domingo, 17 de enero de 2021

DOMINGO II T.O. (B)

-Textos:

       -Sam 3, 3b-10.19

       -Sal 39, 2-4ab. 7-10

       -1 Co 6, 13c-15a. 17-20

       -Jn 1,35-42

Habla, (Señor) que tu siervo escucha”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Dios nos crea y nos recrea. “Nos creó, porque nos amó” dice incisiva y sobriamente San Agustín. Dios pensó en nosotros, pronunció nuestro nombre, y valiéndose de nuestros padres, nos trajo a la vida. Una palabra de amor, la palabra de Dios nos trajo a la existencia. Y otra palabra de Dios nos hizo cristianos. Dios nos amó y en el bautismo, a través de la comunidad cristiana y de la familia, nos llamó, pronunció nuestro nombre (Ángel, Isabel, Carmen, María), y nos hizo hijos suyos, hijos de Dios en su Hijo Jesucristo.

¡Cuánto ánimo, cuánta alegría, cuantas ganas de vivir y de luchar nos vienen, cuando encontramos a nuestro alrededor personas que nos conocen, nos aprecian, nos aman, y nos llaman y cuentan con nosotros! ¡Qué penosa y triste la vida de aquellas personas, a las que nadie les llama y nadie cuenta con ellas!

Nosotros sabemos gracias a la fe que Dios nos ama, nos llama y cuenta con nosotros. Dios nos habla continuamente, Dios habla siempre. En la medida que escuchamos la Palabra de Dios y crecemos en la fe, descubrimos a Dios en toda circunstancia de nuestra vida. Dios nos habla a través de los consejos de las personas que nos conocen y nos quieren, Dios habla también en los momentos de dolor, de desgracia, o de apuro y desconcierto.

Pero, para descubrir y entender que Dios nos habla, es preciso que alguien que tiene fe y tiene experiencia de Dios nos inicie, nos enseñe y nos ayude a interpretar el lenguaje, el idioma, de Dios.

Samuel no acertaba a descubrir que Dios le hablaba, hasta que Elí le dijo: “Cuando oigas la voz di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Jesús pasaba”, pero tuvo que ser Juan el Bautista quien dijera a sus propios discípulos: “Este es el Cordero de Dios”. Y ¡qué gran favor les hizo el Bautista! Entraron en un diálogo con Jesús envidiable: “¿Qué buscáis? –Maestro, ¿Dónde vives? –Venid y veréis”. Y salieron llenos de entusiasmo y diciendo. ¡Hemos encontrado al Mesías!

Hermanos: Todos hemos aprendido a hablar escuchando a los mayores que ya sabían hablar. Para que los niños y las generaciones jóvenes descubran que Dios habla continuamente y en toda circunstancia de nuestra vida, para que despierten a la fe, es preciso que los que ya tenemos la gracia de creer nos tomemos el cuidado de enseñar a escuchar a Dios en todo, a descubrir que Dios nos quiere, está con nosotros y nos llama continuamente, porque para él somos importantes, y quiere contar con nosotros.

Nos lamentamos de muchos jóvenes y no tan jóvenes que no sienten interés alguno por la fe cristiana, pero pensemos primero si nosotros tenemos experiencia viva, alegre y palpitante de Dios que nos habla, de Jesucristo que nos sale al encuentro y nos llama. ¿Sabemos y experimentamos a Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida?

¡Qué pantalla de mensajes tan preciosos nos ofrecen las lecturas de la palabra de Dios hoy!: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, “¡Hemos encontrado al Mesías, Cristo!”; “Aquí estoy, Señor, porque me has llamado”; “Maestro, ¿Dónde vives?”.

Y Jesús nos responde: “Aquí, en la eucaristía, para ti y para todos.