domingo, 31 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (B)

-Textos:

       -Eclo 3, 3-7. 14-17ª
       -Sal 127, 1-5
       -Col 3, 12-21
       -Lc 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo…, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy domingo dentro de la Octava de la Navidad, fiesta de la Sagrada Familia.

Todos hablamos de la crisis de la familia en nuestra sociedad. Tantas parejas que se separan, las parejas bautizadas que se juntan sin recibir el sacramento del matrimonio; el dolor y los traumas de tantos niños a causa de los conflictos y separaciones de los padres, la dificultad de los padres para transmitir a sus hijos la fe y aquellos valores morales y humanos que consideran tan importantes; las dificultades para hacer compatibles el trabajo y la vida familiar...

Ante estos problemas muchos acaban por rendirse a los criterios y a los modos de vida de la sociedad permisiva e individualista en que vivimos.

Por eso la Iglesia nos propone celebrar la fiesta de la Sagrada Familia como faro iluminador y fuente de energía que nos ayuda a vivir un proyecto de familia según el plan de Dios.

Os propongo tres enseñanzas que destellan en el misterio de la Sagrada Familia:

En primer lugar, María y José con el niño en brazos entran en el templo para un acto de culto y cumplir la ley de Dios. En nuestra asamblea dominical también es frecuente que vengáis algunos padres jóvenes con vuestros niños pequeños. Nos alegra el hecho y damos gracias a Dios. Ojalá todos los padres imitaran a María y José e hicieran los mismo. María y José, con el Niño Jesús en brazos, cumplían la ley antigua y el rito de ofrenda y purificación; que todos los padres cristianos, con sus hijos de la mano, cumplan con el precepto de oír misa los domingos y santificar las fiestas. Todos sabemos la fuerza pedagógica y educativa de este gesto. Y, por el contrario, el ejemplo desorientador que tiene que los padres manden a sus hijos a la eucaristía o a la catequesis y ellos no vayan.

En segundo lugar, aprendamos a descubrir el amor que viven María, José y el Niño, como ejemplo del verdadero amor cristiano.

María y José escuchan y aceptan la profecía que predice el anciano Simeón para la Virgen María: “A ti una espada te traspasará el alma”.

En este mundo el amor verdadero implica satisfacciones grandes, alegrías, pero también necesariamente, sacrificio y entrega. “Quien no quiera sentir dolores, no quiera saber de amores”. La santísima Virgen, madre confiada, disfrutó del milagro de las Bodas de Caná, pero la Virgen, llena del amor verdadero, como Madre dolorosa, estuvo con su hijo al pie de la cruz.

Una ideología engañosa y nefasta induce a pensar el amor como fuente únicamente de satisfacciones placenteras y sin renuncias. A la luz de la Virgen María, de san José y de Jesús, aprendemos el verdadero amor, que se entrega y sacrifica por el bien del otro, y que encuentra, sin buscarlo, la verdadera felicidad. Un amor así construye familia y hace posible el matrimonio estable y fiel.

En tercer lugar, y como colofón, os invito a poner los ojos en Ana la profetisa, anciana y piadosa: que “hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel”.


La familia cristiana, misionera: y misionera sobre todo con el testimonio de su vida. Es posible el proyecto de Dios: Uno con una, para siempre y con hijos o con la voluntad de tenerlos. Este proyecto de vida es posible y satisface plenamente los sueños y deseos del corazón humano. Es posible. Y hay familias que lo están viviendo. Ellas son profetas de una sociedad alternativa, diferente, humana y humanizadora, que anuncian una nueva Navidad, el nacimiento de un mundo nuevo.

lunes, 25 de diciembre de 2017

NATIVIDAD DEL SEÑOR, MISA DEL DÍA (B)



-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 97, 1-6
       -Heb 1, 1-6
       -Jn 1, 1-18

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz Navidad! Y felices nosotros aquí, en la celebración de la liturgia propia de la Navidad, porque participando en ella percibimos que nuestras felicitaciones mutuas no son vacías, o meros buenos deseos hacia nuestros familiares y amigos, sino que tiene pleno sentido, porque responden a un acontecimiento que trae felicidad a todo el mundo, a todas las gentes y a toda la creación.

Vengamos a la palabra de Dios, al prólogo del evangelio de san Juan, un texto riquísimo de contenido que resume la doctrina contenida en todo su evangelio:

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Hoy, hermanas y hermanos, este día de Navidad es un día de adoración. El Niño que contemplamos en el pesebre, hijo de Maria, es Dios; Dios de Dios, Luz de luz.

Adorar es el acto más noble y más humano que podemos hacer los hombres. Algunos piensa que arrodillarse es humillante. Sólo si somos creyentes y nos arrodillamos ante Dios, somos capaces de mantenernos erguidos y mirar de frente a cualquier otro hombre. Adorar a Dios y a solo Dios es conectar con el fondo más profundo de nuestro ser y de nuestra vocación. “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”; “Mi alma tiene sed de Dios”. Somos criaturas de Dios, en él vivimos nos movemos y existimos. Adoradores de Dios. Adorando a Dios estamos haciendo el acto más acorde con nosotros mismos.

Y adoramos a Dios adorando al niño que nació en Belén. Porque “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este es el misterio propio de la Navidad. Incomprensible, inimaginable, desconcertante, pero admirable, interpelador, cautivador. Dios se ha hecho hombre; el Eterno e inmutable, porque es perfecto, ha entrado en el tiempo, en nuestra historia tan conflictiva, tan atormentada, tan contaminada por el pecado y el mal. Y todo por amor. “Nos creó, porque nos amó”, dice san Agustín. Y “nos redimió porque nos amó”, podemos decir igualmente. Porque nos amó, y porque es fiel a sí mismo y a sus criaturas; y la fidelidad demuestra su amor. Pero ahí tenemos al misterio original de nuestra fe: Dios se ha hecho hombre.

Y ha nacido en Belén, en una aldea desconocida, en un establo, porque no encontraron posada, pobre y desamparado. Los caminos de Dios, queridos hermanos, no son nuestros caminos. Dios escoge lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Cuando nos vemos indefensos e impotentes ante la invasión del mal, del pecado, de la descristianización, de la indiferencia de tantos jóvenes, no hemos de desalentarnos, sino confesar humildemente nuestra debilidad, intensificar nuestra confianza en Dios, y poner a disposición de Dios, como María y José, lo poco que tenemos y hemos recibido de él.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Jesucristo, hermanos y hermanas, este Niño tierno y encantador, en brazos de su madre, la virgen María, es manifestación exacta de Dios, el retrato fiel de Dios para nosotros, es la presencia misma de Dios en el mundo. Lo que hace es revelación misma de Dios, lo que dice es Palabra de Dios, su muerte por librarnos del pecado es manifestación suprema del amor de Dios. Quien me ha visto a mí, -a Jesucristo- ha visto al Padre. No estamos solos, ni estamos a ciegas. Dios está con nosotros porque Jesús, el hijo de María esta entre nosotros.

