domingo, 27 de diciembre de 2020

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

-Textos:

       -Ge 15, 1-6; 21, 1-7

       -Sal 127, 1b-5

       -Col 3, 12-21

       -Lc 2, 22-40

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo de la Sagrada Familia: la liturgia nos propone esta mañana, después de habernos acercado el día de Navidad al portal de Belén, trasladarnos a Galilea y visitar a la Sagrada Familia en su casita de Nazaret. Jesús, María y José; y Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María, en el centro, llenando el ambiente que se respira y dando sentido a toda la actividad que se observa en la casa.

Esa escena, que tenemos hoy delante de nosotros, una familia con Dios en medio es el mensaje.

Demos gracias a Dios si hemos tenido la gracia y el regalo de nacer, crecer y vivir en una familia donde Dios era el centro, lo primero y lo más importante. Sí, claro, la salud, el trabajo, la tarea de educación, los problemas económicos, las relaciones con los parientes, pero Dios en el centro, la luz y la referencia que regula toda la vida familiar.

No es lo mismo, es radicalmente diferente, una familia sin Dios y una familia con Dios.

Dios influye decisivamente en dos vivencias fundamentales, que tienen lugar en la vida familiar: el amor y el dolor.

En una familia cristiana se entiende el amor desde Jesucristo: amar como Cristo nos ha amado. Un amor que trata de hacer el bien, y que incluso olvidándose de sí mismo, se desvive por hacer felices a los demás. Y en amar así, intentando hacer feliz al otro, pensando más en el otro que en sí mismo, encuentra su propia felicidad. Pensar así del amor, sentir y practicar un amor así, solo es posible en una familia como la de Nazaret, en la que Dios está en el centro, por medio de Jesucristo, o viviendo por el Espíritu de Dios, los valores del evangelio.

En una familia que pone a Dios en el centro puede entender y afrontar el dolor de manera muy diferente a una familia en la que Dios y la visión cristiana de la vida no cuentan de manera efectiva.

El dolor es un misterio, hemos de luchar contra el dolor, Dios nos propone un destino donde no habrá ni llanto ni luto ni dolor sino paz y alegría sin fin.

Pero en este mundo el dolor nos sobreviene en muchos momentos y circunstancias, y si en estas situaciones contamos con Dios, es Jesús, que vivió en Nazaret, quien nos sale al encuentro en el viacrucis de la vida, nos alienta y nos da fuerzas para afrontar el dolor, como lo afrontó él: desde el amor y desde la esperanza, desde un amor extremo a los hombres y una confianza incondicional en su Padre Dios.

Sí, hermanos y hermanas: Dichosa la familia, como la familia de Nazaret, que tiene a Dios en el centro de su casa. En el amor y en el dolor Jesucristo será su luz y la familia de Nazaret su escuela.


viernes, 25 de diciembre de 2020

FIESTA DE NAVIDAD

Proyecto de homilía

-Textos:

       -Is 52, 7-10

       -Sal 97, 1-6

       -Heb 1, 1-6

       -Jn 1, 1-18

A Dios nadie lo ha visto jamás: Jesucristo, Unigénito del Padre, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Buena noticia, en tiempos de pandemia.

Jesucristo, Palabra de Dios, Dios de Dios: se ha hecho hombre.

Los hombres tendremos siempre motivos de esperanza.

Dios, en Jesucristo, está con nosotros.

Y está mostrando un Dios, lleno de amor y de misericordia: Cura, perdona los pecados, atiende especialmente a los pobres, ama hasta el extremo de dar la vida, resucita y vence a la muerte y al pecado.

Dios en Jesucristo demuestra que cuida de nosotros, que tiene compasión, y nos acompaña en el sufrimiento, y no solo nos acompaña, sino que actúa para que se nos alivien las penas.

Dios es amor. Lo ha demostrado al enviarnos a su Hijo, que se humilla hasta hacerse hombre y morir muerte de cruz. y es la fuente de todo amor en el mundo: El siembra el amor en las madres, en los científicos, en los médicos y sanitarios, en tanto que están trabajando para que la pandemia pueda ser reducida y aniquilada.

Así es Dios con nosotros. Lo sabemos porque Jesucristo es el rosto humano de Dios, la manifestación de Dios.

Pero la buena noticia llega a más: El Verbo, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre, para que los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios.

Nosotros, si creemos en Jesucristo, por la fe, la vida de Jesucristo, su modo de ser y su buen hacer se nos regala como semilla que podemos desarrollar y acrecentar. Así nosotros somos continuadores de la obra de Jesús y de su lucha contra el pecado, contra el culto de cumplo-y-miento, contra la injusticia. En nosotros actúa una fuente de amor, amor divino, amor del hijo de Dios, que nos mueve a hacer el bien, a visitar y curar enfermos, a dedicarnos con paciencia a la educación de los hijos, a multiplicar los esfuerzos y colaborar aceptando las normas que nos cuestan esfuerzo para luchar contra las enfermedades, y ayudar a los pobres y aceptar a los emigrante, a costa de aceptar su modo y nivel de vida más ajustado…

domingo, 20 de diciembre de 2020

DOMINGO IV DE ADVIENTO

-Textos:

       -Sam 7, 1-5. 8b-11. 16

       -Sal 88, 2-5. 27 y 29

       -Ro 16, 25-27

       -Lc 1, 26-38

He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Qué necesidad tenemos todos de Dios! ¡Qué necesidad tenemos de que Dios se haga presente en este mundo en el que vivimos. Ante la pandemia indómita del corona-virus, que estamos padeciendo. Todos estamos esperando que llegue cuanto antes la vacuna eficaz. Muchos se quedan ahí, no piensan más. Pero necesitamos de Dios que ilumine y ampare a los científicos para que no se rindan y consigan por fin el remedio eficaz, necesitamos a Dios para que levante el ánimo de los médicos y de todos los sanitarios para que su generosidad y su esfuerzo den frutos de vida y de salud. La vacuna no hace inútil la presencia de Dios, todo lo contrario la reclama para que sea eficaz.

Necesitamos a Dios, este mundo necesita a Dios, para que despierte la conciencia de todos los cristianos y de la sociedad entera, ante las leyes deshumanizadoras y ateas que permiten la eutanasia. Necesitamos de Dios que ampara el respeto absoluto y fundamenta la dignidad de todo ser humano.

Necesitamos de Dios, sí, y esta es la gran noticia, Dios está con nosotros y Dios viene de nuevo a este mundo, para hacerse presente con una presencia renovada y renovadora. Retengamos las palabras del evangelio: “No temas, María… Concebirás y darás a luz un hijo, y lo pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo”.

