domingo, 31 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (B)

-Textos:

       -Eclo 3, 3-7. 14-17ª
       -Sal 127, 1-5
       -Col 3, 12-21
       -Lc 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo…, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy domingo dentro de la Octava de la Navidad, fiesta de la Sagrada Familia.

Todos hablamos de la crisis de la familia en nuestra sociedad. Tantas parejas que se separan, las parejas bautizadas que se juntan sin recibir el sacramento del matrimonio; el dolor y los traumas de tantos niños a causa de los conflictos y separaciones de los padres, la dificultad de los padres para transmitir a sus hijos la fe y aquellos valores morales y humanos que consideran tan importantes; las dificultades para hacer compatibles el trabajo y la vida familiar...

Ante estos problemas muchos acaban por rendirse a los criterios y a los modos de vida de la sociedad permisiva e individualista en que vivimos.

Por eso la Iglesia nos propone celebrar la fiesta de la Sagrada Familia como faro iluminador y fuente de energía que nos ayuda a vivir un proyecto de familia según el plan de Dios.

Os propongo tres enseñanzas que destellan en el misterio de la Sagrada Familia:

En primer lugar, María y José con el niño en brazos entran en el templo para un acto de culto y cumplir la ley de Dios. En nuestra asamblea dominical también es frecuente que vengáis algunos padres jóvenes con vuestros niños pequeños. Nos alegra el hecho y damos gracias a Dios. Ojalá todos los padres imitaran a María y José e hicieran los mismo. María y José, con el Niño Jesús en brazos, cumplían la ley antigua y el rito de ofrenda y purificación; que todos los padres cristianos, con sus hijos de la mano, cumplan con el precepto de oír misa los domingos y santificar las fiestas. Todos sabemos la fuerza pedagógica y educativa de este gesto. Y, por el contrario, el ejemplo desorientador que tiene que los padres manden a sus hijos a la eucaristía o a la catequesis y ellos no vayan.

En segundo lugar, aprendamos a descubrir el amor que viven María, José y el Niño, como ejemplo del verdadero amor cristiano.

María y José escuchan y aceptan la profecía que predice el anciano Simeón para la Virgen María: “A ti una espada te traspasará el alma”.

En este mundo el amor verdadero implica satisfacciones grandes, alegrías, pero también necesariamente, sacrificio y entrega. “Quien no quiera sentir dolores, no quiera saber de amores”. La santísima Virgen, madre confiada, disfrutó del milagro de las Bodas de Caná, pero la Virgen, llena del amor verdadero, como Madre dolorosa, estuvo con su hijo al pie de la cruz.

Una ideología engañosa y nefasta induce a pensar el amor como fuente únicamente de satisfacciones placenteras y sin renuncias. A la luz de la Virgen María, de san José y de Jesús, aprendemos el verdadero amor, que se entrega y sacrifica por el bien del otro, y que encuentra, sin buscarlo, la verdadera felicidad. Un amor así construye familia y hace posible el matrimonio estable y fiel.

En tercer lugar, y como colofón, os invito a poner los ojos en Ana la profetisa, anciana y piadosa: que “hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel”.


La familia cristiana, misionera: y misionera sobre todo con el testimonio de su vida. Es posible el proyecto de Dios: Uno con una, para siempre y con hijos o con la voluntad de tenerlos. Este proyecto de vida es posible y satisface plenamente los sueños y deseos del corazón humano. Es posible. Y hay familias que lo están viviendo. Ellas son profetas de una sociedad alternativa, diferente, humana y humanizadora, que anuncian una nueva Navidad, el nacimiento de un mundo nuevo.

lunes, 25 de diciembre de 2017

NATIVIDAD DEL SEÑOR, MISA DEL DÍA (B)



-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 97, 1-6
       -Heb 1, 1-6
       -Jn 1, 1-18

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz Navidad! Y felices nosotros aquí, en la celebración de la liturgia propia de la Navidad, porque participando en ella percibimos que nuestras felicitaciones mutuas no son vacías, o meros buenos deseos hacia nuestros familiares y amigos, sino que tiene pleno sentido, porque responden a un acontecimiento que trae felicidad a todo el mundo, a todas las gentes y a toda la creación.

