domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVII T.O. (A)

-Textos:

       -Is 5, 1-7

       -Sal 79, 9-12. 16. 19-20

       -Fil 4, 6-9

       -Mt 21, 33-4

Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dos lecturas y dos consideraciones, una de cada una:

La primera: ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? La gratitud, la acción de gracias. Ser agradecidos a Dios en todo y por todo. La madurez de nuestra fe se mide por la intensidad de nuestra gratitud. Mirad, como a la acción litúrgica de la Iglesia le llamamos eucaristía, acción de gracias”. Si tenemos fe de verdad, encontraremos motivos para dar gracias a Dios en todo momento y en toda ocasión, en las alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad, cuando las cosas nos van bien y en las adversidades. Pero para ser agradecidos es preciso ser humildes y reconocer que todo lo bueno que tenemos y somos se lo debemos a Dios.

Segunda consideración: Es continuación de la primera: “Se os quitará a vosotros el Reino de dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” .

¿Os habéis parado a pensar por qué el pueblo de Israel, el heredero de las promesas, tantos años y siglos esperando al Mesías, y cuando llega el Mesías no lo reconocen, lo rechazan y lo matan? ¿Qué le pasó a este pueblo?

Que se apropió de los dones de Dios. Era el pueblo elegido, Dios había hecho con ellos una alianza especial, habían recibido la ley de Dios mismo, se sentía el depositario de las promesas de Dios. Dios les había hecho administradores de todos estos bienes, es decir, de su viña preferida. Pero los sacerdotes y los representantes del pueblo no quisieron ser ser solo administradores, quisieron ser dueños de la viña. Se pagaron de sus prendas, y quisieron disponer de los dones de Dios como bienes suyos. En el fondo pensaron: si nos adueñamos de la viña, no tendremos que contar con Dios. Nosotros ya sabemos bien lo que es la ley, lo que es el bien y el mal. Seremos dioses de nosotros mismos.

Queridos hermanos y queridas hermanas: No pensemos que este espíritu de soberbia y de rebelión es solo de los sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel de aquel tiempo. Este espíritu es un virus que nos viene de Adán y Eva y del pecado original: Ser dioses y pretender ser conocedores del bien y del mal; no administradores de la creación, sino dueños, dominadores y manipuladores de la misma.

De Dios nos viene la vida, la salud, la inteligencia, la libertad, la capacidad de amar y el regalo de ser amados. A nosotros, creyentes y cristianos, Dios da a Jesucristo, nos ha hecho hijos de Dios por el bautismo y los somos de verdad, nos da su Espíritu, el Espíritu Santo que nos da la fuerza para amar y perdonar como Jesucristo nos ama y perdona, nos regala la esperanza firme de alcanzar la vida eterna.

Pero no olvidemos, son dones de Dios. Son tan grandes, que solo Dios nos los puede dar. No son prendas nuestras.

Dos virtudes harán posible que no nos creamos dueños de la viña y que aceptemos con gozo se administradores y propagadores de Reino de Dios en el mundo: La primera la humildad, la segunda la gratitud y la acción de gracias.

En la eucaristía, comenzamos reconociéndonos pecadores, terminamos dando gracias a Dios por Cristo con él y en El, al Padre por el Espíritu Santo.