domingo, 8 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIII T.O. (C)


-Textos:

       -Sab 9, 13-18
       -Sal 89, 3-6. 12-14.17
       -Fil 9b-10. 12-17
       -Lc 14, 25-33

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús camina hacia Jerusalén; sabe que allí lo van a condenar y acabarán crucificándolo. En este camino hacia Jerusalén y hacia el calvario le siguen sus discípulos más incondicionales. Son discípulos entusiasmados con la persona y las enseñanzas de Jesús. Aman de verdad a Jesús. Para ellos Jesús es el tesoro escondido y descubierto por el que merece la pena dejarlo todo.

Jesús lo sabe, y quiere precaverlos sobre las consecuencias que puede acarrearles el seguimiento. Y les dice con toda crudeza y claridad: “Si alguno viene en pos de mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser discípulos mío”. ¿Cómo entender estas palabras?

En primer lugar, tenemos que entender bien lo que nos está diciendo Jesús: Él no quiere que odiemos al padre ni a la madre ni a la familia, no quiere que todos renunciemos a todos los bienes y riquezas y nos quedemos en la pobreza y en la indigencia total.

En el fondo, lo que Jesús nos dice con ese lenguaje tan radical y tan provocativo es que pongamos a Dios el primero y por encima de todas las cosas, por encima incluso de bienes y valores como la familia u otros bienes temporales necesarios para vivir.
Si la familia nos lleva a Dios y nos enseña y ayuda a amar al prójimo, Dios nos dice que sí, que amemos a la familia y construyamos familias que nos eduquen en los valores humanos y cristianos. Pero si se diera el caso, de que la familia entorpece e incluso nos impide cumplir la voluntad de Dios, entonces desoigamos a la familia y sigamos a Jesús y a cuanto nos enseña en su evangelio.

Tenemos experiencia: Cumplir enteramente los mandamientos de la ley de Dios, seguir a Jesucristo y cumplir lo que él nos dice sobre el perdón, sobre el uso del dinero y de las riquezas, sobre dar la vida por los hermanos, sobre amar al prójimo…, en una palabra, ser cristianos de verdad en medio de este mundo es, en muchos casos, nadar contra corriente, es difícil, es duro y cuesta cruz y sacrificios.

Y entonces, ¿por qué seguir a Jesús?

Conviene que nos hagamos esta pregunta. ¿Es que seguir a Jesús es para mí sólo una cruz? ¿O es que Jesús para mi es aquel que me ha ganado el corazón y lo ha iluminado, y así Jesús es aquel que da sentido a mis cruces, y me da fuerza para en las penas y en las alegría, en la salud y en la enfermedad, llevar adelante una vida impulsada desde el amor? Desde Jesús sé y puedo amar a mi familia como se merece, y se desprenderme de ella, para seguir mi vocación y mi destino.

En definitiva, hemos descubierto que él es la perla y el tesoro por los que merece la pena venderlo todo y sufrirlo todo.

Hacemos nuestra las palabras de Pedro: “A donde quién vamos a ir, solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna”.