sábado, 8 de diciembre de 2018

FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN (C)


-Textos:
 
       - Gén, 3, 19-15.20
       -Sal. 97, 1-4
       -Ef. 1, 3-6.11-12
       -Lc. 1,26-38

Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo”

Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, fiesta de alegría en medio del Adviento, fiesta para felicitar a la Madre de Dios y Madre nuestra del cielo; fiesta para dar gracias a Dios por las obras grandes que ha hecho en María y las que hace también en nosotros.

Este es el misterio que celebramos: La escogida y predestinada para ser Madre del Salvador, fue preservada de pecado original y llena de gracia desde el momento mismo de ser concebida. El Concilio dice: “María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante”. Y el Catecismo añade: “Para poder dar el asentimiento libre de su fe era preciso que ella, La Virgen María, estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios”.

Y así ocurrió en efecto: Cuando, en la oscuridad de la fe y en el no comprender el misterio, María recibe la llamada de Dios para la misión más importante que criatura humana puede tener en la historia, ella libremente dice “sí”, se fía de Dios, y acepta responsablemente el encargo. “Hágase en mí según tu palabra”. Y así, la humilde esclava del Señor, la Inmaculada, viene a ser Madre de Dios; se ilumina el Adviento y estalla la Navidad.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos: También nosotros “hemos sido bendecidos en la persona de Cristo con toda clase de vienes espirituales y celestiales”, nos ha dicho S. Pablo en la segunda Lectura. Se refiere a nuestro bautismo, por el que hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios.

Por eso, es para nosotros tan conveniente aprender de María e imitar su ejemplo. Desde el momento en que responde al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”, hasta el momento doloroso al pie de la cruz de su Hijo, e incluso hasta el día de Pentecostés con los apóstoles, María mantiene su “sí” y su entrega total a la voluntad de Dios. Y ya vemos los frutos: Nadie en el mundo ha dado al mundo un bien mayor y fruto más saludable. Ella nos trajo a nuestro Salvador.

En el espejo de esta preciosa fiesta de María Inmaculada, podemos hacernos con sinceridad algunas preguntas: ¿Vivo convencido de que Dios a mí, en el bautismo, me ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales? 

¿Entiendo mi vida y mi fe bautismal como una llamada, para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Cristo nos ama, es decir, a vivir el amor, el perdón el trabajo por la justicia, la ayuda real a los pobres y a los necesitados? Como María, le digo sí a Dios en todo momento y ante cualquier tentación de dinero injusto, de sexo indebido, envidia, de vanidad, de mentira?

Miremos a María y volvamos a la fiesta. La liturgia de hoy canta, en muchos momentos, la alegría de la Virgen Inmaculada. No hay mayor alegría que vivir en gracia. No hay nada que nos realice más plenamente como personas que escuchar la llamada de Dios y cumplir su voluntad. Y María Inmaculada, Madre del Salvador Y Madre nuestra, nos ayuda para un empeño y el otro. Demos gracias a Dios.