domingo, 27 de agosto de 2023

DOMINGO XXI T.O (A)

 

-Textos:

            -Is 22, 19-23

            -Sal 137, 1-2ª. 2bc-3. 6 y 8bc

            -Ro 12, 33-36

            -Mt 16, 13-20

“Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Una pregunta que hizo Jesús hace más de dos mil años y que hoy nos hace a nosotros.

Lo importante es responderla, no desde la inteligencia, desde lo que sé, sino desde la vida, desde mi vida. Mi vida, ¿Qué dice de Jesús? ¿En qué medida está condicionada  por Jesús?

Pero teniendo en cuenta  el conjunto del evangelio, debemos hacernos dos preguntas más:

¿Qué digo yo de la Iglesia? ¿Amo a la Iglesia? Porque Jesús, ya en su vida pública mostró claramente la voluntad de establecer un pueblo nuevo asentado sobre los doce apóstoles, anticipo del reino de Dios que él anunció e inició. Iglesia sacramento e instrumento de salvación, sal y fermento del Reino. Iglesia que resiste y no sucumbe ante los ataque del demonio y del poder del mal.

Nosotros, cada uno de los bautizados somos Iglesia; a nosotros nos compete anunciar el Reino de Dios, el evangelio, a toda criatura. ¿Me siento Iglesia? ¿O soy de aquellos que dice “Dios sí, y Jesucristo también, pero la Iglesia…” No puedo definir la Iglesia desde solo su aspecto externo, menos desde lo que dicen o retratan los medios de comunicación ajenos o contrarios a ella. La Iglesia recibió el don del Espíritu Santo, es sacramento y signo de la presencia del Padre el Hijo y el Espíritu Santo en el mundo. Sacramento de gracia de Dios, que realiza continuamente la unidad, la comunión, el amor; es instrumento de gracia de Dios en los sacramentos, para la santificación de cada uno, y también del mundo… Es una comunidad, un pueblo de Dios, una familia no amorfa o anárquica, sino bien estructurada, donde cada uno tiene una misión. ¿Me siento Iglesia?, ¿Soy testigo?, ¿Trato de transmitir la fe?

Y una tercera ampliación de la pregunta de Jesús: ¿Qué digo del papa?”. ¿Estoy en los niveles de juzgarlo y criticarlo como un ajeno, desde fuera? Jesucristo a Pedro le cambió de nombre, le dio una misión del todo especial, que muy pronto dejó patente. Cuando en Pentecostés predica a Jesucristo muerto y resucitado y se una multitud que le escucha arrepentida. El papa es una persona humana con cualidades humanas propias; pero está investido de gracia y carisma especial para presidir a todos en la caridad y en la unidad. El papa tiene un deber, pero un deber  animado por el Espíritu Santo, para presidir a los obispos y a todos los fieles en la unidad y en la caridad.  No debemos juzgar al papa por sus cualidades humanas, sino aceptarlo, recibirlo y obedecerlo; ayudarlo y colaborar con él en las consignas y enseñanza que emite. Porque el Espíritu Santo lo asiste  de manera especial.

“¿Y vosotros quién decís que soy yo?” Al final, llegamos al núcleo esencial, a la piedra angular: Cristo Jesús. Mirad cómo Jesucristo, en primer lugar examina a Pedro. Pedro responde: “Tu eres  el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Cuando Pedro, inspirado por Dios mismo da la respuesta exacta y verdadera, Jesucristo le encomienda ser cabeza, de la Iglesia, para presidirnos a todos en la caridad. Lo esencial  es creer en Jesús, en el Jesús que nos ha dicho y nos ha manifestado Pedro, el Papa, en definitiva la fe de la Iglesia. Una pregunta que para responder no de memoria, sino desde el corazón y desde los hechos, desde las obras que yo hago, desde la  conducta que yo vivo y practico en mi vida. Jesús esta mañana nos pregunta a todos y a cada uno individualmente: Vosotros: ¿Quién decís que soy yo?

