domingo, 29 de enero de 2023

DOMINGO IV T.O. (A)

 

           -Textos:

            -Sof 2, 3, 12-13

            -Sal 145

            -1 Co, 26-31

            -Mt 5, 1-12ª: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La eucaristía de este domingo de invierno nos propone el programa de las “bienaventuranzas”. Es el prólogo al llamado “Sermón de la montaña”. El discurso que expone las condiciones y las actitudes  adecuadas para entrar en el Reino de Dios. Este discurso  y su preludio, las bienaventuranzas, se consideran  el compendio de todo el evangelio. Conviene quizás, al principio, poner de relieve que Jesús vivió, y practicó con su vida las bienaventuranzas.

Esto nos da ánimo, porque él nos dice que no son unas frases teóricas para un proyecto utópico, muy bonito e ideal, pero impracticable. Muchos cristianos, unos santos de altar y otros que no han llamado especialmente la atención, pero que se han sentido atraídos por el mucho bien que se puede hacer en la sociedad si las bienaventuranzas de Jesús se ponen en práctica, sí que las han cumplido y las están cumpliendo..

Pero advirtamos algo importante: para vivir las bienaventuranzas tenemos que ser como Jesús, vivir la fe en Jesús y pedir la gracia y la ayuda de Jesús.

Para vivir y practicar las bienaventuranzas tenemos que amar, y prestar atención al prójimo, sobre todo al prójimo necesitado.

A veces nos preguntamos: ¿qué tengo que dar, cuánto tengo que dar: ¿Dinero, horas de trabajo, ratos de compañía, participación en asociaciones, que tienen  muy en cuenta las necesidades y los problemas sociales? ¿Cómo hacer?

Acércate a una persona necesitada, deja que entre en tu vida y te haga partícipe de su desgracia, o del proyecto tan humanizador y tan evangélico que quiere poner en práctica. No te quedes mirando desde la ventana, o viendo la televisión o leyendo no más que los titulares del periódico…, tócale, acércate a esas o esas personas, haz como hizo Jesús con aquel leproso, o sube a la barca con los discípulos  embarcados en el lago.

Lee, escucha y medita con frecuencia las bienaventuranzas. Porque, sin duda, te conviene, como nos conviene a todos.Quizás no nos damos cuenta: pero Jesucristo comienza cada bienaventuranza con la palabra “Dichosos” o “Felices”  los pobres, los mansos, los que trabajan por la paz, los limpios de corazón, los que trabajan por la justicia…, dichosos, dichosos, dichosos.

Las bienaventuranzas, como todo el Sermón de la montaña, son el mejor reconstituyente, la más saludable medicina, para nuestra felicidad, y para la felicidad de todos los hombres y de todas las mujeres.

Porque responden a lo que el corazón humano desea sueña añora; es lo que de verdad nos conviene a todos. Por eso, vivir según esas ocho máximas de sabiduría divina, y practicarlas  nos hace felices, nos da paz, nos da bienestar con nuestros prójimos y con Dios. No nos lo creemos. Nos dejamos engañar y vamos a buscar la felicidad en los concesionarios de coches de gama alta, o a los hoteles de lujo o simplemente a viajar  a cualquier sitio, con tal de que sea muy lejos y lo podamos contar.

Hay un versículo en el libro del profeta Jeremías en el que oímos a Dios lamentarse con inmensa pena, dice: Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de agua viva, para hacerse cisternas, cisternas  agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2, 13).

Hermanos todos: Cuando vamos  tras la felicidad, ¿No pensáis que intentamos tirar al blanco y erramos casi siempre, porque acudimos a donde nunca se encuentra de verdad.

Dejadme que os repita: Las bienaventuranzas de Jesús, el Sermón del Monte, estas palabras  sí que nos llevan a alcanzar la dicha y la felicidad.

  

            -Sof 2, 3, 12-13

            -Sal 145

            -1 Co, 26-31

            -Mt 5, 1-12ª: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La eucaristía de este domingo de invierno nos propone el programa de las “bienaventuranzas”. Es el prólogo al llamado “Sermón de la montaña”. El discurso que expone las condiciones y las actitudes  adecuadas para entrar en el Reino de Dios. Este discurso  y su preludio, las bienaventuranzas, se consideran  el compendio de todo el evangelio. Conviene quizás, al principio, poner de relieve que Jesús vivió, y practicó con su vida las bienaventuranzas.

