domingo, 31 de enero de 2016

DOMINGO IV, t. o. (C)


Textos:

            -Je 1, 4-5.17-19

            -1 Co 12, 31-13-13

            -Lc 4, 21-30

-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. “La vida consagrada profecía de la misericordia”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos hemos reunido para celebrar el domingo, el día del Señor, y también la “Jornada de la vida consagrada”, que propone a nuestra consideración este lema: “La vida consagrada profecía de la misericordia”

El evangelio que acabamos de escuchar nos ofrece la oportunidad de considerar la misma escena que contemplábamos el domingo pasado, Jesús en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret.

¿Por qué los paisanos de Jesús rechazan a Jesús y a su mensaje?

Los habitantes de Nazaret están muy satisfechos de su manera de entender la religión y su modo de practicarla. Solo esperan que Jesús les confirme  su modo de vivir.

Pero Jesús se atreve a decirles que el Mesías que esperan es él mismo en persona, y que su proyecto de vida es vivir pobre, con los pobres y para los pobres. Él va decir al mundo: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordiosos”. Él no ha venido sólo para las ovejas de Israel, hay otras ovejas que no son de este aprisco y su Padre quiere que él las llame.

Los de Nazaret se sentían buenos y seguros y acaban rechazando a Jesús y con él, al Dios de la misericordia, del perdón y del amor.

Haremos bien en preguntarnos, queridos hermanos, si el sentirnos cristianos practicantes nos impide vivir en actitud constante de conversión al Dios de la misericordia y del amor, que busca a los pecadores y redime a los pobres y cautivos.

Y llegados a este punto,  tenemos que dar gracias a Dios porque en el seno de nuestra Iglesia ha surgido y vive el carisma de la vida consagrada.

Aquí tenemos el testimonio de nuestras hermanas benedictinas, pero no son sólo ellas. Han sentido una llamada especial al amor y a canalizar su bautismo en el cauce evangélico de los votos de pobreza, castidad y obediencia, y así entregar su vida al servicio del evangelio.

Su forma de vida los convierte verdaderamente en profetas del evangelio y en testigos de  la misericordia  de Dios en el mundo.
Ellos y ellas están poniendo en marcha, lo venían haciendo ya desde mucho tiempo, la consigna del papa Francisco de ir a la periferias; ellos son la proa de la Iglesia “en salida”, como dice nuestro querido papa.
Nuestro señor arzobispo en la Carta que ha escrito para esta Jornada dice: Los conocemos y los vemos dedicados a la oración en los monasterios, estudiando y explicando la Palabra de Dios en universidades y centro educativos, curando enfermos en los hospitales,  acompañando a los personas que buscan a Dios, consolando a las que sufren o se sienten solas, en los suburbios  de las ciudades y en tantos rincones apartados del mundo desarrollado.
Tenemos que dar gracias a Dios de que estas vocaciones se den en la Iglesia. Dejan patente de que Jesucristo, olvidado y menospreciado por muchos está presente en el mundo y atrae y convence y llena de entusiasmo a quien le escucha.
Pero tenemos también que pedir con insistencia a Dios, como nos dice nuestro arzobispo, para que en las familias, en las parroquias en los movimientos y grupos de militantes cristianos se fomente la llamada a la vida consagrada.
Los habitantes de Nazaret rechazaron a Jesús, nosotros, la Iglesia, el papa, los obispos, sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, el pueblo entero redimido por ti, queremos poner en marcha tu programa de anunciar el evangelio a los pobres, dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia y de la misericordia del Señor.

domingo, 24 de enero de 2016

DOMINGO III, t. o. (C)


Textos:

            -Neh 8, 2-4ª. 5-6. 8-10

            -1 Co 12, 12-14. 27

            -Lc 1, 1-4; 4,14-21

 
-“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

-Impresionante y admirable la primera lectura que hemos escuchado  del libro de Nehemías. El pueblo de Israel, que regresa del destierro, encuentra su antiguo país desolado, la ciudad de Jerusalén en ruinas, la hierba crece en los atrios del templo semiderruido. Los líderes de aquel pueblo desalentado lo reúnen en campo abierto y solemnemente entronizan la Ley, la Palabra de Dios. Y comienzan a leer la Palabra de Dios, desde la mañana hasta la noche. El pueblo escucha con atención. Y a medida que escucha se va sintiendo renovado. Su ánimo se entona. Tiene ganas de cantar y de alabar al Señor. Dice alborozado “Amén” a la Palabra que  escucha. Todo termina en fiesta y en banquete de alegría. Merced a la fuerza de la Palabra de Dios ha renacido el pueblo de Israel. “Tu Palabra me da vida, confío en ti, Señor” Canta ese pueblo en sus salmos.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos: Jesucristo es la Palabra de Dios que da la vida, que funda un pueblo, la Iglesia y tiene el Espíritu de Dios para instaurar su Reino en el mundo.

-Esta es la conclusión que se deduce de la actuación de Jesús en la sinagoga de Nazaret.

Si las palabras de Dios escritas en la Escritura del Antiguo Testamento tuvieron fuerza suficiente para levantar la moral de un pueblo deprimido y rehacer su vida y su historia, mucho más fuerte es la Palabra personal de Dios encarnada, Jesucristo.

Él, su persona, su mensaje, tienen fuerza eficaz y sobreabundante para crear una comunidad nueva, un pueblo de Dios nuevo, la Iglesia. Y, a través de ella, transformar  la sociedad en una humanidad nueva, donde habite la verdad, la justicia, la libertad, la paz; un cielo nuevo y una tierra nueva.

La eucaristía, hermanos es la asamblea de seguidores de Jesús reunida para  escuchar la palabra de Dios, para escuchar a Jesús, y para encontrarnos con él mismo en persona. Lo que ocurre en cada eucaristía es mucho más trascendental y decisivo que lo que ocurrió al pueblo judío en tiempos de Esdras y Nehemías. La eucaristía, dice el Concilio Vaticano II, -“Contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”.
Gracias a Dios, después del Vaticano II, es un fruto reconocido por todos, que la eucaristía ha venido a ser la fuente y el culmen de la vida cristiana. Sin duda también vosotras hermanas, y todos los que estáis aquí, lo reconocéis.
Con todo hoy es un día propicio para preguntarnos: La eucaristía de cada domingo o de cada día ¿me transforma, me levanta el ánimo me pone  el corazón en fiesta? ¿La vivo de tal manera que me beneficio de todo el provecho y la fuerza de gracia que Dios me ofrece en ella?
Permitidme, para terminar, otra observación: Estamos celebrando el Octavario por la unión de los cristianos. En la eucaristía aparece con toda la viveza hiriente el drama de la desunión: cristianos bautizados con el mismo bautismo no podemos comulgar unidos, porque no lo estamos, en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Pero la eucaristía es también, querido hermanos, el acontecimiento que más fuerza tiene para unir  y restañar las heridas de la división entre los cristianos. Porque la unión  entre nosotros  es posible solamente en la medida en que cada uno y cada iglesia nos unimos, y nos identificamos con Cristo; y “la eucaristía, hemos dicho,  “contiene en sí misma todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo”.

domingo, 17 de enero de 2016

DOMINGO II, t. o. (C)

 
Textos:
            -Is 62, 1-5

            -1 Co 12, 4-11

            -Jn 2, 1-11
 
-“Haced lo que él os diga” “Emigrantes y refugiados nos interpelan”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La liturgia de este domingo nos ofrece como regalo de Dios la escucha del evangelio de las Bodas de Caná.  Pero los obispos de la Iglesia de España nos recomiendan proponer al pueblo cristiano el drama humano de los emigrantes y refugiados. El lema de esta jornada dice así: “Emigrantes y refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la misericordia”.

En las Bodas de Caná Jesús, el Hijo de Dios, se hace presente en una boda de pueblo. Pero el significado de este evangelio va mucho más lejos: Nos invita a la fe en Jesucristo; a descubrir que Jesús es el Mesías prometido y enviado por Dios para transformar  al antiguo pueblo de Israel y a la humanidad entera en una humanidad nueva, donde corre abundante el vino del amor y de la alegría de Dios.