Pero dejadme terminar completando la noticia de este día y del misterio que celebramos hoy: “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a cuantos creen en su nombre”.

Hermanos, “el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres, podamos llegar a ser hijos de Dios”. Cuantos somos criaturas de Dios, podemos participar de la vida misma del Hijo de Dios. Jesucristo. Ser hijos en el Hijo. La fiesta del nacimiento de Jesús, es también fiesta del nacimiento de todos los bautizados en Jesús.

Como hijos de Dios participemos en la eucaristía y demos gracias a Dios por el nacimiento de Jesucristo.

domingo, 24 de diciembre de 2017

DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)



-Textos:

       -2 Sam 7, 1-5. 8b-12.14a. 16
       -Sal 88 2-5.27.29
       -Ro 16, 25-27
       -Lc 1, 26-38

He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Esta noche es noche buena y mañana Navidad”. Todos estamos pensando en esta noche, víspera de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Con qué ánimo nos disponemos a celebrarla? Quizá a alguno le preocupe el problema catalán, muchos estaremos poniendo el mayor interés en que la reunión familiar de esta noche y la comida de mañana nos dejen un buen sabor de familia, de fraternidad y armonía; sobre otros se posará una sombra de tristeza por porque la navidad de esta año no puede ser como las que han sido siempre; y habrá también muchos que no pueden celebrarla por falta de medios económicos, de salud, de compañía; incluso habrá sin duda quien no tenga esta noche albergue donde cobijarse.

La primera lectura del segundo libro de Samuel, que hemos escuchado, nos habla también de una casa, de un templo para Dios. David quiere construirle un templo suntuoso, el Señor le dice que él no necesita templo, que hasta el momento él se ha sentido muy bien en una tienda de campaña, acompañando a su pueblo de un sitio a otro por el desierto.

En este contexto puede ser oportuna una pregunta: Esta noche, esta Navidad ¿preparamos un lugar para el Señor en nuestra casa? ¿Cómo vamos a dar lugar para que el espíritu del Señor, el clima religioso, el amor y espíritu del evangelio estén presentes en nuestra casa?

La Iglesia nos habla de María como templo de Dios, porque ella llevó en su seno al Verbo de Dios encarnado; concibió en su seno y después dio a luz, pasados los nueve meses, a Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Precisamente, el evangelio de la misa de hoy, tan conocido y tan bello, nos expone este misterio. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”.

¿Qué hizo la Virgen María para convertirse en cobijo, casa, morada y templo de Dios? ¿Cómo facilitó que Dios encontrara en el seno de María todo preparado, y, digamos, el comedor y la mesa bien dispuesta, para entrar en este mudo y llevar a cabo la obra más grande y más necesaria que necesitaba la humanidad entera, la redención del pecado y de la muerte?

María creyó, la Virgen María creyó. No llegaba a entender todo el alcance de la propuesta del ángel, pero María se fio de Dios, ella entendió que era Dios quien le hablaba y le hacía una propuesta, y le bastó, y dijo “sí”. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María creyó, abrió su corazón a Dios, y se convirtió en casa, morada y templo de Dios.

Nosotros, ¿cómo estamos preparando nuestra casa, nuestra cena y comida, nuestra reunión de Navidad?

Dos gestos concretos me permito insinuar: El primero, la oración: la bendición de la mesa, quizás también, la lectura del evangelio. En unos tiempos en que se manifiesta descaradamente el propósito de eliminar el tono religioso y cristiano de las navidades, orar en familia es garantizar la esencia de la fiesta y transmitir esta esencia a las generaciones venideras.

El segundo gesto nos viene desde Cáritas: Acordarnos de los pobres y de los necesitados. Tener ya pensado y preparado, o haber ya realizado, una acción concreta de acercamiento y ayuda efectiva a personas necesitadas, si es que no hemos dado lugar a que vengan a nuestra mesa y compartan con nosotros la alegría de la fiesta que celebramos.

Terminamos con san Pablo: “Al Dios que tiene poder para consolidarnos en la fe según el evangelio…, a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de Jesucristo”.

domingo, 17 de diciembre de 2017

DOMINGO III DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 61, 1-2ª. 10-11
       -Sal Lc. 1,46-50.53-54
       -1 Tes 5, 16-24
       -Jn 1, 6-8. 19-28

En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos encontramos a ocho días de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando para celebrar esta fiesta? Las lecturas de la misa nos ofrecen ideas para elaborar durante esta semana un programa navideño.

El ambiente que se respira en la calle, en los medios de comunicación y también en el ánimo de muchos que tratan de secar el manantial religioso mismo que ha dado lugar a esta fiesta, es pura y descaradamente consumista. Gestos tan hermosos como la reunión familiar, los regalos, las felicitaciones, las reuniones de compañeros o de amigos, el consumismo intenta transformarlos, y lo consigue, en oportunidades para vender, comprar, gastar y dar muestras de ostentación y lujo. Los actos religiosos, que son el alma de la fiesta, quedan relegados a segundo o último lugar.

La palabra de Dios que hemos escuchado nos presenta en un primer plano la figura de san Juan Bautista. Este es su mensaje: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”. Juan el Bautista está apuntando a Jesucristo, al Niño-Dios que va a nacer en Belén.

Y así tenemos la clave más importante para vivir la Navidad y liberarnos de la tentación consumista, que pretende desvirtuarla. Convertirnos a Jesucristo, renovar la fe en Jesucristo, bendecir y dar gloria a Dios porque nos ha enviado a Jesucristo. Este es el primer objetivo del programa navideño que tenemos que preparar estos días.

Pero poner al Niño Dios en el centro de la Navidad lleva a consecuencias muy concretas. Porque, mirad lo que nos dice la primera lectura. Un texto de Isaías que Jesucristo hizo suyo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”.

