domingo, 15 de mayo de 2016

FIESTA DE PENTECOSTÉS (C)


Textos:

       -Hch 2, 1-11
       -1 Co 12, 3b-7. 12-13
       -Jn 20, 19-23

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Merece la pena que pongamos la atención en el fuerte contraste que se deja notar entre lo que nos cuenta la primera lectura y el evangelio que acabamos de escuchar:

El convencimiento firme de que Cristo ha resucitado y está con ellos, y el don del Espíritu Santo, que él les ha regalado, cambia el ánimo de los discípulos. Estaban de miedo y se hacen valientes, estaban encerrados y se abren a los cuatro vientos, estaban mudos y se ponen a predicar con fuerza que conmueve y convence. “Se llenaron todos de Espíritu Santo, dice la primera lectura, y empezaron a hablar lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería”. La alegría, la paz y el entusiasmo son manifiestos y contagiosos.

Queridos hermanos y hermanas: Todos nosotros hemos sido bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo y creemos que Cristo ha resucitado. Nos ha dicho san Pablo: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”. El bautismo nos ha dado una misión, porque ha puesto en nuestras manos una buena noticia para comunicar y una fuerza, una energía, un poder, para compartir: Jesucristo resucitado y su evangelio son la noticia; el Espíritu Santo, es la energía y el poder para compartir.

Hay muchas cosas buenas en nuestro mundo; pero hay mucho dolor y mucho pecado; y el mal tiene un poder enorme entre los hombres. El mundo necesita absolutamente de Cristo para vivir en la paz y en la alegría; el mundo necesita del Espíritu de Jesús, del Espíritu Santo, que le dé fuerza espiritual y moral para vivir verdaderamente libre y poder practicar la justicia y el bien.

Hermanos, hemos de creer en lo que creemos. Jesucristo, su evangelio, no han dado de sí ya todo lo que podían dar. Todo lo contrario, es cada vez más evidente la necesidad de que su vigencia se implante entre nosotros.

Nuestra sociedad necesita oír que Dios es amor y misericordia; que la muerte no es el final del camino, ni tiene la última palabra; que escuchar a Dios, hablar con él, vivir conforme a sus mandamientos, ensancha el corazón y trae paz y alegría; que la solidaridad y la acogida del pobre, del refugiado, del emigrante nos deja más paz y alegría, que el encerrarnos en la seguridad y refugiarnos en la comodidad; tenemos que demostrar a la gente, con nuestra manera de vivir, que se puede dominar la sed de dinero, y que compartir nuestra cultura y nuestros dones personales nos hace más felices que vivir para la ostentación, el lujo y las apariencias.


Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés coronación de la pascua. Hoy en esta celebración se renueva el acontecimiento admirable que transformó a los discípulos, los lleno de alegría, de paz, y sobre todo, del Espíritu Santo. Nosotros, en esta eucaristía, gozamos de la misma experiencia transformante que ellos: El Espíritu Santo se manifiesta transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor; y Cristo resucitado se nos hace presente en la eucaristía. Hoy la misericordia de Dios se nos manifiesta dándonos la paz y la alegría del Resucitado, pero también convocándonos a ser evangelizadores y a anunciar al mundo la verdad que salva y la fuerza que necesita.