domingo, 17 de diciembre de 2017

DOMINGO III DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 61, 1-2ª. 10-11
       -Sal Lc. 1,46-50.53-54
       -1 Tes 5, 16-24
       -Jn 1, 6-8. 19-28

En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos encontramos a ocho días de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando para celebrar esta fiesta? Las lecturas de la misa nos ofrecen ideas para elaborar durante esta semana un programa navideño.

El ambiente que se respira en la calle, en los medios de comunicación y también en el ánimo de muchos que tratan de secar el manantial religioso mismo que ha dado lugar a esta fiesta, es pura y descaradamente consumista. Gestos tan hermosos como la reunión familiar, los regalos, las felicitaciones, las reuniones de compañeros o de amigos, el consumismo intenta transformarlos, y lo consigue, en oportunidades para vender, comprar, gastar y dar muestras de ostentación y lujo. Los actos religiosos, que son el alma de la fiesta, quedan relegados a segundo o último lugar.

La palabra de Dios que hemos escuchado nos presenta en un primer plano la figura de san Juan Bautista. Este es su mensaje: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”. Juan el Bautista está apuntando a Jesucristo, al Niño-Dios que va a nacer en Belén.

Y así tenemos la clave más importante para vivir la Navidad y liberarnos de la tentación consumista, que pretende desvirtuarla. Convertirnos a Jesucristo, renovar la fe en Jesucristo, bendecir y dar gloria a Dios porque nos ha enviado a Jesucristo. Este es el primer objetivo del programa navideño que tenemos que preparar estos días.

Pero poner al Niño Dios en el centro de la Navidad lleva a consecuencias muy concretas. Porque, mirad lo que nos dice la primera lectura. Un texto de Isaías que Jesucristo hizo suyo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”.

El segundo objetivo, imprescindible, que tenemos que fijar en el programa navideño es la solidaridad efectiva con los pobres. Subrayo lo de efectiva, concreta, eficaz. Los pobres, los necesitados, las personas que sufren son el principal antídoto contra el virus del consumismo.

Y así, un programa con estos objetivos, paradójicamente y aunque no nos lo creamos, provoca alegría, pone el corazón en fiesta.

San Pablo nos grita esta mañana en la primera lectura: “Estad siempre alegres”. Y en la primera lectura observamos un detalle muy elocuente. Después de retratar al Señor que trae la buena noticia a los que sufren, el profeta irrumpe en un canto de gozo y júbilo: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. Abrirnos a las necesidades de los que sufren, proporciona gozo y felicidad. Así lo experimentó y lo cantó la Virgen María en el Magnificat.

La palabra de Dios de este tercer domingo nos da la receta contra el virus del consumismo y nos orienta sobre los objetivos para preparar esta semana el programa de Navidad.


Solo nos queda hacer lo que nos indica san Pablo: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Tened la acción de gracias: Esta es la voluntad de Dios en Cristo”.