Pensemos en los emigrantes y refugiados: ¿Cómo les podrá sonar a esas caravanas que nos ha presentado la televisión, que llenan toda la anchura y longitud del camino por donde avanzan hacia una frontera probablemente cerrada, cargados con hatos de enseres a las espaldas y cubiertos los pies con un calzado roto y embarrado?

Y nosotros, ¿qué tenemos que pensar?

Lo primero que tenemos que pensar nosotros es que Jesús está presente entre ellos y camina con ellos, como estuvo presente  en la boda de aquellos novios en apuros.

-El papa nos dice: “La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los  muertos por sofocamiento,  penurias, violencia y naufragio.

La Virgen María no  estuvo indiferente ni guardó silencio ante el apuro de los novios. Dijo a Jesús: “No tienen vino”. La Virgen  María en Caná era en ese momento la voz de los pobres, de los necesitados, de las personas en apuros y angustias.

Por eso Jesús escucha a su Madre, advierte que ha llegado su hora y se dispone a actuar como  Mesías y Salvador: Convierte el agua insípida del legalismo judío en vino  de la mejor marca que puede alegrar el corazón de todos. Es el amor divino que irrumpe abundante en la historia de esta humanidad sufriente y alejada de Dios; amor que es fidelidad y misericordia y que se manifiesta en su Hijo, Jesucristo, que nos ama hasta dar la vida por todos.

Viendo a Jesús, qué es y qué hace, comprendemos bien lo que nos ha dicho el papa Francisco: “Los emigrantes son nuestros hermanos”.

Con Cristo el vino divino de la misericordia y del  amor brotan de la tierra. Podemos amar como Cristo ama, podemos perdonar como Cristo perdona, podemos, como Cristo, hacernos pobres, para redimir a los pobres.

Esta es la energía poderosa e imprescindible que necesita el mundo, energía capaz de transformar  esta sociedad confusa y convulsa, en una humanidad nueva. Dice el papa Francisco: “El amor de Dios tiende a alcanzar a todos y a cada uno,  transformando a aquellos que acojan el abrazo  del Padre en otros brazos  que se abren y se estrechan para que, quien sea, sepa  que es amado como hijo y se sienta “en casa” en la única familia humana”.

Esta es la verdadera conversión y el verdadero milagro que Jesús hizo en Caná.

Sólo nos queda atender  la recomendación que nos hace la Madre de Jesús y Madre nuestra: “Haced lo que él os diga”.

domingo, 10 de enero de 2016

DOMINGO FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 
Textos:

            -Is 42, 1-4-. 6-7

            -Hch 10, 34-38

            -Lc 3, 15-16. 21-22.

 -“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, en el evangelio, oímos la voz solemne de Dios Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

Que viene a decir: Jesús, al que veis, verdadero hombre, es en sentido estricto Hijo mío, Dios de Dios, Luz de luz;   es mi Hijo amado, a quien amo con todo mi Espíritu; y en cuanto hombre, Jesús  es mi predilecto entre todos los hijos de los hombres, elegido por mí para desempeñar la misión de liberar a los hombres del pecado y salvar al mundo.

-Queridos hermanos, el bautismo de Jesús es presentación de Jesús al mundo, nuestro bautismo es incorporación a Cristo y a la Iglesia.

Pero en el bautismo de Jesús es la mejor fuente de conocimiento para descubrir  todo el significado de nuestro bautismo, el regalo inmenso que nos hizo Dios y nos hicieron nuestros padres, al llevarnos a bautizar. En el bautismo de Jesús descubrimos también las exigencias que comporta este don sobrenatural que en su día recibimos.

-“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Estas palabras también son verdaderas, con otra intensidad, aplicadas a nuestro propio bautismo.

Nosotros, bautizados, somos hijos de Dios, hijos adoptivos, ciertamente, pero hijos de Dios, partícipes de la vida de Cristo resucitado, una vida sobrenatural que ha vencido a la muerte; nosotros  somos amados de Dios, con el amor del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo; nosotros somos predilectos y elegidos de Dios para una misión en el mundo, anunciar el evangelio de Jesús.