Esto nos da ánimo, porque él nos dice que no son unas frases teóricas para un proyecto utópico, muy bonito e ideal, pero impracticable. Muchos cristianos, unos santos de altar y otros que no han llamado especialmente la atención, pero que se han sentido atraídos por el mucho bien que se puede hacer en la sociedad si las bienaventuranzas de Jesús se ponen en práctica, sí que las han cumplido y las están cumpliendo..

Pero advirtamos algo importante: para vivir las bienaventuranzas tenemos que ser como Jesús, vivir la fe en Jesús y pedir la gracia y la ayuda de Jesús.

Para vivir y practicar las bienaventuranzas tenemos que amar, y prestar atención al prójimo, sobre todo al prójimo necesitado.

A veces nos preguntamos: ¿qué tengo que dar, cuánto tengo que dar: ¿Dinero, horas de trabajo, ratos de compañía, participación en asociaciones, que tienen  muy en cuenta las necesidades y los problemas sociales? ¿Cómo hacer?

Acércate a una persona necesitada, deja que entre en tu vida y te haga partícipe de su desgracia, o del proyecto tan humanizador y tan evangélico que quiere poner en práctica. No te quedes mirando desde la ventana, o viendo la televisión o leyendo no más que los titulares del periódico…, tócale, acércate a esas o esas personas, haz como hizo Jesús con aquel leproso, o sube a la barca con los discípulos  embarcados en el lago.

Lee, escucha y medita con frecuencia las bienaventuranzas. Porque, sin duda, te conviene, como nos conviene a todos.Quizás no nos damos cuenta: pero Jesucristo comienza cada bienaventuranza con la palabra “Dichosos” o “Felices”  los pobres, los mansos, los que trabajan por la paz, los limpios de corazón, los que trabajan por la justicia…, dichosos, dichosos, dichosos.

Las bienaventuranzas, como todo el Sermón de la montaña, son el mejor reconstituyente, la más saludable medicina, para nuestra felicidad, y para la felicidad de todos los hombres y de todas las mujeres.

Porque responden a lo que el corazón humano desea sueña añora; es lo que de verdad nos conviene a todos. Por eso, vivir según esas ocho máximas de sabiduría divina, y practicarlas  nos hace felices, nos da paz, nos da bienestar con nuestros prójimos y con Dios. No nos lo creemos. Nos dejamos engañar y vamos a buscar la felicidad en los concesionarios de coches de gama alta, o a los hoteles de lujo o simplemente a viajar  a cualquier sitio, con tal de que sea muy lejos y lo podamos contar.

Hay un versículo en el libro del profeta Jeremías en el que oímos a Dios lamentarse con inmensa pena, dice: Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de agua viva, para hacerse cisternas, cisternas  agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2, 13).

Hermanos todos: Cuando vamos  tras la felicidad, ¿No pensáis que intentamos tirar al blanco y erramos casi siempre, porque acudimos a donde nunca se encuentra de verdad.

Dejadme que os repita: Las bienaventuranzas de Jesús, el Sermón del Monte, estas palabras  sí que nos llevan a alcanzar la dicha y la felicidad.

 

domingo, 22 de enero de 2023

DOMINGO III T.O. (A)

 

-Textos:

            -Is 9, 1-4

            -Sal 26, 1-4. 13-14

            -1 Co 1, 10-13. 17

            -Mt, 4, 12-23

Comenzó Jesús a predicar diciendo: –“Convertíos. Porque está cerca el Reino de Dios”.

Hace frío en el ambiente exterior, pero aquí junto a nuestras hermanas benedictinas, reunidos en asamblea dominical, nos sentimos bien templados.

Jesús ha recibido el bautismo en el rio Jordán, de manos del Bautista, y también con dolor para él, ha conocido la noticia de que su amigo y compañero en la misión Juan el bautista ha sido ejecutado por  Herodes.

Pero la noticia no le arredra, él ya tiene muy claro que su Padre Dios, le manda salir a la vida pública y predicar.

¿Y cuál es el primer mensaje que transmite al público?: “Convertíos. Porque está cerca el Reino de Dios”.

Queridos hermanos y hermanas, este mismo mensaje nos los dirige hoy Jesús a nosotros aquí igual que la primera vez como resonó en los campos de Galilea. Y Jesús nos lo grita a nosotros porque lo necesitamos: ¡Convertíos!

