domingo, 27 de marzo de 2022

DOMINGO IV DE CUARESMA (C)

-Textos:

            -Jo 5, 9ª. 10-12

            -Sal 33, 2-7

            -2 Co 5, 17-21

            -Lc 15, 1-3. 11-32

 “Cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo cuarto de cuaresma escuchamos una de las catequesis más conocidas y sin duda también más impactante de todos los evangelios: “la parábola del Hijo pródigo”, que otros llaman también “la parábola de la misericordia de Dios”.

Una provechosa manera de meditar esta parábola es leerla en presencia de Dios e ir preguntándonos en cuál de los tres personajes de la parábola me veo  representado.

La figura del padre es admirable. Escucha al hijo menor que le pide una petición arriesgada y sorprendente, que no entraba en los usos y costumbres de la familia.  El padre escucha, confía en el hijo, le da la parte de la herencia correspondiente y le deja marchar. Con dolor y con inquietud, pero accede.  No obstante el padre nunca deja de pensar en su hijo. Todos los días sale al borde del camino a ver si vuelve. El corazón no le engaña, el hijo vuelve. ¡Qué escena tan impresionante! El hijo vacila: ¿Cómo seré recibido? No hay reproches. El padre lo abraza. Siempre ha sido y siempre seguirá siendo su hijo. ¡Y ha vuelto! Eso es lo importante. Mi hijo perdido, de nuevo en casa. ¡Cuánto puede la misericordia verdadera y qué bien la misericordia verdadera gana el corazón y lo reconduce a lo esencial!

El hijo pequeño es un inexperto, inconsciente y atrevido. Dispuesto a comerse el mundo y a vivir la vida. Le faltó tiempo para ver la cruda realidad. Menos mal que tuvo lucidez para pararse a pensar y recapacitar. Mi padre, mi casa, cuánto mejor que todo lo que he conocido y tengo a mi alrededor. Buscaba libertad y se encuentra con la dignidad perdida. ¡Volveré, volveré junto a mi Padre! Menos mal que el padre siente y piensa distinto: “Tú has sido y serás siempre hijo mío. ¡Ven a mi casa!”

El hijo mayor es más serio, más formal, es cumplidor, pero sabe poco de amor. En el fondo no conoce a su padre, sólo espera de él que reconozca su trabajo y que sea un buen pagador. Pero el padre también tiene entrañas de misericordia para este hijo mayor un tanto retorcido, y trata de despertar en él amor, el amor que cumple toda justicia y supera  la justicia: -“Tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Ven conmigo, gocemos el gozo del amor. Celebremos la fiesta del amor con este hijo perdido que hemos encontrado”.

Permitidme, hermanas y hermanos, unas reflexiones para pensar y para orar: ¿Con cuál de los tres personajes  de la parábola me identifico más ampliamente? Quizás tengo algo de cada uno.

¿Las reflexiones del hermano pequeño, me están diciendo que debo confesarme? ¿El orgullo de exigir a los demás lo que me pertenece, me impide desplegar mi amor al hermano/a y al necesitado? ¿Sé pedir perdón? ¿Sé perdonar? ¿Perdono de corazón, desde las entrañas del alma?