  


domingo, 20 de agosto de 2023

DOMINGO XX T.O.

Textos:

-Is. 56, 1.6-7

-Sal 66, 2-3.5-6 y 8

-Ro 11, 12-15.29-32

- Mt. 15, 21-28

"Señor, ayúdame," ... Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas".

Queridas hermanas y hermanos:

Jesucristo, al atender a la petición de la mujer Cananea,  está diciendo  que la salvación de Dios es para todo el mundo, y no sólo para los que son de raza o de religión judía. La única condición necesaria para beneficiarse de la salvación de Dios y entrar en el Reino, es la fe en Jesucristo: Creer en él y poner en práctica su evangelio.

Pero, ¿cómo llegar a la fe? Hay muchos que frívolamente se desentienden del tema: “¿La fe? dicen que es un don de Dios; a mí, por lo visto no me lo ha dado” Otros, más seriamente llegan a decir: “Bien querría yo creer, pero no puedo”. Otros  frívolamente comentan: “¿La fe? ¿Para qué? No hago mal a nadie, respeto a todo el mundo, y, vale. Yo no la necesito”.

No es cuestión ahora de entrar en razonamientos teóricos. Mejor, si  ponemos la atención, en el evangelio de hoy, en esta mujer extranjera y pagana, a la que atiende y alaba Jesús.

Ella, en primer lugar, no pide nada para ella, pide para su hija atacada por el mal y la enfermedad. Como madre, ella habla desde el corazón, pero con un corazón que mira al otro, al pobre, al necesitado, a su hija. 

Esta mujer cananea, no solo mira por el necesitado, es también una mujer humilde. Se reconoce pagana, sí, y está dispuesta a pasar por todo a cambio de obtener la curación del ser que ama. Pues bien, esta mujer que es todo corazón y a la vez tan humilde, ha alcanzado la gracia de la fe: A Jesucristo lo llama Hijo de David, es decir, Mesías, pero además, y es muy importante, lo llama Señor, que es tanto como reconocerlo Dios.

Esta mujer se hace merecedora de la admiración del mismo Jesucristo: “¡Qué grande es tu fe!, le dice”. Esta mujer, que es cananea, no es israelita, obtiene de Jesucristo el milagro de la curación de su hija: “Que se cumpla lo que deseas”, le dice Jesús Y su hija quedó curada.

Humildad y amor al necesitado: De esta mujer cananea, extranjera, aprendemos la lección.


martes, 15 de agosto de 2023

FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE NTRA. SRA. A LOS CIELOS


-Textos:

            -Ap 11, 19a; 12, 11.3-6a. 10ab

            -Sal 44, 10bc. 11-12ab.16

            -Co 15, 20-27ª

            -Lc 1, 39-56

 

Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra”

La fiesta de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, en la liturgia de la eucaristía, y también en las fiestas de los pueblos respiran a pleno pulmón alegría y esperanza. Necesitamos fiestas como esta de la Virgen de Agosto. Necesitamos esperanza y alegría.

La lectura del Apocalipsis que hemos escuchado, y que nos resulta a veces tan difícil de interpretar, dice: “Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en  su santuario apareció el arca de la alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas… “ Imágenes esplendentes, grandiosas, que predisponen nuestra imaginación para ver algo grande y bueno. Los especialistas dicen que esta mujer que viene del cielo tan bella es la Iglesia triunfante, y es también, la Virgen María, que engendró y dio a luz al mismo Hijo de Dios, y por eso, se hizo merecedora de ser coronada por los Doce apóstoles. Por eso María, en la visita a su prima santa Isabel, canta jubilosa y alegre: “Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque el Señor ha hecho cosas grandes en la humildad de su esclava”

Sí, la Asunción de María invita a la alegría y a la esperanza. María,  después de su muerte, es ascendida al cielo en cuerpo y alma y goza ya plenamente de Dios. La primera resucitada, porque es la primera que goza en el cielo no solo su alma, sino su alma y su cuerpo.