Vengamos a la palabra de Dios, al prólogo del evangelio de san Juan, un texto riquísimo de contenido que resume la doctrina contenida en todo su evangelio:

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Hoy, hermanas y hermanos, este día de Navidad es un día de adoración. El Niño que contemplamos en el pesebre, hijo de Maria, es Dios; Dios de Dios, Luz de luz.

Adorar es el acto más noble y más humano que podemos hacer los hombres. Algunos piensa que arrodillarse es humillante. Sólo si somos creyentes y nos arrodillamos ante Dios, somos capaces de mantenernos erguidos y mirar de frente a cualquier otro hombre. Adorar a Dios y a solo Dios es conectar con el fondo más profundo de nuestro ser y de nuestra vocación. “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”; “Mi alma tiene sed de Dios”. Somos criaturas de Dios, en él vivimos nos movemos y existimos. Adoradores de Dios. Adorando a Dios estamos haciendo el acto más acorde con nosotros mismos.

Y adoramos a Dios adorando al niño que nació en Belén. Porque “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este es el misterio propio de la Navidad. Incomprensible, inimaginable, desconcertante, pero admirable, interpelador, cautivador. Dios se ha hecho hombre; el Eterno e inmutable, porque es perfecto, ha entrado en el tiempo, en nuestra historia tan conflictiva, tan atormentada, tan contaminada por el pecado y el mal. Y todo por amor. “Nos creó, porque nos amó”, dice san Agustín. Y “nos redimió porque nos amó”, podemos decir igualmente. Porque nos amó, y porque es fiel a sí mismo y a sus criaturas; y la fidelidad demuestra su amor. Pero ahí tenemos al misterio original de nuestra fe: Dios se ha hecho hombre.

Y ha nacido en Belén, en una aldea desconocida, en un establo, porque no encontraron posada, pobre y desamparado. Los caminos de Dios, queridos hermanos, no son nuestros caminos. Dios escoge lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Cuando nos vemos indefensos e impotentes ante la invasión del mal, del pecado, de la descristianización, de la indiferencia de tantos jóvenes, no hemos de desalentarnos, sino confesar humildemente nuestra debilidad, intensificar nuestra confianza en Dios, y poner a disposición de Dios, como María y José, lo poco que tenemos y hemos recibido de él.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Jesucristo, hermanos y hermanas, este Niño tierno y encantador, en brazos de su madre, la virgen María, es manifestación exacta de Dios, el retrato fiel de Dios para nosotros, es la presencia misma de Dios en el mundo. Lo que hace es revelación misma de Dios, lo que dice es Palabra de Dios, su muerte por librarnos del pecado es manifestación suprema del amor de Dios. Quien me ha visto a mí, -a Jesucristo- ha visto al Padre. No estamos solos, ni estamos a ciegas. Dios está con nosotros porque Jesús, el hijo de María esta entre nosotros.

Pero dejadme terminar completando la noticia de este día y del misterio que celebramos hoy: “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a cuantos creen en su nombre”.

Hermanos, “el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres, podamos llegar a ser hijos de Dios”. Cuantos somos criaturas de Dios, podemos participar de la vida misma del Hijo de Dios. Jesucristo. Ser hijos en el Hijo. La fiesta del nacimiento de Jesús, es también fiesta del nacimiento de todos los bautizados en Jesús.

Como hijos de Dios participemos en la eucaristía y demos gracias a Dios por el nacimiento de Jesucristo.

domingo, 24 de diciembre de 2017

DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)



-Textos:

       -2 Sam 7, 1-5. 8b-12.14a. 16
       -Sal 88 2-5.27.29
       -Ro 16, 25-27
       -Lc 1, 26-38

He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Esta noche es noche buena y mañana Navidad”. Todos estamos pensando en esta noche, víspera de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Con qué ánimo nos disponemos a celebrarla? Quizá a alguno le preocupe el problema catalán, muchos estaremos poniendo el mayor interés en que la reunión familiar de esta noche y la comida de mañana nos dejen un buen sabor de familia, de fraternidad y armonía; sobre otros se posará una sombra de tristeza por porque la navidad de esta año no puede ser como las que han sido siempre; y habrá también muchos que no pueden celebrarla por falta de medios económicos, de salud, de compañía; incluso habrá sin duda quien no tenga esta noche albergue donde cobijarse.

