lunes, 15 de agosto de 2016

FESTIVIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


-Textos:

-Ap 22, 19ª; 12, 1-3.10ab
-1 Co 15, 20-27ª
-Lc 1, 39-56

Proclama mi alma la grandeza del Señor”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Festividad del misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Fiestas patronales en muchos pueblos de Navarra y de España.

Ascendida en cuerpo y alma a los cielos por los méritos y el cariño de su Hijo, Jesucristo, la Virgen María disfruta plenamente, con toda la capacidad de disfrutar que puede tener una criatura humana, de la dicha, la felicidad y el amor de Dios en el cielo.

Este es el misterio admirable que celebramos hoy con alegría. Porque se trata de algo muy bueno que le está ocurriendo ya a nuestra madre y madre de Dios, la Virgen María.

Pero, ¿Qué enseñanzas podemos sacar de este misterio? ¿Qué nos dice la Virgen de la Asunción en su fiesta?

Os invito a poner la atención solamente en dos virtudes que muestra la Virgen María en el “Magnificat”: la gratitud para con Dios y la humildad.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”.

Ante el acontecimiento imponente y excepcional de la encarnación del Hijo de Dios en su seno, ante los elogios preciosos y verdaderos que le dedica su prima Isabel, lo primero que se le ocurre a la Virgen es dar gracias a Dios, atribuir a Dios, y no a ella, todo lo que le ha sucedido y todo lo que dicen de ella.

¡Qué importante y qué provechoso es dar gracias a Dios para nuestra vida de creyentes! Caemos muy fácilmente en la tentación de la vanidad y de la soberbia: Cuando nos felicitan por lo que hacemos, cuando nos elogian nuestras cualidades, la simpatía, los éxitos que tenemos, la fortaleza que hemos demostrado en alguna circunstancia difícil…, fácilmente caemos en la tentación de apropiarnos de esos dones, sin reconocer que son dones de Dios, y que lo que corresponde es darle gracias.

No es que con falsa humildad tengamos que negarlos; cuando son ciertos, lo natural es reconocer que sí, que son nuestros, pero que se los debemos a Dios.

La acción de gracias a Dios supone humildad: “Todo me lo da el Señor”. El orgulloso cree que todo lo que tiene, y él mismo, es mérito suyo. No tiene en cuanta a Dios para nada. La humildad, que es la verdad de lo que somos, nos hace agradecidos. Y la acción de gracias a Dios nos hace humildes, nos cura de la vanidad y del orgullo.

Estas dos virtudes, la humildad y la acción de gracias a Dios, nos disponen para que la gracia y los dones de Dios continúen derramándose sobre nosotros.

El orgullo nos lleva al endiosamiento, al egoísmo y al olvido de los demás; la acción de gracias a Dios y la humildad, nos llevan a Dios, y a compartir con los demás los dones que hemos recibido.

Si somos humildes y agradecidos con Dios, podremos ser humildes y agradecidos con el prójimo.

En el evangelio de hoy tenemos parte de la oración del “Ave María”, que tantas veces hemos rezado y siempre nos conviene rezar. Y tenemos también el “Magnificat”. El canto de los humildes que cantan la acción de gracias a Dios con la Virgen María y unidos a los hermanos.


Y ahora, por supuesto, en esta fiesta grande y gozosa de la Asunción de la Virgen, tenemos el canto de acción de gracias por excelencia que cantamos los pobres y pecadores, la eucaristía.