martes, 3 de diciembre de 2019

FESTIVIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER


-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 95, 1-3. 7. 8a. 10
       -1 Co 9, 16-19. 22. 23
       -Mt 28, 16-20

No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En la segunda lectura, san Pablo nos dice una frase que define a san Francisco Javier en su experiencia de fe más íntima y en su temple misionero: “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Está tan convencido del bien que es para los hombres conocer a Jesús, y tan importante para construir un mundo más humano, animado, además, por la esperanza de una felicidad eterna, que no tiene más remedio, que no puede pasar sin anunciarlo. Él, como Pablo, se ha hecho “débil con los débiles y todo a todos, para ganar como sea a algunos”.

Los biógrafos de S. Francisco cuentan como en Malaca tuvo un encuentro providencial con un joven japonés, llamado Angiro, que buscaba a san Francisco Javier atraído por la fama que le rodeaba al santo y por cuanto había oído de él. Tanto Angiro, como también muchos navegantes portugueses le hablaron a Francisco de lo interesante que sería predicar la fe a los japoneses, porque eran gente muy deseosa de saber y muy racionales; duros para convencer, pero, una vez convencidos, muy coherentes con sus convicciones.

Desde este momento, a san Francisco Javier, tan saturado de trabajos y viajes, que tenía tantas cosas que atender en la India, le nace un sueño, y ya no parará hasta conseguir llegar a Japón y, después, intentar entrar en China. “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!

Hermanas y hermanos, vamos a quedarnos con una pregunta. ¿Qué peso específico tiene en nuestro ánimo transmitir la fe en Jesucristo? Sé muy bien, queridas hermanas, que tenéis muy asimilado y que practicáis el espíritu misionero que desde siempre y especialmente los papas modernos han predicado: que la oración es el fundamento mejor, el más necesario, a la hora de anunciar el evangelio.

Pero atendiendo a los cristianos laicos, padres de familia y educadores de la fe, a los jóvenes que se plantean su vocación y su misión en la vida, los papas constatan que ha descendido el temple misionero de la comunidad cristiana.

Todos tenemos que dejarnos interpelar por la exclamación de san Pablo, de la que san Francisco dio un testimonio tan admirable: “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Y todos tenemos que afirmarnos en la convicción de que no podemos transmitir mejor noticia para el mundo que la que pregonó tan bellamente el profeta Jeremías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”!