domingo, 30 de septiembre de 2018

DOMINGO XXVI T.O. (B)


-Textos:

       -Núm 11, 25-29
       -Sal 18, 8. 10. 12-14
       -Sant 5, 1-6
       -Mc 9, 38-43. 45. 47-48

No se lo impidáis…. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

San Marcos en el evangelio de hoy recoge varios dichos de Jesús que conviene tener en cuenta en las circunstancias que están viviendo aquellos primeros cristianos.

Os invito a poner la atención en el primero de ellos:

No se lo impidáis…. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Los discípulos dicen a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba los demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.

¿Cuál es el espíritu, la mentalidad, el talante del apóstol Juan, que revelan estas palabras? ¿Sentía Juan miedo a que este que expulsaba demonios desvirtuara las enseñanzas de Jesús? ¿Se sentía Juan orgulloso y privilegiado por pertenecer al grupo de los escogidos por Jesús, y menospreciaba a los que no habían tenido esa suerte? ¿Qué espíritu animaba a Juan cuando le sale esa frase: “No es de los nuestros”?

Conviene que nos paremos a pensar. Somos bautizados, pertenecemos a la Iglesia católica, tenemos el encargo de predicar el evangelio y ser testigos fieles de la verdad de Jesús. ¿Cómo miramos a los que no son católicos como nosotros? ¿Hemos de ser intransigentes para defender la ortodoxia? ¿Hemos de ser permisivos y pasotas, para no escandalizar? ¿Qué pensar de los que practican una religión diferente y practican la caridad y el bien? ¿Y cómo situarnos ante los que no creen ni en los curas ni en la Iglesia y practican la caridad y la justicia igual o mejor que nosotros?

Jesucristo nos dice hoy: -“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre, no puede hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Al que hace el bien, y al que propone y practica los valores más característicos de mi evangelio no se lo impidáis. Respeto, aprecio, e incluso, alegrarnos de que esto ocurra, viene a decirnos hoy Jesús.

Pero, nos surge la duda: Y la Iglesia que tú, Señor, has fundado para anunciar el evangelio por todo el mundo, ¿no es necesaria?

Sí, la Iglesia es absolutamente necesaria, y Jesús quiso fundarla para anunciar el Reino de Dios a todos los hombres. Para que el mundo se entere de que Dios es amor y misericordia; de que Jesucristo, Hijo de Dios, nos amó hasta el extremo y dio la vida por nosotros. Es necesaria la Iglesia para decir que Cristo ha resucitado, ha vencido al pecado y a la muerte; que tenemos una esperanza fundada de poder vivir felices eternamente con Dios.

En la Iglesia católica subsiste plenamente la verdad de Jesús, esta animada por el Espíritu Santo, y ofrece al mundo la Palabra de Dios, la presencia del Resucitado en la eucaristía, y la penitencia, y los demás sacramentos, de manera que los hombres podamos conocer, amar y cumplir la voluntad de Dios.

Es una gracia inmensa pertenecer a la Iglesia y saber que cuantos hacen el bien, practican la verdad y la justicia, respetan la libertad y la dignidad de las personas están movidos por el Espíritu de Jesús resucitado, y que todo eso construye el cielo nuevo y la tierra nueva que Jesús ha prometido.

Y todo eso lo pueden saber con certeza porque la Iglesia, nosotros los cristianos, lo sabemos y hemos recibido el encargo de anunciarlo, no como privilegiados, sino como servidores del mundo, agraciados y humildes, que hemos recibido el encargo de Jesús.

Afirmemos nuestra fe en Jesucristo, en su Iglesia y en el encargo que nos ha dado de anunciar el evangelio por todo el mundo.


domingo, 23 de septiembre de 2018

DOMINGO XXV, T.O. (B)


-Textos:
       -Sb 2, 12. 17-20
       -Sal 53, 3-4.6 y 8
       -Sant 3, 16- 4,3
       -Mc 9, 30-37

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La eucaristía es energía que Dios nos regala para que cumplamos y vivamos con alegría el evangelio de Jesús. La Palabra de Dios, que escuchamos en la eucaristía, es luz para caminar por los senderos de nuestra vida.

No sé si habéis observado en el relato evangélico de hoy el contraste tan llamativo que aparece en su contenido: Jesús, el Hijo del hombre, aparece obediente a su Padre, Dios, y decidido a aceptar la persecución y la muerte en Jerusalén; a su lado los discípulos están discutiendo quién es el más importante del grupo.

