domingo, 2 de mayo de 2021

DOMINGO V DE PASCUA

-Textos:

            -Hch 9, 26-31

            -Sal 21, 26b-28. 30-32

            -1 Jn 3, 18-24

            -Jn 15, 1-8

“Y este es su mandamiento (el mandamiento del Padre Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Permitidme empezar por una pregunta: ¿Somos cristianos de verdad? La esencia de nuestra identidad cristina es muy sencilla y clara, lo hemos oído en la segunda lectura: “Y este es su mandamiento (el mandamiento del Padre Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”. Creer en Jesucristo y amar al prójimo.

Son el doble mandamiento y los dos están muy relacionados entre sí.

El mandamiento de amar al prójimo, convence a todos, al menos a los las personas de buena voluntad, y buena conciencia. Pero lo aceptamos en teoría, en la práctica ya es distinto. ¿Cuánto tenemos que dar y poner de nuestra parte, a la hora de amar al prójimo, no como a mí me parece, sino como él realmente necesita?

Ser cristiano no es solo hacer cosas buenas. La generación mayor, muchos padres y madres lamentamos que nuestro hijos o nietos abandonen la práctica religiosa, y nos conformamos diciendo que ya son buenos, que respetan a la gente y que son trabajadores. Pero al final, muchos acaban diciendo  que no hace falta creer; que para qué hacerse preguntas que no tienen respuesta, como ¿de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Qué hay después de la muerte?; que lo que importa es vivir aquí de la manera más cómoda, y garantizar en lo posible una vejez bien atendida. Los que no tienen trabajo, ni pan para comer, ni medicinas para curar, los que se ven obligados a emigrar, o a salir de su país en guerra continua, para esos dar un poco del dinero que nos sobra, y vale.

Necesitamos hacer obras buenas y necesitamos creer en Jesucristo.

La inteligencia humana, la ciencia, la técnica, la voluntad humana, nuestras obras, solas no pueden conseguir el sueño de la fraternidad y la paz humanas que todos soñamos. Somos limitados, y además, estamos heridos por el pecado. Para amar de verdad tenemos forzosamente que amar desde Jesucristo; unidos a la vid, que es Cristo.

Como el sarmiento no puede dar fruto, si no permanece unido a la vida, así tampoco vosotros, si nos permanecéis en mí”. “Porque sin mí no podéis hacer nada”.

La fe en Jesucristo es el manantial de donde surge de manera inagotable el agua saludable del verdadero amor. Sin la fe en él no podemos nada, si creemos en Jesucristo, lo podemos todo. Podemos amar al prójimo de verdad, incluso  con el esfuerzo y el sacrificio de nuestra propia vida. Y además, cuando amamos desde Jesucristo y como Jesucristo, incluso el dolor, las renuncias y los sacrificios que nos puede pedir el amor verdadero, nos proporciona paz con nosotros mismo, plenitud y felicidad.

Jesucristo nos llama a creer en él. Hasta cierto punto es una cosa extraña, que nos tengan que insistir en que cultivemos la amistad con Él. Es algo que teníamos que considerar un regalo: creer en Jesús, que Jesús sea  el protagonista de mi vida, porque siento que me ama, y yo le amo, y porque creo que su persona y su enseñanza es la clave que explica el misterio del mundo y de mi vida misma.

Este Jesucristo, que nos invita a creer en él y a seguirle, que nos ofrece un amor como el suyo, que nos hace felices amarle, lo encontramos en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, en el hermano pobre y necesitado y en la eucaristía, a la que ahora vamos a participar.