Sí, hermanos, es un misterio tan admirable y trae bienes tan necesarios, que nos conviene prepararnos bien para beneficiarnos de ellos.

Hoy, en esta eucaristía, contamos con el ejemplo y la ayuda de la Virgen María para disponernos bien y religiosamente a la Navidad.

Voy a subrayar un detalle en la escena de la Anunciación a María: Ella estaba ahí, estaba atenta y esperando la posible venida de Dios. Y Dios vino a ella, porque quería contar con ella para realizar el plan para salvar al mundo del pecado. Y María estaba ahí, disponible, atenta a la posible palabra de Dios. Y Dios le habló y ella le escuchó y le dijo sí. ¿Qué hubiera pasado si Dios envía al ángel Gabriel a Nazaret, y María está distraída, ocupada en mil quehaceres, pero no atenta a la posible llamada de Dios? ¿Qué hubiera sido del mundo? ¿Qué hubiera sido de María?

Esto es lo primero que tenemos que hacer en estos días previos a la Navidad: estar atentos y disponibles por si Dios nos habla y quiere contar con nosotros.

El sin duda quiere que el mundo se entere de que no estamos solos a merced del virus y de otros poderes contrarios al hombre y a Dios; quiere contar con nosotros, como ha contado con María, para anunciar que Dios nos ama, hasta el punto de enviar a su propio Hijo y nos ofrece la fuerza del Espíritu Santo. Dios nos llama para que con Jesús y su Espíritu hagamos un mundo en el que se respete absolutamente la dignidad de todo ser humano; y que luchemos por la vida y la salud de todos, sobre todo de los más débiles e indefensos; Dios nos llama para que vivamos alegres con la esperanza de que llegará un mundo nuevo y un tierra nueva y una vida eterna.

Para esto también hemos de contar con María, y decir como ella: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”


domingo, 13 de diciembre de 2020

DOMINGO III DE ADVIENTO

-Textos:

       -Is 61, 1.2ª. 10-11.

       -Sal Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54

       -Tes 5, 16-24

       -Jn 1, 6-8. 19-28


Estad siempre alegres”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estad siempre alegres, nos dice hoy la palabra de Dios. Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo podremos estar alegres en medio de tantas preocupaciones, dolores y disgustos que nos acosan cada día?

En nuestro círculo personal y familiar y también en el ámbito político y social: la pandemia del coronavirus, los proyectos de ley que se preparan para permitir la eutanasia, las oleadas de emigrantes que asaltan nuestras fronteras y comprometen nuestra seguridad y también nuestra conciencia; y en el orden religioso, el dolor de tantos padres que ven cómo los hijos y los nietos rechazan la iglesia y no quieren plantearse la fe cristiana que pueda dar sentido a sus vidas…

¿Cómo poder estar alegres, acosados por tantos hechos que nos entristecen?

Vengamos y escuchemos la palabra de Dios, no nos quedemos escuchando solamente las noticias de los periódicos o de la televisión. No habremos llegado al fondo de la verdad de las cosas, y a la verdad de nuestra vida mientras no proyectemos la luz de la palabra de Dios sobre lo que estamos viviendo.

La palabra de Dios esta mañana es una palabra de esperanza: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios…. Como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”. Y el papa Francisco nos ha dicho: “Donde está Jesucristo siempre hay alegría”.

Jesucristo es nuestra gran esperanza, Jesucristo es nuestra gran alegría.

Él nos enseña a combatir el dolor y el sufrimiento con el amor y la solidaridad; nos dice que hay una felicidad honda en acoger al pobre, en facilitar trabajo al desempleado, en acompañar y ayudar al enfermo, y al anciano y al desvalido. Jesucristo nos enseña que hay vida eterna junto a Dios, y que ni el dolor ni la muerte tienen la última palabra; la última palabra es el amor y el amor no pasa nunca, porque Dios es amor.

Jesucristo nos trae y ofrece una filosofía de la vida muy diferente a la que se anuncia en muchos círculos de pensamiento del mundo pagano que vivimos y que acaba proponiendo como soluciones para la comodidad de los fuertes el aborto o la eutanasia de los débiles.

Por eso, Jesucristo es cada vez más esperanza y alegría de un mundo nuevo. Y por eso los seguidores de Jesús, si de verdad seguimos su evangelio, somos cada vez más esperanza y alternativa de un mundo nuevo y una tierra nueva.

En el evangelio San Juan Bautista nos dice “Preparad el camino al Señor”.

¿Qué podemos hacer? Escuchemos a San Pablo en su epístola: “Sed constantes en la oración, dad gracias a Dios en toda ocasión… Examinadlo todo, quedaos con lo bueno… Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente”.

Así, con este proyecto de vida, nos preparamos para una Navidad, a la que el coronavirus, ni siquiera el dolor de no poder reunirnos con la familia como lo hemos hecho otros años, nos van a quitar la alegría.


martes, 8 de diciembre de 2020

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA


-Textos:

-Gn 3, 9-15. 20

-Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4

-Ef 1, 3-6. 11-12

-Lc 1, 26-38



Esquema



- Día de gozo y acción de gracias a Dios.

-María: Llena de gracia, sin pecado, escucha, cree, se fía, y humilde acepta y obedece.

-Bendito sea Dios que nos ha bendecido en su Hijo, Jesucristo, que se ha encarnado y ha hecho hombre.

-Se ha hecho hombre el Hijo de Dios. Virgen del adviento, preludio de la Navidad.

-Para que los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios en el Hijo. Partícipes de la vida divina, eterna, que no se acaba.


-Día del Seminario: El nivel de fe de una comunidad cristiana se mide también por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que surgen de ella.
 

domingo, 6 de diciembre de 2020

DOMINGO II DE ADVIENTO


-Textos:

       -Is 40, 1-5. 9-11

       -Sal 84, 9ab-10-14

       -2 Pe 3, 8-14

       -Mc 1, 1-8

Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”.

Queridas hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:

Preparad el camino del Señor”: Es la primera consigna que escuchamos en este segundo domingo de Adviento. Es Juan el Bautista, el mayor de los profetas, el enviado por Dios precisamente para que nos dispongamos de la manera más adecuada a recibir al Señor, y vivir bien la Navidad.

El maligno virus, el covid 19, está enrareciendo y complicando todas las actividades y los proyectos de nuestra vida. Un acontecimiento tan significativo como la Navidad, el coronavirus ha conseguido problematizarla y ha conseguido también que tengamos que plantear la Navidad de manera muy diferente a lo que ya era una tradición profundamente humana en la comunidad cristiana, en la familia, y también en la vida social.

