domingo, 19 de marzo de 2023

DOMINGO IV DE CUARESMA (A)

TEXTOS:

            1Sam 16,1b.6-7.10.13a

            Sal 22

            Ef 5,8-14

            Jn 9,1-41

 “Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesucristo es la luz del mundo. Nos lo dice expresamente,  dirigiéndose a los discípulos en este evangelio que acabamos de proclamar. Lo había dicho poco antes hablando con los fariseos: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas (Jn 8, 5). Y para que creamos en esta solemne y trascendental afirmación, cura a un ciego de nacimiento.

Pero mucha gente hoy en día se resiste a creer en Jesucristo, como se resistieron  entonces muchos contemporáneos de Jesús. Alguna gente sencilla, los vecinos, se preguntaban: “¿Será verdaderamente un milagro?  Los fariseos, seguros y orgullosos de estar en la verdad, dicen: “Este hombre, Jesús, no viene de Dios, porque no guarda el sábado”.  Es una pena ver la postura de los padres del ciego, no dan la cara por su hijo y se lavan las manos: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo ve ahora y quién le ha curado no lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor”.

Sólo el ciego, al que Jesús le ha salido al encuentro y le ha curado, cree y confiesa. Ante el interrogatorio de los fariseos, dice: “Creo que es un profeta”. Después, a la pregunta de Jesús: “¿Crees en el Hijo del Hombre?” Él le responde: “Y quién es, Señor, para que crea en él?  Jesús le dijo: lo estás viendo… Y el ciego responde: “Creo, Señor. Y se postró ante él”.

Queridas hermanas y queridos hermanos: Jesucristo es  la luz del mundo. ¿Cómo hacer para que todo el mundo se encuentre con Jesucristo, abra los ojos de la fe y se deje guiar por este Jesús, que hoy como ayer, nos dice: “Soy la luz del mundo… El que me sigue no anda en tinieblas…, sino que tendrá la luz de la vida.

 A los que en busca de la felicidad se aventuran a experimentar sensaciones alucinantes que les dañan el cerebro y los engancha a las drogas; a los que creen ciegamente en el dinero, burlan todas la leyes divinas y humanas, se olvidan del bien común y de los pobres; a los que creen inútil hacerse preguntas sobre el sentido de la vida y se entregan dócilmente a los estímulos de la sociedad de consumo; a los que creen humillante obedecer a Dios, pero creen ciegamente en la razón, en la ciencia y en los adelantos técnicos… a todo ellos y a muchos otros, quizás también a nosotros, ¿quién nos pondrá barro en los ojos para que recobremos la vista, la luz de la fe, y confesemos a Jesucristo como luz del mundo, y le sigamos para no andar en tinieblas?

Hermanos, ¿cómo llegar a un encuentro personal con Jesucristo que ilumine nuestra vida y nos proporcione luz y criterios para distinguir el bien del mal, ver claro entre opiniones tan dispares y nos de fuerza de voluntad para  formar con acierto nuestra conciencia y seguir la ley de Dios y del evangelio?

Quizás tenemos que seguir humildes el recorrido espiritual de este pobre ciego del evangelio y aprender de él. Primero, dice: “Es un profeta”, y después: “Si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder”; y al final: “Creo, Señor”.

Os invito a todos, hoy especialmente, a recitar el credo.