domingo, 20 de noviembre de 2022

FIESTA DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:

            -2 Sam 5, 1-3

            -Sal 121, 1b-2. 4-5

            -Col 1, 12-20

            -Lc 23, 35-43

“Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud…haciendo la paz por la sangre de su cruz”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo que celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo terminamos y coronamos el año litúrgico. El próximo domingo celebraremos ya el primer domingo de Adviento. Estamos muy cerca de la Navidad, a pesar de que hasta hace tres día hemos disfrutado de temperatura primaverales.

Pero, ¿Qué entendemos o qué queremos decir cuando invocamos a Jesucristo como Rey del universo y rey de mi vida?

La paradoja de la fe cristiana es que creemos y seguimos a un Rey que reina desde la cruz. No se impone como rey entrando al frente de un ejército triunfante, que impone el orden, y los impuestos por la fuerza. Jesús, el Mesías, el Salvador del mundo, murió como un malhechor, condenado a muerte, crucificado en una cruz. Pero Jesús murió obedeciendo a su Padre Dios. Recordemos la escena de la oración del Huerto: “Padre, si es posible pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y murió dando su vida por nosotros. El evangelista san Juan comienza el relato de la pasión contando: “Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.  Jesús murió en apariencia derrotado y fracasado, pero en el fondo murió en acto de obediencia suprema  y querida a su Padre, Dios, y en acto de amor entregado y total a los hombres. San Pablo escribiendo a los Filipenses dice muy claramente: “Cristo Jesús… siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo nombre; de modo que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre”.

En una palabra, Jesucristo, queridos todos, murió por amor, por amor extremo e incondicional a Dios, su Padre, y a los hombres y mujeres y a la creación entera.

Jesucristo creyó y cree  en el amor. No en el poder, ni en las armas ni en el dinero, ni en la fama. Predicó las bienaventuranzas, se identificó  con  los pobres y marginados, y se dedicó a  amar a todos, a curar a todos, a perdonar a todos que acuden a pedir perdón. Murió en la cruz, pero en el fondo el amor le llevó a la cruz.

 De esta manera, aporta una luz nueva sobre el dolor y el sufrimiento y desgracias que ocurren en este mundo. Dios creó el mundo por amor, y el amor cambia el mundo. Jesucristo es Rey ahora para que todos aprendamos, cuál es el verdadero valor de la vida, dónde está y como se consigue la verdadera felicidad. El amor  es el secreto que da sentido al dolor; nuestro dolor, la cruz, ofrecidos, como Jesucristo, por amor es fecundo  y salvador, y da fuerza para superar las desgracias. El amor da valor para dar la vida, y para que la vida libremente entregada alcance la vida eterna.