domingo, 12 de agosto de 2018

DOMINGO XIX T.O. (B)


-Textos:

       -1 Re 19, 4-8
       -Sal 33, 2-9
       -Ef 4, 30-5,2
       -Jn 6, 41-51

El que coma de este pan vivirá para siempre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo de verano, domingo caluroso, domingo de vacaciones… y aquí estamos nosotros, hemos venido a participar de la eucaristía. Muchos habrán apelado a cualquiera de las circunstancias que hemos mencionado para excusarse de ir a misa. Nosotros no buscamos excusas, pensamos que es Dios mismo quien nos invita, y agradecemos la invitación; es para nosotros una gracia que necesitamos.

Jesucristo, en el evangelio que hemos escuchado dialoga con los judío y se esfuerza por convencerles para que crean en él. Para ello, Jesús les dice clara y abiertamente: “Yo vengo del cielo y he venido para daros la vida eterna. “Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”.

Los judíos no le creen. Aquellos judíos contemporáneos suyos lo conocían como un paisano más, no podían creer que fuera el enviado de Dios esperado, que había bajado del cielo.

Pero la dificultad de aquellos judíos para creer estaba en su orgullo, más que en el hecho de que Jesús fuera hombre como ellos. Ellos eran judíos, conocían la Biblia y sabía muy bien como Dios tenía que hacer las cosas.

Tenemos que pararnos y pensar: Hoy en día muchísimos dicen que no pueden creer. El orgullo les hace decir que, si somos personas maduras y autónomas, hemos de guiarnos, sólo y nada más que, de la razón, y de lo que ven, sienten y palpen nuestros sentidos. No quieren creer que Jesús sea hombre y a la vez Hijo de Dios. No creen en el Hijo de Dios y acaban creyendo en mil ídolos: en el dinero, en el poder, en la comodidad, en el placer efímero de los sentidos.

Jesús les dice a los judíos y a nosotros dos mensajes muy importantes: El primero: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Es decir, la fe es don y gracia de Dios. Además de la razón, el hombre vive de la fe. Pero la fe en Dios es don de Dios. Creer que Jesucristo es Hijo de Dios y Salvador del mundo es don y gracia de Dios.

Y ante esta verdad solo nos queda ser humildes y pedir a Dios. La humildad nos lleva a reconocer que necesitamos creer, y que no nos bastamos a nosotros mismos solo con las luces de la razón y de los sentidos. Necesitamos creer y por eso, es necesario orar y pedir a Dios la gracia de la fe.

Pero, además, Jesús dice otra cosa: “Serán todos discípulos de Dios”. Es decir, necesitamos todos escuchar la palabra de Dios. No nos basta la razón y la ciencia, y menos la autosuficiencia humanas, necesitamos escuchar la Palabra de Dios, para creer en Jesucristo como venido del cielo y salvador del mundo.

Ser humildes y escuchar la Palabra de Dios, así llegamos a descubrir y creer en la verdad preciosa y salvadora de Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”.

Sólo me queda deciros, queridos hermanos y hermanas, ¿dónde encontramos esa palabra de Dios, que nos provoca la gracia de la fe, dónde encontramos ese pan vivo que nos da la vida eterna? En la eucaristía: En la primera parte escuchamos la Palabra de Dios; en la segunda parte, comemos de ese pan, que “es su carne para la vida del mundo”.

¿Comprendéis qué gracia tan grande nos hace el Señor cuando nos invita a venir a misa?