domingo, 5 de agosto de 2018

DOMINGO XVIII T.O. (B)


-Textos:

       -Ex 16, 2-4. 12-15
       -Sal 77, 3 - 4. 23-24. 25.54
       -Ef 4, 17. 20-24
       -Jn 6, 24-35

Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy el evangelio y también las primeras lecturas hablan de comidas y bebidas. En la actualidad y en nuestro país están muy de moda la gastronomía, las recetas de cocina y los cocineros; se sale con frecuencia a comer y cenar a los restaurantes. Señal de que hay dinero para pagar ese gusto.

Al mismo tiempo, es cierto, en nuestro país hay personas que pasan hambre, que no les llega para pagar la hipoteca, ni para salir de vacaciones, que no tienen trabajo y tampoco salud; en nuestra tierra nos codeamos con emigrantes que deambulan por la calle; y, lo más doloroso, con personas humanas que arriesgan la vida y la pierden tratando de alcanzar la tierra opulenta en la que imaginan que mana leche y miel.

El antiguo pueblo de Israel tenía muy claro que el tener comida y bebida para alimentarse era don de Dios. En muchas de nuestras familias cristinas se bendice la mesa. ¡Excelente costumbre!

Pero también hay muchas gentes que tienen pan y comida y, sin embargo, no se acuerdan de Dios. En el placer de comer ponen la felicidad y el fin de su vida. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.

Esta mañana Jesús nos advierte: “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que os da la vida eterna”.

Todo pasa. Lo platos más exquisitos y las comidas más suculentas no evitan que volvamos a tener necesidad de comer, y menos nos proporcionan la felicidad completa.

¡Ojalá que el vivir en la abundancia no nos embote la mente, y que pensemos que la vida terrena se acaba y que hay otra vida; que lo que de verdad deseamos y hambreamos es vivir para siempre.

Y esta hambre y esta sed no la calman los platos suculentos que nos presentan los “misters-chefs” de la tele y los periódicos.

¿Y qué tenemos que hacer para hacer lo que Dios quiere?”. –“La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado”, es decir, en Jesús.

Hermanas y hermanos: Que el vivir con lo suficiente, o, incluso, en la abundancia, nos lleve a dar gracias a Dios y no nos debilite la fe; todo lo contrario, que nos permita descubrir la necesidad que tenemos de Jesucristo. “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

"Señor, danos siempre de ese pan”.Esta es la súplica que tiene que brotar hoy de nuestros labios. “Señor, danos de ese pan, que eres tú, Jesucristo”. “¿Qué tenemos que hacer?

Dos consignas me permito poner ante vuestra consideración: La primera la encontramos en san Pablo, en la segunda lectura: “Que no andéis ya como los gentiles… abandonad el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos engañadores, y renovaos en la mente y en el espíritu”.

La segunda, la podemos extraer de los titulares de los periódicos: Los emigrantes. La tragedia lamentable, dramática e inhumana, tan difícil de solucionar. Dios nos está llamando. Si nos proponemos regular desde esa tragedia, nuestro modo de vivir y nuestro modo de alimentarnos, podemos contribuir a encontrar soluciones acordes con el evangelio de Jesús y el bien de todos.

Esto es posible, si de verdad escuchamos la voz Dios: “La obra que Dios quiere es esta: Que creáis en el que él ha enviado”, (Jesús).