domingo, 16 de diciembre de 2018

DOMINGO III DE ADVIENTO (C)


-Textos:

       -Sof 3, 14-18ª
       -Sal Is 12, 2-6
       -Fil 4, 4-7
       -Lc, 10-18

Entonces, ¿qué debemos hacer?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? ¿Por qué tenemos que preguntarnos hoy esta pregunta?

Porque el Señor está cerca. Sí, el Señor, está cerca y viene a salvar este mundo, esta sociedad nuestra y a todos nosotros.

Lo sabemos muy bien: el Señor Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino y nació en Belén de la Virgen María, y este mismo Hijo de Dios encarnado. vendrá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos y establecerá plenamente el Reinado de Dios.

Pero sabemos muy bien, también, que Jesús viene en cada Navidad, gracias al misterio de la liturgia.

El día de Navidad la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. Los cristianos reunidos en el nombre del Señor, venimos a la eucaristía, escuchamos la palabra de Dios que nos cuenta el nacimiento de Jesús en Belén y la adoración de los pastores, y el canto de gloria de los ángeles; hacemos un acto de fe en la verdad de lo que se nos anuncia, pedimos y, luego, en la consagración adoramos y en la comunión participamos del cuerpo y la sangre de Jesús. Nosotros celebrando y participando así, en la liturgia de Navidad, sabemos que tenemos la misma suerte y nos beneficiamos de la misma gracia que tuvieron los pastores de Belén y los vecinos que acudieron al portal.

Sí, Jesús viene de una manera muy especial en la fiesta de Navidad. No es una pura frase retórica lo que nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura: “El Señor está cerca… Alegraos en el Señor”. Os recuerdo esta verdad con toda intención.
Estamos asistiendo en las calles, en los medios de comunicación en los programas que nos preparan algunos de los que nos gobiernan, y muchos de los que tratan de hacer negocio a propósito de la fiesta de Navidad, y vemos una realidad que se pretende celebrar la Navidad sin nacimiento. Celebrar la Navidad sin mencionar el acontecimiento que es el alma y el motivo de la fiesta universal que celebramos. Perdonad la trivialidad, pero es como ofrecer coca-cola laid, leche desnatada o vino sin alcohol.

Pero lo más doloroso es que muchos están muy de acuerdo con esta manera de celebrar la Navidad, y se entregan con entusiasmo a comprar, vender, gastar y divertirse.

¿Por qué les ocurre esto? Porque han cambiado de dios. Ya no piensan ni adoran al Niño de Belén como al Salvador divino, sino al placer de los sentidos y a la alegría de unas horas que provoca el champán.

La pregunta de esta mañana: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer”.

Hoy más que nunca tenemos que activar nuestra fe y asumir la responsabilidad de ofrecer a la sociedad, a los amigos, a los vecinos, a los hijos y nietos, a los que nos visitan y visitamos, ofrecerles el secreto que da alma y vida a la fiesta de Navidad y a todas las fiestas navideñas.

Tres propuestas para preparar la Navidad que viene y dar testimonio del secreto que encierra.

Una es participar en las celebraciones litúrgicas. Porque sabemos que son celebraciones que ofrecen una gracia especial de fe y de alegría verdaderas.

Y después las dos consignas que san Juan Bautista nos dice hoy en el evangelio:

El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene; el que tenga comida, que haga lo mismo”. Y además: “No hagáis extorsión, no exijáis más de lo establecido”. Es decir, caridad y justicia. La caridad y la justicia, y no sólo ni principalmente las posibilidades económicas, sean las que marquen la pauta de las fiestas que se avecinan.