domingo, 3 de enero de 2021

DOMINGO II DE NAVIDAD

-Textos:

       -Eclo 24, 1-4. 12-16

       -Sal 147, 12-15. 19-20

       -Ef 1, 3-6. 15-18

       -Jn 1, 1-18

“…les dio poder de ser hijos de Dios a los que creen en su nombre”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nuestra madre, la Iglesia, en la liturgia de este domingo segundo del tiempo de Navidad nos propone de nuevo el evangelio que llamamos “Prólogo de san Juan”.

De toda la riqueza que encierra el texto me permito subrayar una frase: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.

La encarnación del Hijo de Dios, que se hizo hombre y nació pobre en Belén para salvar a los hombres, ha dado lugar a que, cuantos creemos en él adquiramos, por el bautismo, la propiedad de ser hijos de Dios.

En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que se hace hombre, pero, además, deberíamos celebrar también el nacimiento a la vida de hijos de Dios los que hemos recibido el bautismo.

Pero no sé si incluso los que estamos bautizados somos suficientemente conscientes del regalo tan grande que se nos hizo el día en que nuestros padres, la Iglesia, nos llevó a bautizar. San Pablo en la Carta a los Efesios nos ha dicho: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos…” San Juan en su primera carta exclama jubiloso: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. (1 Jn 3, 1-2).

Como criaturas de Dios, nuestros padres nos dieron la vida natural, tan valiosa y que tanto estimamos, pero gracias al bautismo esta vida natural queda enriquecida, queda transformada con la calidad propia que tiene la vida de Jesucristo que vive resucitado en el cielo.

Esta vida se nos da, junto con el Espíritu Santo, en semilla para que la desarrollemos a lo largo de la vida con las “buenas obras”, como dice san Benito, es decir, poniendo en práctica el evangelio de Jesús, y los mandamientos de la ley de Dios.  

Tenemos la vida de gracia, pero seguimos siendo hijos de esta tierra: Acosados por el coronavirus, preocupados por la educación que se da a los hijos, temerosos de perder el trabajo, atendiendo a nuestros familiares enfermos o ya mayores… Pero hay algo que no nos puede quitar nadie: Dios nos ama, nos conoce, nos hace partícipes de su vida por Cristo; en cierto modo nos diviniza; nos hace hijos suyos, y a pesar de nuestras debilidades y pecados, nos sigue amando, y nos propone como destino vivir con él para siempre. En esto consiste ser hijos de Dios.

Pero si somos hijos de Dios vivamos como hijos de Dios. Seamos coherentes y comprometidos en nuestra vida. Preguntémonos: ¿De veras nos sentimos hijos, oramos como hijos, actuamos como hijos? Si somos hijos de Dios hemos de mirar a los demás con ojos nuevos, la Navidad ha reforzado la fraternidad entre los hombres.

El Verbo de Dios, el Hijo de Dios, ha considerado digno de sí hacerse hombre como nosotros, nosotros bautizados en su nombre, tenemos que hacernos uno con nuestros prójimos. Especialmente con los más necesitados.

Momentos antes de la comunión vamos a ser invitados a decir el Padrenuestro, es decir, vamos a invocar al Padre de todos. Comulgar con Cristo es confraternizar con el hermano.