Verdaderamente es una muy buena y dichosa suerte ser cristiano. Pero, es también, una responsabilidad enorme.

Un obispo español llegó a decir: “No es que en España no haya cristianos, porque más del ochenta por ciento de los españoles reciben el bautismo. Lo que sucede  en España es que hay muy pocos cristianos que vivan  consecuentemente con las exigencias de su bautismo”.

Otro sería el peso específico de los valores del evangelio y de las enseñanza del Magisterio católico sobre la sociedad española, si  todos los bautizados cristianos viviéramos con coherencia la fe que decimos creer y la moral que debemos practicar.

La fiesta del Bautismo de Jesús es un aldabonazo a nuestras conciencias de bautizados. No podemos ahogar el fuego sobrenatural de la vida y el amor que se nos ha regalado en el bautismo cubriéndolo con las cenizas muertas de un estilo de vida propio de paganos y de  gentes esclavas  del consumismo y de ídolos como el dinero, la comodidad, el individualismo, la imagen, que sólo generan frustración y vacío.

Seamos fuego vivo, sal y fermento de una sociedad alternativa, de un mundo con futuro. Somos hijos de Dios, amados y predilectos de Dios. Venimos de Dios, vamos a Dios, somos herederos de la vida eterna, Jesucristo es el camino la verdad y la vida.

Digámoslo a nuestros hijos, y a nuestros jóvenes; y también, que se enteren los políticos y los que tienen  en su manos el dinero,  los medios de comunicación, la educación y los secretos de la ciencia y de la técnica.

Hermanos, vivamos militantemente nuestra vocación.

Para eso, la eucaristía es el alimento que nutre y alienta el fuego del amor divino que se nos encendió en el bautismo. Y sea Jesús, bautizado en el Jordán, humilde y mezclado entre pecadores,  el guía y la luz de nuestra presencia en el mundo.

miércoles, 6 de enero de 2016

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

 
Textos:

            -Is 60, 1-6

            -Ef 3, 2-3ª. 5-6      

            -Mt 2, 1-12

¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

-El relato de los Magos de Oriente es para nosotros hoy una ventana abierta que deja ver quién es  Jesús y cuál es la misión que trae al mundo; es, al mismo tiempo, un espejo donde podemos vernos reflejados y advertir si somos o no verdaderos seguidores de Jesús.

Los Magos de Oriente, que bien pudieron ser unos sabios o unos sacerdotes instruidos, estudian el firmamento y descubren una estrella especial. No sólo  investigan para adquirir conocimientos, sino que buscan la verdad de Dios y su voluntad. Para ellos las estrellas no sólo muestran las leyes que  rigen sus movimientos, sino que remiten a más allá de sí mismas, y pueden transmitir mensajes de Dios a los hombres. “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos”.

Tenemos aquí la primera enseñanza de este evangelio: Actualmente muchos se acercan a la naturaleza para descansar, para expansionarse, para liberarse del estrés; algunos científicos se llenan de vanidad, si dan con una nueva teoría que explica cómo se desarrolla el universo; vemos también que otros muchos recorren el mar, las montañas y las simas de la tierra con el único objetivo de encontrar recursos para explotar la naturaleza y montar negocios. Ninguno de ellos va más lejos.

Sin  embargo, los Magos de Oriente nos están diciendo que el mundo, el universo y también la historia nos hablan de Dios, nos remiten a Dios, y nos llevan a descubrir cuál es la voluntad de Dios. Una mirada contemplativa y religiosa de las cosas nos lleva a descubrir cuál es nuestra misión en el mundo. Los Magos observando las estrellas descubrieron a Dios.

Aún podemos aprender más de los Magos: Dice el evangelio: “Vieron al niño con María su Madre y cayendo de rodillas, lo adoraron”.