Ayer predicaba estas mismas palabras de Jesús a una comunidad de padres, jóvenes y niños. Y un niño me pregunto: ¿A qué me tengo que convertir? ¿A qué nos tenemos que convertir? ¿Es que de verdad lo necesitamos? – El mismo Jesús nos responde: Convertíos al Reino de Dios. 

¿Y qué es el Reino de Dios?

Mejor que “reino” deberíamos decir “reinado”. Convertíos al Reinado de Dios.

Dios está decidido a intervenir  de manera definitiva y con más fuerza que nunca en nuestro mundo y en nuestra historia personal y social. Él irrumpe con todo el caudal de su amor infinito en las historia humana, no tiene reparo en complicarse en el barro de la historia de la humanidad. Y la fuerza, que como una catarata imparable introduce  en nosotros es su amor, su amor infinito: manifestado en Jesucristo. Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios en los hombres y para los hombres. San Juan de la Cruz dice con un castellano castizo: “Porque en darnos como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya –que no tiene otra- , todo nos lo habló junto, y de una vez, en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.

En Jesucristo, Dios ha dicho todo, y nos ha dado todo, absolutamente su amor.  Y cabría pensar: ¿Entonces se ha acabado ya el amor de Dios? De ninguna manera, su amor es infinito y no se puede acabar. Pero lo que sí es verdad que desde que Jesús irrumpió en el mundo, todo el amor infinito de Dios ha irrumpido en el mundo, y en Cristo, que ha dado la vida por nosotros y ha resucitado, está permanente y presente Dios ofreciéndonos amor y amor eterno, y amor, que es capaz de impactar en nuestro corazón, y ganarlo para el bien y para el amor, la libertad y la justicia, y así llegar a su propósito y objetivo final, conseguir un cielo nuevo y una tierra nueva, como dice en el Apocalipsis.

Por eso es sumamente importante que hoy escuchemos la voz, la llamada mil veces oída, pero siempre novedosa, que nos sorprende, nos desconcierta y nos atrae. Dios habla siempre, Dios nos habla de muchos modos y maneras. Siempre para ofrecernos lo mejor y lo más conveniente para nuestra vida,  y siempre para confiarnos una misión:  incorporarnos a la tarea que él comenzó en el Jordán, como nos dice el evangelio: “Jesús recorría toda Galilea…, proclamando el evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”.

 

 

domingo, 8 de enero de 2023

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SE3ÑOR (A)

-Textos:

            -Is 60, 1-6

            -Sal 71, 2. 7-8. 10-11. 12-13

            -Ef 3, 2-3. 5-6.

-Mt 2, 1-12

Conviene que así cumplamos toda justicia”

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La fiesta del bautismo de Jesús  es el broche de oro de la Navidad, la presentación de Jesucristo como adulto que se lanza a la gran tarea de anunciar el anuncio más esperado por el pueblo judío y la campaña más interesante que podían escuchar todos los paganos o creyentes de alguna religión.

Para nosotros, hoy, el acontecimiento del bautismo de Jesús en el rio Jordán es la invitación a seguir a Jesucristo con nuevo entusiasmo, convencidos de que algo  muy importante y muy nuevo, que no hemos descubierto todavía.

Esta mañana, Dios mismo por fin, cumple sus promesas y nos dice hoy a nosotros: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”.

Hoy, Jesús, ya no aparece como el niño, que atrae y encanta a cuantos lo contemplamos en brazos de María, protegido por la compañía de José.

Hoy aparece Jesús ante nosotros como un joven adulto, libre y consciente de sus actos, que se pone a la cola de los pecadores, como si necesitará purificarse y ser perdonado de unos pecados que él no ha cometido. – Recordad las palabras de San Pablo en Filipenses: “El cual, siendo de condición divina,  no retuvo ávidamente ser  igual a Dios, al contrario, se despojó de sí mismo… se humilló  a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte…”.

Jesucristo, libre, dueño de su destino, pero obediente a su Padre Dios –“Conviene que así cumplamos toda justicia” dice a su amigo y profeta Juan Bautista-,  y Jesús se bautiza como si fuera un pecador.