Son discípulos de Jesús, pero siguen pensando y deseando con los mismos pensamientos y deseos de las gentes paganas que no siguen a Jesús. Nos puede pasar a nosotros lo mismo: Cristianos de toda la vida, pero viviendo como paganos o casi como paganos.

Jesús aprovecha la situación para dar una catequesis que muestra con admirable claridad la médula misma de la vida y de la conducta de los verdaderos seguidores de Jesús.

En primer lugar da una consigna, en segundo lugar propone un ejemplo: La consigna es ésta: -“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Mirad si no es diametralmente opuesta esta consigna a la manera de pensar y de vivir de la gente de nuestro tiempo y de todos los tiempos: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Esta consigna revela que Jesús y el Reino de Dios que propone son verdaderamente algo novedoso, original, son proyecto de un mundo nuevo. Si los cristianos viviéramos de verdad conforme a este principio, provocaríamos sin duda la persecución y la burla, pero a la vez, la admiración y el ejemplo que interrogan y atraen. Seríamos de verdad testigos del evangelio.

Pero Jesús, además de una consigna, nos propone un ejemplo: “El que acoge a un niño como este me acoge a mí, y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Es el segundo contraste del proyecto revolucionario de Jesús: Lo niños modelos para los adultos.

Un niño, como ejemplo, en un momento como el que estamos viviendo, en el que tantos niños son continuamente noticia porque se abusa de ellos, se los explota, se los margina, y se les impide vivir.

Jesús propone a los niños como ejemplo, porque confían totalmente y sin reservas en sus padres. Como el niño confía en sus padres, así tenemos que confiar los cristianos en Jesucristo. Si confiamos así en Jesucristo, confiamos en Dios, acogemos a Dios, y vivimos en Dios.

Pero Jesús pone delante y en medio de nosotros a un niño, también por otra razón, porque los niños son débiles, indefensos y pobres. A ellos, más que ninguno, corresponde la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Desde este punto de vista, Jesús nos hace una llamada a sus seguidores: debemos comprometernos en todas aquellas iniciativas e instituciones que trabajan por hacer posible que los niños nazcan y crezcan, y nazcan y crezcan en vueltos en el amor y el respeto que se merecen como personas e hijos de Dios.

Como discípulos de Jesús, servidores de todos, pero de un modo muy especial, de los niños. Son los preferidos de Dios.


domingo, 16 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV T.O. (B)


-Textos:

       -Is 50, 5-9ª
       -114, 1-6. 8-9
       -Sant 2, 14-18
       -Mc 8, 27-35

El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado… El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Los telediarios y la prensa están informando de tifones y tormentas en el Extremo Oriente y también en Occidente, en las costas americanas. Los medios de comunicación también se han hecho eco de noticias sobre nuestra Iglesia católica que nos llenan de dolor, y de vergüenza, como el mismo papa Francisco nos ha dejado escrito en carta y discursos de estos días. 

Y nosotros venimos a la misa del domingo, buscamos luz en la Palabra de Dios, y aliento y fuerza en la comunión eucarística para dar el testimonio que Dios quiere, y el que como bautizados y miembros de la Iglesia debemos dar, en esta circunstancia y en todas las circunstancias en las que nos desenvolvemos.

El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos , sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

Estas palabras enseñaba Jesús a sus discípulos hace más de dos mil años, y estas mismas palabras nos dice hoy a nosotros esta mañana.

El anuncio y la implantación del Reino de Dios no es fácil, ni cómoda; pasa, y ha pasado siempre, por la contradicción, el fracaso momentáneo, y por el dolor y la muerte. En ocasiones parece que las fuerzas del mal, del demonio y del pecado, triunfan y se imponen.

Jesús nos dice que tiene que padecer mucho y hasta ser condenado y ejecutado. Pero dice también, que tiene que resucitar al tercer día. Y resucitó: y un cielo nuevo y una tierra nueva vendrán.

Si trasladamos nuestra atención a la figura de san Pedro en el evangelio de hoy, tenemos que unirnos a su espontánea y firme confesión de fe: “Tú eres el Mesías”; eres el Hijo de Dios. Tú has vencido la muerte y el pecado”.