Para nosotros creyentes cristianos la Palabra de Dios es una referencia, para que, incluso en estas circunstancias adversa de este año, veamos claro en estas navidades qué es lo más importante y lo menos importante, lo que no pude faltar y lo que por prudencia y respeto a todos debemos dejar en segundo plano o renunciar limpiamente.

Ya hemos escuchado en el evangelio: “Preparad el camino del Señor”. Preparar, si, y preparar primero y sobre todo, el camino al Señor que viene. Lo sabemos bien, el Señor está siempre con nosotros y nos acompaña permanentemente a lo largo de toda nuestra vida. Pero hay momentos y circunstancia en los que la presencia del Jesucristo se hace más cercana, más cordial y más beneficiosa; acontecimientos como el misterio de Belén en Navidad, que nos descubren con fuerza el amor de Dios a los hombres, y el amor al prójimo, que nosotros debemos practicar.

El Señor sacude y despierta nuestras conciencias de un modo particular y especial en Navidad. Eso quiere decir que “el Señor viene”.

Pero para que esto ocurra es preciso preparar el camino y “enderezar los senderos”. ¿Qué quiere decirnos Juan el Bautista, el Precursor del Señor, con estas palabras? Es importante que nos paremos a reflexionar. No vaya a ocurrir que La Navidad, y esta Navidad el dos mil veinte, se nos diluya como un tormo de azúcar en agua fría.

En primer lugar poner a Jesucristo en el centro de nuestra atención, dar a la navidad por encima de todo un sentido religioso y cristiano: la eucaristía, el sacramento de la penitencia con motivo de la Inmaculada o simplemente por vivir el adviento, la bendición de la mesa en familia, el belén… Estas u otras prácticas pueden poner al Señor, a Jesús, en el centro de la Navidad y en la preparación para la Navidad.

Después, y si nos atenemos al retrato que de Juan Bautista nos presenta el evangelio, tendremos que pensar en una palabra, austeridad; planificar una navidades austeras; que quizás se traducen en unas navidades en las que observamos con esfuerzo y responsabilidad las normas que se nos imponen de prevención contra el coronavirus.

Dejad que resuenen en nuestros oídos estas metáforas tan bellas y tan evocadoras de Isaías en la primera lectura: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale… Porque se revelará la gloria del Señor”.


jueves, 3 de diciembre de 2020

FESTIVIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER

-Textos:

       -Is 52, 7-10

       -Sal 95, 1-3; 7-8ª. 10

       -1 Co 9, 16-19. 22. 23

       -Mt 28, 16-20

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva…!

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos…”

Esta mañana resuenan estas palabras para nosotros, para recordarnos la misión que tenemos desde que fuimos bautizados; que es la razón principal por la que hemos sido bautizados y por la que el Espíritu de Dios nos ha dado la gracia de la fe.

¡Los misioneros y misioneras de Navarra. Han escrito, sin duda, una de las páginas más hermosas, admirables y nobles de las páginas de nuestra tierra!

No trato de fomentar el orgullo de los navarros, sino para provocar una reflexión y una sobre el vigor de nuestra fe y su calidad. La fe, si se vive de verdad, es incontenible y se profesa y se proclama espontáneamente. Pidamos por nuestra fe y la fe de nuestra Iglesia.

Entonces, ¿cuál es mi paga? Precisamente dar a conocer el evangelio…”

¡Qué vigor de fe, y qué locura de amor a Jesucristo revelan estas palabras de San Pablo! Él mismo lo demuestra en las afirmaciones siguiente: “Porque siendo libre como soy me he hecho esclavo de todos. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles, me he hecho todo a todos, para ganar, como sea, a algunos. Y hago todo esto por el evangelio, para participar yo también de sus bienes”·

Es un retrato de San Pablo, pero es un retrato también de San Francisco Javier: Cantando el padrenuestro y seguido de los niños de los pueblos pobres del litoral de los puertos en la India y discutiendo de teología con los sacerdotes y nobles de Japón.

Nos salen los colores de vergüenza a la cara, ante estos ejemplos, reconociendo lo timoratos que somos hoy en día y en algunas ocasiones a la hora de declarar y proponer nuestra fe en los círculos familiares o de amigos, y ante el desafío de comportarnos como cristianos en el mundo del trabajo y de los negocios.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva…!

Sin embargo qué alegría y que satisfacción hemos sentido cuando hemos sido capaces de anunciar el evangelio con franqueza, con respeto, pero también con libertad. Lo hemos comprobado en los misioneros y misioneras de nuestra tierra, cuando vuelven de las misiones y nos cuentan cómo trabajan o han trabajado en las tierras donde no está asentado todavía el evangelio de Jesús. Se los ve contentos de la obra que hacen o han hecho, aun en medio de dificultades que ha tenido que enfrentar. Nosotros, pienso, que tenemos también la experiencia de la alegría de confesar la fe y de proponerla a los hijos a los jóvenes y a las jóvenes, en nuestros círculos de relación y de trabajo, aun cuando no hayamos encontrado eco o incluso hayamos sentido rechazo.

Decir lo que pensamos y sentimos, cuando lo que pensamos y sentimos es que Jesucristo ha dado la vida por nosotros, que Dios es amor, que la fe en Jesucristo es garantía de vida eterna, y que el amor cristiano y el perdón es la base de la mejor convivencia entre los hombres, siempre deja en el alma la alegría y la paz de quien anuncia una buena noticia, que es nada más y nada menos que el evangelio de Jesús.

domingo, 29 de noviembre de 2020

DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 63, 16c-17. 19c; 64, 2b-7

       -Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19

       -1 Co, 1, 3-9

       -Mc 13, 33-37

Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”

Queridas hermanos benedictinas y queridos hermanos todos:

Estad atentos, vigilad…”. Esta es la consigna principal del evangelio de este primer domingo de adviento. Consigna que hemos venido escuchando en los últimos días del año litúrgico que acaba de concluir. ¿Por qué nuestra Madre Iglesia, y Dios mismo a través de ella nos recomienda tan insistentemente este mensaje? ¿Será que Dios y la Iglesia nos ven dormidos? Esta es la primera pregunta que conviene que nos hagamos al comenzar este tiempo de adviento.

Pensemos un poco, en España somos mayoría los bautizados como cristianos católicos, sin embargo el ambiente de la calle, los comportamientos de gran parte de la población es la de vivir como si Dios no existiera, y como si los bautizados tratáramos no más que flotar y sobrevivir sobre la marea imparable de secularismo y paganismo.

Dios, a través de la liturgia de la Iglesia nos grita en este tiempo de adviento: ¿Estad atentos, vigilad… no sea que venga inesperadamente el final y os encuentre dormidos”.