El segundo objetivo, imprescindible, que tenemos que fijar en el programa navideño es la solidaridad efectiva con los pobres. Subrayo lo de efectiva, concreta, eficaz. Los pobres, los necesitados, las personas que sufren son el principal antídoto contra el virus del consumismo.

Y así, un programa con estos objetivos, paradójicamente y aunque no nos lo creamos, provoca alegría, pone el corazón en fiesta.

San Pablo nos grita esta mañana en la primera lectura: “Estad siempre alegres”. Y en la primera lectura observamos un detalle muy elocuente. Después de retratar al Señor que trae la buena noticia a los que sufren, el profeta irrumpe en un canto de gozo y júbilo: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. Abrirnos a las necesidades de los que sufren, proporciona gozo y felicidad. Así lo experimentó y lo cantó la Virgen María en el Magnificat.

La palabra de Dios de este tercer domingo nos da la receta contra el virus del consumismo y nos orienta sobre los objetivos para preparar esta semana el programa de Navidad.


Solo nos queda hacer lo que nos indica san Pablo: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Tened la acción de gracias: Esta es la voluntad de Dios en Cristo”.

domingo, 10 de diciembre de 2017

DOMINGO II DE ADVIENTO (B)

-Textos:
       -Is 40, 1-5. 9-11
       -Sal 84, 9-14
       -2 Pe 3, 8-14
       -Mc 1, 1-8

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Será verdad que esto de preparar el camino al Señor suena como voz en el desierto?

La preocupación de muchos es comprar lo que sea: regalos, comida, ropa, lotería…; por supuesto, en la mente de los más están las reuniones familiares: un día con tus padres, otro con los míos, comer con los hermanos, los compañeros de trabajo, los amigos…

Y “una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, que nació en Belén, dio origen a la fiesta de Navidad. Y hoy, para muchos, no tiene mucha importancia contar con el Señor a la hora de celebrar la fiesta.

Pero para nosotros, sí. Nosotros creemos en el Señor y esperamos en el Señor. Por eso, tomamos muy en cuenta las palabras de Juan el Bautista en el evangelio: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Y tomamos muy en serio la llamada a la conversión y a la confesión de nuestros pecados. “Juan el Bautista en el desierto, predicaba que se convirtieran y se bautizaran”, dice el evangelio.

Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿De dónde nos tenemos que apartar, a dónde nos debemos convertir?

El Bautista ya nos da varias pistas hacia la conversión: La primera y la más importante: Jesús, es el Mesías de Dios, que trae al mundo el perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Tengamos muy en cuenta este mensaje central del adviento. “Detrás de mí viene el que puede más que yo… y os bautizará con Espíritu Santo”.

¿Qué quiere decir esto? Hermanos, se puede vivir sin pecar, se puede amar a Dios y al prójimo con el mismo amor de Dios. Porque Jesucristo, que vino en la primera Navidad, está con nosotros dándonos su Espíritu y con la voluntad de perdonar nuestros pecados. Por eso, en este tiempo de adviento, hemos de preparar el camino al Señor y no podemos dejar que caiga en el desierto el mensaje del Bautista.

Pero, además de su mensaje, nos conviene tomar buena nota del ejemplo que nos da el Bautista. Dice el evangelio que “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan era un extremado penitente. No tendremos que hacer literalmente sus prácticas de penitencia, pero su conducta nos hace pensar en nuestro estilo de vida; nos invita a pensar si Dios no nos pide un plan de vida más austero, que nos lleve a gastar menos en cosas no estrictamente necesarias, y así, nos permita disponer de dinero y otros bienes para compartir con otros que sabemos muy bien necesitan de verdad lo que a nosotros nos sobra.

Todavía nuestra conversión tendría que tener como punto de referencia el pensamiento de Pablo: “Perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. Es decir, no nos descuidemos y no desconfiemos de las promesas de Señor. No adoptemos la filosofía frívola y ramplona de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. El Señor vendrá y nos juzgará, e instaurará un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y, si no ha cumplido plenamente estas promesas, es porque nos está dando tiempo para que nos convirtamos. Esta manera de ver la vida nos ayuda a poner las cosas en su sitio y a preparar y vivir la Navidad con sentido religioso y solidario, lejos de la idolatría del consumismo y del egoísmo individualista.

Dejad que termine con palabras del Profeta: “Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas: aquí está vuestro Dios. Mirad, Dios, llega con fuerza, su brazo domina”.


Todo esto, hermanos, ocurre, de manera cierta en la eucaristía. 

viernes, 8 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

-Textos:
  • Gén 3, 9-15.20
  • Sal 97, 1-4
  • Ef 1, 3-6.11-12
  • Lc 1, 26-38
Hágase en mí según tu Palabra”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
En medio del tiempo del adviento celebramos la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

Una fiesta que pone ante nuestros ojos uno de los aspectos más admirables del misterio de gracia que envuelve la persona y la misión de la que es Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María.

Mientras que algunos teólogos se resistían a reconocer que la Virgen María fuera Inmaculada, sin pecado, desde su concepción, la devoción popular y el Espíritu Santo que la inspiraba, lo afirmaba con más fuerza, y levantaba capillas, santuarios y ermitas a la que llamaban la Purísima Concepción. El papa Pio IX, a mediados del siglo XIX, apoyado, sobre todo en la fe de la Iglesia y en el sentir unánime del pueblo cristiano, proclamó que la virgen María fue preservada de toda influencia de pecado en previsión de y gracias a los méritos de la muerte de su Hijo, Jesucristo.

Muchas consideraciones podemos hacer si prestamos atención a los textos que la liturgia de esta fiesta nos propone para meditar y alabar a Dios. Os propongo brevemente tres:

La primera: María Inmaculada y “llena de gracia”, es como un espejo terso y limpio donde podemos mirarnos para ver nuestra vida y examinar nuestra conciencia. A veces miramos a nuestro alrededor y fácilmente decimos “Yo ya soy mejor que esos”; otras veces nos miramos a nosotros mismos y decimos precipitadamente: “Pues no soy tan malo” o “No es tan grave lo que he hecho”. La palabra de Dios es la luz más certera que descubre la verdad de nuestra vida. Y María, la Virgen Inmaculada, precisamente por eso, porque engendró a quien es la Palabra misma de Dios, y porque es Inmaculada, es el mejor espejo donde nos podemos mirar para descubrir nuestras virtudes, nuestros pecados y el estado de nuestra conciencia moral y creyente.

Tanto el tiempo de adviento como la fiesta de la Inmaculada son momentos muy oportunos para hacer un examen de conciencia y acercarnos con sinceridad al sacramento de la penitencia.