Como seguidores de Jesús en la Iglesia hoy estamos urgidos a confesar nuestra fe con más firmeza y mayor radicalidad que nunca. Más escándalos, más santidad; más abandonos, más coherencia y mayor firmeza en el testimonio.

San Pedro que había hecho una confesión tan espontánea y decidida, cuando advierte que Jesús anuncia caminos de cruz, de persecución y dolor, no entiende, y quiere quitarle a Jesús esas ideas de la cabeza.

Esta segunda reacción de Pedro da pie a Jesús para proponernos a todos una sabiduría nueva, una consigna y una manera distinta de entender la Vida: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Queridos hermanos, y me atrevo incluso dirigir esta pregunta a las hermanas, como a mí mismo: ¿Creemos esto? ¿Creemos que perder la vida por Jesús y por su Evangelio es salvarla? ¿Creemos que el camino de Jesús de amar a Dios sobre todas las cosas, de atender al enfermo, al pobre, al débil, de perdonar siempre, de poner al servicio de los demás los talentos y las riquezas, el dar la vida por amor es el camino de la verdadera felicidad?

Nuestro señor Arzobispo, hablando al consejo de Presbiterio nos invitaba vivir hoy más que nunca la unidad y la comunión con el Papa y con la Iglesia. La comunión y la fidelidad es lo que de manera especialísima se manifiesta y se vive en la eucaristía.


domingo, 9 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIII T.O. (B)


-Textos:

       -Is 35, 4-7ª
       -Sal 145, 7-10
       -Sant 2, 1-5
       -Mc 7, 31-37

Effetá”, esto es “Ábrete”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Día tormentoso, el verano va alcanzando su última etapa, pero para nosotros, el domingo nos invita a recrear nuestro espíritu de fe en la lluvia suave de la palabra de Dios y el fruto maduro de la eucaristía.

¡Ábrete! Es el mensaje y la llamada enérgica que la Palabra de Dios nos hace. Abre tus oídos y, para ello, activa la fe, sacude la rutina. Venir a la eucaristía del domingo no es una mera costumbre ni menos una rutina. Abrir el oído es abrir el corazón, activar el corazón y preguntarle al Señor: “¡Qué me dices hoy?, ¿Qué quieres que haga?

Jesucristo, en el evangelio de hoy, vemos que cura a un sordomudo. Lo hace con unos gestos especiales, que en parte recuerdan nuestro bautismo.

De esta manera, Jesucristo cumple las promesas que Isaías había anunciado que realizaría el Mesías que Dios iba enviar para salvar a los hombres: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán…, y la lengua del mudo cantará”.

Queridos hermanos y hermanas: Jesucristo es el enviado de Dios para salvar el mundo. La liturgia de esta mañana quiere despertar en nosotros la fe, o si queréis, la palabra de Dios hoy nos ofrece una gracia particular para espabilar, reanimar y alimentar nuestra fe en Jesucristo. Jesucristo se manifiesta esta mañana como sanador y salvador.

Pongamos atención: Jesucristo cura, Jesucristo se preocupa y atiende a la necesidad de una persona que no oye y apenas puede hablar. Y la cura porque tiene poder para curar, porque es el Hijo de Dios, el Sanador y Salvador del mundo. Este es el Jesús que tenemos delante. Actualicemos y activemos nuestra fe en él.

Y, además, saquemos consecuencias. Nosotros tenemos que ser como Jesús. Hemos recibido el bautismo, nos llamamos cristianos. Nosotros también tenemos que estar atentos a las necesidades que vemos a nuestro alrededor. Las obras de misericordia son los mejores medios de comunicación para propagar el evangelio: Atender al enfermo, al anciano, al niño, al discapacitado, al emigrante, al que no encuentra trabajo…

Es ejemplar y magnifica la obra que la Iglesia, desde los primeros siglos, viene ejerciendo a través de las obras de beneficencia y de misericordia.

Hoy, “Caritas”, “Manos Unidas”, misioneros, misioneras, religiosos, religiosas en barrios, en la enseñanza y en la sanidad, hospederías en los monasterios… Es preciso constatarlo y decirlo, cuando en muchos medios de comunicación se anotan preferentemente los pecados o escándalos de la comunidad católica. Jesús cura y salva, y la Iglesia cura y salva también.