Lo que ha hecho con ella, Dios, lo quiere hacer con todos los hombres. Por eso la Virgen de la Asunción nos llena de alegría y esperanza. La asunción de la Virgen es creer que es posible, para todos, la salvación y la felicidad plenas y eternas. Es creer  que Dios es fiel y cumple su proyecto sobre el mundo y la historia.

Es una respuesta a los pesimistas, que todo lo ven negro. Es una respuesta a los materialistas, que no creen más que en lo que se ve y se palpa, ciencia, medicina, dinero y salud. En este mundo hay algo que trasciende nuestras fuerzas y que nos lleva más allá. Es la prueba de que en Dios el destino del hombre no es la muerte, sino la vida, y que es toda la persona, alma y cuerpo, la que está destinada a la vida completa eterna y feliz.

En María ya ha sucedido, en nosotros no sabemos cómo ni cuándo sucederá. Pero tenemos plena confianza en Dios, lo que ha hecho en María quiere hacerlo también en nosotros. Para nuestra vida, Dios tiene previsto un final feliz.

María está presente,  debe estar presente, en nuestro camino como lo estuvo en el de su Hijo: Con su ejemplo con su intercesión y su auxilio maternos. Alegrémonos y vivamos la fiesta.

  

domingo, 13 de agosto de 2023

DOMINGO XIX T.O. (A)

-Textos:

            -1 Re 19, 9a. 11-13ª

            -Sal 84, 9ab-10. 11-14

            -Ro 9, 1-5

           - 14, 22-33:

“¡Ven!”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El evangelio que acabamos de leer es muy conocido, con frases interpelantes fáciles de aplicar simbólicamente a nuestra vida concreta. Y muy apropiadas para hacer oración

  “Ven”.

Para los hebreos el mar era el símbolo del mal. Las tormenta provocaban los naufragios, el mar estaba habitado por animales horribles, el  mar era el espacio del maligno, del demonio; el mar símbolo del mal.

En este contexto, San Mateo  nos cuenta este relato en el que narra unos hechos vividos por Jesús y sus discípulos, cargados de significado simbólico que nos llevan a percibir en ellos enseñanzas que confirman la fe en Jesús como Mesías y Salvador.

Jesús se había quedado en el monte rezando, los discípulos en el lago navegaban con mucha dificultad con el viento en contra. Cuando empezaba a amanecer los discípulos en la barca, símbolo de la iglesia, atisban a Jesús de pie, andando sobre las aguas. Jesús camina de pie sobre la superficie del mar, él no se hunde, porque es el Señor del mar y del mal.

Los discípulos no lo ven muy claro y creen que es un fantasma. Se asustan y él les grita: “Ánimo, no tengáis miedo, soy yo”. Pedro, asustado también, pero decidido a salir  de dudas, le grita: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Y Jesús le dijo: “Ven”. “Ven”: una sola palabra, es palabra de Jesús, de Dios, pero solo una palabra. Jesús está distante de la barca, no se hunde; Pedro está en la barca, símbolo de la Iglesia, con  la comunidad, con el grupo de discípulos, más o menos seguro. Entre Pedro y Jesús el mar, el seno del mal, y el viento violentos y revueltos.

En los oídos de Pedro resuena la palabra de Jesús: “¡Ven!”. Pedro, en un  primer momento no duda. Ha oído la palabra de Dios, la palabra de Jesús. Salta de la barca y se lanza al mar. Se fía de  la palabra de Jesús  y Pedro tampoco se hunde, camina sobre la superficie del mar, del peligroso mar, símbolo del mal y del mundo maléfico. Y Pedro apoyado en la palabra de Jesús, ¡Ven!, camina sobre las aguas, el mar, el mal, no lo ahoga.

Pero el viento arrecia, el mar se embravece, Pedro piensa en sí mismo, en su seguridad, más que en la voz de Jesús que le dice: “Ven”. Y Pedro comienza a hundirse bajo las aguas, y grita: “Señor, sálvame”. “Enseguida, Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de peca fe! ¿Por qué has dudado?

