domingo, 5 de enero de 2020

DOMINGO II DE NAVIDAD (A)



-Textos:

       -Eclo. 24, 1-2. 8-12
       -Sal 147, 12-15. 19-20
       -Ef. 1, 3-6. 15-18
       -Jn 1, 1-18

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El tiempo de Navidad va pasando; hoy tenemos puesta la atención en la cabalgata de reyes y en la fiesta de mañana, lunes, la Epifanía, o fiesta de los Reyes Magos. Pero este segundo domingo de Navidad tiene también un mensaje muy importante para todos nosotros. Desde la misa del gallo en la Nochebuena hemos ido adentrándonos en el misterio admirable de la Navidad. Nuestra atención se centró al principio en el Niño Dios que nació en Belén, el primer domingo de Navidad contemplábamos a la Sagrada Familia al completo, el ejemplo de Jesús, José y María viviendo en Nazaret. 

Después, comenzábamos el Año Nuevo con alegría y esperanza acogiéndonos al manto de Santa María Madre de Dios. Hoy, en este segundo domingo de Navidad, repetimos en la palabra de Dios textos que ya hemos escuchado, se nos presenta un mensaje sumamente importante que nos afecta directamente a nosotros, como cristianos bautizados y seguidores de Jesús: Hoy es nuestra Navidad, la Navidad de cada uno de nosotros que, como bautizados, somos llamados, y lo somos de verdad, hijos de Dios. Hoy celebramos nuestro nacimiento a la vida de hijos de Dios. “Vino a su casa y los suyos no le recibieron”, dice el evangelio de hoy. “Pero a cuantos le recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. San Agustín, y otros Padres de la Iglesia, dicen breve y profundamente: “El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios”.

Hijos de Dios, queridas hermanas y queridos hermanos, hoy es un día para tomar conciencia de nuestra identidad cristiana, de alegrarnos y regocijarnos por la suerte que nos ha tocado, al recibir la fe y el bautismo. Este domingo es una oportunidad para redescubrir y ahondar en lo que el sacramento del bautismo supone en nuestra vida entera.

¿Qué nos da el bautismo? El mismos evangelio de Juan nos dice algo que bien mirado resulta impresionante, los bautizados ¡”hemos nacido de Dios”! Sí hemos nacido de nuestros padres; eso ya es un don de Dios y una gracia. Pero todo lo que hemos recibido de nuestros padres es caduco, pasa y muere. La vida de Dios, que recibimos en el bautismo es eterna, no muere; si la cultivamos, se acrecienta y va “gracia tras gracia”, y se acrecienta hasta la vida eterna, plenamente felices con Jesucristo en Dios. Esta es nuestra identidad y este es nuestro destino.

A veces oímos decir: “A mí qué me da el ser cristiano y bautizado “ . Nada. Yo para ser honrado, trabajador, respetar a los demás y enseñar a mis hijos lo mismo, no necesito de lo que enseñan los curas y la Iglesia, me basta con lo que me dice el sentido común!”.

¿Cómo hacer entender a a cuantos piensan así, lo mucho, lo bueno, bello y motivador que no han descubierto, y que de descubrirlo les daría poder vivir con mucha más alegría, y tener muchas más fuerza para superar los malos tragos de la vida y para defenderse de los modos de pensar y de sentir de la sociedad de consumo, en la que más o menos conscientemente viven sumergidos?

Mirad, y con esto acabo, lo que en la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo sobre la identidad cristiana, sobre lo que somos y recibimos por ser hijos de Dios: Primero nos dice que por el bautismo adquirimos una sabiduría especial para conocer a Jesucristo, y luego termina diciendo: “que Dios Padre ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, y cuál la riqueza de gloria (de felicidad) que da en herencia a los santos”.