domingo, 5 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIII T.O. (B)

-Textos:

            -Is 35, 4-7ª

            -Sal 145, 6c-10

            -St 2, 1-5

-Mc 7, 31-37

 

“Y mirando al cielo (Jesús), suspiró y dijo: “Effetá”, esto es “ábrete”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El breve relato del evangelio de Marcos que acabamos de escuchar se sitúa en Sidón, territorio pagano, cuyos habitantes eran sordos al Evangelio de Dios y mudos para alabarle.

En este entorno, Jesús realiza el milagro de curar a un sordo que además era mundo.

 “Y mirando al cielo (Jesús), suspiró y dijo: “Effetá”, esto es “ábrete”.

 Como mensaje para nosotros, me permito destacar en este relato dos llamadas: Llamada a  abrirnos a la Palabra de Dios, y llamada a abrirnos a la palabra del prójimo, del hermano.

En primer lugar, llamada a escuchar a Dios:

Hasta el Concilio Vaticano II, en el bautismo, el ministro que bautizaba, repetía el mismo rito de Jesús y las mismas palabras “Effetá”, “Abrete”. Ahora, por higiene no lo hacemos. Pero en el bautismo, a cada uno de nosotros se nos puso un nombre, se nos llamó por ese nombre elegido por la familia, por la Iglesia. Y en el fondo, por Dios. Dios, en ese momento, nos llamó: “Effetá”, “Ábrete”. ¡Dios, nos habla! Dios se fija en nosotros ya apenas nacemos. ¡Qué importantes somos para Dios! Y esta llamada de Dios nos sitúa a nosotros ante una responsabilidad; ante Dios que nos llama quedamos emplazados a responderle. ¿Sigue sonando en nosotros el “Effetá  bautismal”? ¿O la oímos como quien oye llover. Oír la palabra no es simplemente informarme de ella, sino saborear, meditar, gustar, asimilar, y proclamar esa palabra.

Porque Dios nos dirige su palabra, para que nosotros la comuniquemos a los hermanos. Dios siempre nos llama para una misión. ¿Somos conscientes de esta responsabilidad?

Porque, sí, escuchar a Dios, implica, escuchar al hermano. Y volvemos a tomar nota: Escuchar es escuchar con atención, incluso con interés y hasta con amor; intentar comprender, acoger y aceptar lo que se escucha. Escuchar así, es escuchar a Dios en el hermano.

Vivimos en una sociedad donde oímos mucho, pero escuchamos poco. Algunos hablan de una sociedad de “muchedumbres solitarias” ¡Qué necesidad sentimos todos de ser escuchados!

En  esta sociedad de internet, correo electrónico, “chateo”,  teléfono móvil, auriculares aislantes, concentraciones masivas…, nos falta lo más importante, una comunicación honda, personal, desinteresada, interhumana y realmente humana. Volviendo al evangelio, quizás podemos decir que en nuestra sociedad hay mucho “sordomudo”, es decir, personas que solo se oyen a sí mismas.

Desde esta perspectiva, la palabra de Jesús nos dice “ábrete”: Despégate de tu egoísmo, de tus prisas, de tu comodidad, “ábrete”,  escucha de verdad a tu esposa, a tu hijo, a tu amigo, al necesitado que viene a ti sólo para que le escuches: al anciano, al pobre, al desconsolado…

Dios está dispuesto siempre a escucharte, incluso, cuando llevas mucho tiempo sin prestarle atención. Apenas te acercas y le hablas, te escucha de corazón y te dice una palabra de amor y de luz.  Haz tú lo mismo.