En segundo lugar, la Virgen Inmaculada, nos enseña a escuchar la Palabra de Dios. El ángel del Señor anunció a María, y la encontró atenta, orante, y por eso, María escuchó el anuncio. Así pudo realizar la misión a la que había sido destinada y por la que todas las generaciones la llamamos “bienaventurada”.

Tantas palabras que hablamos, tantas palabras que oímos… “Tu Palabra me da vida”, “Tu Palabra, Señor, es luz en mi sendero”, dice la Escritura. El papa Benedicto XVI en uno de sus documentos titulado “La Palabra del Señor”, dice que es necesaria una lectura orante, fiel y constante de la Sagrada Escritura, para profundizar en una relación personal rica y provechosa con Jesús.

En tercer lugar, queridos hermanos, la Virgen Inmaculada nos invita a decir sí a Dios. Dios nos llama a cada uno a la vida, a la fe, al matrimonio, a la vida consagrada. Dios quiere contar con nosotros para realizar su obra de salvación del mundo. Dios habla siempre, en todo momento y de la manera que menos podemos imaginar. Pero hay que estar atentos para escucharle. ¿Qué me está pidiendo Dios a mí, aquí y ahora? María dijo “sí” a la llamada de Dios. Y todas las generaciones la felicitamos y le decimos “dichosa”.


Hoy, que celebramos su fiesta, ella nos invita a decir también a Dios “hágase en mí según tu Palabra”. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 63, 16b-17; 64, 1. 2b-7
       -Sal 79, 2-3.15-16.18-19
       -1 Co 1, 3-9
       -Mc 13, 33-37

Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”. Esta consigna no es una amenaza, sino una buena noticia. El momento al que se refiere es la venida del Señor.

¿Por qué la Palabra del Señor nos insiste tantas veces: “Vigilad, velad, el momento es apremiante, no sabéis el día ni la hora”?

Sin duda, el Señor nos ve distraídos, o dormidos o demasiado ocupados. El trabajo, la familia, la salud, las tarjetas, el dinero, los viajes, los amigos… La vida pasa sin darnos cuenta, y la vida se acaba y nos pilla descuidados. Lo inmediato no nos permite ver lo esencial.

Dios, Padre bueno, nos sale al encuentro y nos habla y nos advierte: “Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Nos desvivimos por buscar la felicidad, pero no acabamos de alcanzarla, siempre insatisfechos. ¡Si supiéramos oír la voz más profunda de nuestro corazón!

Los viajes, el coche, las cosas, incluso la casa, no están a la medida ni a la altura de lo que es y desea una persona; a la medida y a la altura de una persona está sólo otra persona, el esposo, la esposa, los hijos la madre… Pero ni la riqueza de otra persona humana nos satisface del todo; porque a la medida del ser humano solo está el ser personal por antonomasia, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La voz más genuina y profunda de nuestro corazón clama por Dios. Le pedimos a la vida, a esta vida de aquí abajo, le pedimos demasiado. La familia, la esposa o el esposo, la salud, el trabajo, los amigos no pueden darnos toda la felicidad que ansía nuestro corazón.

Por eso, las nostalgia que sentimos en ciertos momentos, y la que se despierta cuando llega el adviento –vosotras hermanas benedictinas, lo sabéis muy bien- , es nostalgia de Dios, deseo de Dios. Por eso es muy buena noticia la que nos trae el adviento: El Señor vino, el Señor vendrá, el Señor viene.

Por eso, tiene tanta importancia el mensaje principal de la Palabra de Dios hoy: “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

¿Qué podemos hacer para advertir el paso del Señor en este adviento?

Mirad dos hechos recientes. El primero es el viaje del papa Francisco. Ha viajado al Extremo Oriente y ha dado lugar a un encuentro de diversas religiones, ha dialogado con diversos pueblos y diferentes ideologías, pidiendo comunión, reconciliación y, sobre todo, respeto a cada persona, porque todos somos imagen de Dios e hijos de Dios.

Otro hecho es el protagonizado por el “Banco de alimentos”, ha logrado sensibilizar y extender por toda España una campaña que sacude las conciencias y despierta la solidaridad.

Estos hechos son muestras y señales de un mundo nuevo, de que el Señor que vino, está presente entre nosotros, son la esperanza de que el Señor vendrá y establecerá definitivamente su reinado entre nosotros. Al mismo tiempo, la escucha de la palabra de Dios, el respeto mutuo, el amor, la reconciliación, la solidaridad son pistas que podemos recorrer nosotros, para vivir el adviento y para que no quede la preparación de la Navidad, solo en comprar, gastar y viajar.


Ahora, después de la consagración oiréis: “Este es el sacramento de nuestra fe”; y podréis responder con convicción: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ¡Ven, Señor, Jesús!”

domingo, 26 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIV, FESTIVIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:

       -Ez 34, 11-12. 15-17
       -Sal 22, 1-6
       -1 Co 15, 20-26ª. 28
       -Mt 25, 31-46

Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre…”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, último domingo del año litúrgico, fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo. Es una fiesta de alegría y de esperanza.

Alegría por lo que esta fiesta nos dice de Jesucristo.

Él, que mientras estuvo físicamente en este mundo no hizo alarde de su categoría de Dios y se rebajó hasta la muerte y muerte de cruz, hoy, en esta celebración, se nos presenta como Rey y Señor del universo.

Este anuncio despierta también esperanza: Toda la creación, el universo entero, disfrutará de la salvación de Dios. Nuestra historia, la historia de la humanidad, tan tortuosa y con tantos acontecimientos que nos inducen al pesimismo, acabará bien. Aparecerá Jesucristo de nuevo como Señor y Rey e inaugurará un cielo nuevo y una tierra nueva.

Pero los textos de la liturgia de hoy nos aportan otros aspectos muy importantes, que son parte de nuestra fe como seguidores de Jesús y miembros de su Iglesia.

Porque Jesucristo, en esta fiesta, aparece no sólo como Rey, sino también como Juez, Juez y Pastor. El credo que profesamos los cristianos dice: “(Jesucristo) subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.

Puede que a algunos incomode recordar estas verdades. Pero no debe ser así, porque Jesucristo, Rey que juzga, sigue siendo el Pastor que cuida y protege, como dice la primera lectura: “Yo buscaré a las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, curaré a las enfermas”.