“Ponerse de rodillas y adorar”, esta frase revuelve las entrañas del hombre moderno. El orgullo y la autosuficiencia le hacen decir: “Yo no me arrodillo ante nadie”. Sin embargo, el hombre moderno no se da cuenta de cuántos son los ídolos que adora: el consumismo, la seguridad, el dinero, el poder, la fama, ídolos que lo esclavizan… Sólo el que reconoce a Dios como Dios y es humilde para arrodillarse ante él, es capaz de mantenerse erguido en su dignidad, sin doblegarse ante la seducción de cualquier otra criatura. Si creemos en Dios podremos cultivar la virtud y dominar nuestras pasiones. Si no amamos a Dios sobre todas las cosas, es muy fácil que nos hagamos esclavos adictos a cualquier criatura.

Los Magos, termina el evangelio, “se marcharon a su tierra por otro camino”. Buscaron a Dios y lo encontraron, y Dios cambio el rumbo de su vida.

Ojalá que nosotros sepamos vivir la vida en toda su profundidad y descubrir que todo, la naturaleza, los acontecimientos, las personas, todo, nos remita a Dios y nos hable de Dios. Que la fiesta de la Epifanía nos descubra que ese Niño en brazos de María es Dios de Dios y Luz de Luz, y que ahora, sobre el altar logremos ver bajo las especies humildes del pan y del vino la presencia real y resplandeciente de Jesucristo que nos invita a seguir un camino nuevo, el camino de Dios, que nos libera de los ídolos y nos salva.

domingo, 3 de enero de 2016

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

 
Textos:

            -Eclo 24, 1-2. 8-12

            -Ef 1, 3-6. 15-18

            -Jn 1, 1-18

 

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

-Ya hemos entrado en el nuevo año 2016. ¿Cuál es nuestro estado de ánimo?

-Hoy es domingo, y la liturgia eucarística nos invita a comenzar el año dando gracias a Dios. Pero no tanto porque se nos asegura un año más feliz que los pasados, sino porque Jesucristo, el que ha  bajado del cielo a la tierra y ha nacido en Belén, es él, su persona, la Bendición de Dios para el mundo y fuente constante de bendiciones para todo el que cree en él.

-¿Cómo rezáis? ¿Pedís mucho? En vuestra oración, ¿predomina la acción de gracias? Un buen síntoma de nuestro nivel de fe es si en todo y por todo encontramos motivos para dar gracias a Dios.

-San Pablo, en el comienzo de esta Carta a los Efesios nos da la clave para que nuestra vida sea una permanente acción de gracias a Dios.

-La clave es Jesucristo. Él es motivo principal que nos mueve a vivir en permanente acción de gracias. Él es el don más precioso de Dios a los hombres, en él Dios mismo se nos da como don.

-Y con Jesucristo, queridos hermanos, nos han venido toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.

-En primer lugar con Cristo se nos ha dado la fe, la fe en él, como Salvador del mundo. No nos damos cuenta suficientemente, el gran don que es creer en Jesús. Él es “el Camino y la Verdad y la Vida”.  Creer en Cristo es tener la experiencia de que “quien le sigue no anda en tinieblas”.

-En segundo lugar, con Jesucristo se nos da el pertenecer a la Iglesia, a la comunidad de seguidores de Jesús. ¿Qué pensamos de la Iglesia, hermanos? ¿Cómo sentimos a la Iglesia?  Se empeñan en hacernos ver sólo sus defectos y pecados. Pero, ¡cuánto bien recibimos de la Iglesia! Por Cristo, en la Iglesia, hemos conocido que somos amados de Dios, y elegidos de Dios desde toda la eternidad para ser sus hijos. Dios piensa en mí, y cuida de mí y me tiene preparado un destino feliz: Participar eternamente de su amor y de su vida.

-Con Jesucristo se nos ha dado la bendición de poder amar a los hermanos. Él nos ha enseñado que Dios es Padre nuestro, Padre de todos; todo prójimo es mi hermano. Toda persona es imagen de Dios, merece respeto y merece incluso dar la vida por ella.

 -Con  el Verbo de Dios que se hizo hombre y acampó entre nosotros, queridos hermanos, nos han venido toda clase de bendiciones.

-Aprendamos la sabiduría que nos viene de la fe en Jesucristo, y ofrezcamos al mundo el secreto  para encontrar permanentemente motivos para dar gracias a Dios en todo y por todo.