El adviento es un tiempo fuerte de gracia de Dios, que quiere disponer nuestro ánimo de la mejor manera, para prepararnos a la Navidad. Para que el misterio tan entrañable, tan inmenso y beneficioso, para la vida y la salvación del mundo que ocurre en Navidad, lo vivamos religiosa y cristianamente.

Muchos de nosotros ya nos estamos preguntando cómo podremos vivir la Navidad en este año del maléfico coronavirus. Para algunos da dificultad y la pena inevitable es que no podremos organizar cenas y banquete, y algaradas en las calles con champán y bien colocados. Porque eso son para ellos las navidades. Cierto que hay un aspecto profundamente humano y cristiano con las reuniones en familia que inevitablemente quedaran aminoradas, pero el corazón de la Navidad lo esencial de esta fiesta es el misterio de la encarnación, por el que el Hijo de Dios se hace hombre para que los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios, ese misterio tan inimaginable, pero tan cierto y trascendental sí lo podremos celebrar. Y el covid 19 no tiene poder contra él.

Y para esto es el adviento, para prepararnos a una Navidad religiosa y santa, de la que salgamos más creyentes en Dios y más hermanos de nuestros prójimos.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer para vivir bien el adviento? Nos convendrá a todos leer y meditar despacio la primera lectura del profeta Isaías que hemos escuchado. En dos palabras podemos sintetizar su mensaje: Oración y reforma de vida.

Oración: “¡Ven, Señor, Jesús! ¡Ven!” “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! ¡Ven!, porque nadie, ni dioses, ni ídolos ni hombres, han hecho por quien han esperado en ellos, como tú has hecho con nosotros. ¡Ven y sálvanos!

Reforma de vida: “He aquí que estabas airado y nosotros hemos pecado”. Adviento tiene una fuerte llamada a cambiar de vida. Mirar a los hijos y dar un más claro testimonio de fe, mirar a los pobres e imponernos un estilo de vida más austero, mirar a mi hermano y perdonarle o pedirle perdón: Adviento nos llama a invocar a Dios, a hacer más oración, y también a acudir a la confesión, al sacramento de la penitencia.

El adviento vivido de esta manera será una gracia de Dios grande para cada uno y nos dispondrá el alma para acoger y beneficiarnos de la gran gracia de la Navidad.

domingo, 22 de noviembre de 2020

FESTIVIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:


-Ez 34, 11-12. 15-17

-Sal 22, 1b-3. 5-6

-1 Co 15-26. 28

-Mt. 25, 31-46


Pues Cristo tiene que reinar…”.


Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:


Fiesta solemne de Jesucristo Rey del universo, hoy termina oficialmente el año litúrgico. Año marcado por la pandemia, que comenzó en la cuaresma y todavía no nos ha dejado. Esperamos que el año que comenzará el próximo domingo, primero de Adviento, sea el año del final de la pandemia.

En el evangelio san Mateo nos presenta a Jesús como el Hijo del Hombre glorioso y Rey que, al final de los tiempos, examinará la vida de cada uno de nosotros según hayamos practicado los mandamientos de Dios y las obras de la misericordia.

Esta fiesta de Cristo Rey del universo anuncia también la meta de nuestra vida. Todos estamos destinados a participar del Reino iniciado por Cristo con su resurrección y que al final de los tiempos los establecerá plenamente.

Hoy es un día para levantar la vista, por encima de los problemas, las dificultades y las calamidades que encontramos en nuestra vida, un día para poner los ojos en la meta de nuestra vida que Cristo Rey nos prepara. ¿Quién puede caminar si no piensa a dónde quiere llegar?

Nuestra madre Iglesia en el prefacio de la misa de hoy proclama los contenidos de Reino que Jesucristo anuncia y promete realizar: “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Estas palabras será un día realidad.

Este proyecto de Reino de Dios que Jesucristo inicia y la Iglesia proclama es para nosotros un proyecto y una tarea: estamos llamados a heredar el Reino, y estamos llamados a colaborar y trabajar para construir este Reino en el mundo. Es una meta de felicidad que todos anhelamos, y es una tarea a la que todos estamos convocados por Jesús a poner en práctica.

Hermanos todos: Sí, dos objetivos: pensar y esperar en el Reino de cielo, pero con los pies bien plantados en la tierra. El mundo en el que vivimos no está para ensoñaciones: La pandemia que no acaba de hacer estragos, tantos trabajadores en paro y tantos enfermos sufriendo solos y sin compañía, las pateras en el Estrecho de Gibraltar, el hacinamiento hasta lo insufrible de los emigrantes en Canarias, tanta gente desconcertada, sin esperanza y que no acierta a invocar a Dios…

El evangelio propio de esta celebración es una revelación de lo que Jesucristo piensa de sí mismo y de los pobres; y es, al mismo tiempo, una consigna clara y comprometedora para los discípulos que decimos creer en Jesucristo y esperamos entrar en su Reino:

Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras… Entonces dirá: “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado… Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber… fui forastero y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis…: -Señor ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer…, y forastero y te hospedamos, enfermo y te visitamos?... En verdad os digo, cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Sí, pensar más y esperar con fe en la plenitud del Reino, pero poniendo en práctica con esfuerzo y coherencia lo que nos propone Jesús para implantarlo.


domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXIII T.O. (A)

-Textos:

       -Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31

       -Sal 127, 1b-5

       -1 Tes 5, 1-6

       -Mt 25, 14-30

Así pues, no nos entreguemos al sueño como los demás, sino que estemos en vela y vivamos sobriamente”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

San Pablo nos dice en la segunda lectura que ante el fin del mundo, es decir, ante la segunda venida del Señor, hay mucha gente que vive dormida.

No tienen esperanza alguna de que el Señor Jesús resucitado volverá al final de los tiempos y juzgará a vivos y muertos, y establecerá un cielo nuevo y una tierra nueva. Quienes piensan así están dormidos.

Pero nosotros los cristianos, dice san Pablo, somos hijos de la luz y del día. Por eso, concluye: “No nos entreguemos al sueño como los demás, sino que estemos en vela y vivamos sobriamente”.

Jesucristo también, como Pablo, habla de la importancia de vivir en este mundo alerta, vigilantes y bien preparados. En el evangelio plantea qué tenemos que hacer los hijos de la luz, en el tiempo hasta su segunda venida. Dice que lo nuestro debe ser estar vigilantes, pero con una vigilancia activa. Lo explica con la parábola de los talentos.

Jesús habla de un señor que encomienda a tres siervos suyos la administración de sus bienes. A dos de sus siervos les alaba su gestión.