Es cierto, el mundo pasará, y nuestra vida en este mundo también pasará. Y cada uno seremos juzgados según nuestras obras. Pero estas verdades de nuestra fe no deben inducirnos miedo, sino responsabilidad.

Si somos verdaderamente responsables, el sentido de responsabilidad nos lleva a hacer la pregunta más pertinente a Jesús: “Señor, ¿qué tenemos que hacer para que un día tengamos el gozo de oír de tus labios: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”?

Y ved que Jesús nos da una respuesta extraordinariamente reconfortante, que hace injustificados todos los miedos y nos llena de esperanza: “Venid, benditos,… Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Jesús se identificó con cada uno de nosotros hasta el punto de que cuanto hacemos a nuestros prójimos necesitados, él lo toma como hecho a él mismo. El prójimo, especialmente el prójimo necesitado, es presencia quasi-sacramental de Jesucristo, presencia de Jesús.

Todos conocemos aquella frase que resume esta enseñanza del evangelio de hoy: “Al atardecer de tu vida te examinarán en el amor”.

Amar es lo que más desea nuestro corazón. Pues bien, lo que más desea nuestro corazón, eso es lo que nos manda Dios por medio de Jesús. Y de eso, justo de eso, se nos va a pedir cuentas, al final de nuestra vida. ¿Qué miedo podemos tener?


Y me diréis: “Pero es que no es fácil amar”. Y Jesús nos responde: “Venid: tomad y comed; yo soy el pan de vida; “El que come de este pan, vivirá para siempre”. Jesucristo, Rey, Juez y Señor, que nos pide que amemos, él se nos da, y nos da fuerzas para amar. Vengamos a la eucaristía.

domingo, 19 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII, T.O. (A)

-Textos:

       -Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31
       -Sal 127, 1-5
       -1Tes 5, 1-6c
       -Mt 25, 14-30

Bien, criado bueno y fiel, como fuiste fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho. Entra en el banquete de tu señor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El otoño transcurre cálido y seco; no sé, si esta circunstancia nos lleva a invocar al Señor, pero cierto que nos induce sentimientos de temor e impotencia. Sin darnos cuenta estamos a dos domingos del adviento, y falta poco más de un mes para la Navidad. Hoy es el penúltimo domingo del año litúrgico.

San Pablo, en la segunda lectura, nos sitúa en los sentimientos propios que la Iglesia quiere que vivamos nosotros como hijos suyos y seguidores de Jesús. Dice san Pablo: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por tanto el día del Señor no debe sorprenderos como un ladrón”.

Nos invita a vivir el presente con la mirada puesta en el futuro, y en el final. Porque la vida pasa, este mundo se acabará. Y llegará un cielo nuevo y una tierra nueva, pero Jesucristo volverá y nos juzgará a cada uno según nuestras obras.

Estas verdades no son una amenaza, sino una meta. “Por lo tanto, concluye san Pablo, vigilemos y vivamos sobriamente”.

Para vivir con sobriedad y vigilantes, Jesús en el evangelio nos propone la “Parábola de los talentos”.

Los talentos son los dones de Dios. Dios nos ha dado a todos abundantes dones naturales y sobrenaturales. Nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos ha dado la vida, la familia y, en una medida o en otra, posibilidades de trabajar, formación, los amigos… Como bautizados, además, nos ha hecho hijos suyos, nos ha dado su Espíritu Santo, y con él una manera de vivir y de entender la vida: la supremacía del amor a Dios y al prójimo, el perdón, el compartir los bienes, la sensibilidad para con los pobres… Y tantos dones y gracias, que nos confieren la dignidad de personas y de hijos de Dios y nos hacen merecedores del respeto y el amor de los demás.

Y permitidme, aquí, una pregunta: ¿Tenemos conciencia de todos los dones que recibimos de Dios? ¿Le damos gracias?

Jesús en esta parábola de los talentos nos dice con toda claridad que los dones de Dios, son, a la vez, responsabilidad ante Dios. Hemos de hacer fructificar esos dones, cultivarlos y hacer que produzcan en beneficio para los demás. Jesús nos dice que los dones de Dios no se pueden conservar, se pierden, hay que compartirlos y repartirlos; entonces se crecen. Nos los ha dado a cada uno para que los demos. Así, los cristianos, los seguidores de Jesús somos evangelizadores y constructores del Reino.

¿Dónde? ¿Cómo? Sí somos responsables y atentos a la voz de Dios, en cada momentos sabremos cómo debemos cultivar los talentos.

Este domingo, precisamente, el papa Francisco ha propuesto un “Día por las personas en pobreza”. Quiere que entremos en reflexión, y recordemos la opción preferencial de Cristo por los hombres en pobreza. Y que no nos quedemos solo en un voluntariado ocasional, sino que sea una opción de vida. Por eso nos pide que no hablemos solo de palabra sino con obras; que nos preocupemos especialmente de aquellos que están agobiados, los pobres, los refugiados, los marginados; que encuentren acogida y apoyo en nuestras comunidades.
Hermanas, hermanos, no andemos lamentándonos de lo que nos falta. Porque incluso con nuestras limitaciones nos quiere y nos acepta el Señor; y cuenta con nosotros.


Seamos agradecidos y recordemos cuántos bienes nos ha dado el Señor. Y todo para que colaboremos en su Reino y trabajemos por un mundo mejor. A fin de preparar un cielo nuevo y una tierra nueva, que ciertamente llegarán.

domingo, 12 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXII, T.O. (A)

-Textos:

       -Sb 6, 13-17
       -Sal 62, 2-8
       -1Te 4, 12-17
       -Mt 25, 1-13

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La alegoría o comparación que Jesús no cuenta en el evangelio de hoy está sacada del ritual de las bodas judías. Pero a Jesús lo que le interesa comunicar a sus discípulos y a todos nosotros es un mensaje muy útil y muy importante: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”.

¿Os resulta agradable escuchar este mensaje? Para alguno es como una amenaza del mal gusto, porque lo interpreta como una advertencia de que vamos a morir y no sabemos cuándo.

En la mente de Jesús estas palabras tienen un sentido totalmente diferente. Recordemos aquellas palabras que otro evangelista, san Juan, pone en labios de Jesús: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y voy a prepararos sitio: cuando vaya y os prepare sitio, volveré, y os llevaré conmigo”. No sabemos cuándo, ciertamente, pero estemos preparados y no perdamos la oportunidad, porque sabemos que al final de esta vida aquí en la tierra, Jesús nos sale al encuentro, nos tiende la mano para llevarnos con él a su Reino, al cielo”

Esta es nuestra fe. Y este es el significado más importante de la alegoría sobre las Vírgenes necias y las prudentes”.

