domingo, 8 de agosto de 2021

DOMINGO XIX T.O. (B)

 

-Textos:

            -1 Re 19, 4-8

            -Sal 33, 2-9

            -Ef 4, 30-5, 2

            -Jn 6, 41-51

“Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”.

Algún espabilado puede que si oye esta frase de Jesús se excuse y diga: “Claro como a mí no me ha atraído Dios no creo”. Pero Dios solicita y atrae continuamente y de muchas maneras: Cuando los padres te recomiendan que vayas a misa, o que bautices a tus hijos, o que te cases por la Iglesia…, y de otras maneras. Dios habla continuamente y tú estás continuamente en trance de responderle “sí” o no.

Hoy en el evangelio Jesús  nos llama y nos atrae y nos hace entender esta frase. Nos dice: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. La fe es un don de Dios, y nadie puede creer si Dios no nos concede ese don, o si  no acogemos el don que Dios nos ofrece.

Dios se valió de nuestros padres y padrinos que nos llevaron al bautismo para darnos la gracia de la fe. La familia fue una mediación de Dios. Nunca acabaremos de dar suficientemente gracias a la familia que nos llevó a bautizar y dio lugar a que Dios sembrara en nosotros la semilla de la fe, y gracias también por la educación recibida. Bautismo y educación cristiana fueron los dos factores que sirvieron de mediación a Dios, para que nos concediera la gracia de la fe. Sin la iniciativa de parte de Dios, es imposible creer.

Sobretodo debemos dar gracias a Dios. Él nos amó primero. La fe recibida de nuestros padres y en nuestra iglesia es la primera y fundamental muestra de amor de Dios hacia nosotros.

Pero hemos de  tener en cuenta que  la gracia de Dios requiere nuestra responsabilidad.

Dios cuenta siempre con nosotros, cuenta siempre con nuestra libertad. La gracia de la fe crece y florece en la medida que nosotros la aceptamos, la hacemos nuestra y la ponemos en práctica.

¿Qué motivos podemos encontrar en nosotros para corresponder al don de la fe? ¿Por qué sigo yo creyendo, cuando tantos están dejando de creer? Sencillamente, porque Jesucristo me convence y me cautiva.

Y Jesucristo tiene trato directo con su Padre Dios, vive la vida de Dios y quiere comunicarme a mí esa misma vida. Jesucristo además, me dice que él es hermano de todos los hombres y sobre todo de los más pobres y marginado.

Y Jesucristo avala estas palabras dando la vida por amor y resucitando, venciendo al pecado y a la muerte.

Sintamos la fuerza que tienen, por ejemplo, algunas palabras del Jesús hoy en el evangelio: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”

Esta tarde, mañana, en un rato de silencio recordemos estas palabras del evangelio de hoy. Y digamos: “Señor gracias por la fe, Señor: aumenta nuestra fe”