domingo, 16 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV T.O. (B)


-Textos:

       -Is 50, 5-9ª
       -114, 1-6. 8-9
       -Sant 2, 14-18
       -Mc 8, 27-35

El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado… El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Los telediarios y la prensa están informando de tifones y tormentas en el Extremo Oriente y también en Occidente, en las costas americanas. Los medios de comunicación también se han hecho eco de noticias sobre nuestra Iglesia católica que nos llenan de dolor, y de vergüenza, como el mismo papa Francisco nos ha dejado escrito en carta y discursos de estos días. 

Y nosotros venimos a la misa del domingo, buscamos luz en la Palabra de Dios, y aliento y fuerza en la comunión eucarística para dar el testimonio que Dios quiere, y el que como bautizados y miembros de la Iglesia debemos dar, en esta circunstancia y en todas las circunstancias en las que nos desenvolvemos.

El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos , sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

Estas palabras enseñaba Jesús a sus discípulos hace más de dos mil años, y estas mismas palabras nos dice hoy a nosotros esta mañana.

El anuncio y la implantación del Reino de Dios no es fácil, ni cómoda; pasa, y ha pasado siempre, por la contradicción, el fracaso momentáneo, y por el dolor y la muerte. En ocasiones parece que las fuerzas del mal, del demonio y del pecado, triunfan y se imponen.

Jesús nos dice que tiene que padecer mucho y hasta ser condenado y ejecutado. Pero dice también, que tiene que resucitar al tercer día. Y resucitó: y un cielo nuevo y una tierra nueva vendrán.

Si trasladamos nuestra atención a la figura de san Pedro en el evangelio de hoy, tenemos que unirnos a su espontánea y firme confesión de fe: “Tú eres el Mesías”; eres el Hijo de Dios. Tú has vencido la muerte y el pecado”.

Como seguidores de Jesús en la Iglesia hoy estamos urgidos a confesar nuestra fe con más firmeza y mayor radicalidad que nunca. Más escándalos, más santidad; más abandonos, más coherencia y mayor firmeza en el testimonio.

San Pedro que había hecho una confesión tan espontánea y decidida, cuando advierte que Jesús anuncia caminos de cruz, de persecución y dolor, no entiende, y quiere quitarle a Jesús esas ideas de la cabeza.

Esta segunda reacción de Pedro da pie a Jesús para proponernos a todos una sabiduría nueva, una consigna y una manera distinta de entender la Vida: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Queridos hermanos, y me atrevo incluso dirigir esta pregunta a las hermanas, como a mí mismo: ¿Creemos esto? ¿Creemos que perder la vida por Jesús y por su Evangelio es salvarla? ¿Creemos que el camino de Jesús de amar a Dios sobre todas las cosas, de atender al enfermo, al pobre, al débil, de perdonar siempre, de poner al servicio de los demás los talentos y las riquezas, el dar la vida por amor es el camino de la verdadera felicidad?

Nuestro señor Arzobispo, hablando al consejo de Presbiterio nos invitaba vivir hoy más que nunca la unidad y la comunión con el Papa y con la Iglesia. La comunión y la fidelidad es lo que de manera especialísima se manifiesta y se vive en la eucaristía.