Pero además, hay otra enseñanza de Jesús en esta alegoría: Jesús que está en el cielo y vendrá al final de nuestra vida y al final de los tiempos, está ya ahora, de diferente manera, pero está ya con nosotros, en el presente en esta vida. El Señor viene muchas veces a nuestra vida y también hemos de estar preparados y despiertos, para no desaprovechar el mensaje y la gracia que nos trae. Llega por la Palabra de Dios, por los sacramentos, por el buen ejemplo de tantas personas, por las inspiraciones que sentimos, por la convocatoria semanal o diaria a la Eucaristía… El Señor sale continuamente a nuestro encuentro, de muchas maneras y en muchas ocasiones. Es preciso estar en vela con las lámparas bien provistas de aceite. El aceite es la fe, que nos permite descubrir en los acontecimientos diarios de la vida la presencia de Dios, que nos envía a la misión, a trabajar por un mundo más justo y a practicar el amor a Dios y al prójimo, sobre todo, al prójimo pobre y necesitado.

En concreto, hoy, podemos pensar que Dios nos sale al encuentro precisamente en este “Día de la Iglesia Diocesana”.

Es cierto que este “Día”, tiene también una finalidad económica: que seamos los propios fieles quienes sostengamos plenamente a nuestra Iglesia.

Pero, en este día el Señor nos sale al encuentro y nos ofrece la gracia de crecer en la conciencia de comunión y en la conciencia de responsabilidad. La diócesis, como concreción de la Iglesia, es una fraternidad en la que todos los miembros nos ayudamos unos a otros a crecer en el seguimiento de Jesús, y a participar en la evangelización y transmisión de la fe.

La diócesis desde hace un año está embarcada, por iniciativa de nuestro arzobispo, en la tarea de hacer y poner en práctica un Plan diocesano de pastoral que renueve las estructuras parroquiales, incorpore a los seglares de manera más amplia y efectiva en la acción pastoral y permita a los sacerdotes atender de manera más eficaz a lo que son sus tareas propias. Tenemos que familiarizarnos ya con esta consigna: “Participar en el Plan diocesano de Pastoral”.


En la eucaristía, después de la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! La eucaristía es el mejor alimento para nuestro camino y el mejor despertador de nuestra conciencia, porque nos recuerda de dónde venimos y a dónde vamos.

domingo, 5 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXI, T.O. (A)

-Textos:

       -Mal 1, 14b -2b. 8-10
       -Sal 130, 1-3
       -Tes 2, 7b-9.13
       -Mt 23, 1-12

Porque ellos no hacen lo que dicen”.

En el evangelio de este domingo Jesús hace ante sus discípulos, y hoy ante nosotros, una crítica dura sobre la conducta de los fariseos y los escribas. Lo primero que dice Jesús a los que le están escuchando es: “Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”.

Jesús acusa a los fariseos y a los juristas de su tiempo de incoherencia; ellos no cumplen lo que enseñan a otros que deben cumplir. “No hacen lo que dicen”.

Esta incoherencia escandalosa desacredita su enseñanza y los desautoriza para enseñarla.

Jesús puede hablar de esta manera, porque él sí cumple lo que dice y enseña. La misma gente que le escucha lo certifica. “La gente quedaba admirada, porque hablaba con autoridad”, leemos en otro lugar del evangelio. Esta autoridad moral que la gente percibía en Jesús le venía precisamente de la coherencia que manifestaba entre su vida y sus enseñanzas. Él pudo decir públicamente: “Venid a mí y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

Esta coherencia entre lo que decimos y hacemos, entre las palabras y las obras es una exigencia que brota necesariamente de la fe en Dios y del evangelio de Jesús: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de Dios, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”.

Y es además una actitud imprescindible para transmitir la fe y evangelizar.

Nuestro querido papa, Francisco, insiste, siguiendo la tradición de sus antecesores, en decir que hoy más que nunca es necesario dar un testimonio creíble y convincente de la fe que profesamos; y el recordado Pablo VI vino a decir: “El mundo necesita testigos de la fe, más que doctores”.

Esta catequesis de Jesús que denuncia a los que “dicen, pero no hacen lo que dicen”, que nos pide ser auténticos y consecuentes con la fe que decimos tener, nos la debemos aplicar todos.

En primer lugar, sin duda, los diáconos, los sacerdotes y los obispos, a los que se nos ha encomendado el ministerio de la Palabra. Vosotros, los fieles, que solicitáis y necesitáis nuestro servicio pastoral, dadnos el consuelo de pedir constantemente para que anunciemos fielmente la Palabra de Dios y vivamos acordes con la palabra que anunciamos; que se pueda decir de nosotros lo que dice san Pablo en la segunda lectura: “Recordad nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el evangelio de Dios”.

Pero también los padres habéis de educar a vuestro hijos más con el ejemplo que con las palabras; y los catequistas y los profesores cristianos, tienen que evitar que se diga de ellos: “Dicen, pero no hacen”; y los trabajadores en el trabajo y los jóvenes en la universidad, si de verdad quieren seguir a Jesús, han de ser consecuentes y demostrar con obras su fe bautismal.

Además, y termino, Jesús en este evangelio no se limita a denunciar a los escribas y fariseos, sino que además anuncia y propone a sus discípulos, a nosotros, cómo ser coherentes: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Servir al prójimo por amor, libre y voluntariamente, es el más creíble y eficaz testimonio de nuestra fe. Y en esto Jesús también nos da ejemplo: “Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mt 10, 45).


La eucaristía es el testimonio patente de que Jesús dice y hace lo que dice: En la primera parte, dice, y nos habla en las lecturas y el evangelio; en la segunda parte hace: y se entrega por nosotros en la consagración y comunión.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

-Textos:

       -Ap 7, 2-4. 9-14
       -Sal 23, 1-6
       -1 Jn 3, 1-3
       -Mt 5, 1-12ª

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios!

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos una fiesta grande y gozosa. Y ojalá que todos los niños y niñas que ayer participaban en las escuelas en el “halowey” ese, sean traídos a participar de esta fiesta cristina tan significativa y aleccionadora, que celebramos hoy, los católicos en nuestras iglesias.