Porque quien ha venido a perdonar todos los pecados del mundo, -así son los planes de Dios-, tenía que cargar sobre si con los pecados de todos los hombres, aparecer como pecador y adentrarse en el mundo de los pecadores, para que nos acercáramos a él. Y pudiéramos recibir el perdón de los pecados y participar de la salvación de Dios.

“A penas se bautizó  Jesús, salió del agua, se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él”.

Es el Espíritu Santo, quien interviene para darle el impulso. En este momento Jesús entiende que su Padre, Dios, le manda salir a la vida pública y predicar el evangelio.

Algunos Padres de la Iglesia dicen: “Al sumergirse Jesús en las aguas del Jordán sanó todas las aguas haciéndolas aptas para que cuantos quisieran escuchar la voz de Dios y convertirse a Jesucristo, pudieran quedar purificados con  las aguas bautismales.

Concluyamos con algunas consecuencias prácticas:

A partir de hoy, todos los domingos, y cada vez que venimos a la eucaristía, pongamos los ojos de la fe en Jesús: Jesucristo es el camino, y la verdad y la vida.

Humildad, humildad, humildad, decía Santa Teresa de Jesús. La humildad es la base, el humus, la tierra buena donde pude germinar y crecer la fe; el orgullo y la soberbia son la raíz del pecado, de la división y de la guerra entre los humanos. Y posiblemente la primera causa de falta de fe en muchos contemporáneos nuestros.

El bautismo, el de niños y el de adultos es el acto más fecundo y más importante y necesario, que nos puede ocurrir a los hombres y mujeres que venimos a este mundo.

 

 

viernes, 6 de enero de 2023

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (A)

 

-Textos:

            -Is 60, 1-6

            -Sal 71, 2. 7-8. 10-11. 12-13

            -Ef 3, 2-3ª, 5-6

            -Mt, 2,1-12

 

“Dónde está el Rey de los cielos que nos ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy fiesta de los Reyes Magos y fiesta de la Epifanía. La liturgia de la Iglesia prefiere llamarla fiesta de la Epifanía, que quiere decir manifestación, fiesta de la Manifestación de Jesús, que ha venido a este mundo para salvar a todos los hombres y a la creación entera.

Esta mañana ponemos nuestra atención en los Magos, o Sabios, que llegan al portal de Belén desde lejanas tierras. Los Reyes Magos, como decimos nosotros, son buscadores de Dios. Claro que son sabios, estudiosos y estudian el firmamento y las estrellas. Pero en la observación de la estrellas ven señales especiales, descubre, una muy especial que les habla de Dios. Y se ponen en camino. Porque ellos son sabios y científicos, pero no, se conforman con saber y descubrir cómo funcionan las estrellas, ellos buscan a Dios. Saben mucho de los movimientos de las estrella, pero  eso no les llena del todo, más allá de lo que descubre en el cielo y en las estrellas, buscan a Dios. Y Dios les ayuda, los acompaña, aunque, durante el camino, no lo ven, ellos ven algo especial en esa estrella, saben que las estrellas hablan de Dios. Y no se equivocan, la estrella se posa sobre el portal y allí se encuentran con Jesús. Es cierto que no ha bastado su convencimiento de que el firmamento, las estrella, como todas cosas hablan de Dios. Ellos han preguntado a los hombres, a los teólogos, a los sacerdotes, que conocen las escrituras sagradas, la Biblia, la Palabra de Dios. La voz de su corazón y la Palabra de Dios, como está escrita en la Biblia. Las estrellas hablan de Dios, y Dios por medio de la Biblia les revela todo lo que puede decirles el firmamento y las estrellas. Y así y por fin ellos llegan al portal, encuentran al Niño Dios, saben que es Él y lo adoran.

 Hermanas y hermanos: Los cielos y la tierra nos hablan de Dios, nos hablan de Jesucristo, del Hijo de Dios, pero no somos muchos los que en esta tierra y en este mundo, que nos toca vivir, descubrimos a Dios en las cosas, en los acontecimientos, en la personas. Tenemos telescopios, y microscopios, y mil procedimientos con los que descubrimos cómo funcionan las galaxias y los virus más pequeños. Y nos servimos de ellos, los usamos los compramos y vendemos. Pero no pasamos de ahí. No vemos en ellos a Dios, no nos hablan de Dios. Sí nos hablan, pero no los escuchamos, no entendemos su lenguaje.

