iglesia de Jesús parece que está perdiendo relevancia social, y también temple y vigor evangelizador. Los discípulos de Jesús, en aquel tiempo, también le decían a Jesús que el Reino de Dios que él predicaba no avanzaba como ellos se habían imaginado. 

Las lecturas de la misa de hoy, particularmente el evangelio, son palabras de esperanza, que fortalecen nuestro ánimo y nos curan de la desesperanza y el pesimismo.

Jesucristo dice a sus discípulos, y a todos nosotros, que Dios nuestro Padre ha sembrado en este mundo la semilla del Reino. Cierto que Dios cuenta con el hombre, con el sembrador, con nosotros. Pero es Dios quien da poder y vigor a la semilla. Y esta semilla germina vigorosa,  ella sola, sin saber nadie cómo; y crece y madura, y al final, llega a granar y da el fruto esperado.

Lo que resalta Jesús es la fuerza y la eficiencia de la semilla.

¿Qué nos enseña esta parábola?

A través de todos los vaivenes de la historia, de los progresos materiales y las catástrofes, de los momentos de paz y de guerra; por encima de la incredulidad, de los crímenes y pecados; a través de las obras buenas de los hombres buenos; el Reino de Dios, está creciendo. ¡Está creciendo! ¡Hoy, actualmente, está creciendo! Aunque sólo entre nieblas percibamos algunos signos.

 Y al final, el proyecto de Dios sobre el mundo, el Reino de Dios iniciado por Jesucristo, conseguirá el  objetivo de un cielo nuevo y una tierra nueva. Se cumplirán las bienaventuranzas, se vivirá el amor a Dios y al prójimo, viviremos como hermanos y gozaremos de una vida eterna y feliz con Dios. Tened confianza, “Creed en Dios y creed también en mí”.  “Yo he vencido  al mundo”.

No olvidemos que Jesús cuenta con el labrador que echa la semilla. Los labradores somos nosotros. Por eso, caben dos preguntas ante esta enseñanza de Jesús.  

Primera pregunta: ¿Pienso que la Iglesia actual va acabándose poco a poco? ¿O pienso que va a salir de esta situación más vigorosa y renovada?

Y una segunda, quizás más importante para nosotros: ¿La situación actual de la iglesia o de mi parroquia o de mi congregación me espolea y me empuja a reafirmar mi vida de fe, y a tomar parte más activa, más militante, para  dedicar tiempo y esfuerzo, por ejemplo, en los campos de la familia, de la educación cristiana, de la acción social, en una palabra, de la evangelización?

Y ahora, vengamos a la mesa de la eucaristía, y después salgamos a ver cómo maduran las mieses.

               

domingo, 6 de junio de 2021

DOMINGO DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO

-Textos:

            -Ex 24, 3-8

            -Sal 115, 12-13. 15-18

            -Heb 9, 11-15

            -Mc 14, 12-16. 22-26

 “Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre de la alianza que es demarrada por muchos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo del “Corpus Christi”, del Cuerpo y de la Sangre del Señor, y “Día de la Caridad”.

El evangelio de Marcos, que acabamos de escuchar, destaca principalmente dos aspectos de la eucaristía: La eucaristía es una comida, una cena: “¿Dónde quieres  que vayamos a preparar la cena de Pascua?”, preguntan los discípulos a Jesús. Y, segundo, en la eucaristía Jesucristo está dándose, entregándose: “Esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por muchos”.

Porque la eucaristía es comida pascual en torno a Jesús, la eucaristía crea comunidad, comunión y fraternidad. La eucaristía es exigencia de comunión y fraternidad. Lo dice de manera muy convincente San Pablo: “El  cáliz de bendición  que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno y así, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.

Y porque la eucaristía es presencia real de Cristo resucitado en acto de donación y entrega, la eucaristía genera en quienes participamos y comulgamos un dinamismo interior que nos impulsa a darnos y entregarnos a los demás. Sobre todo a los más necesitados. Es impensable y es pura contradicción comulgar con Cristo que da la vida por nosotros, y seguir nosotros cerrados en el individualismo, en el egocentrismo y en nuestra posición privilegiada.

Es fácil comprender por qué  la Iglesia española y la institución de Caritas han escogido esta fiesta del  “Corpus Christi” como Día de la Caridad. Día especialmente indicado para que los cristianos tomemos conciencia de que participar en la eucaristía implica el deber de contribuir de manera efectiva a ayudar al prójimo necesitado, que, debido a la pandemia o a otras circunstancias, vive en unas condiciones de vida que no corresponden a su dignidad humana.

En una Carta de presentación de la Jornada de Caritas, los obispos españoles nos preguntan: ¿Cómo vivir la eucaristía sin estar cerca de aquellos hermanos nuestros, pobres, hambrientos sedientos, perseguidos o encarcelados con quienes Cristo se identifica?

Recordamos todos aquellas palabras de S. Pablo a los Corintios: “Así, cuando os reunís en comunidad, eso nos es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre el otro está borracho”.

Hoy, queridos hermanos, fiesta del Corpus Christi y Día de la Caridad, al adorar al Santísimo en la Eucaristía nos adentramos en un dinamismo de acción de gracias a Dios y de adoración por el milagro de la presencia real de Jesucristo humilde, cercano y accesible a nosotros. Pero también nos adentramos en la responsabilidad de ser coherentes con un amor solidario al hermano, sobre todo, al hermano pobre, indigente y marginado.

Comulgar con Jesucristo implica comulgar con todos por quienes Cristo ha dado la vida.