jueves, 27 de febrero de 2020

EUCARISTÍA FUNERAL SOR ESCOLÁSTICA


-Textos:

       -Dt 30, 15-20
       -Sal 1, 1-6
       -Ro 6, 3-9
       -Lc 9, 22-25

Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”.
Ha muerto Escolástica (Valentina, para la familia), en el monasterio, en su casa, esmeradamente cuidada, constantemente acompañada, envuelta en el rumor de las oraciones de sus hermanas de su familia benedictina. ¡Qué bien y con cuánta paz se muere en el monasterio!

A cuantos la hemos conocido y nos hemos beneficiado de sus atenciones nos vienen a la memoria el sonido de sus pasos apresurados por el pasillo de la clausura, corriendo para atender la llamada de la portería. Cada vez que sonaba el timbre, era para ella como la señal de salida de una carrera al encuentro del visitante que había llegado al monasterio. “Recibir al huésped como a Cristo”, había aprendido de su P. San Benito. Su modo de atender era la ventana luminosa del monasterio. Trabajadora infatigable, disponible siempre con sencillez, como quien hace lo que tiene que hacer, y … eso es todo”.

La hermana Escolástica nos hace pensar. ¿Es que ella ha sido todo y solo actividad y buen hacer? ¿De dónde le salió esa manera de vivir?

Y llegamos al tema de su vocación. El texto evangélico que hoy escuchamos en toda la Iglesia, en la misa de este jueves que acabamos de comenzar la cuaresma, nos ayuda a entender un poco la vocación de Escolástica y la vocación de sus hermanas benedictinas, y en general de toda la vida consagrada: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” .

En principio nos puede parecer muy radical y muy difícil. Y así es. Pero esta propuesta de Jesús tiene un subsuelo, un sentido profundo que a veces no llegamos a descubrir. Es el siguiente: El que quiere seguir a Jesús ha encontrado un nuevo centro en su propia vida; ya no es él su propia razón de ser, su razón de ser y de vivir es Otro con mayúsculas. No se pertenece a sí mismo, él o ella se siente pertenencia de otro, de Jesucristo que lo ha llamado porque lo ama. Esta experiencia de Jesús que le ama, despierta un amor en su corazón que es la razón y el motivo que le lleva a renunciar a sí mismo y a vivir no ya para él, sino para Jesús y para Dios. No se trata de un esfuerzo heroico, de renuncias sobrehumanas, es una llamada del Señor que unifica y moviliza toda la persona.

La experiencia profunda de un encuentro personal con Jesucristo que me llama porque me ama, es el secreto que dinamiza toda la vida del monje y de la monja. La clausura, el silencio, las largas horas en el coro, no son una penitencia sobreimpuesta, sino un cauce para responder con amor a aquel que le ha llamado por amor.

Este encuentro personal con Jesucristo en el amor, que explica la vida del monje es lo que hace decir al papa Francisco estas preciosas palabras acerca de la vida contemplativa: “La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad entera: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él”. (VDq 9b).

Pero, hagamos una observación muy importante: El evangelio que hemos escuchado y hemos aplicado a la Hna. Escolástica y a las persona consagradas y contemplativas, Jesucristo la pronunció pensando en todos los discípulos de entonces y de todos los tiempos, pensando en todos los que estamos aquí hoy. “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” .

Y estas, son palabras que la Iglesia nos propone para encauzar y vivir el camino de la Cuaresma que acabamos de empezar. ¿Nos las hemos planteado.? La Iglesia nos dice que son palabras que están a nuestro alcance. Jesús, que nos las propone, nos da fuerza y nos da su Espíritu para que las cumplamos. Jesucristo ya nos salió al encuentro con su amor y su Espíritu en el bautismo. Somos hijos de Dios, fue de manera germinal o incipiente, y nos considera discípulos suyos. ¡Hemos muerto con Cristo, para resucitar con él! Estas palabras de Jesús a sus discípulos, son palabras de Dios hoy para nosotros.

Hoy Jesucristo, a través del acontecimiento de la muerte de Sor Escolástica, y a través de la liturgia cuaresmal, vuelve a llamarnos. Sin duda, porque desea que nuestro encuentro personal con él no sea un encuentro superficial, sino una autentica experiencia de amistad con él; que nos saca de nosotros mismos y suscita tal fe que nos da fuerza para renunciar a cualquier tentación, a cualquier ídolo de este mundo, hasta hacernos capaces de perder la vida por él. Porque perder la vida por él es encontrarla de verdad.