La primera lectura del segundo libro de Samuel, que hemos escuchado, nos habla también de una casa, de un templo para Dios. David quiere construirle un templo suntuoso, el Señor le dice que él no necesita templo, que hasta el momento él se ha sentido muy bien en una tienda de campaña, acompañando a su pueblo de un sitio a otro por el desierto.

En este contexto puede ser oportuna una pregunta: Esta noche, esta Navidad ¿preparamos un lugar para el Señor en nuestra casa? ¿Cómo vamos a dar lugar para que el espíritu del Señor, el clima religioso, el amor y espíritu del evangelio estén presentes en nuestra casa?

La Iglesia nos habla de María como templo de Dios, porque ella llevó en su seno al Verbo de Dios encarnado; concibió en su seno y después dio a luz, pasados los nueve meses, a Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Precisamente, el evangelio de la misa de hoy, tan conocido y tan bello, nos expone este misterio. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”.

¿Qué hizo la Virgen María para convertirse en cobijo, casa, morada y templo de Dios? ¿Cómo facilitó que Dios encontrara en el seno de María todo preparado, y, digamos, el comedor y la mesa bien dispuesta, para entrar en este mudo y llevar a cabo la obra más grande y más necesaria que necesitaba la humanidad entera, la redención del pecado y de la muerte?

María creyó, la Virgen María creyó. No llegaba a entender todo el alcance de la propuesta del ángel, pero María se fio de Dios, ella entendió que era Dios quien le hablaba y le hacía una propuesta, y le bastó, y dijo “sí”. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María creyó, abrió su corazón a Dios, y se convirtió en casa, morada y templo de Dios.

Nosotros, ¿cómo estamos preparando nuestra casa, nuestra cena y comida, nuestra reunión de Navidad?

Dos gestos concretos me permito insinuar: El primero, la oración: la bendición de la mesa, quizás también, la lectura del evangelio. En unos tiempos en que se manifiesta descaradamente el propósito de eliminar el tono religioso y cristiano de las navidades, orar en familia es garantizar la esencia de la fiesta y transmitir esta esencia a las generaciones venideras.

El segundo gesto nos viene desde Cáritas: Acordarnos de los pobres y de los necesitados. Tener ya pensado y preparado, o haber ya realizado, una acción concreta de acercamiento y ayuda efectiva a personas necesitadas, si es que no hemos dado lugar a que vengan a nuestra mesa y compartan con nosotros la alegría de la fiesta que celebramos.

Terminamos con san Pablo: “Al Dios que tiene poder para consolidarnos en la fe según el evangelio…, a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de Jesucristo”.

domingo, 17 de diciembre de 2017

DOMINGO III DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 61, 1-2ª. 10-11
       -Sal Lc. 1,46-50.53-54
       -1 Tes 5, 16-24
       -Jn 1, 6-8. 19-28

En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos encontramos a ocho días de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando para celebrar esta fiesta? Las lecturas de la misa nos ofrecen ideas para elaborar durante esta semana un programa navideño.

El ambiente que se respira en la calle, en los medios de comunicación y también en el ánimo de muchos que tratan de secar el manantial religioso mismo que ha dado lugar a esta fiesta, es pura y descaradamente consumista. Gestos tan hermosos como la reunión familiar, los regalos, las felicitaciones, las reuniones de compañeros o de amigos, el consumismo intenta transformarlos, y lo consigue, en oportunidades para vender, comprar, gastar y dar muestras de ostentación y lujo. Los actos religiosos, que son el alma de la fiesta, quedan relegados a segundo o último lugar.

