domingo, 18 de agosto de 2019

DOMINGO XX T.O. (C)


-Textos:

       -Jer 38, 4-6. 8-10
       -Sal 39, 2-4.18
       -Heb 12, 1-4
       -Lc 12, 49-53

He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

San Lucas en el pasaje evangélico que hemos leído nos presenta una faceta de Jesús, sorprendente pero a la vez admirable. Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!

Jesús es de verdad una persona apasionada locamente por Dios y por cumplir la voluntad de Dios: que se resume en amarle a él por encima de todo y al prójimo como a nosotros mismos, y como él nos ama.

Todos sabemos también cómo Jesús, a su vez, ha dado lugar a cristianos apasionados locamente por Él: S. Pablo, San Francisco de Asís, San Francisco de Javier, Santa Teresa de Calcuta, a tantos y tantos seguidores de Jesús, que han roto con su entorno social y familiar, han sacudido la conciencia dormida de la sociedad, y han anunciado el amor a Dios y al prójimo por todo el mundo.

Y nosotros, ¿Qué hacemos? El evangelio de hoy es hoy para nosotros: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!

¿Sentimos la fe como llama que nos quema por dentro y nos impulsa a incendiar la sociedad actual con el fuego del evangelio?

Os aporto un pensamiento del papa Francisco hablando a los jóvenes: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente.

¿Es esta la epidemia que padece el mundo occidental cristiano?

El papa Francisco viene a decir que el consumismo enfría el entusiasmo y la alegría de la fe, apaga el fuego apostólico y debilita la valentía para anunciar el evangelio.

Vosotras, queridas hermanas benedictinas, tenéis la gracia y la suerte de contar con la Regla de san Benito. Os basta seguirla con fidelidad. Pero, ¿nosotros?

La fiebre consumista, la pasión por el dinero y el nivel social alto, las ideas y valores contrarios al evangelio y a las enseñanzas de la Iglesia, impregnan el ambiente que respiramos… ¿Cómo mantener en el corazón el fuego de la fe y el entusiasmo por transmitirla y comunicarla?

Me permito releeros lo que dice la carta a los Hebreos de la segunda lectura: “Recordad (a Jesús) al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”.

Pero sí hemos llegado, gracias a Dios, a poder participar del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la eucaristía. Es la eucaristía el hogar que alimenta el fuego y la llama de la fe.