domingo, 13 de mayo de 2018

FESTIVIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


-Textos:

       -Hch 1, 1-11
       -Sal 46, 2-9
       -Ef 1, 17-23
       -Mc 16, 15-20

El Señor subió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el evangelio por todas partes”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La Ascensión del Señor a los cielos tiene dos enseñanzas importantes: Nos invita, por una parte, a poner los ojos en el cielo y, por otra, nos manda poner los pies en la tierra y evangelizar.

En primer lugar, el misterio de la ascensión afecta a Jesucristo. Él ha llegado a la meta y ha subido al podio del triunfo. Ha culminado su obra y su misión; está a la derecha de su Padre Dios, con la majestad que le pertenece por su condición divina.

Jesucristo, además, desde el cielo nos está señalando cuál es la meta a la que estamos destinados.

Hermanos, nuestro destino es el cielo. No sé si pensamos mucho o poco en el cielo. Pero es absolutamente necesario saber y mirar la meta, para tener ánimo y fuerzas en el camino. Nuestra meta es el cielo. "Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, más sin fin. Pues ¿qué puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?”, dice San Agustín.

En segundo lugar, Jesús asciende a los cielos y encomienda a nuestras manos la tarea de continuar su misión en el mundo: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”. El cielo es un destino universal, todos los hombres tenemos como destino el cielo, pero la misión de evangelizar es una llamada, una vocación particular de Jesús encomendada a sus discípulos, a su Iglesia, a nosotros los bautizados. Hemos sido bautizados para evangelizar.

Pero conviene subrayar la frase final del evangelio de hoy: “Ellos se fueron a pregonar el evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que les acompañaba”. Jesucristo nos envía, pero no nos deja desamparados y desarmados, él coopera con nosotros y nos da fuerza y poder “para echar demonios en su nombre, hablar lenguas, coger serpientes y no nos harán daño…”. Estas imágenes, hermanas y hermanos, nos están diciendo que los bautizados, en el bautismo, hemos recibido el Espíritu del Señor.

Y todos, sacerdotes, personas consagradas, y también, los seglares, casados y solteros, padres de familia, profesores y catequistas, todos tenemos fuerza y poder, primero, para mantenernos firmes en la fe. Y dice más este evangelio de hoy, en medio de este mundo tan secularizado y tan ajeno y hasta tan hostil a la fe, tenemos fuerza y carisma para transmitir la fe; no sólo, para mantenerla cada uno, sino para transmitirla a los demás. “Echarán demonios…, si beben un veneno mortal, no les hará daño... Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos…

Tengamos confianza, hermanos, a la hora de dar testimonio ante el mundo de nuestra fe y a la hora de transmitirla. Jesús ha subido al cielo, para desde el cielo, con todo su poder asistirnos en la misión que nos ha encomendado. No nos basta con cuidar la fe, se nos ha dado para que la transmitamos. Y tenemos fuerza para ello.

Al terminar la eucaristía, os diré: “Podéis ir en paz”. Pero el sentido verdadero de esta despedida es: “Ite, misa est”: La misa ha terminado, comienza la misión.