domingo, 4 de marzo de 2018

DOMINGO III DE CUARESMA (B)


-Textos:

       -Ex 20, 1-15
       -Sal 18, 8-11
       -1 Co 1, 22-25
       -Jn 2, 13-25

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.

Queridas hermanas Benedictina y queridos hermanos todos:

La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario. Afirmó el Papa Benedicto XVI (“Deus est caritas)”.

Los templos, en todas las religiones, son considerados como espacios especiales para el encuentro con Dios. De una manera singular, el antiguo pueblo de Dios, los judíos, consideraban el templo de Jerusalén como lugar esencial para rendir culto al verdadero Dios, Yahvé, y símbolo de identidad como pueblo elegido. Jesucristo, como buen israelita, había subido varias veces a visitar el templo de Jerusalén. La actuación de Jesucristo expulsando del templo a vendedores y cambistas, que nos cuenta san Juan en el evangelio de hoy, tiene un doble significado:

En primer lugar, Jesús sigue y culmina la tradición profética de purificar y restablecer el culto verdadero: el Mesías, el enviado de Dios, el Hijo de Dios, no puede tolerar que se mezcle con el negocio y el dinero el carácter sagrado de las ofrendas que se ofrecen a Yahvé.

Y tiene una segunda finalidad de mucho mayor alcance: “¿Qué signos nos muestras para obrar así? -¿Destruid este templo, y yo en tres días, levantaré”. Y el evangelista comenta: “Hablaba del templo de su cuerpo”.

Llegará un día, llegó a decir el mismo Jesús, en que “ni en Corozaín ni en Jerusalén se dará culto a Dios”. Porque a partir de ahora es mi persona, soy yo, el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. “Quién me ve a mí ha visto al Padre”.

Mi Padre me ha enviado, soy el Mesías, el Hijo de Dios, y soy, en la tierra, presencia encarnada de Dios. A partir de ahora es mi persona, soy yo, el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Jesucristo es el lugar verdadero del encuentro con Dios.

Y a Jesucristo lo podemos encontrar en muchos lugares y de muchos modos y maneras: En la Palabra de Dios, en la eucaristía, en los pobres, en la asamblea reunida en su nombre, en los hermanos, en los acontecimientos que nos hacen pensar y nos llaman a conversión.

Ahora entendemos mejor por qué Benedicto XVI y los papas modernos dicen y repiten con insistencia: “La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario”.

A lo mejor es oportuno hoy que nos preguntemos, ¿Qué lugar ocupa Jesucristo en mi vida? ¿Puedo decir que siento la fe como un encuentro real y personal con Jesucristo? Influye mi fe cristiana en las decisiones, en las ocupaciones de mi vida diaria?

No podemos olvidar que nosotros seguidores de Jesús y bautizados en su nombre, somos piedras vivas del templo espiritual, del Cuerpo místico de Cristo. A nosotros nos incumbe muy seriamente vivir de tal manera que podamos ser para nuestros hermanos, para nuestros prójimos: lugar de encuentro con Dios, ejemplo, testimonio que contagia y acerca, a los que nos tratan y conviven con nosotros, a Dios.

En este santo tiempo de cuaresma escuchamos insistentemente la llamada de Dios a la conversión. Para nosotros, bautizados, la llamada a la conversión, sobre todo, es una llamada a renovar y redoblar nuestra adhesión a su persona y a su mensaje: sobre todo a ser testigos de Jesús con nuestra conducta.

No olvidemos que en esta celebración no sólo Jesucristo en las especies eucarísticas, sino también la asamblea que formamos, somos templo de Dios, lugar para los hombres de encuentro con Dios.