domingo, 4 de junio de 2017

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (A)

-Textos:

       -Hch 2, 1-11
       -Sal 103, 1-2.24.34
       -1 Co 12, 3b-7. 12-13
       -Jn 20, 19-23

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo… Recibid el espíritu Santo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El domingo de Pentecostés, que hoy celebramos, es el broche de oro del tiempo pascual. Hemos celebrado la muerte y resurrección de Jesús, hoy recogemos los frutos de ese misterio. En Pentecostés Jesús envía el Espíritu Santo y nace la Iglesia.

Según el evangelista Juan, tres dones ofrece Jesús a sus discípulos en la tarde misma de la resurrección: la paz de Dios, el perdón de los pecados y el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, el don de los dones; Él es Señor y dador de vida, pero no de cualquier vida, sino de la vida de Dios, la vida eterna.

El día de Pentecostés los discípulos estaban reunidos en el cenáculo, estaban encerrados y temerosos. Pero recibieron el Espíritu Santo. Y ya nos cuenta san Lucas lo que sucedió: abren puertas y ventanas, salen a la calle, proclaman a Jesucristo como vencedor de la muerte y del pecado. Queda patente que el mensaje que predican los discípulos interesa a todos los hombres, judíos y no judíos; afecta al ser o no ser del hombre. Es el Espíritu Santo quien da lugar a que cuantos lo escuchen lo entiendan, queden interpelados, y se conviertan. Y nace la Iglesia.

San Pablo nos dice en la segunda lectura: Nadie puede decir “Jesús”, sino bajo la acción del Espíritu Santo… Todos nosotros, judíos y griegos, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para forma un solo cuerpo”. Es decir: Es el Espíritu Santo quien hace posible que nosotros vengamos a creer en Jesucristo, y que podamos vivir unidos en la misma fe, y formar una comunidad de hermanos, la Iglesia, para decir al mundo que todos estamos llamados a formar una sola familia, como hermanos, en torno a Dios, Padre y Creador de todos. Es la nueva creación: Al principio de los tiempos, Dios Padre y creador hizo revolotear el Espíritu Santo sobre el caos informe, y surgió el cosmos; ahora, después de la resurrección de Jesús: Jesús mismo, sopla sobre los discípulos y surge la nueva creación: el mundo nuevo donde es posible la paz, porque es posible el perdón de los pecados y el hombre nuevo, que tiene un corazón nuevo.

En el bautismo somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Pero es el Espíritu Santo quien hace que estas palabras que dice el ministro que bautiza, se hagan efectivamente verdad y los bautizados vengamos a ser hijos de Dios, y quede sembrada en nosotros la semilla de la vida divina, la vida eterna.


El espíritu Santo, en la confirmación, intensifica su presencia en nosotros y nos anima a dar testimonio de la fe en el mundo; el Espíritu Santo es invocado por el sacerdote en la eucaristía, antes de la consagración, y por la fuerza del Espíritu Santo sus palabras hacen el milagro de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la sangre del Señor. Y después de la consagración de nuevo el sacerdote invoca al Espíritu Santo para que los que participamos en la eucaristía vengamos a ser miembros del Cuerpo místico de Cristo, todos uno y en comunión para que el mundo crea y se convierta.