domingo, 25 de febrero de 2018

DOMINGO II CUARESMA (B)


-Textos:

       -Gn 22, 1-2. 9a. 15-18
       -Sal 115, 10.15-19
       -Ro 8, 31b-34
       -Mc 9, 1-9

Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Segundo domingo de cuaresma, estamos de camino hacia la Pascua; el mensaje de la palabra de Dios hoy es claro y contundente: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

El milagro de la transfiguración es un hito muy importante en la vida pública de Jesús.

Jesús se da cuenta de que sus discípulos piensan más o menos que en Jerusalén él va a dar un golpe político, se va a hacer con el poder y restablecerá los mandamientos y el culto verdaderos.

Jesús, sin embargo, piensa sólo en hacer la voluntad de su Padre Dios, y ha advertido ya a sus discípulos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día”.

Jesús afirma el éxito final de su misión, resucitará al tercer día. Pero el camino para alcanzarlo es totalmente distinto del que piensan sus discípulos.

La transfiguración del Tabor es un adelanto del triunfo final, para que puedan soportar, el escándalo del viacrucis y el calvario.

Jesús deja traslucir su condición divina. Es, sobre todo, la voz del Padre, Dios mismo, el testigo más digno de crédito que se puede pensar, que declara solemnemente: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

Los tres discípulos, que presenciaban el prodigio, se sienten verdaderamente felices envueltos en la gloria de Jesús, pero están asustados y no saben ni lo que dicen.
En realidad no entienden. Y después del suceso quedan discutiendo “qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos”.

Queridos hermanos, todos: Nosotros tampoco entendemos. “Los caminos de Dios no son nuestros caminos”.

Nos desalientan la deserción de muchos bautizados; y nos sentimos desbordados por lo que pasa en muchas familias, por los fracasos matrimoniales; por tanta gente que vive como si Dios no existiera. Con la mejor fe y buena voluntad acudimos a Dios para que las cosas nos sucedan como pensamos nosotros que deberían suceder, pero suceden muy de otra manera. Los números y las estadísticas no parecen muy favorables, al menos en nuestro entorno, para la religión y la Iglesia.

Nos gusta el Jesús de los milagros, y el de la “multiplicación de los panes”. Pero nos escandaliza el Jesús del “huerto de los olivos”, el que se queda solo, el que se siente incluso abandonado de su propio Padre. No entendemos los caminos de Dios.

Abrahán tampoco entendía y creyó. Jesucristo en la cruz sintió hasta el abandono del Padre, pero murió poniéndose en sus manos. Y Dios Padre cumplió la promesa a Abrahán y resucitó a Jesús.

Necesitamos fe, la fe de Abrahán, que se fía de Dios hasta la sinrazón, la fe de Jesucristo, que obedece a su Padre hasta la experiencia de abandonado y hasta la muerte.

¿Cómo alcanzar esa fe? Desde el comienzo de la cuaresma tenemos que pensar ya en la Pascua de resurrección. Por eso hemos de contemplar el acontecimiento de la Transfiguración.

Agradezcamos a Dios su solemne testimonio y pongamos atención en las dos cosas que dice: “Este es mi Hijo amado”; y después: “Escuchadle”.

Escuchar la palabra de Dios; aprender a escuchar a Dios en los acontecimientos de la vida; intensificar la oración. Esto durante todo el año, y durante la vida entera, pero muy especialmente, ahora, en este santo tiempo de la cuaresma.

Bien podemos pensar esta mañana que acercarse al altar y participar en la eucaristía es como subir con Jesús al monte Tabor y contemplar a Cristo Resucitado.