domingo, 23 de abril de 2017

DOMINGO II DE PASCUA (A)

-Textos:

       -Hch 2, 42-47
       -Sal 117, 2-4.13-15.22-24
       -1 Pe 1, 3-9
       -Jn 20, 19-31

Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Cómo os ha ido el Triduo pascual y la Semana Santa? Quizás habrá que preguntar también, ¿Cómo os han ido las vacaciones?

Volvemos a la vida ordinaria: El trabajo, el colegio, las clases, los paseos, el régimen, la cita médica…, y la eucaristía de cada domingo.

El evangelio de hoy comienza diciendo: “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.

Sin duda, hay muchos motivos para sentir miedo. Pero me permito la confianza de preguntar: ¿Estamos como los primeros discípulos en nuestra casa, en nuestra iglesia, con las puertas cerradas por miedo?

¿Miedo al terrorismo? ¿Al fervor religioso de otras confesiones religiosas? ¿A la cantidad de cristianos católicos bautizados que abandonan la práctica religiosa? ¿A las corrientes de pensamiento que consideran inútil la religión y proponen la ciencia y la técnica como la salvación del mundo? ¿A qué tenemos miedo?

Otro es el ambiente que se palpa en la Carta de san Pedro, en la segunda lectura: ¡Bendito sea Dios, que…por la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva… La fuerza de Dios os custodia en la fe… Alegros de ello, aunque de momento tengáis que sufrir pruebas diversas…No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.

Esta mañana Jesús viene a nuestro encuentro igual que aquella tarde del primer domingo, y nos dice: “Paz a vosotros”. Y nos repite de nuevo: “Paz a vosotros”. Pero, atención, continúa diciendo: “Como el Padre me ha enviado, así os envió yo”.

Quiere decirnos: Abrid las puertas y salid de casa, salid del templo, salid de un cristianismo rutinario y demasiado cómodo. Para eso, sí: “Recibid el Espíritu Santo”; recibidlo para salir a la calle, al trabajo, a vuestras familias, también a los barrios, y a otros países necesitados de necesidades materiales y sobre todo, de fe; id a los que no creen y a los que han abandonado la fe.

Porque sois bautizados y tenéis poder para perdonar los pecados, es decir para salvar a vuestros hermanos: tenéis el Espíritu Santo; tenéis realmente poder para anunciar el evangelio y ganar a vuestros hermanos para una esperanza nueva y una vida mejor.

Abrid vuestros templos, salid a las periferias. Hermanos, podéis preguntar: Pero nosotros ¿qué podemos hacer?

Repasemos la primera lectura; algunas cosas de las que dice puede que no se puedan aplicar literalmente; pero el programa es un modelo que sirve para nosotros hoy, igual que ayer y siempre:: “Los hermanos eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en la oraciones… Los creyentes vivía todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”.

Este modelo de vida cristiana, queridas hermanas y queridos hermanos, da fruto, evangeliza: “Eran bien vistos, dice la carta, de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”.


Nosotros, queridos hermanos, que hemos recibido el Espíritu Santo en el bautismo, nos encontramos reunidos en torno a la eucaristía, donde gozamos de la presencia viva de Jesús; ahora, al terminar la misa, solo nos falta tomar muy en serio las palabras de Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”, y salir a anunciar el Evangelio por todas partes.