Es una muchedumbre inmensa, incontable, los hombres y mujeres que disfrutan plenamente felices en el cielo de la compañía y del amor de Dios. Con la virgen María, con los ángeles, con multitud de hermanos y hermanas, que están allí porque, mientras estuvieron en este mundo, guiados por el Espíritu Santo, amaron a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos, y como Jesucristo mismo les enseñó a amar.

Creyeron, esperaron, y Dios no les ha defraudado: y ahora los colma de amor divino y felicidad infinita. Visten vestiduras blancas, porque recibieron el bautismo y han vivido según el evangelio, muchos llevan palmas en las manos, porque murieron mártires de la fe, dieron la vida por declararse valientemente cristianos.

Están en el cielo: Donde, como dice san Agustín: “Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos”.

Todos los Santos”, fiesta que celebra el triunfo de Dios y los éxitos admirables de tantísimos hermanos y hermanas nuestros. Es una fiesta que pone ante nosotros los resultados extraordinarios que ha obtenido Jesucristo con su muerte y resurrección, con su triunfo sobre el pecado y la muerte. “Dio la vida por nosotros y por muchos”, y ahí vemos el fruto: los santos, innumerables, felices, infinitamente felices por toda la eternidad.

Pero conviene tomar nota de lo propio de esta fiesta: Porque los santos a los que hoy conmemoramos no son solamente aquellos que han sido reconocidos por la Iglesia y subidos a los altares, y a los que se les dedica una fiesta en el calendario litúrgico; hoy celebramos, sobre todo, a aquellos creyentes y seguidores de Jesús que no han sido reconocidos especialmente por la Iglesia, pero cuya vida y conducta ha quedado guardada, bien guardada, en el corazón de Dios; personas sencillas y silenciosas, que en la oración y el trato con Dios, en la familia donde vivieron y que formaron, en el trabajo por ganarse el pan de cada día, en las relaciones que mantuvieron con parientes, con los ricos y con los pobres, en todo, cumplieron la voluntad de Dios. Nadie diría que tenían madera de santos, eran personas de nuestra talla, como nosotros.

Por eso esta fiesta es una oportunidad para que nosotros pensemos: Nosotros podemos ser santos, tenemos vocación de santos. Si a alguno no le suena bien la palabra, lo diremos de otra manera: Nosotros estamos destinados y podemos alcanzar la felicidad que da el amor infinito de Dios y la amistad de tantísima gente que ya viven felices en el cielo.

Y para eso, ¿qué tenemos que hacer? Seguir a Jesús, creer en Jesús y ser como Jesús. Él es “el camino, la verdad y la vida”; él ha ido a prepararnos lugar, y va a volver para tomarnos de la mano y llevarnos con él.


Así nos enseña nuestra madre, la Iglesia; esto aprendemos cuando escuchamos la Palabra de Dios y celebramos, como hoy, la eucaristía de la fiesta de Todos los Santos. 

domingo, 29 de octubre de 2017

DOMINGO XXX, T.O. (A)

-Textos:

       -Ex 22, 20-26
       -Sal 17, 2-4.47.51
       -Tes 1, 5c-10
       -Mt 22, 34-40

Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal? Él le dijo: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”… “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.


Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En el evangelio de hoy Jesús nos presenta lo que podríamos llamar la regla de oro de la moral cristiana: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”… “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Es efectivamente un mandamiento, el principal y el resumen de todos los mandamientos, pero es también una buena noticia: Porque nos manda amar. Amar es el deseo más profundo del corazón humano, amar y ser amados es lo que más felices nos hace. Pues eso es lo que quiere Dios de nosotros; que amemos, que amemos a Dios con todo el corazón, y al prójimo como a nosotros mismos. Aquello que más felices nos hace, aquello que más queremos, eso es lo que Dios nos manda.

Mucha gente piensa que es mejor prescindir de Dios, de la religión, de lo que enseña la Iglesia. Porque así somos más libres y más a nuestro aire. No han descubierto que Dios nos manda lo que de verdad nos conviene para ser felices y para convivir en paz con los prójimos.

Dios con sus mandamientos nos aclara el camino de la felicidad, que nosotros sólo con mucha dificultad y oscuramente podemos encontrar.

Dios es amor y nosotros hemos sido creados a su imagen y semejanza; nuestra vocación es el amor. Dios quiere nuestra felicidad y, por eso, nos manda amar.

Pero, ¿en qué consiste el amor que de verdad nos hace felices? Hay muchas opiniones sobre el amor.

Nosotros tenemos un criterio claro sobre el amor. Amor, el de Jesucristo; amar como Jesucristo nos ha amado. Él es la revelación del verdadero amor, porque es la revelación de Dios que es amor. Jesucristo es “el camino y la verdad y la vida”. “El que le sigue no anda en tinieblas”. Y él nos ha dicho que amemos a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Y aún nos ha dicho más: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

Por eso, el mandamiento principal de la Ley, que resume todos los mandamientos, es una buena noticia.

Pero este mandamiento expuesto así, como lo ha expuesto Jesús, asocia y une estrechamente el amor a Dios y el amor al prójimo. Es esta una verdad que nos conviene tener muy en cuenta: El verdadero amor a Dios pide y exige que amemos también de verdad al prójimo. Más aún, el amor que decimos tener a Dios, se demuestra en el amor al prójimo. Por eso, Jesús pronuncia seguido uno de otro, tanto que para él son un solo mandamiento. En la primera epístola de san Juan encontramos muy gráficamente explicado este pensamiento de Jesús: “…Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20).

No estará nada de mal, si para poner en práctica esta enseñanza de Jesús sobre el mandamiento principal de la Ley de Dios, atendemos a lo que tan gráficamente nos ha dicho la primera lectura: “No oprimirás ni vejarás al forastero… No explotarás a viudas ni huérfanos… Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses… Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo”.


Pero queda por decir algo muy importante: Jesús, que nos manda amar a Dios y al prójimo, nos da la fuerza suficiente para que cumplamos lo que nos manda: La eucaristía es gracia y fuerza para amar, como él nos ha amado. 

domingo, 22 de octubre de 2017

DOMINGO XXIX, T.O. (A)

-Textos:

       -Is 45, 1. 4-6
       -Sal 95, 1-5.7-10
       -1 Tes 1, 1-5b
       -Mt 22, 15-21

Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amar y el aguante de vuestra esperanza”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Ojalá pueda decirse de nosotros, de vosotras, hermanas benedictinas, de esta comunidad que nos reunimos aquí para celebrar la eucaristía las palabras que san Pablo dirige a su querida comunidad de Tesalónica:Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza”.

