domingo, 14 de agosto de 2016

DOMINGO XX, T.O. (C)

Textos:

            -Jer 38, 4-6. 8-10
            -Hb 12, 1-4
            -Lc 12, 49-53

“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? Pues no, sino división”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Vaya  evangelio el de hoy, en unos días de verano, de vacaciones y de bosques ardiendo!

La verdad es que necesitamos una explicación:
Jesús no quiere ni la guerra ni la división. Él es nuestra paz, dice san Pablo, él ha venido a establecer la comunión con Dios, con el mundo y entre nosotros. Jesucristo, con estas frases tan radicales está mostrando el entusiasmo, la pasión, el interés que tiene por implantar en el mundo el Reinado de Dios cuanto antes y en todas partes. El reinado de Dios es el amor de Dios, su misericordia, su gracia, que llegan con fuerza arrolladora y se nos ofrecen en la persona de Jesús.

 Pero este proyecto de Dios para el mundo que nos propone Jesucristo choca muchas veces con la manera  de pensar, de sentir y de comportarse que  tiene el mundo.

En los años del siglo primero, cuando san Lucas escribía su evangelio, los hijos de familias judías que se bautizaban como seguidores de Jesús eran considerados entre sus parientes como herejes que se apartaba en muchas cosas importantes de la fe  de los antepasados, de la fe verdadera, el judaísmo.

Ante esta situación san Lucas recuerda y cuenta estas palabras tan duras de Jesús, que sin duda las pronunció, porque Jesús mismo había sufrido la incomprensión de sus parientes y las acusaciones y protestas de los escribas y fariseos.

Hoy en día tenemos dolorosamente situaciones parecidas en los cristianos que viven en territorios donde predomina la religión islámica.

Si venimos aquí, los casos pueden ser diferentes, pero el fondo es el mismo. Jesucristo dice que amemos a Dios sobre todas las cosas y al prójimos tanto y más que a nosotros mismos; que tengamos una preferencia con los más pobres y necesitados; que no se puede servir a Dios y al dinero. Jesús nos dice que debemos dar culto a Dios y respetar el domingo y venir a misa; que hay vida eterna más allá de la muerte; que hay que perdonar al hermano; que hay que tener dominio de las pasiones y del sexo para respetar  al otro; que no se puede robar ni sobornar al vecino para triunfar en los negocios… Y otras muchas normas que derivan del evangelio y que conocemos muy bien.

Pero en la sociedad se respira otro ambiente, y se ven comportamientos muy distintos: Los jóvenes que vienen a misa tienen que salirse del plan de diversión que tiene el resto de sus amigos; en algunos casos la cuadrilla trata de disuadir a la pareja de novios que les anuncia que se van a casar por la iglesia; y les dicen que “para qué”, que eso ya no se lleva; hay veces que en las entrevistas y en algunos medios de comunicación no se considera políticamente correcto mencionar a Dios o declararse creyente y católico…

Gracias a Dios muchas familias y muchas amistades piensan como nosotros y nos animan con su ejemplo a seguir a Jesús; gracias a Dios en la sociedad crece la solidaridad y el voluntariado, y también en muchos ámbitos el respeto a la persona y a la libertad.

Pero también es verdad, y lo vemos palpablemente, en muchas situaciones hoy en día ser de verdad seguidor de Jesús, ser cristiano y católico supone nadar contra corriente…


Jesucristo, en el evangelio de hoy nos dice: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? Pues no, sino división”.