Porque en nuestro  corazón falta la luz. Hemos matado, o hemos acallado la voz del corazón. La inquietud profunda que sentimos en el interior, que nos mueve siempre a amar, a la verdad, al bien, a la libertad que de verdad libera. Esa inquietud del alma, del corazón, que nos habla y nos dice: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. No brilla en muchos corazones. No la han descubierto, o  creemos que no merece  la pena hacerle caso. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.”

Muchos, que no conocen la Biblia, la Palabra de Dios, porque no se les ha predicado, y muchos que sufren pobreza, guerras, pandemias mortíferas buscan la estrella divina, y no encuentran a quien, en un gesto de amor y de solidaridad, se la muestre.

 Muchos niños, con su ilusión siempre despierta, con su alegría a flor de piel y su inocencia nos preguntan ¿Qué hemos hecho del deseo infinito de felicidad,  del deseo de Dios?

La Epifanía, la eucaristía que celebramos en esta fiesta, es una noticia  luminosa yes, al mismo tiempo, una interpelación apremiante: “Vosotros, que habéis visto la luz ¿Qué habéis hecho de la luz? 


domingo, 1 de enero de 2023

FIESTA DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

-Textos:

            -Num 6, 22-27

            -Sal 66, 2-3. 5-6 y 8

            -Ga 4, 4-7

            -Lc 2, 16-21

 “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz Año 2023! ¡Y  Bendita sea la Virgen María Madre de Dios! El día de Año Nuevo la liturgia de la Iglesia acumula varias conmemoraciones: La Circuncisión del Señor, la Jornada por la paz y la fiesta de Santa María Virgen y Madre de Dios.

Permitidme que comente, como primer motivo el de la fiesta de Santa María, Madre de Dios.

Este título que tiene la Virgen es el más grande y más digno y valioso de todos los que le reconoce la Iglesia a nuestra Madre del cielo, la Madre de Dios.

María es realmente Madre de Dios, porque es madre del Hijo de Dios, de la segunda persona de la Santísima Trinidad, que por designio divino aceptó hacerse hombre como nosotros, encarnarse y nacer de mujer, como nos ha dicho esta mañana San Pablo: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,… para que recibiéramos la adopción filial”.

Por milagro de Dios, con la gracia del Espíritu Santo, María Virgen concibe y da a luz a un hijo que ha gestado en su seno, y que es nada menos, que el Hijo de Dios. María es realmente Madre de Dios.

El pueblo cristiano desde muy pronto comenzó a venerar a María, precisamente con este título, Madre de Dios. Y cuando el Concilio de Éfeso en el siglo quinto, declaró solemnemente a María “Madre de Dios” provocó en la ciudad una manifestación y un regocijo popular indescriptibles.

Pero, como sabemos muy bien, la Madre de Jesucristo es Madre de Dios, y Madre nuestra. San Pablo ha terminado la epístola de hoy con estas palabras: Así que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también herederos por voluntad de Dios”. Somos hijos de Dios, y, por lo tanto, hijos de la Madre de Dios, la Virgen María.

Hacemos muy bien en reconocer e invocar a María como Madre nuestra. Cuando nos sentimos débiles, tentados, desorientados acudamos a María; para pedir o para dar gracias, en  la salud o en la enfermedad; en todo momento recemos a nuestra Madre del cielo, la Madre de Dios; recemos frecuentemente y con fe firme. San Bernardo en una preciosa y famosa oración dice: “Mira a María, invoca a María”. No es casualidad que la Iglesia haya dispuesto la fiesta de Santa María, Madre de Dios” en el primer día del año. Para animar a todos los cristianos a contar con la Virgen María en  todo momento.

Para terminar permitidme un tema distinto: en este día también celebramos la “Jornada por la paz”. Tenemos guerra en Europa, en Ucrania, pero hay guerras también en otras partes de nuestro mundo. Permitidme solo una palabra del papa Benedicto XVI, fallecido ayer, que tanto y tan bien nos ha orientado con su magistral sabiduría. Él ha hablado muchísimas veces sobre la paz y la guerra. Retengamos esta breve frase: “En primer lugar, la paz debe construirse en los corazones. Ahí es donde se desarrollan los sentimientos que pueden alimentarla o, por el contrario, aumentarla, debilitarla y ahogarla.

Hoy, singularmente pidamos por la paz a nuestra Madre del cielo y Madre de Dios, la Virgen María.