domingo, 22 de diciembre de 2019

DOMINGO IV DE ADVIENTO (A)


-Textos:

       -Is 7, 10-14
       -Sal 23, 1b-4b. 5-6
       -Rom 1, 1-7
       -Mt 1, 18-24

“… y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

He aquí el mensaje trascendente e importantísimo que nos trae la liturgia de este domingo cuarto de adviento.

Salimos a la calle y vemos a tanta gente corriendo de una tienda a otra, de una mercado a otro, de un gran almacén a otro; luces por la noche que dibujan siluetas de no se sabe qué, pero que suplantan las figuras pertinentes de la Navidad.

Por otra parte, Cáritas nos comunica que hay muchos prójimos nuestros que no encuentran trabajo, y otros, jóvenes sobre todo, que sí tienen trabajo, pero el sueldo no les llega para poder pagar un piso ni sufragar los gastos que exige traer hijos al mundo y educarlos.

Y nosotros, los que estamos aquí reunidos, hoy tenemos todavía los sentimientos de sorpresa y de pena por la muerte inesperada de nuestro querido Rafael, sacerdote, hermano, compañero y amigo querido.

Y en estas circunstancias, el Señor nos regala la gracia de escuchar el relato de los acontecimientos y los sentimientos íntimos que vivieron María y José en aquellos días previos a la primera Navidad.

Envueltos los dos en la penumbra del misterio, María, la Virgen Inmaculada, guarda silencio, espera y confía en Dios. José se siente perplejo y desconcertado, no duda de María, su duda está en que no sabe cómo debe comportarse ante el misterio que tiene delante, que le sobrecoge y le sobrepasa. Está a punto de tomar una decisión, él es un Israelita creyente, un hombre Justo. Y en esta situación, tan comprometida, Dios le sale al encuentro, y Dios le explica el misterio por medio de un ángel: “No temas acoger a María, tu mujer, la criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo”. Dios no defrauda a los que confían en él.

Tomemos nota de esta verdad, Dios es fiel y sale valedor de los que quieren cumplir su voluntad. Dios a José no sólo le disipa las dudas, sino que además le encomienda una misión: “Dará a luz un hijo y tú le podarás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. O como dice el profeta: “Le pondrás por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.

Hermanas y hermanos: Este es el mensaje que tenemos que retener, a dos días que nos encontramos, de la Navidad, Dios con nosotros, cercano, perceptible, tangible. Para librarnos de la dependencia más letal y tóxica que nos amenaza, el pecado.

Y este mensaje es el que explica la razón de por qué y para qué estamos los cristianos en medio de esta sociedad paganizada, que intenta iluminarse con luces, que solo logran dejar patente la terrible oscuridad de un universo sin Dios. Nuestra misión, hoy, más necesaria que nunca es gritar en público y en privado, en todo lugar: “Dios ha venido a salvarnos”; es posible la inocencia, la justicia, la paz. Merece la pena trabajar para que haya trabajo y salarios justos para todos; merece la pena contribuir a un mundo más fraterno, porque “Dios con nosotros” va a construir un cielo nuevo y una tierra nueva.

Y al terminar traemos de nuevo a la memoria a nuestro querido Rafael: bautizado, hijo de Dios, sacerdote. Somos testigos y recordamos el entusiasmo y la convicción con que proponía a todos, pero sobre todo a los jóvenes, que Jesucristo era, sí, Emmanuel, Dios con nosotros; que Dios es misericordioso, que no defrauda, que su mano providente nos guía por los vericuetos de nuestra vida y nos salva.

En esta eucaristía de adviento pedimos a Dios que cumpla con nuestro querido Rafael la verdad del evangelio que hoy hemos escuchado y que Rafael con tanta sencillez y convicción vivió y predicó.