domingo, 21 de febrero de 2016

DOMINGO II DE CUARESMA (C)

 
Textos:
            -Gn 15, 5-12.17-18

            -Flp 3, 17-4,1

            -Lc 9, 28b-36           

Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”.

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

-La trasfiguración, es un relato que se encuentra en los tres Sinópticos. Sin duda porque lo han considerado muy importante por el significado que tiene.
 
El acontecimiento de la transfiguración viene a ser una profecía, y adelanta, la próxima resurrección,  el  triunfo de Jesús sobre la muerte y sobre el poder del mal y del pecado que lo va a llevar a la muerte.

Y para que quede constancia de la verdad de esta profecía aparece dentro del suceso los testigos del Antiguo Testamento más dignos de crédito que se puede pensar, Moisés y Elías. Y aparece, sobre todo, lo más portentoso y digno de ser tenido en cuenta: Dios mismo deja oír su voz  y compromete su veracidad divina declarando quién es este Jesús, de cuya muerte se habla y cuya resurrección se anuncia: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”.
Dos cosas nos manifiestan las palabras de Dios Padre: una, quién es Jesús, y otra qué deben hacer los discípulos en el momento presente que están viviendo, un momento de turbación, de incertidumbre y miedo. La voz de Dios Padre dice primero: Jesús es mi Hijo, el Hijo de Dios, el elegido para cumplir las promesas anunciadas en el Antiguo Testamento; en segundo lugar, dice: “¡Escuchadle!”. Ahora, mientras vais de camino a Jerusalén, ¡escuchadle! En este estado de ánimo de incertidumbre y miedo, ¡escuchadle!
Queridos hermanos todos: También ahora, nosotros, en el momento presente, vivimos momentos de incertidumbre, de confusión, y también de miedo, por lo que pueda pasar. Y no me refiero tanto a la situación política y social que estamos viviendo y que suspiramos  porque se aclare cuanto antes. Me refiero a la situación espiritual, moral y religiosa, que también nos preocupa a muchos y  nos provoca miedos y dudas: Los terribles crímenes y actos de barbarie, que se están perpetrando en países de próximo Oriente y en otros países. Y también, en otro ámbito, la increencia que se está extendiendo como una plaga y lleva a la desertar de la fe y de la práctica religiosa tantos bautizados cristianos, y a tantos neopaganos, que se instalan cómodamente y sin remordimientos en un vivir sin Dios, o como si Dios no existiera.
Estas situaciones nos provocan perplejidad y dudas: -“Y Dios, ¿por qué se calla?” “¿Por qué no se hace notar de manera contundente?
Queridos hermanos: Dios habla siempre, Dios sigue hablando. Dios se ha metido en el barro de nuestra historia. Lo hemos visto en la primera lectura: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, conozco sus angustias y voy a bajar a liberarlo”. Y bajó, y el Verbo se hizo carne, y se transfiguró para asegurarnos que su triunfo final es seguro. Dios habla siempre, nos habla esta mañana y nos dice: “Es mi hijo, el que he elegido para salvar al mundo, ¡escuchadle!
Escuchadle es, en primer lugar, escuchar su Palabra, tal como hacemos ahora, en la eucaristía, en momentos de oración la Biblia en la mano, o en silencio y soledad dando lugar a que lo oigamos en nuestro propio corazón. Escucharle es, siempre, poner en práctica la palabra escuchada. Jesucristo nos ha revelado a un Dios que siente la angustia de tantos seres humano, y que no se queda en puros sentimientos, sino que entra en el barro de la historia para liberar a los pobres y necesitados.
Es lo que tenemos que hacer como seguidores de Jesús. Entonces cesará la incertidumbre, nacerá la esperanza y veremos a Jesús transfigurado y resucitado.