domingo, 1 de septiembre de 2019

DOMINGO XXII T.O. (C)


-Textos:

       -Eclo 3, 17-18. 20. 28-29
       -Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11
       -Heb 12, 1-19. 22-24ª
       -Lc 14, 1. 7-14

Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La palabra de Dios hoy nos invita a ser humildes. Muchos de los que no están muy familiarizados con el evangelio de Jesús piensan que la humildad es cosa de personas apocadas que no tienen el coraje de luchar ni de hacer algo grande en la vida.

Sin embargo, alguien que ha hecho tanto bien y es tan reconocida universalmente, como santa Teresa dice que la humildad es la verdad. Un maestro de la vida espiritual de nuestros días suele decir: “¿Para crecer en el camino de la fe, ¿que hace falta? – Ser humilde; y cuando lleguemos a la cumbre de la santidad y nos veamos junto a Dios, ¿qué seremos?: -Humildes”.

Ser humilde es ser cabalmente hombre, mujer. La persona humilde es libre, es alegre y es agradecida con Dios y colaboradora con los hombres. Porque se acepta como es, ni más ni menos, y así está en disposición de aceptar a los demás como son, ni más ni menos. Es decir respetarlos, amarlos y colaborar con ellos, para hacer un mundo mejor, conforme a la voluntad de Dios.

Pero son muchos, muchísimos que no piensan así. Piensan que la felicidad está en tener dinero, no importa cómo, en provocar la admiración y la envidia de todos aun viviendo más de la imagen falsa, que de lo que es en verdad, en poder decir que es amigo de fulano, persona importante y famosa...

Como Jesucristo hoy nos habla desde un banquete, sin duda muchos tenemos conocimiento de gente que llegan a pedir préstamos para pagar la boda de su hijo o de su hija con tal de que sea tan ostentosa y el banquete tan sobreabundante y sofisticado como lo fue el de la casa vecina o del el pariente rico.

Dios Padre, no piensa así, nos dice en la primera lectura: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte”. Jesucristo, Hijo de Dios, tampoco piensa así, más bien piensa todo lo contrario: “Notando que los convidados escogían los primeros puestos... acabó diciendo, Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

¿Cómo alcanzar la humildad, la verdadera humildad, la que nos hace libres, alegres, agradecidos con Dios y colaboradores con los hombres?

Os propongo tres consignas: Primero, reconocer que soy criatura de Dios, segundo, que soy débil y pecador, y tercero, poner los ojos en Jesucristo, en sus enseñanzas y en su ejemplo.

Amplío un poco esta última: El concilio Vaticano segundo, en una frase de enorme calado moral y religioso dijo: “Jesucristo, el nuevo Adán, revela el hombre al propio hombre”. Es decir: ¿Cómo llegar a ser una persona lograda? Es decir, cómo conseguir el fin último de mi vida, mi vocación, el éxito, la felicidad? ¿Cómo realizarme plenamente? – Mira a Jesucristo, trata de ser como él; Jesucristo revela quién es el hombre logrado y perfectamente realizado.

Pues bien, Jesucristo nos dice: “El hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”; “Si yo, el maestro os he lavado los pies, también vosotros os debéis lavar los pies unos a otros”. Y hoy nos dice: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos: y serás bienaventurado”. Fijémonos bien: haz esto, “y serás bienaventurado”.

Y para rubricar estas enseñanzas, hermanos, Jesucristo se hizo humilde hasta la muerte, y humilde hasta hacerse alimento para nosotros, eucaristía, bajo las especies humildes del pan y del vino.