La palabra de Dios que hemos escuchado nos presenta en un primer plano la figura de san Juan Bautista. Este es su mensaje: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”. Juan el Bautista está apuntando a Jesucristo, al Niño-Dios que va a nacer en Belén.

Y así tenemos la clave más importante para vivir la Navidad y liberarnos de la tentación consumista, que pretende desvirtuarla. Convertirnos a Jesucristo, renovar la fe en Jesucristo, bendecir y dar gloria a Dios porque nos ha enviado a Jesucristo. Este es el primer objetivo del programa navideño que tenemos que preparar estos días.

Pero poner al Niño Dios en el centro de la Navidad lleva a consecuencias muy concretas. Porque, mirad lo que nos dice la primera lectura. Un texto de Isaías que Jesucristo hizo suyo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”.

El segundo objetivo, imprescindible, que tenemos que fijar en el programa navideño es la solidaridad efectiva con los pobres. Subrayo lo de efectiva, concreta, eficaz. Los pobres, los necesitados, las personas que sufren son el principal antídoto contra el virus del consumismo.

Y así, un programa con estos objetivos, paradójicamente y aunque no nos lo creamos, provoca alegría, pone el corazón en fiesta.

San Pablo nos grita esta mañana en la primera lectura: “Estad siempre alegres”. Y en la primera lectura observamos un detalle muy elocuente. Después de retratar al Señor que trae la buena noticia a los que sufren, el profeta irrumpe en un canto de gozo y júbilo: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. Abrirnos a las necesidades de los que sufren, proporciona gozo y felicidad. Así lo experimentó y lo cantó la Virgen María en el Magnificat.

La palabra de Dios de este tercer domingo nos da la receta contra el virus del consumismo y nos orienta sobre los objetivos para preparar esta semana el programa de Navidad.


Solo nos queda hacer lo que nos indica san Pablo: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Tened la acción de gracias: Esta es la voluntad de Dios en Cristo”.

domingo, 10 de diciembre de 2017

DOMINGO II DE ADVIENTO (B)

-Textos:
       -Is 40, 1-5. 9-11
       -Sal 84, 9-14
       -2 Pe 3, 8-14
       -Mc 1, 1-8

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Será verdad que esto de preparar el camino al Señor suena como voz en el desierto?

La preocupación de muchos es comprar lo que sea: regalos, comida, ropa, lotería…; por supuesto, en la mente de los más están las reuniones familiares: un día con tus padres, otro con los míos, comer con los hermanos, los compañeros de trabajo, los amigos…

Y “una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, que nació en Belén, dio origen a la fiesta de Navidad. Y hoy, para muchos, no tiene mucha importancia contar con el Señor a la hora de celebrar la fiesta.

Pero para nosotros, sí. Nosotros creemos en el Señor y esperamos en el Señor. Por eso, tomamos muy en cuenta las palabras de Juan el Bautista en el evangelio: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Y tomamos muy en serio la llamada a la conversión y a la confesión de nuestros pecados. “Juan el Bautista en el desierto, predicaba que se convirtieran y se bautizaran”, dice el evangelio.

Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿De dónde nos tenemos que apartar, a dónde nos debemos convertir?

El Bautista ya nos da varias pistas hacia la conversión: La primera y la más importante: Jesús, es el Mesías de Dios, que trae al mundo el perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Tengamos muy en cuenta este mensaje central del adviento. “Detrás de mí viene el que puede más que yo… y os bautizará con Espíritu Santo”.

¿Qué quiere decir esto? Hermanos, se puede vivir sin pecar, se puede amar a Dios y al prójimo con el mismo amor de Dios. Porque Jesucristo, que vino en la primera Navidad, está con nosotros dándonos su Espíritu y con la voluntad de perdonar nuestros pecados. Por eso, en este tiempo de adviento, hemos de preparar el camino al Señor y no podemos dejar que caiga en el desierto el mensaje del Bautista.