Hoy, esta mañana septembrina, estamos urgidos a reafirmar nuestra fe en Jesús, y también a revisar y reprogramar nuestro compromiso cristiano de anunciar el evangelio y practicar la caridad y la misericordia.

Los Padres de la Iglesia y los comentaristas de este milagro de Jesús que cura al sordomudo con esos gestos de tocarle los oídos y mojarle con saliva la lengua, han visto siempre un esbozo del bautismo. De hecho y hasta hace muy poco tiempo, estos dos gestos de Jesús se repetían en cada bautizo. Ahora ya no se hacen.

Pero el bautismo que ahora se imparte y el que cada uno de nosotros hemos recibido nos compromete a anunciar el evangelio como lo anunciaba Jesús: Curando y cuidando enfermos y necesitados con los que nos encontramos en el camino de la vida: en la familia, en el tiempo libre y en el trabajo, en el campo profesional y en el voluntariado. Somos Bautizados en Cristo, lo nuestro es, como Jesús, sanar y salvar. “¡Effetá!: ¡Abríos!”

domingo, 2 de septiembre de 2018

DOMINGO XXII T.O. (B)


-Textos:

       -Dt 4, 1-2. 6-8
       -Sal 14, 2-5
       -Sant 1, 17-18. 21b-22. 27
       -Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones… Todas esas maldades salen de dentro…”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Comienza Septiembre, se alargan las noches, decae el verano, niños, niñas y jóvenes comienzan el curso escolar y universitario. Los mayores, después de vacaciones, al trabajo de cada día…

Son circunstancias que predisponen el ánimo para comenzar de manera nueva algo nuevo. Para eso dejamos que la palabra de Dios nos ilumine y nos oriente. Y sí, la palabra de Dios hoy dirige nuestra atención a un tema muy importante: Jesucristo nos instruye sobre la verdad y la autenticidad de nuestra vida religiosa: “De dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos”.

Jesucristo, en la línea más pura de los grandes profetas del Antiguo Testamento, nos dice dónde está la esencia de la verdadera religión, y la autenticidad del culto que Dios quiere y que a Dios agrada. Nos dice que el verdadero culto es el que sale del interior del hombre, el que sale del corazón. ¿Dónde está tu corazón? Nos pregunta con agudeza y seriedad, Jesucristo. Donde está tu corazón, cuando invocas a Dios y cuando tratas con los hombres.

Me interesa, si, nos dice hoy el Señor, que de cara a los demás y de cara al exterior reces, vengas a misa, hagas obras de caridad y cumplas con tus obligaciones en el trabajo y en la familia; sí, es importante todo esto. Pero no basta. Porque se puede hacer una obra buena, pero, para que nos vean, o para tranquilizar nuestra conciencia; se puede dar dinero a Cáritas, y, a la vez, mirar por encima del hombro a los inmigrantes o a las personas de color; puede que alguno vaya a misa y niegue el saludo al vecino en la calle. Jesús cita hoy a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. ¿Dónde está tu corazón?

En positivo, Jesucristo viene a decirte: “Me interesan las obras buenas que haces hacia afuera, pero me interesas tú, sobre todo; me interesa tu persona. Tú eres imagen de Dios, tú eres bautizado, hijo de Dios. He venido al mundo para salvarte a ti; he dado la vida por tí; tú eres más que tus obras; a ti quiero darte la vida eterna y a ti te quiero para que seas mi obra y mi gloria.

Queridos hermanos todos. Jesucristo hoy nos invita a entrar dentro de nosotros mismos y a que nos examinemos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. ¿Cuáles son las intenciones, los motivos que mueven y alientan las obras que hacemos, el comportamiento que tenemos hacia afuera y con los demás? Porque puede ser que hacia afuera nos mostremos amables y buenos, y por dentro estemos llenos de malos sentimientos: envidia, soberbia, menosprecio… “Lo que hagáis hacedlo de corazón” Tu corazón es tu persona: ¿Dónde está tu corazón? ¿En el dinero?, ¿en la vida cómoda y segura?, ¿en sobresalir por encima de todos? O está en Dios?, ¿en amar a tu prójimo como a ti mismo, y más que a ti mismo?, ¿en amar como nos ama Jesucristo?

Atendamos el mensaje final de san Pablo en la segunda lectura: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”.

Hermanos: Al terminar el verano vengamos a ofrecer un culto agradable a Dios: La eucaristía.