Pero Jesucristo en su catequesis pone especial interés en desaprobar y condenar a aquel trabajador que esconde su talento por holgazanería, en vez de invertirlo, para que pueda rendir. No lo condena porque haya perdido algún talento, sino porque no lo ha puesto en activo para que produzca.

¿Qué nos enseña el Señor con esta reflexión sobre el administrador holgazán? Jesús intenta sacudir nuestra pasividad. Los discípulos de Jesús, los cristianos, tenemos que ser arriesgados, valientes y creativos; emplearnos a fondo y poner en juego todas nuestras capacidades, carismas y cualidades, naturales y sobrenaturales.

Parece que está leyendo la radiografía del cristianismo en muchos ámbitos de la sociedad actual. Un cristianismo que peca, sobre todo, de omisión. Dejar de hacer, dejar de hacer lo que es responsabilidad humana y cristiana.

Por qué los cristianos pecamos tanto de omisión? Eludimos el bulto y luego nos lamentamos. ¿Cuáles son los motivos?

Permitidme insinuar algunos: No desentonar de lo políticamente correcto, no parecer anticuado o ridículo, no quedar aislado de los círculos de influencia…

También se peca por omisión, porque el defender la fe y los valores cristianos, en el fondo, son menos importantes para algunos cristianos, que defender el negocio, el prestigio y la estima de las gentes de este mundo.

Si no somos muy, muy de Jesucristo, fácilmente y muchas veces eludiremos el bulto, y la presencia cristiana en la sociedad será cada vez más irrelevante. Es cierto, a los cristianos nos es cada día más difícil ser y vivir como cristianos de verdad en esta sociedad.

¿Qué hacer? No podemos olvidar que en la Iglesia somos familia de santos y de mártires; que lo nuestro es ser sal y fermento; y, sobre todo, agarrarnos a esta verdad: que nuestra esperanza no falla: el Día del Señor llegará, y el mundo se salvará.


domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII T.O. (A) (DÍA DE LA DIÓCESIS)


-Textos:

       -Sab 6, 12-16

       -Sal 62, 2-8

       -Tes 4, 13-18

       -Mt 25, 1-13

Por tanto, velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Para qué estamos en la vida? ¿Os habéis hecho alguna vez esta pregunta? Si acudimos a la Palabra de Dios, que es la verdadera Sabiduría, y que hoy la encontramos en la parábola de las “Diez vírgenes”, que acabamos de escuchar, podemos responder: “En esta vida estamos para prepararnos para una boda”.

Cuánto tiempo, cuántas preocupaciones y también cuánto dinero empleamos cuando nos invitan a una boda. La fe cristiana nos dice que al final de la vida temporal, al final de los tiempos, se instaurará definitivamente el Reino de Dios, simbólicamente representado en un banquete de bodas de Cristo con su Iglesia en el cielo. A este banquete somos invitados todos los hombres. La invitación que nos hace Jesucristo es universal.

Pero en esta invitación hay un detalle muy singular y muy importante, esta invitación no tiene ni fecha ni hora. La invitación está hecha, y la boda y el banquete van a tener lugar con toda certeza y seguridad. Pero no se nos ha dicho ni el día ni la hora.

Se nos anuncia con antelación a todos para que estemos preparados.

Lo que pide Jesucristo con toda claridad y con toda seriedad es que estemos preparados, y bien preparados para la boda. Porque puede que el novio tarde en venir. Y es muy fácil que ante la tardanza a nosotros se nos venga el ánimo abajo y también la fe.

Algo de esto nos está pasando a muchos cristianos, y no cristianos, hoy en día. Muchos creyentes dicen: “Cierto que vamos a morir, pero vete a saber si hay algo después”. Y tanto creyentes como no creyentes sacan esta conclusión: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es decir, vivamos como viven los que se han desentendido de la Iglesia, de Jesucristo y de Dios; vivamos como nos pide el cuerpo y los intereses materiales.

A este modo de vida se llega, cuando no se piensa en la meta final a la que somos llamados, cuando nos rendimos a la tentación de creer solo en lo que se ve y se palpa, y cuando dudamos y desconfiamos de unas promesas que tardan en llegar, pero que las ha hecho Jesucristo mismo, que ha dado la vida por nosotros, ha resucitado y promete volver para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jesucristo que es el novio, que ciertamente vendrá para celebrar el banquete de bodas del Reino, al que todos somos invitados en el evangelio que hemos escuchado.

Pero hemos dejado a un lado la cuestión primera: Si estamos en este mundo para prepararnos para esa boda, ¿qué tenemos que hacer?

La respuesta de Jesús es “Estad vigilantes, no os durmáis. Tiene la lámpara encendida y con aceite suficiente aquel que me sigue a mí, que cumple los mandamientos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia…” Estos son los atuendos del traje de bodas, y los regalos que podemos presentar al novio, a Jesucristo, cuando llegue, para tomar a su novia, la Iglesia. Es decir, a todos los que le hemos seguido despiertos, vigilantes y con las lámparas encendidas. Él nos presentará elegantes y bien ataviados y ataviadas ante Dios, Padre, para celebrar el banquete.


Una pregustación, un anticipo, de este banquete es la eucaristía a la que ahora somos invitados. 

domingo, 1 de noviembre de 2020

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS, DOMINGO XXXI

-Textos:

       -Ap 7, 2-4. 9-14

       -Sal 23, 1-6

       -1 Jn 3, 1-3

       -Mt 5, 1-12ª

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua de pie delante del trono y del Cordero”.

Innumerables, muchedumbre inmensa…, son muchísimos los salvados, que gozan de Dios en el cielo.

Este dato es Palabra de Dios, es verdad. La Iglesia de Jesús, de la que somos miembros, lo creemos y lo sabemos con toda certeza. Los salvados son muchedumbre, innumerable, incontable. No solo los santos de altar, sino tantos y tantos desconocidos, santos de nuestras familias, santos del portal de al lado, como dice nuestro papa Francisco; no han salido en los periódicos, han luchado por la vida, han pecado quizás, pero se han arrepentido, han sido buenos y han hecho el bien, han llegado al cielo, gozan de Dios y con Dios, felices para siempre.

Este dato nos llena de confianza: Eran como nosotros y se han salvado, nosotros también podemos salvarnos y alcanzar la felicidad que tanto buscamos.

Pero han sido salvados gracias al Cordero de Dios, nos dice el Apocalipsis, a Jesucristo que en el altar de la cruz fue sacrificado, y voluntariamente murió por nosotros. Su obra tiene valor infinito porque es Hijo de Dios, Dios con el Padre y el Espíritu Santo.