Pero, además de su mensaje, nos conviene tomar buena nota del ejemplo que nos da el Bautista. Dice el evangelio que “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan era un extremado penitente. No tendremos que hacer literalmente sus prácticas de penitencia, pero su conducta nos hace pensar en nuestro estilo de vida; nos invita a pensar si Dios no nos pide un plan de vida más austero, que nos lleve a gastar menos en cosas no estrictamente necesarias, y así, nos permita disponer de dinero y otros bienes para compartir con otros que sabemos muy bien necesitan de verdad lo que a nosotros nos sobra.

Todavía nuestra conversión tendría que tener como punto de referencia el pensamiento de Pablo: “Perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. Es decir, no nos descuidemos y no desconfiemos de las promesas de Señor. No adoptemos la filosofía frívola y ramplona de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. El Señor vendrá y nos juzgará, e instaurará un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y, si no ha cumplido plenamente estas promesas, es porque nos está dando tiempo para que nos convirtamos. Esta manera de ver la vida nos ayuda a poner las cosas en su sitio y a preparar y vivir la Navidad con sentido religioso y solidario, lejos de la idolatría del consumismo y del egoísmo individualista.

Dejad que termine con palabras del Profeta: “Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas: aquí está vuestro Dios. Mirad, Dios, llega con fuerza, su brazo domina”.


Todo esto, hermanos, ocurre, de manera cierta en la eucaristía. 

viernes, 8 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

-Textos:
  • Gén 3, 9-15.20
  • Sal 97, 1-4
  • Ef 1, 3-6.11-12
  • Lc 1, 26-38
Hágase en mí según tu Palabra”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
En medio del tiempo del adviento celebramos la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

Una fiesta que pone ante nuestros ojos uno de los aspectos más admirables del misterio de gracia que envuelve la persona y la misión de la que es Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María.

Mientras que algunos teólogos se resistían a reconocer que la Virgen María fuera Inmaculada, sin pecado, desde su concepción, la devoción popular y el Espíritu Santo que la inspiraba, lo afirmaba con más fuerza, y levantaba capillas, santuarios y ermitas a la que llamaban la Purísima Concepción. El papa Pio IX, a mediados del siglo XIX, apoyado, sobre todo en la fe de la Iglesia y en el sentir unánime del pueblo cristiano, proclamó que la virgen María fue preservada de toda influencia de pecado en previsión de y gracias a los méritos de la muerte de su Hijo, Jesucristo.

Muchas consideraciones podemos hacer si prestamos atención a los textos que la liturgia de esta fiesta nos propone para meditar y alabar a Dios. Os propongo brevemente tres:

La primera: María Inmaculada y “llena de gracia”, es como un espejo terso y limpio donde podemos mirarnos para ver nuestra vida y examinar nuestra conciencia. A veces miramos a nuestro alrededor y fácilmente decimos “Yo ya soy mejor que esos”; otras veces nos miramos a nosotros mismos y decimos precipitadamente: “Pues no soy tan malo” o “No es tan grave lo que he hecho”. La palabra de Dios es la luz más certera que descubre la verdad de nuestra vida. Y María, la Virgen Inmaculada, precisamente por eso, porque engendró a quien es la Palabra misma de Dios, y porque es Inmaculada, es el mejor espejo donde nos podemos mirar para descubrir nuestras virtudes, nuestros pecados y el estado de nuestra conciencia moral y creyente.

Tanto el tiempo de adviento como la fiesta de la Inmaculada son momentos muy oportunos para hacer un examen de conciencia y acercarnos con sinceridad al sacramento de la penitencia.

En segundo lugar, la Virgen Inmaculada, nos enseña a escuchar la Palabra de Dios. El ángel del Señor anunció a María, y la encontró atenta, orante, y por eso, María escuchó el anuncio. Así pudo realizar la misión a la que había sido destinada y por la que todas las generaciones la llamamos “bienaventurada”.

Tantas palabras que hablamos, tantas palabras que oímos… “Tu Palabra me da vida”, “Tu Palabra, Señor, es luz en mi sendero”, dice la Escritura. El papa Benedicto XVI en uno de sus documentos titulado “La Palabra del Señor”, dice que es necesaria una lectura orante, fiel y constante de la Sagrada Escritura, para profundizar en una relación personal rica y provechosa con Jesús.

