domingo, 10 de diciembre de 2017

DOMINGO II DE ADVIENTO (B)

-Textos:
       -Is 40, 1-5. 9-11
       -Sal 84, 9-14
       -2 Pe 3, 8-14
       -Mc 1, 1-8

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Será verdad que esto de preparar el camino al Señor suena como voz en el desierto?

La preocupación de muchos es comprar lo que sea: regalos, comida, ropa, lotería…; por supuesto, en la mente de los más están las reuniones familiares: un día con tus padres, otro con los míos, comer con los hermanos, los compañeros de trabajo, los amigos…

Y “una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.

Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, que nació en Belén, dio origen a la fiesta de Navidad. Y hoy, para muchos, no tiene mucha importancia contar con el Señor a la hora de celebrar la fiesta.

Pero para nosotros, sí. Nosotros creemos en el Señor y esperamos en el Señor. Por eso, tomamos muy en cuenta las palabras de Juan el Bautista en el evangelio: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Y tomamos muy en serio la llamada a la conversión y a la confesión de nuestros pecados. “Juan el Bautista en el desierto, predicaba que se convirtieran y se bautizaran”, dice el evangelio.

Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿De dónde nos tenemos que apartar, a dónde nos debemos convertir?

El Bautista ya nos da varias pistas hacia la conversión: La primera y la más importante: Jesús, es el Mesías de Dios, que trae al mundo el perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Tengamos muy en cuenta este mensaje central del adviento. “Detrás de mí viene el que puede más que yo… y os bautizará con Espíritu Santo”.

¿Qué quiere decir esto? Hermanos, se puede vivir sin pecar, se puede amar a Dios y al prójimo con el mismo amor de Dios. Porque Jesucristo, que vino en la primera Navidad, está con nosotros dándonos su Espíritu y con la voluntad de perdonar nuestros pecados. Por eso, en este tiempo de adviento, hemos de preparar el camino al Señor y no podemos dejar que caiga en el desierto el mensaje del Bautista.

Pero, además de su mensaje, nos conviene tomar buena nota del ejemplo que nos da el Bautista. Dice el evangelio que “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan era un extremado penitente. No tendremos que hacer literalmente sus prácticas de penitencia, pero su conducta nos hace pensar en nuestro estilo de vida; nos invita a pensar si Dios no nos pide un plan de vida más austero, que nos lleve a gastar menos en cosas no estrictamente necesarias, y así, nos permita disponer de dinero y otros bienes para compartir con otros que sabemos muy bien necesitan de verdad lo que a nosotros nos sobra.

Todavía nuestra conversión tendría que tener como punto de referencia el pensamiento de Pablo: “Perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. Es decir, no nos descuidemos y no desconfiemos de las promesas de Señor. No adoptemos la filosofía frívola y ramplona de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. El Señor vendrá y nos juzgará, e instaurará un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y, si no ha cumplido plenamente estas promesas, es porque nos está dando tiempo para que nos convirtamos. Esta manera de ver la vida nos ayuda a poner las cosas en su sitio y a preparar y vivir la Navidad con sentido religioso y solidario, lejos de la idolatría del consumismo y del egoísmo individualista.

Dejad que termine con palabras del Profeta: “Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas: aquí está vuestro Dios. Mirad, Dios, llega con fuerza, su brazo domina”.


Todo esto, hermanos, ocurre, de manera cierta en la eucaristía.