Por eso nuestra esperanza está bien fundada. Nosotros no tenemos fuerzas suficientes, pero si creemos de verdad en Jesucristo, él nos salva. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; sin mí no podéis hacer nada”. Pero con Jesús y gracias a Jesús, lo podemos todo; podemos ciertamente alcanzar la salvación eterna y llegar al cielo.

En el plan de Dios sobre el mundo y la humanidad todos estamos destinado a alcanzar la felicidad de los santos. Todos tenemos vocación a la santidad. Lo dijo en su día el Vaticano II: “Todos en la Iglesia están llamados a la santidad, según las palabras del apóstol: “Lo que Dios quiere de vosotros es que seáis santos” (LG 39).

Ya nosotros, en el bautismo recibimos semillas de santidad, porque somos hijos adoptivos de Dios, y participamos de la vida del Hijo de Dios, Jesucristo. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, hemos escuchado en la segunda lectura.

Por lo tanto, si estamos llamados a la santidad, caminemos por el camino de los santos; si somos hijos de Dios, vivamos conforme a nuestra vocación de hijos.

¿Qué tenemos que hacer?

Primero, cumplir los mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; Segundo, seguir por el camino de los santos, las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedará saciados; dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan… por mis causa”; tercero, poner en práctica aquellas acciones de las que vamos a ser juzgados: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, fui forastero, emigrante, y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis”.

Hermanos y hermanas:

Fiesta de Todos los Santos, de los que están en el cielo gozando de Dios, y fiesta nuestra, de nosotros, que peregrinamos en la tierra, y que somos santos en proceso de santificación.

¡Podemos ser santos! ¡Seamos santos!

El cielo nos espera, y la tierra, este valle de lágrimas, también.


domingo, 25 de octubre de 2020

DOMINGO XXX T.O. (A)

 

-Textos:

       -Ex 22, 20-26

       -Sal 27, 2-4. 47-51ab

       -Tes 1, 5c-10

       -Mt 22, 34-40

Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo nuestra Madre la Iglesia nos presenta ante todo el santo y seña de nuestra fe cristiana, la síntesis de nuestra fe, y el motivo que da sentido a nuestra vida de creyentes seguidores de Jesús: El amor.

Dios es amor, nosotros somos imagen de Dios, el amor es nuestra vocación, son palabras de san Juan Pablo segundo.

En la experiencia humana del amor es preciso contar con un contrapunto inevitable: el egoísmo. El amor pide que salgamos de nosotros mismos, y el egoísmo tiende a centrar toda nuestra vida en buscarnos a nosotros mismos.

Por eso, la vida humana es tarea de amor.

En esta tarea esencial de nuestra vida, nosotros cristianos creemos y sabemos que Jesucristo, que tuvo como lema de toda su vida: cumplir la voluntad de Dios, y amar y servir a los hombres hasta el extremo de dar la vida, es el modelo supremo y, perfecto del amor: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.

Por eso Jesucristo hoy nos enseña el secreto para el éxito de nuestra vida y nos propone el amor como mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda alama, con toda tu mente”. “Este es el mandamiento principal y primero”.

Hermanos y hermanas, ¿creemos de verdad que en amar a Dios sobre todas las cosas consiste el fin de nuestra vida, y nuestra felicidad? S. Agustín nos saca de dudas con un pensamiento que muchas veces hemos oído: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Pero Jesucristo, no solo enseña que amemos a Dios, Él nos dice: “Y el segundo mandamiento es semejante al primero, “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.

La fuente del amor es Dios, pero el amor de Dios lleva por su propia naturaleza al amor al prójimo; el amor de Dios se verifica, se acredita en el amor al prójimo. “Si alguno dice: “Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.

Al llegar a este punto, la liturgia de hoy nos pone frente un amor al prójimo muy concreto y realista: Dice la primera lectura: “No matarás ni explotarás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros… Y sigue: No explotaras a las viudas ni a huérfanos… Si prestas dinero… a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses… Porque yo soy compasivo”. Amor a Dios y amor al prójimo concreto y efectivo.

Dejadme terminar. Llamando la atención a esta frase: “Porque yo soy compasivo”. “Dios es compasivo”.

Dios ha sido compasivo con nosotros muchas veces en la vida.

Si podemos amar a Dios es porque Dios nos ama primero, muchas veces y de muchas maneras: la vida, la salud, los padres, la familia los amigos, la fe, el sentido de nuestra vida, el perdón cuando pecamos, la esperanza… Todos tenemos una historia, que analizada desde la fe es historia del amor de Dios para con nosotros. Si queremos poder y saber amar, a Dios y al prójimo, vayamos a la fuente del amor de Dios, que mana en la historia de nuestra vida.

Sobre todo, vengamos a la eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana, manifestación suprema del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.


domingo, 18 de octubre de 2020

DOMINGO XXIX T.O. (A) DOMUND

-Textos:

       -Is 45, 1. 4-6

       -Sal 95, 1. 3-5. 7-10ac

       -Tes 1, 1-5b

       -Mt 22, 15-21


Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos en la Iglesia un domingo especial, el DOMUND. Por eso, me ha parecido mejor dejar a un lado el tema del evangelio comentado tantas veces, “Dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios”, para hablar del DOMUND.

Se trata este año de un Domund del todo especial debido a la pandemia de Covid-19. El papa Francisco ante la asamblea de las Naciones Unidas dijo: “La pandemia nos ha demostrado que no podemos vivir sin el otro y menos aún, el uno contra el otro”. Si en nuestros países desarrollados la pandemia está produciendo efectos catastróficos en la salud y en la economía, en los países menos desarrollados los perjuicios de Covid-19, se suman a calamidades como la malaria, el dengue y el hambre.

Y en eso países está la Iglesia y están nuestros misioneros.

Lejos de dejarse amedrentar por el coronavirus, han continuado en sus puestos, y en su misión de anunciar a Jesucristo: curando las enfermedades, llamando a la fe y dando testimonio de caridad extrema.

El apóstol san Pablo, hoy en la segunda lectura dice de la joven comunidad cristiana de Tesalónica que él había fundado pocos años antes: -“Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”.

¿Se puede decir de nosotros cristianos y católicos, de nuestras familias, de nuestras parroquias, de nuestra diócesis esta preciosa frase, síntesis perfecta de lo que es y de lo que debe ser fe cristiana real y coherentemente vivida?: -“Recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”.

Porque tengamos muy en cuenta el lema que el papa Francisco ha querido proponer para la jornada de este año: “Aquí estoy, envíame”.