En tercer lugar, queridos hermanos, la Virgen Inmaculada nos invita a decir sí a Dios. Dios nos llama a cada uno a la vida, a la fe, al matrimonio, a la vida consagrada. Dios quiere contar con nosotros para realizar su obra de salvación del mundo. Dios habla siempre, en todo momento y de la manera que menos podemos imaginar. Pero hay que estar atentos para escucharle. ¿Qué me está pidiendo Dios a mí, aquí y ahora? María dijo “sí” a la llamada de Dios. Y todas las generaciones la felicitamos y le decimos “dichosa”.


Hoy, que celebramos su fiesta, ella nos invita a decir también a Dios “hágase en mí según tu Palabra”. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 63, 16b-17; 64, 1. 2b-7
       -Sal 79, 2-3.15-16.18-19
       -1 Co 1, 3-9
       -Mc 13, 33-37

Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”. Esta consigna no es una amenaza, sino una buena noticia. El momento al que se refiere es la venida del Señor.

¿Por qué la Palabra del Señor nos insiste tantas veces: “Vigilad, velad, el momento es apremiante, no sabéis el día ni la hora”?

Sin duda, el Señor nos ve distraídos, o dormidos o demasiado ocupados. El trabajo, la familia, la salud, las tarjetas, el dinero, los viajes, los amigos… La vida pasa sin darnos cuenta, y la vida se acaba y nos pilla descuidados. Lo inmediato no nos permite ver lo esencial.

Dios, Padre bueno, nos sale al encuentro y nos habla y nos advierte: “Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Nos desvivimos por buscar la felicidad, pero no acabamos de alcanzarla, siempre insatisfechos. ¡Si supiéramos oír la voz más profunda de nuestro corazón!

Los viajes, el coche, las cosas, incluso la casa, no están a la medida ni a la altura de lo que es y desea una persona; a la medida y a la altura de una persona está sólo otra persona, el esposo, la esposa, los hijos la madre… Pero ni la riqueza de otra persona humana nos satisface del todo; porque a la medida del ser humano solo está el ser personal por antonomasia, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La voz más genuina y profunda de nuestro corazón clama por Dios. Le pedimos a la vida, a esta vida de aquí abajo, le pedimos demasiado. La familia, la esposa o el esposo, la salud, el trabajo, los amigos no pueden darnos toda la felicidad que ansía nuestro corazón.

Por eso, las nostalgia que sentimos en ciertos momentos, y la que se despierta cuando llega el adviento –vosotras hermanas benedictinas, lo sabéis muy bien- , es nostalgia de Dios, deseo de Dios. Por eso es muy buena noticia la que nos trae el adviento: El Señor vino, el Señor vendrá, el Señor viene.

Por eso, tiene tanta importancia el mensaje principal de la Palabra de Dios hoy: “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

¿Qué podemos hacer para advertir el paso del Señor en este adviento?

Mirad dos hechos recientes. El primero es el viaje del papa Francisco. Ha viajado al Extremo Oriente y ha dado lugar a un encuentro de diversas religiones, ha dialogado con diversos pueblos y diferentes ideologías, pidiendo comunión, reconciliación y, sobre todo, respeto a cada persona, porque todos somos imagen de Dios e hijos de Dios.

Otro hecho es el protagonizado por el “Banco de alimentos”, ha logrado sensibilizar y extender por toda España una campaña que sacude las conciencias y despierta la solidaridad.

Estos hechos son muestras y señales de un mundo nuevo, de que el Señor que vino, está presente entre nosotros, son la esperanza de que el Señor vendrá y establecerá definitivamente su reinado entre nosotros. Al mismo tiempo, la escucha de la palabra de Dios, el respeto mutuo, el amor, la reconciliación, la solidaridad son pistas que podemos recorrer nosotros, para vivir el adviento y para que no quede la preparación de la Navidad, solo en comprar, gastar y viajar.


Ahora, después de la consagración oiréis: “Este es el sacramento de nuestra fe”; y podréis responder con convicción: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ¡Ven, Señor, Jesús!”