jueves, 24 de marzo de 2016

JUEVES SANTO (C)


Textos:

         Éx 12, 1-8. 11-14
         1Cor 11, 23-26
         Jn 13, 1-15

Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Esta copa es la Nueva alianza sellada con mi sangre…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Eucaristía de Jueves Santo, preludio de la Pascua de Jesús, revelación suprema del amor y de la misericordia de Dios a los hombres. Nos reúne aquí una tradición de dos mil años, que garantiza la verdad y la vitalidad del acontecimiento que celebramos.

Y venimos necesitados de paz, de misericordia, de fe y esperanza, aterido nuestro ánimo por los sucesos trágicos cometidos por terroristas en Bruselas. Consternados también y con una cierta mala conciencia porque no encontramos modo de acoger a tantas personas que huyen del hambre, de la guerra, y se juegan la vida por intentar refugiarse en nuestros países.

Y, ¿por qué no decirlo?, venimos también necesitados de solidaridad, de un amor de misericordia y magnanimidad, que nos saque de nuestro individualismo, de una falsa compasión puramente sentimental, y nos dé ánimo generoso para ayudar eficazmente al vecino, al compañero, al familiar necesitado.

Sí, necesitamos la misericordia de Dios, para alcanzar misericordia nosotros y ser misericordiosos con los hermanos. Esta misericordia y este amor los encontramos nosotros en la Cena del señor, en la eucaristía.

Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre”. La eucaristía, hermanos, es una alianza de amor, un pacto de fidelidad divina, un acuerdo serio sellado con sangre, por parte de Dios con nosotros y con toda la humanidad. En la eucaristía Jesucristo realiza la Alianza definitiva e irrevocable, por la que Dios se compromete a estar siempre con nosotros, de nuestra parte para liberarnos del pecado y de toda clase de esclavitud.

La eucaristía, como Alianza de Dios en Cristo, nos dice que Dios está con nosotros, que está presente en nuestra historia y en nuestra sociedad.

En Bruselas hoy las comunidades católicas celebrarán, como nosotros, la Cena del Señor, y darán testimonio de que allí está Dios. Ahora, quizás más que nunca, necesitamos saber que la paz es posible, y la justicia es posible, y que un día llegarán. Necesitamos saber que Dios, para salvar el mundo apuesta por la eficacia del amor y de la misericordia.

Dios está con nosotros en la eucaristía diciéndonos que no es solución matar al hermano, pero sí lo es, estar dispuestos a dar la vida por el hermano, si es necesario. Dios está con nosotros en la eucaristía diciéndonos que el amor y la misericordia son el condimento necesario que ha de sazonar la justicia humana para que sea verdadera justicia, y ha de sazonar la paz entre los hombres, para que sea una paz duradera.

Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”. El amor y la misericordia que actúan en el sacramento de la alianza que es la eucaristía, no es mero sentimentalismo, ni idealismo etéreo:

En la eucaristía Jesús no da sólo su tiempo, ni solo su palabra , ni solo su cercanía a los pobres, que ya es mucho,; Jesucristo en la eucaristía se entrega por nosotros, está presente en acto de dar la vida por nosotros; en la eucaristía Jesucristo se da a sí mismo, se nos da del todo, hasta hacerse comida, para darnos vida.

Es algo muy serio recibir la comunión y comulgar con Cristo en la eucaristía. No demanda sólo intimidad de amistad, sino compromiso de darnos a los hermanos de verdad. No sólo manifestando un sentimiento de disgusto y de pena al ver en la televisión las víctimas del terrorismo, o las penalidades de los refugiados; no sólo dando una limosna que no desestabiliza ni las cuentas, ni el nivel excesivo de consumo; comulgar con Cristo que se entrega él, su persona, por nosotros, supone acercarme al prójimo necesitado en tal manera que él sienta de verdad que estoy con él, que le amo y que voy a hacer por él cuanto está a mi alcance. Porque lo considero persona humana, digno del amor de Dios y digno de mi dedicación y de mi ayuda y con derecho a recibirlas.

Hasta ahí llega el gesto y las palabras de Jesús en el lavatorio de los pies: “Pues, si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.