domingo, 22 de enero de 2023

DOMINGO III T.O. (A)

 

-Textos:

            -Is 9, 1-4

            -Sal 26, 1-4. 13-14

            -1 Co 1, 10-13. 17

            -Mt, 4, 12-23

Comenzó Jesús a predicar diciendo: –“Convertíos. Porque está cerca el Reino de Dios”.

Hace frío en el ambiente exterior, pero aquí junto a nuestras hermanas benedictinas, reunidos en asamblea dominical, nos sentimos bien templados.

Jesús ha recibido el bautismo en el rio Jordán, de manos del Bautista, y también con dolor para él, ha conocido la noticia de que su amigo y compañero en la misión Juan el bautista ha sido ejecutado por  Herodes.

Pero la noticia no le arredra, él ya tiene muy claro que su Padre Dios, le manda salir a la vida pública y predicar.

¿Y cuál es el primer mensaje que transmite al público?: “Convertíos. Porque está cerca el Reino de Dios”.

Queridos hermanos y hermanas, este mismo mensaje nos los dirige hoy Jesús a nosotros aquí igual que la primera vez como resonó en los campos de Galilea. Y Jesús nos lo grita a nosotros porque lo necesitamos: ¡Convertíos!

Ayer predicaba estas mismas palabras de Jesús a una comunidad de padres, jóvenes y niños. Y un niño me pregunto: ¿A qué me tengo que convertir? ¿A qué nos tenemos que convertir? ¿Es que de verdad lo necesitamos? – El mismo Jesús nos responde: Convertíos al Reino de Dios. 

¿Y qué es el Reino de Dios?

Mejor que “reino” deberíamos decir “reinado”. Convertíos al Reinado de Dios.

Dios está decidido a intervenir  de manera definitiva y con más fuerza que nunca en nuestro mundo y en nuestra historia personal y social. Él irrumpe con todo el caudal de su amor infinito en las historia humana, no tiene reparo en complicarse en el barro de la historia de la humanidad. Y la fuerza, que como una catarata imparable introduce  en nosotros es su amor, su amor infinito: manifestado en Jesucristo. Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios en los hombres y para los hombres. San Juan de la Cruz dice con un castellano castizo: “Porque en darnos como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya –que no tiene otra- , todo nos lo habló junto, y de una vez, en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.

En Jesucristo, Dios ha dicho todo, y nos ha dado todo, absolutamente su amor.  Y cabría pensar: ¿Entonces se ha acabado ya el amor de Dios? De ninguna manera, su amor es infinito y no se puede acabar. Pero lo que sí es verdad que desde que Jesús irrumpió en el mundo, todo el amor infinito de Dios ha irrumpido en el mundo, y en Cristo, que ha dado la vida por nosotros y ha resucitado, está permanente y presente Dios ofreciéndonos amor y amor eterno, y amor, que es capaz de impactar en nuestro corazón, y ganarlo para el bien y para el amor, la libertad y la justicia, y así llegar a su propósito y objetivo final, conseguir un cielo nuevo y una tierra nueva, como dice en el Apocalipsis.

Por eso es sumamente importante que hoy escuchemos la voz, la llamada mil veces oída, pero siempre novedosa, que nos sorprende, nos desconcierta y nos atrae. Dios habla siempre, Dios nos habla de muchos modos y maneras. Siempre para ofrecernos lo mejor y lo más conveniente para nuestra vida,  y siempre para confiarnos una misión:  incorporarnos a la tarea que él comenzó en el Jordán, como nos dice el evangelio: “Jesús recorría toda Galilea…, proclamando el evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”.