El lema va directo a todos y a cada uno de los cristianos. Es un lema, ciertamente que de manera especial harán bien los jóvenes y las jóvenes en planteárselo en serio ante Jesús que sale al encuentro y dice: “Ven y sígueme”, para responderle: “Aquí estoy, envíame”.

Pero no es solo para los jóvenes, el lema del DOMUND de este años: “Aquí estoy, mándame”, está dirigido a jóvenes y mayores, y a todas las familias y a comunidades parroquiales cristianas.

Los misioneros y misioneras que están firmes en la línea de batalla curando el coronavirus y mil enfermedades, y dando testimonio de Jesús que habla de Dios, Padre de perdón y de misericordia, que se compadece del pobre, del huérfano y de la viuda, los misioneros, nos sacarán los colores de la cara si no tomamos en serio el grito del Domund de este año: “Aquí estoy, envíame”.

Recordad lo que S. Pablo dice de una verdadera comunidad cristiana: “La actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza”. Seamos coherentes con lo que somos y respondamos a la llamada del DOMUND de este año.




domingo, 11 de octubre de 2020

DOMINGO XXVIII T.O. (A)

-Textos:

       -Is 25, 6-10ª

       -Sal 22, 1b-6

       -Fil 4,12-14. 19-20

       -Mt 22, 1-14

Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de bodas?”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Sin duda seguimos preocupados por la amenaza y sufrimientos de la pandemia. Pero, hemos venido a la eucaristía, queremos celebrar el domingo. La Palabra de Dios nos abre horizontes nuevos, nos llena de esperanza y nos da la paz.

Permitidme que deje, lo que puede parecer el tema central del evangelio para centrarnos en su mensaje final.

En la primera lectura el profeta Isaías con una metáfora muy atractiva nos anuncia una buena noticia: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín, de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. 

La noticia de Isaías, Jesucristo la actualiza y la hace realidad: el festín anunciado por Isaías es el Reino de Dios que Jesús anuncia y comienza a poner en marcha.

¿Qué es el Reino de Dios? Siguiendo la metáfora, el Reino de Dios es un banquete que alegra el cuerpo y el alma, que nos ofrece una felicidad completa. En ese banquete reina el amor y la amistad. Un banquete en el que todos participamos de la plenitud de vida que nos comunica Jesucristo resucitado, de la amistad y el amor infinitos que derrama sobre nosotros Dios, nuestro Padre, y la alegría y la paz que nos infunde el Espíritu Santo. Esta es la felicidad que Dios ofrece, y la que sacia de verdad la sed del hombre.

A estos bienes nos invita el Señor, cuando anuncia un festín de manjares suculentos o al Reino de Dios. Y Dios sale a todos los caminos del mundo para dar las invitaciones. Invita no solo a los judíos, no solo a los cristianos, a todo el mundo, hombres y mujeres; es una llamada, una invitación universal.

La fe y el bautismo, que nos regalaron nuestros padres, vienen a ser como la tarjeta de crédito que nos permite entrar en la sala para participar en el banquete.

Pero no basta con esto, ya lo hemos oído: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de bodas?”. ¿Qué quiere decir Jesús cuando dice que es preciso entrar con traje de boda?

San Pablo va al fondo y dice: “Hay que revestirse de Cristo”. Revestirse de Cristo, es participar de la vida de Cristo y practicar lo que Cristo dice y enseña. No basta pensar: “Soy cristiano, recibí el bautismo, me siento invitado por Cristo al banquete”. Sí, pero no basta es preciso desarrollar la vida bautismal y practicar lo que corresponde a un bautizado: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; las bienaventuranzas, el Sermón de la montaña; y lo que dice en otro lugar: “Tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, estuve enfermo y en la cárcel y me visitasteis…”.

Esta manera de ser, de sentir y de vivir en Cristo es el traje de bodas que nos permite entrar al festín de majares suculentos y vinos de solera, al banquete de la felicidad verdadera, al Reino de Dios, al cielo.

La eucaristía, es una degustación previa, el anticipo del banquete del Reino ya plenamente realizado que degustaremos en el cielo. Es además, el mejor alimento que permite llevar bien limpio el traje adecuado que ya en esta vida nos reviste de Cristo.


domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVII T.O. (A)

-Textos:

       -Is 5, 1-7

       -Sal 79, 9-12. 16. 19-20

       -Fil 4, 6-9

       -Mt 21, 33-4

Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dos lecturas y dos consideraciones, una de cada una:

La primera: ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? La gratitud, la acción de gracias. Ser agradecidos a Dios en todo y por todo. La madurez de nuestra fe se mide por la intensidad de nuestra gratitud. Mirad, como a la acción litúrgica de la Iglesia le llamamos eucaristía, acción de gracias”. Si tenemos fe de verdad, encontraremos motivos para dar gracias a Dios en todo momento y en toda ocasión, en las alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad, cuando las cosas nos van bien y en las adversidades. Pero para ser agradecidos es preciso ser humildes y reconocer que todo lo bueno que tenemos y somos se lo debemos a Dios.

Segunda consideración: Es continuación de la primera: “Se os quitará a vosotros el Reino de dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” .

¿Os habéis parado a pensar por qué el pueblo de Israel, el heredero de las promesas, tantos años y siglos esperando al Mesías, y cuando llega el Mesías no lo reconocen, lo rechazan y lo matan? ¿Qué le pasó a este pueblo?

Que se apropió de los dones de Dios. Era el pueblo elegido, Dios había hecho con ellos una alianza especial, habían recibido la ley de Dios mismo, se sentía el depositario de las promesas de Dios. Dios les había hecho administradores de todos estos bienes, es decir, de su viña preferida. Pero los sacerdotes y los representantes del pueblo no quisieron ser ser solo administradores, quisieron ser dueños de la viña. Se pagaron de sus prendas, y quisieron disponer de los dones de Dios como bienes suyos. En el fondo pensaron: si nos adueñamos de la viña, no tendremos que contar con Dios. Nosotros ya sabemos bien lo que es la ley, lo que es el bien y el mal. Seremos dioses de nosotros mismos.

Queridos hermanos y queridas hermanas: No pensemos que este espíritu de soberbia y de rebelión es solo de los sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel de aquel tiempo. Este espíritu es un virus que nos viene de Adán y Eva y del pecado original: Ser dioses y pretender ser conocedores del bien y del mal; no administradores de la creación, sino dueños, dominadores y manipuladores de la misma.

De Dios nos viene la vida, la salud, la inteligencia, la libertad, la capacidad de amar y el regalo de ser amados. A nosotros, creyentes y cristianos, Dios da a Jesucristo, nos ha hecho hijos de Dios por el bautismo y los somos de verdad, nos da su Espíritu, el Espíritu Santo que nos da la fuerza para amar y perdonar como Jesucristo nos ama y perdona, nos regala la esperanza firme de alcanzar la vida eterna.

