domingo, 2 de julio de 2017

DOMINGO XIII, T.O. (A)

-Textos:

       -1 Re 4, 8-11.14-16ª
       -Sal 88, 2-3.16-19
       -Ro 6, 3-4. 8-11
       -Mt 10, 37-42

El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo de verano, tiempo de fiestas y de vacaciones. Un tiempo que nos da la oportunidad de hacer y acoger visitas, de ver gente distinta, de tomar contacto con turistas y, en las calles, encontrar emigrantes en puestos de limpieza, de servicio y vendiendo regalos baratos que no nos sirven para nada.

Jesús nos dice hoy en esta eucaristía: -“El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”, es decir, a mi Padre.

La frase de Jesús está pronunciada en un contexto muy diferente del que os he descrito sobre el tiempo de vacaciones y de veraneo. Jesús se dirige a sus discípulos y les urge a seguirle con toda decisión y por encima de cualquier valor o circunstancia: “El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”… “El que encuentra su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.

En el fondo se deja ver que Jesús está hablando a unos discípulos que están entusiasmados con él, les ha cautivado su persona, y su mensaje y se sienten felices de ser sus discípulos. A estos discípulos Jesús les pide que se jueguen la vida por él. Sabemos más tarde que ellos no estaban tan dispuestos como ellos creían.

Pero es admirable y muy sorprendente lo que dice Jesús a los discípulos que están dispuestos a jugarse la vida por él: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Jesús se identifica con el discípulo y concede al discípulo la misma dignidad que merece él mismo. Discípulos son los que van por la vida predicando y dando testimonio del evangelio. Y Jesús habla de recibirlos, de acogerlos: “El que os recibe”, dice.

Pero observemos que no se limita sólo al círculo de discípulos y predicadores, porque dice, también: “El que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo”. Jesús invita a acoger a los discípulos, a la gente de bien y a todo prójimo necesitado. 

Recordamos muy bien lo que dijo en otra ocasión: “Tuve hambre y me distéis de comer”. Jesús nos invita a acoger de modo especial a los que anuncian el evangelio, pero extiende el encargo de recibir, acoger y ayudar a todas las personas que nos piden acogida porque son personas de bien o porque nos necesitan.

En la primera lectura hemos escuchado un relato encantador de hospitalidad y acogida: Una mujer buena y generosa recibe al profeta Eliseo y en recompensa Dios, por medio de Eliseo, le concede concebir un hijo.

Nuestras hermanas benedictinas tiene en la Regla que les legó san Benito un dicho que se conoce universalmente: “Acoger al huésped como a Cristo”. Y lo hacen; podemos decirlo cuantos disfrutamos de su hospedería.

Pero el tema de la acogida que hoy nos plantea el evangelio tiene también repercusiones muy graves y muy dramáticas. Pensemos en la multitud de personas desplazadas que buscan refugio, amparo y trabajo en nuestros países occidentales; y que se juegan la vida por atravesar el mar, o se hieren apiñados contra las alambradas que les ponemos en nuestras fronteras. Su situación humana es desesperada, ante nosotros que estamos planeando las vacaciones.


Jesús invita hoy a acoger a los discípulos, a los justos y a los necesitados. Jesús nos acoge e invita ahora al banquete de la eucaristía: ¿Somos de verdad discípulos? ¿Somos justos? ¿No seremos quizás también, espiritual y moralmente, necesitados?