Porque, si de verdad nuestra vida cristina vive la fe, el amor y la esperanza tan rica e intensamente como dice san Pablo, la alegría y la acción de gracias a Dios serán la tónica de nuestra vida.

Además, una vida cristiana vigorosa y alegre nos permitirá entender muy bien las palabras del papa Francisco en su mensaje para el Domund de 2017: “El mundo necesita el evangelio como algo esencial”.

No sé si nos damos cuenta de todo lo que nos aporta la fe a la hora de situarnos en la vida: Venimos de Dios, vamos a Dios; Jesucristo es el camino, la verdad y la vida; hay una vida eterna después de la muerte; el dolor y el sufrimiento no tienen la última palabra; mientras vivimos en este mundo, sabemos que Dios está siempre dispuesto al perdón que nos invita a perdonar, que clama contra las injusticias y nos pide que cumplamos la justicia; que seamos samaritanos de los abandonados y marginados en las cunetas de la sociedad.

Hermanos: No es lo mismo creer en Dios, que prescindir de Dios; no es lo mismo tener en la vida, como máxima suprema, amar como Cristo nos ha amado, que dejarse llevar por el principio de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Nosotros sabemos todo esto, y si lo vivimos de verdad, qué suerte tenemos.

Pero también, si lo vivimos de verdad, tenemos que hervir en deseos de salir a la calle y anunciar a los cuatro vientos este modo de pensar y de vivir que llena de sentido y de fuerza nuestra vida.

Además es Jesús mismo quien nos ha dicho: “Id y anunciar a todas la gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El mundo y la vida serán otra cosa, las gentes serán más felices, si cumplen los mandamientos de Dios y practican las bienaventuranzas y el evangelio de Jesús.

Hoy es el domingo del Domund. El lema de este año es claro y retador: “Sé valiente. La misión te espera”. Un mensaje que han llevado a la práctica los misioneros y misioneras que hemos visto salir de nuestras comunidades y de nuestras parroquias, y que son la imagen más creíble de nuestra Iglesia. Es un “slogan” especialmente interpelante para los jóvenes. Pero, ¡cuidado!, este lema es una consigna para todos los bautizados: Vosotras, hermanas, alimentando en la oración el temple apostólico de todos la Iglesia; los matrimonios dando testimonio de la importancia que tiene la fe para vosotros y en vuestro hogar, los enfermos ofreciendo su dolencia, los trabajadores en el puesto de trabajo, los amigos en las reuniones, los consagrados y consagradas desde su propio carisma: todos, valientes, a la misión.


Personas que no conocen el evangelio, bautizados que han dejado de practicar, gente que vive como si Dios no existiera…, el campo de misión lo tenemos lejos y lo tenemos en el portal de casa. Todos nos hacemos hoy eco del mensaje del Domund de este año: “Sé valiente. La misión te espera”.

domingo, 15 de octubre de 2017

DOMINGO XXVIII, T.O. (A)

-Textos:

       -Is 25, 6-10ª
       -Sal 22, 1-6
       -Flp 4, 12-14. 19-20
       -Mt 22, 1-14

“… todo está a punto. Venid a la boda”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy estamos de boda. El Señor Jesús nos dice en el evangelio: “Venid a la boda”.

Es muy frecuente en el Antiguo Testamento, y Jesús, sigue esta tradición, asemejar el Reino de Dios prometido a unas bodas o a un banquete de bodas.

No nos es nada fácil imaginar cómo será el cielo que esperamos y al que estamos todos destinados. Isaías en la primera lectura habla de que, cuando llegue el cumplimiento de las promesas, “el Señor preparará para todos los pueblos…, un festín de majares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos…”.

Jesús, en el evangelio de hoy nos dice expresamente que “el Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”.Dios quiere y tiene preparado para nosotros un destino feliz.

Hoy en día, parece que mucha gente ya no piensa, ni quiere pensar en el cielo, no quiere pensar en el más allá de la muerte, cree que se vive mejor y más despreocupadamente. Pensar en el más allá asusta y complica la vida.

Mucha gente está muy lejos de pensar que Dios tiene preparado para todos los hombres un destino feliz; con una felicidad difícil de imaginar, que sólo Dios puede dar y quiere dar. Dios que nos creó porque nos amó; que nos dio a su propio Hijo, Jesucristo, el cual dio la vida para enseñarnos el camino de la verdadera felicidad; Dios, Padre de misericordia, puesto a organizar una boda y una fiesta para esa boda, ¿qué no será capaz de hacer y de preparar para colmarnos de felicidad y de alegría?

Antes de terminar, dejadme presentaros otro mensaje que está en el fondo de esta parábola que nos propone hoy Jesús. Porque habla de unos invitados que rechazan la invitación y de otros que sí la aceptan y entran al banquete.

Aquí el banquete representa al Reino de Dios, no en el más allá de la muerte, sino tal como está empezando a implantarse en este mundo.

Los que entran al banquete son los que seguimos a Jesucristo y lo tomamos a Él como “camino, verdad y vida” para nuestra vida, aquí en este mundo. ¡Qué suerte tenemos y cuantas gracias hemos de dar a Dios por haber entrado al banquete de la fe en Jesucristo, por ser cristianos y tener como alma de nuestro proyecto de vida el espíritu del evangelio!

Pero Jesús termina su catequesis dándonos a nosotros precisamente una advertencia muy importante: Al banquete de las bodas del Reino de Dios en este mundo no se puede ir de cualquier manera, hay que llevar un traje apropiado. ¿Cuál es este traje? El traje es nuestra conducta, la que corresponde a un cristiano de verdad, un cristiano que vive y practica el Evangelio de manera radical y coherente.

Hemos hablado de muchos que no creen en la vida eterna y no quieren pensar en ella. ¿Por qué será? Nosotros, cristianos, bautizados, miembros de la Iglesia, la Esposa del Señor, los que hemos aceptado la invitación, ¿mostramos la alegría propia de un invitado a bodas tan importantes? ¿Damos razón de la esperanza que nos anima? O, quizás, todo lo contrario, ¿escandalizamos con nuestra manera incoherente de vivir la fe?


Hermanas y hermanos todos: Para que podamos portarnos como invitados dignos y vivir una vida a la altura de nuestra vocación y de nuestra esperanza, Jesús, hoy y ahora, nos invita al banquete de la eucaristía, que es de manera real, prenda y anticipo del banquete futuro del cielo.