Pero no olvidemos, son dones de Dios. Son tan grandes, que solo Dios nos los puede dar. No son prendas nuestras.

Dos virtudes harán posible que no nos creamos dueños de la viña y que aceptemos con gozo se administradores y propagadores de Reino de Dios en el mundo: La primera la humildad, la segunda la gratitud y la acción de gracias.

En la eucaristía, comenzamos reconociéndonos pecadores, terminamos dando gracias a Dios por Cristo con él y en El, al Padre por el Espíritu Santo.

domingo, 27 de septiembre de 2020

DOMINGO XXVI T.O. (A)

-Textos:

        -Ez 18, 25-28

       -Sal 24, 4-9

       -Fil 2, 1-11

       -Mt 21, 28-32


Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. Esta es la pregunta que nos hace esta mañana Jesucristo a nosotros. Es una pregunta importantísima para nuestra vida. Y permitidme que la haga preceder de otra pregunta: ¿Estamos convencidos de que en hacer la voluntad de Dios está la felicidad y el éxito de nuestra vida?

Si acudimos a Jesús, no nos queda duda ninguna: el motivo principal que dirigió a Jesús durante toda su vida fue cumplir la voluntad de su Padre Dios.

Pero, cómo podemos saber cuál es la voluntad de Dios para nosotros? San Pablo en la segunda lectura de hoy nos da dos pistas para recorrer: La primera es: Conocer y amar a Jesucristo. San Pablo nos dice: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”.

Conocer a Jesús, esta es la voluntad de Dios. Pero conocerlo no de cualquier manera, sino plenamente, tal como él se nos ha manifestado. El retrato que Pablo nos muestra en esta carta a los filipenses es impresionante. La Iglesia lo guarda como el mejor retrato que tenemos del misterio y de la persona de Jesús: “Tened los mismos sentimientos propios de Cristo Jesús: El cual siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios…, hecho semejante a los hombres, se humilló a sí mismo… hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”.

Así es Jesús, creer en él, no escandalizarse de él, amarlo apasionadamente, hasta vivir el deseo ardiente de identificarnos con él. Nos atrae la frase de Pablo: “Vivo yo, pero ya no yo, es Cristo quien vive en mí”.

Esto quiere Dios de nosotros, esta es su voluntad sobre nosotros. Esto nos hace felices y esto nos da sentido a la misión que tenemos en este mundo. Porque incluso en el sufrimiento y en las contrariedades de la vida, la seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios como Jesús, nos da la paz.

Cuando llegamos a creer en Jesucristo de esta manera tan personal y verdadera, tenemos deseos y fuerza de voluntad para recorrer la segunda pista que nos propone san Pablo hoy, para cumplir la voluntad de Dios: San Pablo se dirige a la comunidad cristiana de Filipo, y estas mismas palabras, nos dirige hoy. Sus palabras son el fruto granado y maduro del evangelio de Jesús: “Si queréis darme el consuelo de Cristo… manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestro intereses, sino buscad todos el interés de los demás”.

Hermanos: ¿“Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre”?, ¿Cuál es la voluntad de Dios hoy y aquí para nosotros?: Que creamos en el que él ha enviado, Jesucristo, y que practiquemos la humildad y el amor tal como él nos ha enseñado.

domingo, 20 de septiembre de 2020

DOMINGO XXV T.O. (A)


-Textos:

       -Is 55, 6-9

       -Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18

       -Fil 1, 20c-24. 27ª

       -Mt 23, 1-16

¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dios no es justo”, esta es la exclamación que nos puede brotar a muchos, después de haber oído esta parábola de Jesús. Dios hace una clara “acepción de personas”. Así pensamos espontáneamente cuando juzgamos con nuestras categorías humanas y con nuestra lógica, exigiendo la justicia estricta y dejando a un lado el amor.

Jesús no pretende dar una lección de justicia social o laboral. Jesús expuso esta parábola pensando en la mentalidad legalista que en mayor o menor medida todos llevamos dentro.

La mentalidad legalista hace las obras buenas no por amor a Dios, ni porque sean buenas o hagan bien al prójimo, sino porque son méritos para poder presentarse ante Dios, y pedirle: “Estas son mis obras, págame lo que me debes”. Yo me fío en mí mismo, en lo bueno que soy y en mis obras. No necesito de la misericordia de Dios; me basta que sea justo. Y justo, quiere decir: conforme a como yo entiendo la justicia. Dios a mi manera, con lógica mercantilista, pagar y comprar. No la lógica del amor.

Esta lógica se traslada también a las relaciones humanas. Las personas valen por lo que rinden. Las personas que no producen, que solo dan quehacer y gastos no valen nada. Sin embargo, las personas valen por lo que son, criaturas de Dios, hijas de Dios, nacidas para la eternidad.

Dios, gracias a Dios, es otra cosa, Dios es amor. Dios cumple toda justicia, pero el alma de la justicia de Dios es el amor.

Por eso hemos escuchado en la primera lectura: “Mis planes no son vuestro planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros”.

Por eso, Dios cumple lo pactado con el obrero que ha ido desde la primera hora, sí. Pero acude a la plaza a la tercera hora y al mediodía, y a media tarde y hasta al atardecer, porque su corazón, corazón divino, sufre cuando ve a una persona sin trabajo, sin pan, y también sin fe, sin esperanza. Y sale al encuentro del inválido, del niño, del anciano y también del pecador. Y espera. Espera hasta la última hora, hasta el último rayo de sol, para dar a todos la oportunidad de alcanzar la salvación.

Y menos mal que Dios es así. Porque, vamos a mirarnos a nosotros mismos: ¿Es que somos tan buenos que merezcamos el cielo? A veces nos creemos tan perfectos que nos juzgamos mejores que los demás. Y quizás este es nuestro mayor pecado.

La verdad es que muchos, y yo me incluyo entre ellos, no somos tan excelentes obreros en la viña del Señor: A veces somos vagos, a veces también nos ausentamos del trabajo. Y, si vivimos con paz y esperanza, es porque hemos conocido y hemos experimentado, que Dios, en nuestra historia, se ha portado con una lógica distinta de la nuestra, con una justicia, que es más que justicia. Porque ha tenido muchas veces misericordia de nosotros y nos ha regenerado con su perdón.

Por eso, no nos escandalicemos; dejemos que Dios sea Dios. Y que su lógica, su justicia, no sea como la nuestra: “Que Él, en sus asuntos, haga lo que quiera”.