lunes, 25 de diciembre de 2017

NATIVIDAD DEL SEÑOR, MISA DEL DÍA (B)



-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 97, 1-6
       -Heb 1, 1-6
       -Jn 1, 1-18

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz Navidad! Y felices nosotros aquí, en la celebración de la liturgia propia de la Navidad, porque participando en ella percibimos que nuestras felicitaciones mutuas no son vacías, o meros buenos deseos hacia nuestros familiares y amigos, sino que tiene pleno sentido, porque responden a un acontecimiento que trae felicidad a todo el mundo, a todas las gentes y a toda la creación.

Vengamos a la palabra de Dios, al prólogo del evangelio de san Juan, un texto riquísimo de contenido que resume la doctrina contenida en todo su evangelio:

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Hoy, hermanas y hermanos, este día de Navidad es un día de adoración. El Niño que contemplamos en el pesebre, hijo de Maria, es Dios; Dios de Dios, Luz de luz.

Adorar es el acto más noble y más humano que podemos hacer los hombres. Algunos piensa que arrodillarse es humillante. Sólo si somos creyentes y nos arrodillamos ante Dios, somos capaces de mantenernos erguidos y mirar de frente a cualquier otro hombre. Adorar a Dios y a solo Dios es conectar con el fondo más profundo de nuestro ser y de nuestra vocación. “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”; “Mi alma tiene sed de Dios”. Somos criaturas de Dios, en él vivimos nos movemos y existimos. Adoradores de Dios. Adorando a Dios estamos haciendo el acto más acorde con nosotros mismos.

Y adoramos a Dios adorando al niño que nació en Belén. Porque “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este es el misterio propio de la Navidad. Incomprensible, inimaginable, desconcertante, pero admirable, interpelador, cautivador. Dios se ha hecho hombre; el Eterno e inmutable, porque es perfecto, ha entrado en el tiempo, en nuestra historia tan conflictiva, tan atormentada, tan contaminada por el pecado y el mal. Y todo por amor. “Nos creó, porque nos amó”, dice san Agustín. Y “nos redimió porque nos amó”, podemos decir igualmente. Porque nos amó, y porque es fiel a sí mismo y a sus criaturas; y la fidelidad demuestra su amor. Pero ahí tenemos al misterio original de nuestra fe: Dios se ha hecho hombre.

Y ha nacido en Belén, en una aldea desconocida, en un establo, porque no encontraron posada, pobre y desamparado. Los caminos de Dios, queridos hermanos, no son nuestros caminos. Dios escoge lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Cuando nos vemos indefensos e impotentes ante la invasión del mal, del pecado, de la descristianización, de la indiferencia de tantos jóvenes, no hemos de desalentarnos, sino confesar humildemente nuestra debilidad, intensificar nuestra confianza en Dios, y poner a disposición de Dios, como María y José, lo poco que tenemos y hemos recibido de él.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Jesucristo, hermanos y hermanas, este Niño tierno y encantador, en brazos de su madre, la virgen María, es manifestación exacta de Dios, el retrato fiel de Dios para nosotros, es la presencia misma de Dios en el mundo. Lo que hace es revelación misma de Dios, lo que dice es Palabra de Dios, su muerte por librarnos del pecado es manifestación suprema del amor de Dios. Quien me ha visto a mí, -a Jesucristo- ha visto al Padre. No estamos solos, ni estamos a ciegas. Dios está con nosotros porque Jesús, el hijo de María esta entre nosotros.

Pero dejadme terminar completando la noticia de este día y del misterio que celebramos hoy: “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a cuantos creen en su nombre”.

Hermanos, “el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres, podamos llegar a ser hijos de Dios”. Cuantos somos criaturas de Dios, podemos participar de la vida misma del Hijo de Dios. Jesucristo. Ser hijos en el Hijo. La fiesta del nacimiento de Jesús, es también fiesta del nacimiento de todos los bautizados en Jesús.

Como hijos de Dios participemos en la eucaristía y demos gracias a Dios por el nacimiento de Jesucristo.