-Vosotras, hermanas benedictinas, vivís en comunidad, y más de seis veces al día os reunís para cantar y bendecir al Señor. Y no os cansáis, todo lo contrario, en ello encontráis una gran satisfacción.
La eucaristía es, para vosotras y para todos los cristianos,  el gran momento de ejercitarnos en la sabiduría de la bendición y de la acción de gracias a Dios. Es también la mejor escuela para entrenarnos a ofrecer  a esta sociedad, en tantas manifestaciones egoísta y triste, el secreto de la verdadera felicidad.

viernes, 1 de enero de 2016

FESTIVIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS


Textos:

            -Núm 6, 22-27

            -Ga 4, 4-7

            -Lc 2, 16-21

-“Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre”.

-¡Feliz año Nuevo!,  queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos. Comenzamos  en sintonía con tantas gentes que hoy dirán las mismas palabras y formularán los mismos buenos deseos. 

-Pero aquí, en la celebración de la Octava de Navidad, nuestros deseos de felicidad manan de otra fuente.

En esta fiesta del uno de enero celebramos simultáneamente tres acontecimientos: La festividad de la Virgen María, en la consideración de su título más insigne: Madre de Dios; la circuncisión del Hijo de Dios, a quien se pone por nombre Jesús; y la Jornada por la paz.

-Pongamos los ojos y el corazón, en primer lugar en María, la Madre de Dios. Este título “Madre de Dios” es el rasgo más eminente, insigne y admirable de esta joven humilde y creyente de Nazaret, la Virgen María. Al ser madre de la naturaleza humana de Jesús, es madre de la persona divina, el Verbo de Dios, que se encarna en esa naturaleza. María al ser Madre de Jesús es madre de Dios, tal como el pueblo cristiano la aclamó por vez primera, hace dieciséis siglos  por la calles de Éfeso.

Pero la gracia y el encanto de este misterio de María, Madre de Dios,  tienen además unas consecuencias que  nos benefician gozosamente a todos nosotros. María, al ser Madre del Hijo de Dios, es Madre de todos los hijos de Dios que por el bautismo hemos recibido la vida nueva y el Espíritu de Cristo resucitado.

-Demos gracias a Dios, amemos a María, confiemos en ella. Es Madre de Dios: ¿qué hijo no escucha a su madre? Es Madre nuestra: ¿qué madre no escucha las súplicas de sus hijos? Que este año 2016 aumente nuestra devoción a María.

-Y ahora pongamos los ojos en Jesús:

 La circuncisión del Hijo de Dios en el templo ahonda el misterio de la Navidad y el misterio de la encarnación: El Hijo de Dios se hizo hombre, pero hombre en un país que tiene  una lengua y una tradición religiosa. Jesús es judío y miembro del pueblo de Israel. Así sabemos que es ciertamente el Mesías que cumple las promesas de Dios hechas a este pueblo.

-Así también, tenemos una prueba más de que  Dios está con nosotros. No estamos solos. Jesucristo, Dios y hombre verdadero,  está con nosotros. Con su palabra, con su ejemplo, con la fuerza de su Espíritu, podemos vencer el pecado. Con la fe en él, podemos poner en juego, en todo momento y sin desánimo, todo lo bueno y noble que hay en nuestro corazón. Nuestra sociedad, nuestro mundo pueden ser cada día mejores. Jesús es nuestro Salvador. Podemos mirar al futuro con esperanza y comprometernos a trabajar por un mundo mejor.

-Una última consideración, hermanos: Jesús Salvador, María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos traen la paz. Nos traen la misericordia de Dios. Esta misericordia se traduce en el don de la paz. Jesucristo es nuestra paz, y María es la Reina de la paz. Porque nos libera del pecado, nos hace hijos de Dios, nos induce el convencimiento de que todos somos hermanos y podemos vivir reconciliados como miembros de una familia, la familia de los hijos de Dios.

 -Creamos en Jesús, invoquemos a  María. Comencemos el año acogiendo el amor y la misericordia de Dios.

-Que la paz de Dios reine en nuestros corazones, para que podamos ser en este dos mil dieciséis, testigos de la misericordia de Dios y constructores de la paz.