domingo, 1 de mayo de 2016

DOMINGO VI DE PASCUA (C)

Textos:
        
        -Hch 15, 1-2. 22-29
        -Ap 21, 10-14. 22-23
        -Jn 14, 23-29

Me voy y vuelvo a vuestro lado”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio que acabamos de escuchar se entienden mejor, si tenemos en cuenta la preocupación, la incertidumbre y la tristeza que sentían los discípulos de Jesús al pensar qué iba a ser de ellos, cuando Jesús faltara; una vez que Jesús resucitado suba al cielo.

Estos sentimientos no son ajenos tampoco a nosotros, cristianos de hoy en día, en el mundo en que vivimos. De una u otra manera, a veces llegamos a suplicar al Señor “¿Por qué nos dejas solos? ¿Por qué no te dejas ver más claramente en medio de esta sociedad?. Jesús, hoy como entonces, nos dice: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”; “No os dejaré huérfanos”. “Voy a estar con vosotros y en medio de vosotros, pero de otra manera”.

Y es verdad: Jesús resucitado está presente en medio de nosotros de varios modos:

El más fuerte es su presencia en la eucaristía: El sacerdote invoca al Espíritu Santo y el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Cristo, presencia real de Cristo resucitado sobre el altar, y luego en el sagrario.

Jesucristo se hace presente también, cuando reunidos en la fe proclamamos la palabra de la Escritura. Por eso, decimos con toda verdad: “Palabra de Dios”. Jesucristo resucitado se hace presente en nuestra asamblea: “Donde dos o más os reunís en mi nombre allí esto yo en medio de vosotros”. Ahora y aquí Cristo está en medio de nosotros.

Jesucristo resucitado se hace presente a nosotros en cada hermano, especialmente, en el hermano necesitado: “Lo que hagáis a uno de estos mis más pequeños a mí me lo hacéis”.

Jesucristo resucitado se hace presente también dentro de nosotros, dentro de cada uno de nosotros mismos; lo hemos escuchado hace unos minutos: ”El que me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

Sí, de diferentes maneras, con diferente intensidad, pero de verdad, Jesús está con nosotros. Después que resucitó y subió a los cielos y hasta que vuelva visible y glorioso al final de los tiempos, Jesús no nos deja huérfanos ni desamparados; está con nosotros.

Por eso es tan importante saber percibirlo y sentir su presencia entre nosotros y con nosotros, en medio de este mundo pagano y secularizado.

Para eso Jesús nos ha dejado su Espíritu, el Espíritu Santo: “El Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo”. El Espíritu Santo que se nos dio en el bautismo crea en nosotros un “sexto sentido” para detectar la presencia de Jesús con nosotros y percibir su fuerza y su ayuda.

Todavía descubrimos en el evangelio de hoy otros dos modos de descubrir la presencia de Jesucristo resucitado en nuestras vidas: Uno es el amor, el otro es cumplir los mandamientos. Son medios y disposiciones y, al mismo tiempo, son efectos de la presencia de Cristo vivo entre nosotros: “El que me ama, hemos escuchado, guardará mi palabra”.

Y el resultado final de estas verdades tan admirables es la paz; la paz que tanto deseamos, la paz que tanto echamos en falta: “La paz os dejo, mi paz os doy: No la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.