Está muy clara la lección que sacamos de esta escena: La palabra de Dios, Jesús, domina el mal y libra del mal, simbolizado  en el mar. La palabra de Dios, la palabra de Jesús, hoy nos dice a todos: “¡Ven, ven a mí! Y podrás vencer el mal que te rodea en el mundo.

De hecho, los discípulos que estaban en la barca, en  la Iglesia, recibieron a Jesús y postrados a sus pies, lo alabaron con una confesión de fe: ¡Realmente, eres Hijo de Dios!

 

domingo, 6 de agosto de 2023

DOMINGO DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (A)

 

-Textos:

            -Dan 7, 9-10. 13-14

            -Sal 96,

-2 Pe 1, 16-19

-Mt 17, 1-9

 

“Este es mi Hijo, El amado, mi predilecto. Escuchadlo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Muchos jóvenes navarros, más de dos mil hoy, con el papa en Lisboa, y muchos jóvenes y mayores de nuestros pueblos en fiestas populares y religiosas.

Nosotros celebramos en este domingo, La Transfiguración del Señor en el monte Tabor ante los tres apóstoles más incondicionales de Jesús, Pedro, Santiago y Juan.

Jesús quiso manifestar este milagro, justo después de que Pedro confesara a la pregunta de Jesús: ¿Quién decís que soy Yo?, y contestara, con pleno acierto: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Pero inmediatamente, Jesús anuncia que Él, el Hijo del Hombre, en Jerusalén, va a padecer mucho, va a ser condenado y ejecutado y resucitará al tercer día. Estas palabras dejaron a sus  discípulos muy desconcertados. Jesús, entonces, para confirmarlos en la fe en Él, realiza este milagro de la Transfiguración. En el Tabor los tres apóstoles ven a Jesús resucitado. Les hace ver como se dijéramos, el final de la historia de Jesús: resplandeciente, resucitado y lleno de la gloria divina que le corresponde  y que había ocultado desde el momento de su encarnación y nacimiento en Belén.

Pero además, los tres apóstoles escuchan la voz del  testigo más digno de crédito que se puede pensar, la voz del Padre Dios que dice: -“Este es mi Hijo, El amado, mi predilecto. Escuchadlo”

Esta declaración de Dios Padre, y esta visión de Cristo Resucitado, de momento confirmó a los discípulos en  la fe en Jesús, pero no tan firmemente como para resistir la prueba de ver a Jesús, apresado, condenado y muerto.

Pero sirvió para que una vez que lo volvieron ver resucitado, pudieran decir: “Sí, ya nos lo había dicho”.

Sí, hermanas y hermanos, creemos en Jesucristo que ha vencido a la muerte y al pecado, y ha resucitado, como Señor y Salvador del mundo. Pero creemos en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que para alcanzar ese triunfo y esa victoria que nos devuelve a todos la alegría de la fe y la esperanza de una vida feliz en el cielo, nos dice tenemos que pasar por las penas, las dificultades, que tiene la vida aquí en este mundo.  Sobre todo, si la queremos vivir practicando el amor y el perdón, la misericordia para con los necesitados, y trabajando con honradez  y con justicia.

Sí hermanos necesitamos: Escuchar esta mañana, las palabras de Dios en el Tabor: -“Este es mi Hijo, El amado, mi predilecto. Escuchadlo”.

Muchos pueblos de nuestra tierra están en fiestas, ¿Tendrán en cuenta suficientemente, la dimensión religiosas de las fiestas o se quedarán solo en la lo que tienen de diversión? Miles de jóvenes han acudido a rezar con el papa, Francisco, y a escucharle, cuando vuelvan a la vida ordinaria, ¿serán capaces de perseverar en la fe en Jesucristo y en las enseñanzas que han escuchado y con tanto entusiasmo han recibido?

  En la eucaristía, se hace presente Jesús, el Crucificado y el resucitado: No tengamos miedo, él mismo nos dice: “Sin mí no podéis hacer nada. Pero contigo, Señor, lo podemos todos” Vamos a la eucaristía.



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